COSMOGONÍA I. RELIGIONES NO CRISTIANAS.


Del griego kosmos, que originariamente significa belleza, orden, y de gignomai, nacer, producirse, la c. es la ciencia o el sistema que trata de la creación u origen del mundo organizado. El concepto de cosmos, en el sentido de aspecto armónico del universo, es originario de los griegos; pero se encuentra ya implícito en las concepciones del mundo oriental prehelénico sobre el origen de los cielos y la tierra y de las aguas superiores e inferiores. Los hombres de todas las edades y latitudes se han planteado diversas preguntas en torno al origen del cosmos: ¿Ha sido siempre así? ¿Cómo ha llegado a transformarse en lo que es? ¿Intervinieron agentes externos al mismo en su creación? Como decía H. Poincaré, «el problema sobre el origen y formación del mundo ha sido la preocupación constante de los hombres reflexivos de todos los tiempos, pues es imposible contemplar el espectáculo del universo estrellado, sin dirigirse la pregunta de cómo ha sido formado» (Lecons sur les hypothéses cosmogoniques, 2 ed. París 1913).
      Las c. de todos los pueblos, primitivos y civilizados, han querido satisfacer esta curiosidad natural y universal. Nos fijaremos tan sólo en las c. principales de los antiguos pueblos del Próximo Oriente.
      En la Biblia. La c. israelita es la más sobria de todas, pues se limita a dar solución a la más importante de todas las preguntas, al afirmar categóricamente que el universo no es eterno, sino que fue creado en el instante inicial, sin instante que le precediera, por un Dios personal único, eterno, trascendente, que existía antes e independientemente del mundo. Para los autores bíblicos, el cosmos y todos sus elementos existen porque los creó Dios. Dios creó la luz, el firmamento y las lumbreras existentes en el firmamento de los cielos; hizo que las aguas de arriba y de abajo (del abismo) no rebasaran sus límites; mandó que hirvieran de peces las aguas, y que la tierra hiciera brotar seres animados según su especie. La ciencia actual lanza una hipótesis tras otra sobre el comienzo del mundo. La Biblia las soporta todas, no las contradice, ni tampoco apoya a ninguna en particular. Únicamente rechaza la de aquellos sabios que saliendo fuera de su esfera, abusan de su método científico y pretenden eliminar la intervención del Creador. El Hexamerón bíblico no es un reportaje sobre el modo cómo fue creado el mundo en el principio (in initio temporis), sino una explicación teológica del hecho de la creación (cfr. Gen 12).
      La Biblia afirma que los cielos y la tierra y cuanto en ellos existe deben, en último término, su existencia a Dios; pero no señala qué cosa creó Dios en concreto al principio, en qué estado creó Dios inicialmente al mundo (átomo primitivo, partícula de energía, etc.), ni cómo Dios procedió en su creación, ni cuándo, por su creación, comenzó el mundo, no oponiéndose a las hipótesis científicas que asignan al universo miles de millones de años, que nada cuentan al lado de la eternidad de Dios, pues «el ser divino, sin sucesión, se posee todo entero simultáneamente» (S. Tomás, Sum. Th. 1 q46 a2 ad5). Tampoco especifica la circunstancia de si Dios intervino inmediatamente en la creación de cada ser y especie que iniciaba su existencia por separado, o si la intervención divina inmediata fue solamente en el principio, en aquel instante inicial en que no había ayer porque el ayer no tenía espacio. Pero además de la acción divina creadora inicial, la Biblia enseña formalmente que Dios intervino inmediatamente en la creación del hombre (antropogonía), ya que sólo por Él pudo el hombre ser creado a imagen y semejanza de Dios (v. CREACIÓN I y III).
      Esta sobriedad, grandeza y espiritualidad de la c. bíblica contrasta con las c. de otros pueblos del antiguo Próximo Oriente, que a menudo se funden con teogonías (v.) absurdas. De entre las principales c. orientales escogemos las de Egipto, Sumeria, Babilonia y Fenicia.
