CRISTIANOS, PRIMEROS I. ORIGEN DEL NOMBRE.


Con el nombre de «cristianos» se designa tres veces en el N. T. a los seguidores de Jesús (Act 11,26; 26,28; 1 Pet 4,16). Es en Antioquía de Siria (v.) donde los discípulos de Cristo comienzan a llamarse así. Los nombres habituales con que se llamaban entre ellos eran: discípulos (Act 6,1 ss.), creyentes (Act 5,14; 21,20) fieles (Eph 1,1), santos (Act 26,10; Rom 8,27; 15,25), llamados, elegidos (Rom 8,33; 16,13; Col 3,12), hermanos (Act 1,15); de estos calificativos los más comunes son «santos, hermanos, discípulos». Para designar al cristianismo los c. emplean los términos: el camino (Act 9,2; 19,9.23), la fe (Act 14,22). Los judíos, por su parte, llaman a los c.: nazarenos (Act 24,5), secta (Act 24,5; 28,22).
      Origen del nombre. ¿Por qué, pues, en Antioquía los discípulos de Jesús comienzan a llamarse «cristianos» y quién les dio este nombre? La palabra christianós o es toda ella un latinismo o tiene al menos una desinencia latina, ya que el vocablo griego derivado de Christós sería christeios. La desinencia anos, ano¡ indica habitualmente a los partidarios o seguidores de algún hombre célebre: cesarianos, pompeyanos, flavianos, ciceronianos, herodianos, neronianos...
      En Antioquía los discípulos de Jesús comienzan a ser un grupo numeroso dentro de la sociedad. Judíos y gentiles, integrados en la nueva fe, necesitan un nombre público y oficial que les distinga netamente y que les identifique como seguidores de Jesús. Y surge el nombre de christianós. El verbo griego chrematisai tiene en Act 11,26 una significación oficial: un título dado. ¿Se lo dieron a sí mismos los seguidores de Cristo o lo recibieron de otros? Conviene advertir que del verbo chrematisai, en contra de lo que supone Leclercq, nada podemos deducir en esta cuestión, porque puede traducirse muy bien con expresiones que favorecen ya una parte ya otra de la alternativa: «tomaron el nombre», «se llamaron», «fueron llamados». A la pregunta propuesta los autores responden de muy distinta manera. Sintetizamos las opiniones indicando escuetamente la razón que fundamenta cada una de ellas.
      1) No hay base suficiente para decir que el nombre fue dado por los paganos y no por los mismos c., aunque es verosímil que tenga origen en la población pagana cuando el movimiento c. comenzó a ser distinguido de la comunidad judía (G. W. H. Lampe). Pudo haber procedido de los mismos discípulos, porque era un nombre apto que identificaba el grupo por su común lealtad a Jesús como el Cristo enviado por Dios (F. V. Filson).
      2) La terminación latina del nombre sugiere que éste fue acuñado en Antioquía por la policía romana (H. Leclercq) o por los oficiales romanos para designar el movimiento cristiano, como hostil a Herodes Agripa (E. Peterson) por su colaboración con Roma (A. von Harnack, H. Karpp).
      3) El pueblo romano, y en Roma, designó así a los seguidores de Cristo (F. C. Baur). Baur funda su aserto en la desinencia latina del nombre. Pero debe decirse que esta desinencia era frecuente en Oriente, introducida por los romanos.
      4) Fueron los paganos de Antioquía quienes por vez primera llamaron c. a los discípulos de Jesús. La ignorancia del pagano se manifiesta en haber tomado como nombre propio un adjetivo indeterminado. Significando Cristo «ungido, mesías», el c. era el creyente en un cristo cualquiera (y existieron muchos) y no propiamente en Jesús (H. Leclercq, A.. Ferrua). En Antioquía los paganos oyeron por vez primera que la «sinagoga», compuesta de judíos y gentiles, estaba organizada sobre un nuevo principio y centro, que era Cristo, a quien daban culto, y acuñaron la palabra christianós para designar a sus discípulos (F. D. Gealy). Otros autores afirman que el término es de procedencia pagana no especificada, después del a. 79 (Schniedel), o de Asia Menor, hacia el a. 90 (R. A. Lipsius).
      Debemos concluir que sea lo que fuera del medio social en que se originó el nombre, lo importante es que aparece cuando la Iglesia inicia una nueva y decisiva etapa con la admisión de judíos y gentiles con igualdad de derechos.
      Antigüedad del nombre. ¿Cuándo se acuñó la palabra christianós? Parece que fue antes de la persecución de Herodes, pero no hay nada cierto. Las frases de Act 11,26 y 12,1 son demasiado indefinidas para que puedan arrojar luz en este problema. Lo que sí está en contra de los testimonios históricos es la afirmación de que en boca de los paganos solamente hacia el a. 100 los c. comenzaron a ser distintos de los judíos; y sólo entonces recibieron de aquéllos un nombre propio. La frase de Act 11,26 indicaría la diferenciación en aquel tiempo y lugar de una comunidad cristiana de la hebrea, y no propiamente la aparición de un nuevo nombre. El nombre de christianós aparecería en 1 Pet 4,16. Esta postura nos parece gratuita y sin fundamento sólido. No solamente los testimonios históricos la rechazan, como a continuación veremos, sino el mismo texto de Act 11,26; pues si la frase del texto no significa la aparición de un nombre para designar a los discípulos de Jesús, debe concluirse que no significa nada.
