CHAPLIN, CHARLES SPENCER


Actor y realizador cinematográfico inglés, genio indiscutible de la expresión cómica y uno de los creadores que elevó la cinematografía a la categoría de arte.
      Sus comienzos. N. el 16 abr. 1889 en Walworth, barrio popular de Londres. Se supone que sus padres, Charles y Hanna, tenían ascendencia francesa y judía, respectivamente; ambos eran cantantes de music-hall y ella había bailado en operetas. La crisis del hogar por el alcoholismo de su padre, que murió en un hospital a fines de 1894, motivó una infancia miserable para Ch. y su hermanastro Sydney. La madre hacía trabajos de costura, y los dos hermanos servicios y recados a los tenderos del barrio. Se trasladaron a una pobre buhardilla, y durante algún tiempo los niños ingresaron en el orfelinato de Hanwell. Pero las frecuentes crisis mentales de su madre les impidieron continuar allí. Sydney huyó en 1896 y se enroló de mozo en un buque. Cuando a la madre la internaron en un hospital, Ch. vivió solo como recadero, aprendiz de peluquero o bailando por las calles utilizando sus notables dotes de pantomima, orientadas y fomentadas por su madre, Al regreso de Sydney trabajaron juntos en una librería, y luego entraron en el teatro. Desde 1900 a 1910 pasó Ch. de los papeles infantiles a los juveniles, y los dos hermanos ingresaron en la compañía de Fred Karno, donde Ch. conoció a Stan Laurel. La compañía hizo una gira por Norteamérica, y en una función en Nueva York Ch. llamó la atención de Mack Sennett, que buscaba un artista para sus películas cómicas de la productora Keystone. Fue contratado por un año a 125 dólares semanales.
     
      En 1914, Ch. interpretó su primera película, Charlot periodista; en la segunda de ellas, Carreras sofocantes, improvisó su típico personaje cómico del bombín, el junco y los zapatones, que iba a ser su marchamo personal. Hizo para la Keystone 35 películas y empezó a intervenir en su realización desde abril de 1914 con Charlot camarero. En 1915 la productora Essanay le contrató como actor, director y guionista de comedias, por un año a 1.250 dólares semanales. Hizo 14 películas, entre ellas Un campeón de boxeo, Charlot vagabundo y Charlot perfecta dama. Al año siguiente la Mutual Company le contrató para 12 películas en unas condiciones fabulosas: 10.000 dólares semanales, más una prima de 150.000 a la firma del contrato. Toda la fuerza creadora y emotiva de Ch se concentró en la serie de la Mutual, a la que pertenecen, p. ej., Charlot en la calle de la Paz y Charlot emigrante, ambas de 1917. En septiembre de este mismo año acordó con la empresa de exhibición First National realizar ocho películas en 18 meses, para su distribución por la empresa, siendo la producción por cuenta de Ch. El precio de su contrato era de un millón de dólares. Así surgieron Armas al hombro (1918), El chico (1921), y El peregrino (1923).
     
      Largometrajes mudos. Junto con David W. Griffith, William S. Hart, Mary Pickford y Douglas Fairbanks, había fundado Ch. en 1919 la productora United Artists, pero, por compromisos anteriores, no pudo realizar hasta 1923 Una mujer de París, con su famoso prólogo fatalista («Las pasiones que agitan a los hombres, buenas o malas, se las ha dado Dios. Todos vagan en la ceguera. Por eso el ignorante condena sus faltas, pero el sabio las compadece»). El melodrama fracasó en taquilla, aunque tuvo gran influencia en el desarrollo del lenguaje de las imágenes. Después vino el éxito de La quimera del oro (1925), una maravilla de equilibrio cómico y sentimental, con una interpretación excelente. En 1928 El circo reafirmó la fama de Ch. con su mezcla de ternura, melancolía y humor, combinación que alcanzó la cumbre de la popularidad en Luces de la ciudad (1931), presentada, como la anterior, sin diálogo sonoro, pero con una partitura musical sincronizada, obra del mismo Ch.
     
