Familia imperial que reinó en Francia y Alemania desde la mitad del S.
VIII al s. X y cuyo más ilustre representante y epónimo de la dinastía fue
el emperador Carlomagno.
Historia dinástica. Durante la primera mitad del S. VIII. los reyes
merovingios (v.) no son más que fantoches prisioneros de su aristocracia y
completamente arruinados. El poder efectivo está en las manos de los
mayordomos de pálacio, jefes de esta aristocracia. Las guerras que
enfrentan a los diferentes reinos merovingios pronto se circunscriben a
una lucha entre los mayordomos del palacio de, Neustria (v.) y los del de
Austrasia (v.). En el 687, el mayordomo austrasiano Pipino de Heristal
logra una victoria decisiva en Tetry, al aplastar las fuerzas de Neustria,
determinando así el destino de su estirpe. Pipino de Heristal, provisto de
inmensos dominios en la región del Mosa y del Rin, situado a la cabeza de
una vasta clientela, rehace en su provecho la unidad de la Galia. Después
de su muerte (714), su hijo bastardo, Carlos Martel, prosigue la obra
comenzada y además lanza a los francos a una serie de audaces expediciones
victoriosas: en Alemania, vence a los turingios, alemanes, bávaros y
frisones; y en Aquitania, detiene una importante razzia musulmana en la
batalla de Poitiers (v.), en el 732.
Su hijo Pipino el Breve, mayordomo de palacio a su vez en el 741,
duda durante 10 años, a pesar del prestigio adquirido por su familia, en
aceptar el título de rey. No obstante, en el 751, habiendo recibido una
opinión muy favorable del papa Zacarías, depone al último merovingio
Childerico III y se hace elegir rey en Soissons por la aristocracia
franca. Para asegurar más su legitimidad, se hizo jurar por los obispos
francos (la coronación quizá le fue hecha por S. Bonifacio en persona), lo
cual constituye la primera consagración de un rey de Francia. Sus campañas
militares estuvieron orientadas hacia el país del Midi. En Italia,
estableció una estrecha alianza con el papado, iniciando así una nueva
política, destinada a convertirse en una constante de la monarquía franca.
En el curso de dos campañas, llevadas a cabo en el 755 y en el 756, vence
a los lombardos que ponían en peligro el trono pontificio y consigue de
ellos una larga franja de terreno desde Roma a Rávena. Pero devuelve al
papa Esteban II sus territorios, fundando así el Estado pontificio y
permitiendo al papado liberarse a la vez de la amenaza lombarda y de la
tutela bizantina. En la Galia del sur, Pipino somete Aquitania, haciendo
matar al último duque independiente, Gaifier, y, al término de una serie
de expediciones hechas desde el 759 al 768, reconquista la Septimania a
los musulmanes, incorporando definitivamente esta región (Languedoc y
Rosellón) al reino franco. A la muerte de Pipino (768), reunificado el
reino franco, que se extiende sobre el conjunto de la Galia y la mayor
parte de la Germania, se convierte en la primera potencia del Occidente
cristiano.
El Estado franco alcanza su apogeo con el hijo de Pipino, Carlomagno
(v.), que, en el 800, adopta el título de Emperador. Pero, a partir del
reinado de Ludovico Pío (v.), sucesor de Carlomagno, comienzan los
desórdenes que inician la decadencia carolingia. A la muerte de Ludovico
(840), una guerra enfrenta a sus tres hijos, incapaces de solucionar
amistosamenie el problema de la sucesión. Los dos hijos menores, Luis el
Germánico y Carlos el Calvo, derrotan al mayor, Lotario, en la batalla de
Fontenoy-en-Puisaye (841), luego se prestan mutuamente los célebres
Juramentos de Estrasburgo, cuya versión romana constituye el monumento más
antiguo de la lengua francesa (842). Lotario, obligado a pactar, tiene que
aceptar el tratado de Verdún (10 ag. 843), que consagra el reparto del
Imperio. Carlos recibe Francia occidental, destinada a convertirse en la
futura Francia y cuyos límites orientales siguen aproximadamente el Mosa,
el Saona y el Rin; a Luis le toca Francia oriental (futura Alemania),
cuyas piezas claves son Sajonia y Baviera; Lotario debe contentarse, junto
con el título de Emperador, con una larga franja de territorios
heterogéneos que van desde Frisia a Italia.
