COEDUCACION


Por c. se entiende la educación que, de un modo conjunto, se imparte a sujetos de ambos sexos en la misma institución educativa; a veces por c. completa se entiende la que no se limita a los centros de enseñanza, sino que se extiende a otros estamentos que tienen que ver con el completo proceso educativo. Se realiza, pues, en la institución una convivencia, dentro de una misma orientación de tipo educativo, sin que la diferencia de sexo sea tomada como factor estructural de la educación. Ciertamente, hay que afirmar que es más sencillo educar por separado que coeducar. Supone por ello una responsabilidad para el centro hacerse cargo de la educación de alumnos y alumnas en régimen de convivencia. La distinción de sexos es una realidad y los educandos no deben ser formados de espaldas a ella, sino que han de adquirir una formación y una madurez también en ese aspecto. La educación no debe desconocer la sexualidad. Ahora bien, ¿la convivencia de alumnos de uno y otro sexo es el mejor camino para llevar a esa maduración o acaso supone una dificultad?; niños y niñas, adolescentes de uno y otro sexo deben ser preparados para la vida de adultos en todas sus dimensiones, y para ello ayuda la convivencia, pero ¿es al efecto recomendable la convivencia precisamente en el mismo proceso educativo o, al contrario, forzar ahí la convivencia es un factor artificial que perjudica? En torno a esas preguntas giran las discusiones sobre la c., que agitan todavía a la doctrina.
     
      Ha sido a finales del s. XII cuando se ha planteado la c. como problema, atendiendo no sólo a motivos de tipo ideológico, sino a otras causas como la universalización de la cultura, la búsqueda de igualdad de derechos para la mujer (el movimiento feminista ocurrido después de la 1 Guerra mundial eXIgió para la mujer idénticos derechos educativos que los que poseía el hombre), los fuertes costos de la educación para muchos Estados, etc. En los Estados Unidos la c. aparece a finales del s. XVIIc (1784, en Leicester Academy); y por motivos estrictamente económicos, escasez de maestros y de edificios, estas escuelas tuvieron un rápido incremento. Estadísticas realizadas algunos años después descubren que, en las escuelas primarias públicas, el 96% de los alumnos son coeducados, y en la escuela secundaria el 95%. En los centros privados, habida cuenta de que las escuelas católicas no admiten la c., los porcentajes bajan al 40%. Buen número de países del norte de Europa adoptaron también la c. En la capital de Suecia se aplica en 1876, generalizándose a todo el país en 1904. El literato noruego Ibsen inicia el movimiento coeducacional en Finlandia en 1883. En algunos centros superiores noruegos se incorpora el sistema en 1884. En Inglaterra, para la enseñanza primaria, se acepta en 1870; en China, en 1919; Rusia la introduce por vez primera en 1918, la rechaza en 1943 y la acepta de nuevo en 1953.
     
      En España, en tiempos de la Institución Libre de Enseñanza, se verificaron algunos intentos. La Iglesia católica rechaza el sistema, oponiéndose sobre todo a su aplicación en determinadas edades, como la pubertad y adolescencia (cfr. ene. Divini illius Magistri, cap. V,42). En general, los teóricos de la llamada «educación nueva» han abogado por la implantación de la c. en todos los grados de la enseñanza, pero las posiciones a favor y en contra han sido y siguen siendo muy diversas. Conviene reparar, empero, en que han sido rarísimas las experiencias completas que ha habido con este sistema. No han faltado, en efecto, intentos de c., pero han sido parciales, limitados la mayor parte de las veces a la asistencia común a las clases. Y la discusión a nivel teorético-pedagógico se mantiene viva. Vamos por eso a analizar, con el detenimiento que sea posible, los argumentos esgrimidos en favor y en contra, de forma que el propio lector podrá sacar algunas consecuencias.
     
      Argumentos a favor. La escuela debe hacerse a imagen de la vida, la escuela prepara para la vida. Esta idea es fundamental, afirman los partidarios de la c., para plantear y decidir sobre el problema que estamos tratando. E insisten: si la separación entre sexos no existe ni en el grupo familiar ni en el social, no hay razón para separar en la escuela lo que estos grupos unen naturalmente. Toda separación prolongada es malsana y provoca abundantes desajustes. Han pasado los años en que se creyó a ciencia cierta que la mujer era inferior en muchos aspectos al hombre. Se ha podido comprobar que esto no es cierto y se presume ahora que el mutuo trato y la misma educación contribuirán a que cada sexo complete sus propias deficiencias y adquiera las cualidades del contrario. No es que se olvide que, por haber diferencias fundamentales, hay que atender a impartir una educación diferencial en algunos aspectos; pero se soslayan las diferencias menos acusadas en beneficio del proceso madurativo sexual.
     
