CLUNY, ABADIA DE


Origen. El 2 sept. 909 Guillermo, conde de Auvernia y duque de Aquitania, cedía al abad de Baume, Bernon, la villa de Cluny, situada a 15 Km. al NE de Mácon, en el valle del Grosne, bordeado de colinas. Así nacía la célebre abadía borgoñona, cabeza de un extenso movimiento reformador y heredera de la misión y del espíritu de Benito de Aniano (v. BENEDICTINOS I, II). Dos cláusulas de la carta fundacional hacían sospechar que, pese al reducido número de monjes que se le asignaban, 12, el naciente monasterio era un proyecto innovador: debía estar exento de todo poder tanto laico (real o señorial), como religioso (episcopal), y sometido únicamente a la Sede Apostólica. Nace, pues, de una reacción contra el intrusismo civil que minaba los mejores proyectos de reforma monástica. Éstá sometido inmediatamente a un superior regular: Bernon, hombre austero y abad de la triple abadía de Gigny-Baume-Cluny. En enero del 927 Gigny y Baume se separan de C., que se convierte este mismo año en residencia de Odón I, sucesor de Bernon y heredero de su espíritu, y, en consecuencia, en centro de la reforma iniciada en Gigny 24 años antes, en oposición al feudalismo reinante. En marzo del 931, Juan XI consagraba la orientación que le imprimió Odón I y erigía a C. en casa madre de los monasterios ya reformados y de los que en el futuro se reformasen. La Orden cluniacense quedaba jurídicamente constituida, con un poder centralizante en manos de la omnímoda dirección del abad de C. y la supervisión del Papa. En una sociedad feudal, C. representará una gran potencia religiosa feudal.
     
      Desarrollo histórico. La organización bosquejada por Máyolo se perfila bajo el abadiato de Odilón. A su muerte (1049), la Orden de C. está constituida. Orden, porque por una ficción jurídica, todos los religiosos de los monasterios dependientes son considerados como monjes cluniacenses, a semejanza de los cistercienses (Citeaux) y cartujos (Chartreuse). Y da comienzo esa serie de grandes abades, que elevan a C. a una altura increíble y la convierten en pieza maestra de la reforma eclesiástica y vivero de Papas, cardenales, obispos, sabios y reformadores. Entre los 61 abades que a lo largo de sus 880 años de existencia gobiernan los destinos de C., destacan Odón I, Máyolo, Odilón, Hugo y Pedro el Venerable, cinco hombres que llenan los dos primeros siglos de la historia cluniacense, los mejores y más gloriosos. En este tiempo, C. es un auténtico centro internacional de ideas y reformas, y su abad, una potencia que ningún príncipe puede desconocer. En el 965 son en C. 160 monjes; al morir Odilón (1049), 65 abadías, sin contar los prioratos dependientes, constituyen la Orden de C.; 60 años más tarde, a la muerte de Hugo, el número de abadías afiliadas a C. ascenderá a 1.184: la estrella de C. había alcanzado el cenit de su esplendor. Este éXIto asombroso y rápido gira sobre bases eficaces: el apoyo de los laicos y la exención episcopal o real. Y paralelamente, sobre la actuación de S. Hugo, el más grande tal vez de los grandes abades de C., durante cuyo largo abadiato (60 años), la abadía vive sus días más gloriosos. Hugo I de Semur estuvo precedido por otros tres grandes abades: Odón I (15 años), Máyolo (46) y Odilón (55), y seguido de otra gran figura: Pedro el Venerable (35 años): dos siglos y medio en los cuales C. plasmó su fisonomía peculiar conservada inmutable a lo largo de su historia. Tanto que, cuando en el s. XVIII, un Capítulo decide codificar para uso de los monasterios, los principales reglamentos que en su estimación debían mantenerse, creyó lo más viable reimprimir los costumarios de Bernardo (ca. 1063) y de Ulrich (ca. 1080). Este extremado conservadurismo ha permitido reconstruir, con gran abundancia de detalles, la vida de un monasterio cluniacense. Su inmobilismo o estancamiento hizo que a la edad de oro de los s. X y XI (el llamado periodo clásico), siguiese una edad de plata en los s. XII y XIII y, finalmente, una vida sin significación especial dentro de la orientación dada por Odón I. Pero la lenta decadencia de la abadía se explica por la gradual pérdida de los dos pilares que habían sostenido su grandeza: la exención civil y su independencia religiosa. Una mirada al abaciologio cluniacense nos descubre, a partir del s. XIII, una progresiva mediatización de la elección de abades por la monarquía francesa. Los reyes, aun prodigando sus favores, minan metódicamente por su administración los privilegios de la jurisdicción cluniacense. La imposición de abades procedentes de las grandes familias de la nobleza franca, si no siempre obstaculiza una vida religiosa observante, la priva de ese espíritu renovador que originó congregaciones como las de Saint-Vanne y San Mauro.
     