      Egipto. Son muy heterogéneas las leyendas cosmogónicas de los antiguos egipcios, creadas por los sacerdotes de los tres grandes centros religiosos: Heliópolis, Hermópolis y Tebas. Los antiguos egipcios admitían tres mundos: el de los dioses, el de los vivientes y el de los muertos. En el cap. 17 del Libro de los Muertos (del 2000 a. C.), dice AtomRe, el dios creador: «Yo soy Atom cuando yo estaba solo en Nun (las aguas primordiales, de las que salió la vida); yo soy Re en su primer aparecer, cuando él comenzó a gobernar lo que había hecho». Él apareció como el rey único antes que el dios del aire, Su, separara los cielos y la tierra, «cuando él estaba sobre la colina que se halla en Hermópolis». Así, pues, el dios AtomRe comenzó la creación situado sobre una colina, que emergió del agua abismal (Nun). «Yo soy el gran dios que vino al ser por sí mismo. ¿Quién es él? El gran dios que vino al mundo por sí mismo es el agua (Nun); él es Nun, el padre de los dioses». En otra versión se lee: «él es Re. El que creó sus nombres, el señor de la Eneada» (J. M. Pritchard, o. c. en bibl., 45). En el panteón egipcio se citan, entre los dioses cósmicos, los siguientes: Nun, las aguas primordiales; Nut, el cielo; Geb, la tierra; Su, el aire; Re, el sol. Entre las divinidades femeninas, citamos a Nut, la diosa del cielo, que el dios Su, aire, separó de su marido Geb, la tierra. Nuto.
      Cosmogonía azteca; Biblioteca Nacional, Madrid.
      se representa bajo la forma de una vaca, en cuyos flancos boga el sol y brillan las estrellas. El cuerpo de la diosa, a menudo representada cubierta de estrellas, forma el firmamento, y sus brazos y piernas constituyen las columnas que lo sostienen.
      En el fragmento «El dios y su desconocido nombre de poder», dice Re, ante la admiración de todos los otros dioses: «Yo soy el que hizo los cielos y la tierra, el que juntó las montañas y creó lo que está en ellas. Yo soy el que hizo las aguas, de modo que la vaca celeste pudo venir al ser. Yo soy el que hizo el toro para la vaca, de suerte que los placeres sexuales pudieran existir. Yo soy el que hizo el cielo y los misterios de los dos horizontes, para que pudiera ser colocada allí el alma de los dioses. Yo soy el que abrió sus ojos, para que la oscuridad existiera. Yo soy el que hizo las horas, para que existieran los días. Yo soy el que abrió el año y creó el río. Yo soy el que hizo el fuego viviente para traer al ser la obra del palacio. Yo soy Kepri en la mañana, Re al mediodía, Atom al atardecer» (ib., 12). En el Himno a AtomRe, entre otras cosas se dice de él: «Es el más viejo del cielo y el primogénito de la tierra, señor de cuanto existe, perdurando en todas las cosas, único en su naturaleza como el fluido de los dioses, el excelente Toro de la Eneada, jefe de todos los dioses, el señor de la verdad y padre de todos los dioses, quien hizo la humanidad y creó las bestias, señor de cuanto existe, quien creó los árboles frutales..., el único jefe quien hizo la Tierra entera» (ib., 365). Como dejamos dicho, son múltiples las c. propuestas por los antiguos egipcios, pero todas se confunden y entrelazan con teogonías (v. EGIPTO VII).
      Sumeria. Algún parecido con las c. egipcias tienen las que son originarias de Sumeria (v. SUMERIA III). Junto a su numeroso panteón, los sumerios admitían algunas fuerzas ordenadoras, tales como la fuerza divina (me), las reglas (gisnur) y la suerte (namtar). La formación del cosmos se explica diciendo que, en primer lugar emergió del océano abismal (nammu) el monte eterno o montaña cósmica, pero el elemento masculino, el cielo (Anu, An), y 'el femenino, la tierra (Ki) no estaban todavía separados. El dios aire (Enlil), nacido de la unión de Anu y Ki, dividió a ambos, formando la bóveda celeste. La unión de Enlil con su madre la Tierra dio origen al mundo organizado, al hombre, a los animales y plantas. Los dioses crearon el universo, y lo hicieron por el poder divino creador de su palabra. Algunos dioses existían ya antes que los cielos y la tierra se separaran; otros fueron creados posteriormente. Nada dicen las c. sumerias del origen del mar primordial, que quizá consideran eterno (cfr. S. N. Kramer, o. c. en bibl., 122151).