Pronto surge el problema del desmembramiento de la herencia de
Lotario que, a su muerte en el 855, divide a su vez sus posesiones entre
sus tres hijos: Luis 11, Emperador y rey de Italia; Carlos, rey de
Provenza; y Lotario 11, rey de Lorena. El reino de Lorena sucumbe
rápidamente y, en el 869, en el tratado de Meersen, se divide entre
Francia occidental y Francia oriental, que de este modo quedan limítrofes.
En estas circunstancias, el título de Emperador se convierte en algo
puramente simbólico: llevado por Luis II de Italia desde el 855 al 875,
pasa a su muerte a Carlos el Calvo, que en vano se esfuerza en que se
reconozca su preeminencia. A su muerte, su hijo Luis el Tartamudo declina
voluntariamente la dignidad imperial, comprendiendo la vanidad de ésta, y
el papa Juan VIII corona entonces al hijo mayor de Luis el Germánico,
Carlomán, fijando así el título imperial en tierra germánica y abriendo el
camino a la evolución que conducirá al Sacro Imperio romanogermánico (v.).
La insignificancia de estas disputas dinásticas aparece a plena luz,
si se considera la situación material en la cual se encontraban entonces
los diferentes reinos francos. En este final del s. ix, Europa occidental
es víctima de nuevas invasiones tan devastadoras como las del S. V. La
mayor parte de la Galia está sometida a los incesantes ataques de los
vikingos (v.); mientras que los noruegos dominan las cuencas del Loira,
Garona y Adour, los daneses arrasan el valle del Sena y todo el norte del
país. A todo esto se añade, en las costas mediterráneas, en los Alpes y en
el valle del Rin las razzias de los sarracenos que operan hasta en
Borgoña. Germania no es tratada de mejor manera: toda Renania está bajo la
amenaza danesa, mientras que Sajonia, Baviera y Lorena sufren las
incursiones de los caballeros magiares, que reclaman Lombardía. Los reyes
son incapaces de defender sus propiedades y el poder efectivo pasa a manos
de príncipes territoriales, condes y duques. En el 888, el emperador
Carlos el Gordo es depuesto en la Dieta de Tíbur, y Francia impone un rey
extranjero en la dinastía carolingia, el conde Eudes, que había defendido
valientemente París contra los normandos. Eudes, rey desde el 888 al 893,
es el primer representante de una nueva dinastía, la de los Robertinos, o
descendientes del duque Roberto el Fuerte, vencedor de los normandos (v.
NORMANDA, DINASTÍA) bajo Carlos el Calvo. Francia en el s. X no es más que
el escenario de las luchas confusas entre Robertinos y C. por la conquista
de un título real cada vez más carente de sentido. Finalmente, los
primeros lo obtienen en el 987, con la elección como rey de Hugo Capeto,
antepasado de la dinastía capeta (v. CAPETO, DINASTÍA DE LOS). En
Germania, los C. habían perdido el poder desde hacía largo tiempo con el
advenimiento en 918 del sajón Enrique 1, padre del futuro Otón 1 el Grande
(v.).
Economía carolingia. Los problemas de los C. se explican en gran
parte por la incapacidad en que se encontraba la economía de la época para
sostener la existencia de un gran Estado centralizado. Esta economía está
fundamentalmente basada en la tierra y presenta todavía un carácter muy
arcaico. El bosque continúa cubriendo la mayor parte de Europa y los
hombres procuran su subsistencia con las actividades de la caza y la
recolección. Las bayas salvajes, las raíces, la miel de los enjambres
forestales forman una parte no despreciable en la alimentación humana,
mientras que la caza juntamente con la volatería constituyen la única
carne consumida en la época. La cría de ganado, muy extendida, se hace
generalmente en los bosques, y la ausencia, casi total, de estabulación
impide a los campesinos obtener el abono necesario para el cultivo de la
tierra. La población es escasa y la agricultura es casi exclusivamente de
cereales (trigo, centeno, cebada), de la categoría de especies pobres, de
escaso rendimiento; el trigo candeal, reservado para suelos más ricos, no
se cultiva más que excepcionalmente. Los instrumentos agrícolas son
todavía, en casi su totalidad, de madera; el metal, muy escaso, está
reservado a la fabricación de armas; el territorio real de Annapes, que
reunía extensas explotaciones, no poseía como utensilios de hierro, bajo
Carlomagno, más que dos guadañas, dos hoces y dos palas de hierro. La
mayor parte de los trabajos agrícolas se hacían a mano. También se
utilizaba el antiguo arado; el arado con vertedera empezaba solamente a
aparecer en esta época en las zonas más adelantadas de la Cuenca de París.