      Con la muerte de Pedro el Venerable y la actividad eclesiástica de S. Bernardo, la estrella de C. pasa a segundo término en el cielo de las reformas. A partir del s. XII, la importancia del abad de C. es tal, que pertenece a las familias reales, y se trata de igual a igual con los soberanos. «Durante dos siglos, C. representa la forma ejemplar de la vida benedictina y organiza, hacia el 1050, la primera orden monástica conocida en Occidente, que bajo S. Hugo, se convierte en un estado internacional» (P. Cousin). El feudalismo monástico que tan buenos frutos dio en manos de los grandes abades del siglo de oro, fue la causa de su decadencia cuando la abadía es simplemente considerada como la mejor encomienda al servicio de las casas nobles, que se disputan y se suceden en la sede cluniacense. Los Anjou, los Borbón, la casa de Lorena, los Guisa, y los cardenales Richelieu, Mazarino, Este, Bouillón y la Rochefoucauld pasan por la sede de Hugo I de Semur y de Pedro el Venerable, dándole un efímero esplendor de puertas afuera, pero perpetuando una vida sin empuje y dinamismo en el interior de los monasterios cluniacenses.La Revolución francesa suprimió el 13 en. 1790 la gran abadía borgoñona. El 25 oct. 1793 se dijo la última misa en la abadía desierta. Su último gran prior, dom Juan Bautista Rollet, el único de este cargo hijo de C., moría deportado en la isla de Ré el 21 sept. 1799. El monasterio fue saqueado y vendido. La gran basílica monasterial, la más grande de la cristiandad hasta la construcción de S. Pedro del Vaticano, después de haber resistido la tormenta revolucionaria, fue demolida ca. el 1810. Sólo queda el ala derecha del gran transepto y otros vestigios de menor importancia.
     
      Fisonomía y actividades cluniacenses. La comunidad de C. no se señaló ni por actividades o prescripciones extraordinarias, ni siquiera por una observancia o una liturgia originales; se contentó con ofrecer el espectáculo de monjes verdaderos, desinteresados y humildes, caritativos, obedientes y castos, en continuo contacto con Dios mediante la oración (P. Cousin). El sistema feudal de los colonos de las posesiones monacales, hizo derivar hacia la lectura y hacia un Opus Dei cada vez más acaparador y solemne (138 salmos diarios en el Oficio que era cantado, no recitado) en detrimento del opus inanuum tradicional. En una sociedad en progreso constante de especialización, C. define al monje benedictino como el profesional de la oración litúrgica en nombre de la Iglesia y de la sociedad.
     
      En lo intelectual, C. no estuvo a la altura que hubiera sugerido su grandeza y su significación eclesial y el número de sus monjes (300 en sus mejores tiempos). Sólo los grandes abades dejaron para la posteridad obras ascéticas, hagiográficas y colecciones epistolares. En lo artístico (V. CLUNICENSE, ESTILO), el influjo de C. fue realmente considerable: tanto en las miniaturas de sus manuscritos, como en la suntuosidad y elegancia de sus construcciones, que fueron profusamente imitadas. Pero donde la influencia de C., especialmente en sus siglos de oro, fue decisiva es en la preparación eclesiástica de sus monjes. Recuérdese a los Papas salidos de C.: Gregorio VII (v.), Urbano II (v.), Pascual II (v.). La serie de sus abades, espina dorsal de la historia de C. no es menos instructiva al respecto. En cuanto a su obra de restauración monástica de alcance tan universal, afectó beneficiosamente a España en una época en que Almanzor había diezmado los monasterios de la Península. Baste recordar los monasterios de S. Juan de la Peña, S. Millán de la Cogolla, Oña, Silos (v.), Camprodón, Ripoll, S. Cugat, Nájera, etc.
     
      V. t.: BENEDICTINOS; CLUNIACENSE, ESTILO.
     
     

BIBL.: La bibl. sobre C. es inmensa. P. COUSIN, Précis d'Histoire monastique, París 1956, 230-254, etc. (idea global de la historia de C. y bibl. esencial con un juicio de valor); G. DE VALOUS, Cluny (abbaye et Ordre de), en DHGE XIII, París 1956, col 35-174.

 

ILDEFONSO GÓMEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991