CISMA. ESTUDIO TEOLÓGICO GENERAL.


Definición y divisiones. El concepto teológico de c. (del griego sjísma, separación, división) está expresado en estas palabras: «Si alguien, después de haber recibido el Bautismo, conservando el nombre de cristiano... rehúsa someterse al Sumo Pontífice o se niega a comunicar con los miembros de la Iglesia que le están sometidos, es cismático» (CIC can. 1325,2). El c. implica, pues, la oposición del bautizado a la comunidad eclesial fundada por Cristo y a su jerarquía, cuya cabeza es el Papa (v.), sea uno sólo o un grupo de cristianos los que abandonan la comunión con la Iglesia. Cuando el c. comporta la negación de algún dogma se convierte en herejía (v.). El c., como la herejía, puede ser: a) material, si la oposición a la Iglesia nace de ignorancia invencible, sin malicia ni pertinacia, de buena fe, y, por tanto, sin culpabilidad personal; b) formal, si nace de la mala fe, con pertinacia, sabiendo que va contra la jerarquía legítima y la comunidad sobrenatural instituida por Cristo; c) notorio, si esa oposición o división de la Iglesia se manifiesta externamente; y d) oculto, si permanece en el secreto del corazón.
     
      Historia de la noción de cisma. La palabra sjísma no procede de la versión griega del A. T. de los Setenta, que sólo usa el término sjismé, sino del N. T. en el que tiene el sentido de «desacuerdo» o «disensión» de varias personas reunidas en un lugar (lo 7,43; 9,16; 10,19; 1 Cor 11,19). Los exegetas no están de acuerdo sobre la distinción, o no, entre el significado de sjisma y de hairésis en S. Pablo (V. HEREIíA I, 1). La noción de c. en la teología de los primeros siglos se va perfilando a la luz de la consideración de la unidad de la Iglesia (V. IGLESIA 11, 2) y teniendo presente la distinta naturaleza de los c. a través de la Historia. Los Padres apostólicos en sus escritos tienen presente sobre todo la comunidad local que vive en torno al obispo (S. Ignacio insiste especialmente en ello, poniendo de manifiesto cómo esa unidad se realiza por la obediencia al obispo, por la fidelidad a la doctrina que él profesa y enseña y por la celebración de la Eucaristía que él preside); de forma que cuando hablan de divisiones se refieren con frecuencia a hechos que no son un verdadero c. en sentido actual sino a meras actitudes de desobediencia (cfr. S. Clemente R., 1 Corint. 2,6; 46.5.9; 49,5; 54,2; Dídajé 4,3; Ep. de Bernabé 19,12), si bien El Pastor de Hermas pone como causa principal de esas divisiones a las diferencias doctrinales (visión 3,6,3; 3,7,1; comparación 8,9,4). Por su parte S. Ireneo y S. Cipriano subrayan la perspectiva universal en el sentido de conformidad doctrinal con las sedes apostólicas (especialmente Roma), y de comunión con el colegio episcopal que tiene su fuente de unidad en la cátedra de Pedro, respectivamente.
     
      El conc. de Antioquía (341) habla del tema refiriéndose a la unidad de la Iglesia local (cfr. can. 5: Mansi 11,13091310). Sin embargo, la ruptura con la Iglesia local implica una ruptura con la Iglesia universal; por eso afirma en el can. 6 que el que haya sido excomulgado por su obispo no puede ser recibido por ningún otro obispo mientras no lo haya sido por el suyo propio (Mansi ][1,1311-1312). Con esto no hace más que sancionar las declaraciones de los conc. de Elvira, a. 306 (can. 53: Mansi 11,14); de Arles, a. 314 (can. 16: Mansi II,473);y de Nicea, a. 325 (can. 5: Mansi II,669-670). Lo mismo se encuentra en el conc. de Sárdica, a. 343 (can. 13: Mansi III,16-17). En el S. IV, al surgir el c. de Donato (v.) en África, S. Optato de Milevi llama ya cismático a todo el que se aparta de la cátedra romana de Pedro, principio de unidad de todas las Iglesias (De Schismate Donatistarum 11,2: PL 11,947). S. jerónimo hace una distinción entre el c. y la herejía, que tendrá una gran repercusión en toda la teología medieval; el c. implica para él una separación de la Iglesia por desobediencia a los obispos, mientras que la herejía incluye la negación de algún dogma (In Epistola ad Titum, c. 3, v. 10-11: PL 26,598). S. Agustín tiene expresamente esa misma distinción (Contra Gaudentium 2,9: PL 43,747); si bien algunos años antes parece sugerir que el c. se convierte en herejía simplemente por la duración (Contra Faustum Manich. XX,3: PL 42,369). En adelante la teología cristiana se dedica ya a matizar estos mismos conceptos, hasta llegar al concepto técnico de c., que se encuentra ya en S. Tomás (Sum. TI., 2-2 q39) (cfr. Y. Congar, Schisme, en DTC XIV,1292-1299).
     