      Babilonia. La más conocida de las c. babilónicas se halla en el poema Enuma Elis, comúnmente llamado Epopeya de la Creación, que se recitaba solemnemente el día cuatro de la fiesta del Nuevo Año. No existe acuerdo en señalar la época de su composión, pero la mayoría de los autores lo fijan en la primera parte del II milenio a. C. Con el tiempo sufrió cambios de índole teológica e histórica. El poema empieza por remontarse a los mismos orígenes, cuando nada existía todavía, ni los mismos dioses. «Cuando en lo alto no se había nombrado el cielo y abajo, la tierra no había recibido nombre, sólo el primordial Apsu, su padre, y MummuTiamat, la madre de todos, sus aguas fundieron en un solo cuerpo». Todos los dioses y todos los seres salieron de este caos u océano primordial. Los primeros dioses creados fueron Lahmu y Lahamu, y a continuación siguieron otros. Estos dioses con sus alborotos turbaron la paz de Apsu, quien se quejó ante Tiamat, diciendo: «Sus estratagemas me resultan repugnantes; durante el día no tengo alivio ni descanso durante la noche. Voy a destruirlos y aniquilarlos, para que haya tranquilidad y podamos descansar» (tablilla la). Apsu fue derrotado por los dioses y Tiamat quiso vengar la muerte de su esposo. Pero los dioses delegaron su poder en Marduk, el cual entró en lucha contra Tiamat, la personificación del mar.
      Reunidos los dioses en consejo proclamaron a Marduk jefe supremo. «Marduk es rey, y le otorgaron el cetro, el trono y el vestido real; le dieron dardos incomparables para defenderse de los enemigos, y dijeron: ve y quita la vida a Tiamat» (tablilla 3a). La lucha entre Marduk y Tiamat fue feroz. «Se encontraron Tiamat y Marduk... lucharon en combate singular cuerpo a cuerpo; Marduk desplegó su red para envolverla; desencadenó sobre su faz el viento maligno, que soplaba por detrás; cuando Tiamat abrió la boca para destruirlo, él le hizo entrar el viento maligno para que no pudiera cerrar la boca. Los vientos feroces hincharon su vientre, su cuerpo quedó tendido y su, grande boca abierta... Cuando Marduk hubo vencido... puso boca abajo a Tiamat, a quien había atado. El señor pisó sobre las piernas de Tiamat, con su inexorable maza rompió su cráneo. Cuando hubo roto las arterias de su sangre, el viento norte le llevó a lugares recónditos... Después Marduk se detuvo a contemplar su cuerpo muerto. Partió la carne monstruosa y concibió hacer obras artísticas. Él la partió como una ostra, en dos partes; con una de sus mitades formó el cielo, echó el cerrojo y puso guardias; les ordenó que no dejaran salir las aguas» (tablilla 4a).
      Dueño absoluto y vencedor de sus enemigos, Marduk se dispuso a ordenar la mansión de los dioses y a crear las estrellas, imagen de los dioses, y las estaciones. Se dice en la tablilla 5a: «Construyó una mansión para los grandes dioses. Instaló las estrellas, que son su imagen; determinó el año, delimitó las estaciones; para los doce meses instaló tres estrellas. Después que hubo fabricado imágenes para los días del año... creó la luna para que iluminara, confiándole la noche; le designó como cuerponocturno para regular los días; cada mes, sin cesar, le da la forma de una corona: Al principio del mes para que brilles sobre la Tierra; enseñarás cuernos para determinar seis días; en el día séptimo, dividirás en dos la corona; al día catorce, ponte en frente...». La continuación del relato se interrumpe por dos lagunas, en donde, según se cree, se describía la organización de la tierra.
      En la tablilla 6a se relata la creación del hombre por Marduk, a fin de asegurar el culto de los dioses: «Cuando Marduk oyó las palabras de los dioses, su corazón le impulsó a hacer cosas artísticas. Al dios Ea dio la palabra de su boca, lo que su corazón había meditado, su decisión le comunicó: Amasaré sangre, haré huesos; ciertamente, yo suscitaré el hombre, su nombre será `hombre'. Formaré al Lulu, al hombre; le será impuesto el culto de los dioses, que ellos estén tranquilos». Resumiendo, en la c. babilónica se habla de un caos acuoso primitivo, de las tinieblas que cubren el océano primordial, que se identifican con Tiamat, de la separación entre el cielo y la tierra, de las aguas inferiores y superiores, de los astros que sirven para señalar el tiempo, de la creación del hombre por Marduk al fin de la creación (v. BABILONIA III).