      El término christianós parece ser de uso corriente en tiempo de Nerón, según la afirmación clara del historiador latino Tácito, quien designa a las víctimas del a. 64 con el nombre de c.: « quos per f lagitia invisos vulgus chrestianos appellabat» (Anuales, 15,44); la afirmación indicaría que su origen fue netamente anterior. La palabra c. la hallamos en la Didajé (v.) o Doctrina de los Apóstoles (n° 12); JeanPaul Audet, en un estudio amplio y exhaustivo, escribe con relación a la fecha de la Didajé: «Estamos en la primera generación cristiana nacida de la misión a los gentiles, a poca distancia, según parece, en el tiempo, si no en el espacio, de 1 Cor 810; Rom 14; Col 2,16,2023 y 1 Tim 4,3, entre los años 5070, teniendo en cuenta cierto margen de error en la fecha inferior» (p. 199). En tiempo de S. Ignacio de AntioCRISTIANOS, PRIMEROSquía (v.) el término es aceptado plenamente en la Iglesia; S. Ignacio usa cinco veces el nombre christianós y tres veces el de christianismós. El Martyrium Policarpi tres y una respectivamente (PG, V). Igualmente los escritores apologetas: Justino, Atenágoras, Teófilo, etc.
      Se ha intentado dar razón de la ausencia casi total del término c. en el N. T. Algunos lo explican diciendo que este término implicaba desprecio, insulto (H. Leclercq, A. Ferrua), escarnio (F. D. Gealy), condenación (H. Karpp), como parecen indicar los textos de Act 11,26; 26,28; y 1 Pet 4,16. Quizá, dicen, el vulgo, en el fondo del nombre christianós vio el adjetivo chrestós, que, unido al sentido de «bueno», tenía también el de «simple», «despreciable». De aquí que los fieles no se decidieran a aceptarlo hasta que el autor de la primera carta de Pedro les exhorta a considerar honroso un nombre que recuerda la unción divina de Jesús. Aunque los escritores c. tratan de defender el nombre c. contra los insultos de paganos y judíos, de esta defensa no se deduce que el nombre en sí mismo considerado incluyese escarnio, desprecio, sino que intentan descubrir el significado de la palabra para indicar que la fe en Cristo es una cosa buena y agradable a Dios (cfr. S. Justino Mártir, Apología I pro christianis, 12: PG VI, 346; Teófilo Antioqueno, Ad Autholycum, 1,1,12: PG VI, 1025,1041).
      Puede aventurarse la siguiente razón explicativa del escaso uso de la palabra c. en el N. T.: los c. para designarse entre sí, tenían otros términos más cordiales, más cargados de sentido; c., en cuanto nombre oficial y público, muy probablemente acuñado en ambientes extraños a la nueva fe, no servía tanto para expresar la relación íntima y profunda entre los seguidores de Jesús, y por eso pospusieron su uso.
      Forma original del nombre. Otra cuestión discutida entre los autores versa sobre la forma primitiva del nombre: ¿christianós o chrestianós? Encontramos, tanto en los códices bíblicos como en los autores antiguos y en los textos epigráficos, las dos ortografías: con «i» y con «e». Así el códice Sinaítico escribe chrestianos en Act 11,26; 26,28 y 1 Pet 4,16. Lo mismo Tácito y Suetonio; igualmente se halla esta ortografía en bastantes textos epigráficos (F. Blass, Kaibel). Se ha dicho por autores eminentes que los escritores apologetas derivan el nombre tanto de Christós como de Chrestós. Pero leyendo los textos detenidamente se desprende que lo que hacen es un juego de palabras entre christós «ungido», chrestós «útil» y euchrestós «bueno». No se debe odiar el nombre de c., porque lo que está ungido es suave, bueno y útil (cfr. S. Justino Mártir, Apología I pro christianis, 5: PG VI, 333; Teófilo Antioqueno, Ad Autholycum, 1,1,12: PG V1,1025,1041). Esta doble ortografía nada tiene de extraño, sabiendo que, en virtud del itacismo, la «e» y la «i» se pronunciaban «i». Además, al principio de la Era cristiana existía una gran afición por el juego de palabras; y tratándose de un ambiente en el que la inmensa mayoría no sabía leer ni escribir, muchos pronunciaban a la ventura.
      E. J. Bickermann dice que la forma primitiva y original del vocablo c. solamente puede identificarse si antes se determina su origen y procedencia. Si el nombre fue acuñado por los mismos c., solamente podrían haber escrito christianoi, derivando la palabra de Christós «ungido, mesías». Si el nombre fue acuñado por los paganos (romanos o griegos), su ortografía original pudo tener «e» o «i». Aquellos que conociesen que el Señor de los discípulos era Christós pudieron formular la palabra tal como nosotros la tenemos. Aquellos para quienes el vocablo christós, era ininteligible pudieron fácilmente haberlo confundido con el nombre propio griego Chrestós, que significa «bueno, útil, digno». Al oír pronunciar Christós, ellos entendían Chrestós. En este último caso la «e» habría sido corregida en «i» cuando los c. se decidieron a aceptar el título.
      La explicación de Bickermann parece demasiado sencilla para que sea verdadera. En esta hipótesis, ¿cómo se explica que, aún después de hacerse corriente el nombre de c. entre los mismos discípulos de Cristo, hayan coexistido las formas Chrestós y Christós, chrestianoi y christianoi? Hemos dicho antes que en los textos c., posteriores a la aceptación corriente del nombre, se hallan las dos formas, lo que sería incomprensible si los c. hubiesen corregido la «e» primitiva en «i». Lo mejor es concluir que el título de christianoi se originó por la creencia y adhesión de los c. a Cristo. El cambio de una letra por otra carece de importancia en un tiempo en que este fenómeno fonético era muy común.
     
