CLOTILDE, SANTA


Esposa de Clodoveo (v.), rey de los francos. N. en Lyon, ca. el 474, de Chilperico 11 rey arriano de Borgoña, y de Caretena, que la educó en los principios de la doctrina católica. Muertos su padre a manos del propio hermano Gundebaldo, y su madre, sumergida en las aguas de un río, C. quedó bajo la tutela de su tío que sucedió en el trono de Borgoña al hermano asesinado. En la corte borgoñona, dominada por bárbaras luchas intestinas, vivió casi prisionera la joven princesa hasta que la conocieron unos legados que el rey de los francos Clodoveo había enviado a Gundebaldo. Listos, al verla hermosa y prudente, y siendo de estirpe real, se lo comunicaron así a su joven rey. Clodoveo pronto envió a pedir la mano de C. a Gundebaldo, que no rehusó entregarla al fuerte rey de los francos. Llevada ante Clodoveo, la aceptó por esposa, uniéndose en matrimonio ca. el a. 492. No faltaron los retoques de la leyenda a este hecho de la vida de C. Un autor anónimo escribió en Gestis Regum Francorum los detalles de su idilio con Clodoveo. Una santa costumbre de la joven princesa era buscar la compañía de los pobres, con los que ejercía toda suerte de ayudas caritativas, llegando hasta a lavarles los pies y curar sus llagas. Cierto día se presentó ante ella un tal Aureliano, enviado de Clodoveo que, disfrazado de mendigo, se unió a los demás para recibir su limosna. Ya ante ella, el falso mendigo quiso hablarle y besar su mano, pero C. no quiso darse por aludida. Cuando terminó su caritativa tarea, mandó a un criado para que buscara al mendigo que había intentado decirle algo. Llegado que hubo Aureliano ante la joven le dijo: «El rey Clodoveo me envía a decirte que compadecido de tu desgracia quiere hacerte reina, casándose contigo. Aquí tienes el anillo que te envía». Continúa refiriendo el autor anónimo cómo Clodoveo despachó sus legados a pedir la mano de C. y cómo Gundebaldo, enfurecido tras encontrarle su anillo, sólo la entregó por temor a tan poderoso rey. Narra después el traslado a la corte franca de la princesa, en una pesada carreta de bueyes, pero la impaciencia de ésta por llegar hasta Clodoveo fue tal que saltó sobre un brioso corcel y a galope salió fuera de las fronteras de su tío, que, cambiando de opinión, quería impedir ahora tal matrimonio por temor a que C. se vengara del asesinato de sus padres y hermanos.
     
      C. era una mujer de temperamento violento, impetuoso y ardiente. El obispo de Reims, S. Remigio (v.), se encargó de instruir a la reina que, con sus consejos y lecciones, fue perdiendo su propio ímpetu bárbaro. Ejerció sobre su pagano esposo una notable influencia que le acercó al cristianismo y preparó así su famosa conversión. C. dio a Clodoveo su primer hijo, que se llamó Ingomir y que pudo bautizar a fuerza de constantes ruegos. Muerto el niño al poco tiempo, la reina tuvo que soportar la cólera de Clodoveo, que la increpó con estas palabras: «Si hubiéramos dedicado a nuestros dioses el niño ellos le habrían salvado; pero bautizado, no podría vivir». C. contestó: «Pues yo doy gracias a mi Dios, creador de todas las cosas, que ha querido llamar a su reino a un hijo de mis entrañas». Les nacieron otros hijos: Clodomiro, Childeberto, Clotario y Clotilde (que casó con Amalarico rey de los visigodos) y que con el tiempo harían dolorosa la vida de su madre. C. bautizó a sus hijos y no cejó hasta conseguir el bautismo de su esposo. En el a. 496 Clodoveo triunfó sobre los alamanos en una sangrienta batalla cerca de Estrasburgo y la atribuyó a Cristo, Dios de su esposa, a quien había invocado. Por este tiempo el rey estaba maduro para la conversión y C. invitó a S. Remigio a que comenzara la instrucción religiosa del rey. En la Navidad del a. 496 Clodoveo y 3.000 de sus francos fueron bautizados en Reims por el obispo Remigio. «Tu je es nuestra victoria», escribió Avito, obispo de Vienne en Borgoña y con ello expresaba el pensamiento de sus contemporáneos. Muerto Clodoveo en París el 27 nov. 509, recibió cristiana. sepultura en la basílica de los Santos Apóstoles que, juntamente con su esposa, había mandado edificar. C. quiso vivir una vida retirada y para ello se recluyó en el monasterio de S. Martín de Tours, donde vivió el resto de sus días, fuera de algunas temporadas en París, con gran modestia y bondad.
     
      En su retiro, escribe Gregorio Turonense, la reina C. era venerada de todos por sus asiduas limosnas, por su espíritu de oración y penitencia, así como por su humildad y buenas costumbres. A todas estas virtudes añadió un gran celo por construir, en diversos lugares, iglesias y monasterios, como el de S. Pedro Apóstol de Tours, a los que dotaba de todo lo necesario. Los últimos años de su vida se vieron tristemente ensombrecidos por las luchas entre sus hijos. Para ella fue un duro golpe el asesinato de sus dos nietos, los hijos de Clodomiro, perpetrado por Childerico y Clotario para impedir que recibieran la parte del reino de su padre. A ello se unió la desgraciada muerte de su única hija Clotilde, oprimida por el marido arriano, después que Childeberto invadiera los Estados de Amalarico. No se rebeló C. ante estas duras pruebas, antes bien, las aceptó heroicamente y a través de ellas la gracia pudo hacer de C. la mujer fuerte. M. el 3 jun. 545, tras recibir con gran devoción el Santo Viático y la Unción de los enfermos, en el monasterio de S. Martín. Su cuerpo recibió sepultura junto al de su esposo, en la basílica de los Santos Apóstoles de París. Fue canonizada por el papa Pelagio (556-560). Su fiesta se celebra el 3 de junio.
     
      Culto. El Martyrologium romanum hace mención de C. con estas palabras: «Parisiis S. Chlotildis reginae: cujus precibus vir ejus Chlodoveus Rex fidem Christi suscepit». El Martyrologium Gallico refiere los milagros obrados en su sepulcro y cómo sus reliquias, colocadas en rica urna de plata, son paseadas en fervorosa procesión cuando alguna calamidad pública asola la ciudad del Sena. Reliquias de la Santa fueron llevadas a famosos monasterios durante la Edad Media. En los días de la Revolución francesa las reliquias de C. fueron ocultadas y así pudieron escapar de la profanación.
     
     

BIBL.: GREGORIUs TAURONENSIS,.en MGH, Seript. rer, Merov.; Acta Sanctorum, junio 1; G. KURTH, Sainte Clotilde, 8 ed. París 1905; A. CODABENGD-E. CROCE, Clotilde, en Bibl. Sanct. 4,64-67.

 

FIDEL GARCíA CUÉLLAR.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991