      Entre los cismas principales cabe señalar: en los S. III y IV, novacianos (V. NOVACIANO Y NOVACIANISMO) y donatistas (v. DONATO Y DONATISMo); en el S. V, el c. de Acacio en Constantinopla (V. HENOTIKON; MONOFISISMO), y un c. general en la Italia del Norte y en otras regiones contra el V conc. ecuménico, II de Constantinopla (v.), del 553; en el s. ix, el c. de Focio (v.), que separó temporalmente de Roma a la Iglesia de Constantinopla; en el s. XI, el c. de Oriente (v. Ii) por el Patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario (v.), que aún perdura; en el s. XIV, el c. de Occidente (v. III) que creó gran confusión entre los católicos por la existencia simultánea de tres Papas, hasta su fin en el conc. de Constanza (v.). Además de otros c. de más corta duración, existe actualmente el c. de China, por haberse separado de Roma varios obispos de aquella nación, al implantarse allí el régimen comunista, durante el pontificado de Pío XII; pero no se tienen de él noticias precisas.
     
      Otras cuestiones teológicas sobre el cisma. a) La responsabilidad moral por el cisma. S. Tomás, en su estudio sobre el c., declara que se caracteriza propia y esencialmente por ser un acto contra la comunión eclesiástica, es decir, contra la unidad de los fieles como efecto propio de la caridad. Unidad que consiste en la conexión de los miembros de la Iglesia entre sí y con su jerarquía, cuya cabeza visible es el Papa (Sum.- Th., 2-2 q39). El c. formal es, pues, un pecado gravísimo contra la unidad de la Iglesia y, si es notorio, constituye además un delito sometido a la excomunión y a otras penas eclesiásticas (v. IV). El cismático consciente y pertinaz se opone abiertamente a la voluntad de Cristo, realiza en su interior una escisión espiritual que lo aparta de la comunión con el Cuerpo Místico de Cristo y de la participación de todos sus bienes. Caso distinto es el de aquellas personas que han nacido y han sido formadas en el seno de una comunidad cristiana cismática de mucho tiempo; éstos, en su inmensa mayoría, pueden considerarse sólo materialmente cismáticos; el conc. Vaticano II no duda en afirmar que los cismáticos actuales, de las comunidades cristianas separadas hace tiempo, no pueden ser considerados culpables de la escisión, y que deben ser abrazados como verdaderos hermanos, aunque separados (V. CRISTIANOS SEPARADOS). En un cismático material surgirá una responsabilidad moral cuando, de una manera u otra, se suscite en su mente la cuestión de la legitimidad de la situación en que se encuentra: si en ese momento acalla indebidamente su conciencia, o, lo que es peor, decide permanecer en el estado de separación a pesar de que advierte claramente la llamada a salir de él, el c. pasaría de material a formal y sería, por tanto, imputable. Para otras cuestiones morales, v. HEREIíA 1, 3.
     
      b) Situación eclesiológica de los cismáticos. El c. priva a los que se encuentran en él de los bienes que implica la vinculación plena a la Iglesia. Ciertamente, a no ser que el c. degenere en apostasía (v.), los cismáticos conservarán valores cristianos -«elementos de Iglesia», como dice el Conc. Vaticano II-, pero que se encontrarán en situación no perfecta, privados de la fuerza que deriva de la comunión eclesial que el c. precisamente rompe. Si al c. se le une la herejía, la situación se hace más deficiente, ya que ello implica la pérdida de valores e instituciones cristianos determinada, y en tanto mayor grada cuanto más extensa -cuanto a las verdades negadassea la herejía. Por ello el c. supone una situación anómala, que postula por sí misma la tendencia a recuperar la comunión que ha sido rota hasta gozar de la plenitud de los medios salvíficos tal y como se encuentra en la unidad de la Iglesia católica. Para un estudio más detallado, V. IGLESIA III, 2; ECUMENISMO; UNióN CON ROMA Y UNIÓN DE LOS CRISTIANOS.
     
      c) Comunicación con los cismáticos. Para todo lo referente a la llamada «communicatio in sacris», V. FE V; ECUMENISMO II B; SACRAMENTOS II, 7.
     
      V. t.: HEREIíA; APOSTASíA; IGLESIA 11 Y 111; CUERPO MíSTICO; ECUMENISMO 1; PAPA; PRIMADO DE SAN PEDRO Y DEL ROMANO PONTíFICE; FE; TEOLOGÍA.
     

     

BIBL.: Y. M.-J. CONGAR, Schisme, en DTC XIV,1286-1312; J. BROSCH, Schisma, en LTK IX,404-406; C. ARGENTI (ortod.)-H. BRUSTON (protest.)-Y. CONGAR, 0. P.-P. GOUYON, Le Schisme. Sa signifieation théologique et spirituelle, Lyon 1967 V. t. la bibl. de HEREIíA I.

 

 

A, TURRADO TURRADO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991