      Al mismo tiempo que alcanzaba las cimas de la celebridad, Ch. era noticia sensacional por sus escándalos conyugales, terminados con sus divorcios de Mildred Harris y Lita Grey (Lolita MacMurray). Apasionado por la música y los deportes, trató de compensar su falta de instrucción leyendo desordenadamente política y economía, a la vez que a los novelistas y dramaturgos escandinavos, ingleses y alemanes. En 1931 emprendió un viaje triunfal por el mundo que le puso en contacto con los principales políticos y estadistas del momento, a los que expuso gratuitamente sus opiniones sobre la solución de los problemas mundiales. Entre 1934 y 1935 realizó Tiempos modernos, una aguda sátira contra la mecanización industrial que fue medianamente recibida en su estreno pero que, beneficiada por la perspectiva del tiempo, logró el éxito en posteriores reposiciones. Su pareja femenina, Paulette Goddard (Paulina Lévy), fue su tercera esposa, y con ella hizo El gran dictador (1940), una terrible sátira contra Hitler y Mussolini, condenando la persecución antijudía y terminando con una homilía pacifista de «apelación a los hombres». En El gran dictador admitía definitivamente Ch. el cine hablado, y a la vez se consumaba la desaparición de su tramp, el hombrecillo vagabundo que marcó indeleblemente una era cinematográfica.
     
      Últimas películas. Sus problemas personales (pleitos sobre paternidad natural, divorcio de Paulette Goddard, sospechas de tendencias antiamericanas por sus obsesivas apologías de Rusia) motivaron el amargo drama de Monsieur Verdoux (1947), sobre un argumento ideado por Orson Welles. Era un mensaje nihilista envuelto en una antología de la burla universal. Esta versión ficticia de Landrú es un testimonio desesperado de oscuridad espiritual, y su estreno fue prácticamente un fracaso. Ch.
      se había casado por cuarta vez con Oona O'Neill, hija del dramaturgo norteamericano Eugene O'Neill, a mediados de 1943, y en 1950 comenzó a rodar Candilejas, película que iba a ser resumen y testamento sentimental de toda una vida. Después de recibir grandes ovaciones en su presentación privada en Hollywood, Ch. salió hacia Europa a fin de presidir el gran estreno mundial en Londres. Estaba con su familia en pleno viaje marítimo cuando el sect'etario norteamericano de Justicia anunciaba la apertura de una investigación sobre la conveniencia de negarle el regreso a EE. UU. «por su vileza moral y_ sus actividades políticas». Como réplica, Cona renunció oficialmente a la ciudadanía norteamericana y tomó la británica, que era la de su marido, quien nunca había querido nacionalizarse en Norteamérica. Pero Candilejas fue un éxito, y Europa se apresuró a compensar con su admiración la repulsa oficial de EE. UU.
     
      Un rey en Nueva York (1957) fue obra del despecho, y sus fallos superan a sus aciertos. Al ser su primera película fuera de Hollywood, adolece de una evidente pobreza de estilo motivada por la falta de su equipo técnico con el que realizó sus títulos anteriores; su misma comicidad resulta trasnochada en ciertas secuencias. A excepción de París, su estreno fue recibido con notable frialdad. Establecido en Suiza desde 1953, en la finca Manoir de Ban, en Corsier-sur-Vevey, su vida se desarrolló tranquila entre su numerosa familia, presidida por el silencioso tacto de Oona y salpicada por el bullicio de los siete hijos. De ellos, Geraldine tiene ya una personalidad propia como actriz de cine, y Michael obtuvo cierta notoriedad por algunas tendencias bohemias y beatniks en conducta y aspecto. La sorpresa de 1967 fue el estreno de Una condesa de Hong Kong, basada en una antigua idea de Ch. de los años 30, e interpretada por Sofía Loren y Marlon Brando. El film, su primera obra en color, es poco notable, y su guión muestra comicidad burda y reiterativa, con un estilo añejo y falto de ritmo, a pesar de esporádicos aciertos de algunos personajes. Criticada duramente en Londres, fue compensada por la apasionada admiración de París, más por la politique des auteurs que por sus valores reales.
     
      Como acontece con todos los verdaderos genios, es difícil enjuiciar adecuadamente la obra de Ch., que presenta una evidente decadencia a partir de Candilejas, obra que debió haber sido el digno remate de su vida artística. Es indiscutible su valor histórico en el desarrollo del cine, que siempre deseó como pura imagen, sin necesidad de sonido. Por ello se resistió a aceptarlo definitivamente hasta 1940. Respecto a su ideología personal, hay que estimarla más como ingenua filantropía que como acusación demagógica. Con abundantes toques de escepticismo desesperanzado dentro de una melancólica ternura humanitaria, Ch. es, como artista, un creador del s. xx, pero un enigma como hombre. M. el 25 dic. 1977.
     
     

BIBL.: CH. CHAPLIN, Historia de mi vida, Madrid 1965; P. LEPROHON, Charles Chaplin, Madrid 1961; M. VILLEGAS LÓPEZ, Charles Chaplin, el genio del cine, Madrid 1958.

 

MARIANO DEL POZO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991