      Muchas más ventajas que desventajas, siguen argumentando, encontramos en la c. De un modo sistemático podemos sintetizarlas así: 1) Ventajas pedagógicas. De una parte, la c. excita la emulación de los estudiantes hacia su mejor rendimiento, y puede de este modo valorarse mejor la capacidad de cada uno. Se facilita, de otra, el diálogo educativo entre sexos y con ello se siguen mutuos enriquecimientos. La mujer suele aportar en este diálogo su fácil intuición; el hombre acude al razonamiento. Éstos se pulen en la convivencia, las mujeres adquieren mayor claridad en el juicio y expresión y ambos llegan a conocerse mejor a sí mismos confrontados con el otro. 2) Ventajas psicológicas. El equilibrio psíquico es difícil de lograr en ciertas edades y situaciones, teniendo la cuestión sexual notoria influencia muchas veces. Con la c. ocurre de un modo más natural el proceso evolutivo personal de los muchachos y muchachas; ambos logran un mejor equilibrio psíquico y un desarrollo madurativo más regular. Con la c. se logra un conocimiento más completo del sexo opuesto, libre de fantasías y errores malsanos, y se asegura una mayor espontaneidad en la relación. También se consigue que no se retrase más de lo debido el descubrimiento del otro sexo, con los conflictos propios que esto acarrea, debiendo estar también muy atentos para que no ocurran adelantamientos prematuros. 3) Ventajas sociales. La c. es causa para mejor poder comprender los problemas que comportan las relaciones entre grupos humanos. La cortesía, el civismo y otras muestras de corrección social son fácilmente estimuladas y desarrolladas en los chicos, mientras ellas se hacen más recatadas. El principio social de igualdad de oportunidades puede consolidarse en la mente de los que se coeducan, al descubrirse el mito de la superioridad masculina. Hoy la vida asocia a hombres y mujeres en distintos trabajos; lógicamente debe ser bueno que desde pequeños ellos y ellas aprendan a conocerse, a respetarse y a colaborar juntos. El matrimonio, la familia, como primera célula social, ha de hallar de este modo un soporte más noble y más seguro que el que pueda dimanar del interés o de la escueta atracción de los sexos. La c. favorece la pervivencia de la familia y un armonioso progreso social. 4) Ventajas morales. La experiencia demuestra que la aproximación natural de los sexos interviene ordinariamente de modo positivo sobre los mismos, ya que el impulso erótico queda moderado. En la fase de la adolescencia se les facilita la liberación del momento autoerótico y homosexual de su desarrollo. Los partidarios de la c. dicen haber comprobado el hecho de que la masturbación disminuye entre adolescentes y jóvenes que han sido coeducados.
     