      Fenicia. La c. de los fenicios nos es conocida por Filón de Biblos (vivió ca. 100 a. C.), el cual dio a conocer a los griegos las creencias de su pueblo. Dice que escribe lo que le enseñó un antiguo sacerdote fenicio, Sancuniaton. Según Filón, en el origen de todo existía el océano tenebroso y un viento fortísimo y borrascoso. Después el caos y el viento se fundieron, de donde nació una masa acuosa, que tomó la forma de un huevo, el cual, al partirse por medio, hizo que aparecieran los cielos y la tierra, los astros y los animales. En la literatura ugarítica (v. UGARIT) del ciclo de Baal (v.) y Anat, se habla de la lucha entre Baal y Yam, el dios del mar, con la victoria de Baal. Pero Baal fue muerto por Mot, el dios del mundo subterráneo, con la desaparición consiguiente de toda vegetación. Ante la desesperación de los dioses, Anat desciende al infierno en busca de Mot, se apodera de él y «lo corta con la espada, lo criba, lo quema con fuego, lo muele con el molino, lo siembra en el campo. Los pájaros se comen lo que resta, los pájaros devoran las partes» (S. Moscati, Le antiche Civiltú semitiche, 141142).
      Grecia. Sería largo exponer la problemática de los antiguos griegos sobre el origen del cosmos, por lo que aludiremos sólo al pensartliento de Homero y Hesíodo. Para Homero (v.), el Océano, el grande río que fluye alrededor de la tierra, fue el progenitor de todos los seres (Ilíada, XIV,264). En otro lugar (XIV,201), el Océano es el padre, y Tetis la madre de todas las cosas. Tetis, cuyo nombre se relaciona con zeszai (chupar), simboliza la madrenutriz, la Tierra, junto a la cual está la diosa Noche. Para Hesíodo (v.), el caos fue el principio del universo. Después del caos vino la Tierra, el Tártaro y el Eros. Del caos nacieron Erebo y la Noche; la Tierra para el cielo, los montes y el mar. Después, uniéndose con el cielo, da origen a las varias estirpes de dioses.
      En las concepciones cosmogónicas del antiguo Próximo Oriente, a excepción de la c. bíblica, aparece la teogonía (v.) como primer peldaño de la c. Ante la contemplación y belleza del universo, los antiguos orientales atribuían su origen y formación a uno o varios dioses, que a veces no son otra cosa que personificaciones de los principales elementos de la naturaleza.
     
     

V. t.: ÁFRICA VII; AZTECAS II; MAYAS II; DUALISMO; etC. BIBL.: L. LÉVYBRUHL, La mythologie primitive, París 1925; V. L. GROTTANELLIM. CAMOZZINI, COsmogonía, en EnciclopediaCOSMOGONíA II IIICattolica, IV, Ciudad del Vaticano 1950, 691701; F. M. T. DE LIAGRE B¿)HL, Kosmogonie, en LTK 6,567569; S. M. LEACH, The Beginning. Creation Myths around the World, Londres 1956; L. ARNALDICH, El origen del mundo y del hombre según la Biblia, 2 ed. Madrid 1958. Para la c. egipcia: K. SETHE, Urgeschichtliche und dlteste Religion der Aegypter, Leipzig 1930; A. ERMAN, La Religion des égiptiens, París 1952, 31128; L. SPEELERS, Égypte, les légendes de la création, en DB (Suppl.) 2,828831. Sobre las c. sumerias : F. SCHMIDTKE, Urgeschiclite der We1t im sumerischen Mythus, Bonn 1950; S. N. KRAMER, La historia empieza en Sumer, Barcelona 1958. Sobre la c. fenicia: S. MOSCATI, Storia e civiltá dei Semiti, Bar¡ 1949; íD, Le antiche civiltá semitiche, Bar¡ 1958, 141159. Sobre la c. asirobabilónica : R. LABAT, Le poéme babylonien de la Création, París 1935; J. M. PRITCHARD, Ancient Near Eastern Texts, Princeton 1955. Traducción parcial de estos textos en castellano, en M. BALAGUÉ, Prehistoria de la salvación, Madrid 1967, 343397.

 

LUIS ARNALDICH.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991