Tendencia a considerar todo el mundo como patria propia. Se funda en la
igualdad originaria de todos los hombres rechazando el poligenismo, el
racismo o el nacionalismo. La primera manifestación histórica de la
igualdad y universalidad del género humano tuvo lugar hacia el s. III a.
C. El estoicismo (v. ESTOICOS) elaboró una doctrina de la igualdad de
helenos, bárbaros y esclavos fundada en el hecho de ser seres dotados de
razón. Existe una comunidad de todos los hombres. Los que la siguen obran
de acuerdo con la ley divina y son verdaderos sabios. El hombre racional
es cosmopolita, ciudadano del mundo, porque obedece a la ley común del
género humano. El sabio no tiene patria, y el mundo constituye una
cosmópolis, una polis gigantesca. El gobierno particular de las ciudades o
de las monarquías, que distingue a ciudadanos y a extranjeros, sólo se
justifica como mal menor. «Donde quiera que haya un hombre, hay sitio para
un beneficio», decía Séneca. El bien racional debe orientar las acciones.
Sin embargo, el sabio estoico carece de amor. Su c. no pasa de la
comunidad de sabios. Mas, al convertirse en filosofía dominante del
Imperio romano por motivos intelectuales y utilitarios, dulcificó las
costumbres y el Derecho. Muchos esclavos fueron miembros preeminentes y
dentro del Derecho se favoreció el desarrollo del Derecho de gentes.
Contribuyó a debilitar los sentimientos nacionalistas de los Estados
paganos y preparó el terreno al cristianismo, el cual, sosteniendo los
mismos principios, los funda en el amor, no en la razón: por la caridad o
el amor, todo hombre, como hijo de Dios, considera a otro un igual. El
localismo que siguió al derrumbamiento del Imperio reavivó el
provincianismo y redujo la cosmópolis a la comunidad de los creyentes.
Empero, mientras la Iglesia mantuvo su posición de predominio, conservó el
latín como lengua universal, impuso el Derecho canónico y alentó aquel
ideal de catolicidad por encima de las diferencias particulares de orden
secular entre los distintos pueblos y legislaciones. Mas no pudo impedir
la aparición de la conciencia nacionalista que llevó a la formación de los
Estados nacionales, recluyéndose los ideales universalistas en el ámbito
católico y en la mentalidad de los hombres cultos y de los humanistas.
La expansión extraeuropea llevó el fermento por todo el orbe.
Teólogos y misioneros lo difundieron con el cristianismo. En la misma
Europa las luchas entre los Estados avivaron la conciencia de que por
encima de las diferencias de religión, de nación o de raza existe un ideal
humano, al cual dieron expresión los grandes teólogos españoles de los s.
XVI y XVII. En los EE. UU. de Norteamérica, la llegada de emigrantes
europeos que huían de las controversias nacionalistas fermentó ese
espíritu. También colaboraron el desarrollo científico y la expansión del
comercio a escala planetaria. En el s. XIX se abolió la esclavitud y el
movimiento obrero creó la conciencia internacionalista. Actualmente
constituye también otro factor importante la potencia de los armamentos.
Pero el nacionalismo decadente ha vuelto a reavivarse, especialmente en
los países subdesarrollados. La Cruz Roja o la UNESCO v las Naciones
Unidas impulsan el c., cuyo mayor enemigo son las tendencias
centralizadoras de los Estados.
El c. se desarrolló doctrinalmente por necesidades concretas de la
colonización de Hispanoamérica: Vitoria (v.) fundó el Derecho
internacional. Ha recibido nuevo impulso de los Papas y del Conc. Vaticano
II: congregada la familia humana «en una sola unidad y cada día más
conscllente de ello en todas partes, no logra realizar la obra que le
corresponde, es decir, construir un mundo verdaderamente más humano para
todos los hombres y en todas partes» (const. Gaudium et spes, 67) porque
«el desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo
solidario de la Humanidad. El hombre debe encontrar al hombre, las
naciones deben encontrarse entre sí como hermanos y hermanas, como hijos
de Dios.
En esta comprensión y amistad nuestra, en esta comunión sagrada,
debemos igualmente comenzar a actuar a una para edificar el porvenir común
de la Humanidad» (ene. Populorum progressio, 43).
BIBL.: I. MARITAIN, Filosofía
moral, Madrid 1961; J. LECLERCQ, Las grandes líneas de la filosofía moral,
3 ed. Madrid 1960; R. ARON, Dimensiones de la conciencia histórica, Madrid
1962; fD, Paz y guerra, Madrid 1963; L. HANKE, La lucha española por la
justicia en la conquista de América, Madrid 1967.
D. NEGRO PAVÓN.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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