      Argumentos en contra. Las verdades afirmadas por los partidarios son puestas en duda por los contrarios de la c. «¿No es un peligro, nos dice la señora Pardé, directora de un liceo francés, multiplicar excitaciones y tentaciones, en la hora equívoca de la adolescencia, cuando los jóvenes no han adquirido clara conciencia de sí mismos, mientras que su sensibilidad se despierta? Los más débiles corren el riesgo de tener aventuras y acaso irreparables desastres». (cit. por R. Hubert, Tratado de Pedagogía general, Buenos Aires 1965, 409). Estos problemas de promiscuidad sexual han sido denunciados por muchos autores. Opinan otros que para conservar vivos el amor y la ilusión del matrimonio, lo mejor es no forzar una relación excesiva entre adolescentes de ambos sexos, pues otra cosa equivaldría crear un ambiente artificial, que da origen a situaciones de promiscuidad y aleja a los jóvenes del deseo de fundar un hogar. Para Stanley Hall, la c. es causa clara de la disminución de los matrimonios. Según una encuesta realizada en Colorado (Estados Unidos) por B. B. Lindsey, el 90% de los muchachos que habían recibido c., de edad entre 16 y 17 años, reconocen que tuvieron relaciones con los compañeros del otro sexo, en mayor o menor grado; el 10% restante lo componían débiles, amorfos y casi anormales (v. R. Hubert, o. c., 409). Y en Nueva York preocupan las casi dos mil alumnas que cada año han de abandonar las escuelas a causa de embarazo, alumnas de 12 ó 13 años la mayoría. Recordemos otras razones frecuentemente esgrimidas contra la c.: anula la dualidad hombre-mujer en una época en que se tiende a personificar cada vez más la educación, a individualizarla lo más posible. Por eso, escribe el Dr. Zaragüeta: «Es curioso que en una época como la nuestra tan dada al cultivo de lo diferencial, y que en el dominio de las vocaciones va indagándolas y orientándolas con tanta diligencia, se dé la consigna del confusionismo precisamente en el caso de la diversidad y vocación más diáfana, cual es la sexual. Esto hace sospechar finalidades ocultas, o concepciones bien distintas de la moral sexual, en la manera de tratar todo el asunto». En el terreno moral, la c., en vez de moderar el impulso erótico, lo aumenta. La posición católica se nos presenta así, en palabras de Pío XI: «Es erróneo y pernicioso a la educación cristiana el método llamado de la coeducación... El Creador ha ordenado y dispuesto la convivencia perfecta de los sexos solamente en la unidad del matrimonio y gradualmente separada en la familia y en la sociedad...». La Ley de Educación Primaria española (texto refundido por Decr. de 2 feb. 67, art. 14 y 20) dice: «En la enseñanza primaria se observará el régimen de separación de sexos, con las excepciones que se establezcan... Las escuelas de párvulos podrán admitir indistintamente niños y niñas cuando la matrícula no permita la división por sexos...». El Magisterio de la Iglesia y los tratadistas católicos han puesto de relieve que ese restringir la c. no proviene en modo alguno de una prevención ante la sexualidad (la fe cristiana proclama que la distinción de sexos es querida positivamente por Dios y que el matrimonio es un sacramento santificador), sino de una conciencia de las leyes psicológicas y ascéticas que deben regir el desarrollo humano hasta llegar a la madurez. De otra parte han señalado que algunas argumentaciones ideológicas en favor de la c. provienen de una mentalidad naturalista (v. NATURALIsmo) que, al desconocer las reales condiciones existenciales de la persona. no favorece, aunque a veces lo pretenda, el desarrollo de los valores, sino que lo pone en peligro.
     
      Conclusión. Sin formular una conclusión exhaustiva, puede decirse que debe formarse a los alumnos y alumnas en un ambiente de naturalidad y espontaneidad, con todo lo que ello implica a la vez de convivencia e intimidad. Por eso lo más acertado parece ser desaconsejar la c. en el difícil periodo de aparición de las tendencias sexuales (que se corresponde con la enseñanza media) y permitirla en los demás periodos, siempre buscando situaciones vigiladas y enmarcadas en un sano ambiente educativo. Naturalmente que el proceso de aceptación debe ser gradual. El profesorado, tanto en la enseñanza primaria como en la superior, puede ser mixto.
     
     

BIBL.: VARIOS, Coeducación, «Diálogo familia-colegio», n« 40 (monográfico), Granada 1970; C. SÁNcHEz BUCHóN, La coeducación. Un replanteamiento psicopedagógico, «Eidos», 22, Madrid 1965, 71-88; J. GARCíA YAGÜE, Coeducación, en Diccionario de Pedagogía Labor, Barcelona 1964, 181; R. HUBERT, La coeducación de los sexos, en Tratado de Pedagogía General, 5 ed. Buenos Aires 1965, 407; G. GONZALVO, La coeducación de los sexos, «Bordón», n» 75, Madrid 1958, 191-206; 1. M. QUINTANA, El muchacho y sus relaciones con el otro sexo, «Rev. Española de Pedagogía», 72, Madrid 1960, 328-345; H. Rico VERCHER, Niños y niñas en una escuela mixta, «Bordón», 83, Madrid 1959, 161-169; M. GALLARDO ZAMORA, El problema de la coeducación, en VARIOS, Organización Escolar, México 1954; CH. BÜHLER, La vida psíquica del adolescente, Madrid 1947; P. CHAMBRE, La famille et l'école devant Ce probléme de l'éducation sexuelle, París 1948; F. BLANCO NÁJERA, Coeducación y educación sexual, Barcelona 1935.

 

D. DEL Río SADORNIL.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991