      V. t.: ANTIGUA, EDAD II.
     
     

BIBL.: R. A. LIPSIUS, Uber den Ursprung und den ültesten Gebrauch des Christennamens, «Gratulationsschrift der Theologische Facultát», Jena 1873, 610; F. BLASS, ChrestianoiChristianoi; «Hermes» 30 (1895) 465470; A. GERCKE, Christusname ein Scheltname, «Fetschrift zur Jahrhundertfeier der Universitát, Breslau» (1911) 300373; H. LECLERCQ, Chrétien, en DACL 111,14641478; P. DE LABRIOLLE, Christianus, «Alma» 5 (192930) 6987; A. FERRUA, Christianus sum, « Civiltá Catolica» 2 (1933) 552 ss., 3 (1933) 13 ss.; H. J. CADBURY, Names for Christians and Christianity in Acts, en F. J. FOAKESJACKSON, The Beginnings of Christianity, 5, Londres 1933, 383386; E. PETERSON, Christianus, en Miscellanea G. Mercati, I, Ciudad del Vaticano.1946, 355372; E. J. BICKERMANN, The Name of Christians, «Harvard Theological Rev.» 42 (1949) 109124; A. FERRUA, Cristiano, en Enciclopedia Cattolica, IV, Ciudad del Vaticano 1950, 909910; A. KARPP, Christennamen, en RAC II,11141138; E. HAENCHEN, Die Apostelgeschichte, Gotinga 1956, 318319; 322323; H. B. MATTINGLY, The Origin of the Name Christian, «Journal of Theological Studies» 1 (1958) 2637; J.P. AUDET, La Didaché, Instructions des Apótres, París 1958, 199, 239; F. D. GEALY, Christian, en The Interpreter's Dictionary of the Bible, Nueva York 1962, 571572; H. HAAGS. DE AUSE1o, Cristianos, en Diccionario de la Biblia, Barcelona 1963, 396; G. STAHLIN, Die Apostelgeschichte (Das Neue Testament Deutsches Neues Góttinger Bibelwert), Gotinga 1966, 163; K. H. REUGSTORF, Christianos, en. Theologisches Begriffslexikon zum Neuen Testament, ed. L. COENEN, Wuppertal 1968, fase. 7,767768.

 

CARLOS DE VILLAPADIERNA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991