CASILDA, SANTA


S. XI, hija del rey moro de Toledo, anacoreta en Burgos, muy venerada en toda la comarca de Briviesca.
      De C. conocemos mejor su culto y la devoción que le profesa el pueblo cristiano, que su vida, de la que casi nada cierto podemos establecer por ausencia de documentos. Las fuentes se limitan a las tradiciones, muy arraigadas, y al culto. Los martirologios y santorales españoles, a partir del s. XVI, le dedican gran atención, lo mismo que los breviarios burgaleses, pero sus noticias son muy tardías y contradictorias, cuando no fabulosas. El relato de su vida lo dio a conocer en el s. XV Diego Rodríguez de Almeida.
      C. (nombre árabe que significa canción) n. en Toledo, hija de un rey, que los breviarios llaman Cano, pero que no ha sido identificado, aunque se pretende hacerle coincidir con Al-mamún, que se sometió en vasallaje a Fernando 1 de León (1035-65). El ambiente de esta época de la Reconquista encuadra perfectamente con los relatos de la vida de C., y es muy verosímil todo lo que de ella nos dice la tradición-. En los mismos tiempos de C. el rey de León, Alfonso VI (v.), conquistador de Toledo (1085), se casa con la princesa mora sevillana Zaida. En 1080, un hermano de C., Alcadir, se refugió en la corte leonesa.
      En Toledo, C. ayudaba a los cautivos cristianos con consuelos y alimentos. Es muy conocido el relato de los panes convertidos en rosas cuando su padre quiso averiguar qué llevaba en el canastillo. C. padecía flujo incurable de sangre. Un cautivo cristiano le aseguró que su dolencia encontraría remedio bañándose en el lago de S. VIcente, en los montes de la villa burgalesa de Briviesca. A una legua de esta población queda Salinillas de la Bureba, llamada así por sus lagos salados y, muy cercano, al pie de un altísimo escarpe de los montes Oberenes, el lago de San Vicente, en el pueblo del Buezo. Aquí llegó C. acompañada de un gran séquito en el que figuraban los cautivos castellanos de su padre. Recuperó la salud, se hizo bautizar y se internó en lo más abrupto de la montaña, donde llevó vida solitaria hasta su muerte, acaecida cuando ya había sobrepasado los 100 años.
      Fue enterrada en la misma roca que le sirvió de refugio. La tradición burgalesa menciona grandes favores que C. hizo en toda la región. A comienzos del s. XVI, se erigió sobre su sepulcro un gran templo de tres naves y a él fue trasladado, en 1529, el cuerpo de C., que quedó definitivamente instalado en 1750 en una suntuosa urna que cierra una estatua yacente de la santa esculpida por Diego de Siloé. También se la representa en otras esculturas góticas del templo, con la reproducción de pasajes de su vida, especialmente el milagro de las rosas. Su santuario es muy visitado. Es patronato del Cabildo metropolitano de Burgos y está asistido por un capellán. Su fiesta se celebra el 9 de mayo, aunque no está incluida en el Martirologio Romano. Es patrona de aquella comarca y los pueblos vecinos suben en grandes romerías.
      Se invoca su intercesión para curar el flujo de sangre y la esterilidad femenina. También libra a sus devotos de accidentes de caminos y caídas. Según la creencia del lugar, nunca en aquellos montes, a pesar de la fragosidad y precipicio de la sierra, ni pastores ni ganados sufrieron descalabro alguno, desde los tiempos en que C. habitó aquellos parajes. Algunas de sus reliquias fueron trasladadas a la catedral de Burgos en 1601. C. debió morir a comienzos del s. XII.
      Es difícil un juicio crítico sobre la historicidad de los relatos de su vida, apoyados solamente en tradiciones locales.
     
     

BIBL.: Acta Sanct. abril I, día 9, 2 ed. Venecia 1737, 847-850; Flórez, 27, Madrid 1772, 754-784; A. DÍEZ DE LERMA, Vida y milagros de S. Casilda, Burgos 1553; L. SERRANO, El Obispado de Burgos, II, Madrid 1935, 404-405; G. D. GORDINI e I. BELLI BARSALI, Casilda, en Bibl. Sanct. 3, 894-895.

 

A. VIÑAYO GONZÁLEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991