Lo precario de estas técnicas agrarias tenía naturalmente como
consecuencia una extrema escasez de rendimientos. En estas condiciones, la
Europa carolingia vivía perpetuamente al borde del hambre.
El régimen de propiedad y de explotación agravaba todavía la
situación. La regla era la gran propiedad o villa, la pequeña propiedad
campesina no estaba verdaderamente desarrollada más que en ciertas
regiones de colonización, como Cataluña. Las villae eran de dimensiones
variables, pero muchas de entre ellas alcanzaban varios millares y a veces
varias decenas de millares de Ha. Generalmente, estaban explotadas según
la regla del sistema patrimonial que consistía en dividirlas en dos
partes: la reserva o propiedad propiamente dicha y las tenencias, aquélla
reunía las mejores tierras (llamadas coutures o condaminas) que el señor
explotaba directamente. La trabajaban los esclavos al servicio del señor o
éste utilizaba los servicios que le debían los campesinos de las
tenencias. Éstos podían ser esclavos o colonos libres. La superficie de
sus tenencias o mansos, que les eran dadas por el señor, variaba según su
condición jurídica: en la región parisina, un manso libre comprendía entre
10 y 15 Ha. como término medio, un manso servil era dos veces más pequeño.
Cualesquiera que fuesen, los colonos debían pagar grandes tributos: en
especies (caza, animales de cría, cereales), algunas veces en dinero, pero
sobre todo en trabajo. Debían trabajar gratis varios días por semana y
varias semanas al año en la propiedad del señor.
En cuanto al comercio, estaba totalmente paralizado debido, sobre
todo, a la carestía monetaria que sufría Occidente en esta época, y
también a causa de las invasiones que desorganizaban las rutas de
comercio. El oro era muy escaso. Carlomagno instituye, en una fecha poco
precisa, el monometalismo plata y define un nuevo sistema monetario, con
un largo futuro (todavía vigente hoy en día en Gran Bretaña), fundado en
tres unidades: la libra, el sueldo y el denario (1 libra=20 sueldos; 1
sueldo=12 denarios). El comercio exterior, muy limitado, no aportaba más
que productos de mucho lujo destinados únicamente a una clientela
aristocrática. Eran productos poco conocidos, que parecían estar
orientados hacia el mundo musulmán y el Imperio bizantino, y también en el
s. X, hacia los países del mar del Norte y del Báltico. Por otro lado, el
comercio regional y local estaba dividido en compartimientos con escasos
mercados. Aunque la Europa carolingia no vivía, como se ha dicho muy a
menudo, con una economía totalmente autárquica, hay que reconocer que el
comercio no era de ningún modo suficiente para hacer nacer una clase de
vendedores especializados.
Régimen social y político. Como en la época merovingia, el régimen
social se resume en la brutal oposición de dos grupos sociales: el de los
dueños o señores por un lado, y por otro el de los siervos que están a su
servicio (v. MEROVINGIOS). En la época carolingia, la principal novedad
residía sobre todo en el gran desarrollo de los lazos de vasallaje que
estructurarían en adelante la clase de señores. Carlomagno instituye el
vasallaje en el sistema de gobierno, haciendo entrar en su clientela
personal a la totalidad de los altos funcionarios reales (condes, duques,
marqueses) y distribuyéndoles beneficios previamente deducidos del dominio
público o de su patrimonio familiar. A cambio, estos funcionarios debían
al rey fidelidad y servicios. Pronto este sistema se reveló como
peligroso, porque suponía, para mantener la fidelidad de los
funcionarios-vasallos, el que hubiera siempre nuevos beneficios que
repartir. Esto ocasionaba que el Imperio no cesara de aumentar por la vía
de la conquista. A partir de los sucesores de Carlomagno, la dominación de
los francos, lejos de aumentar, retrocede ante los invasores de todas
clases que asedian el Imperio. Entonces, el control del sistema de
vasallaje escapa al soberano. Condes, duques y marqueses se hacen
independientes y constituyen principados territoriales autónomos (Borgoña,
Aquitania, Flandes, etc.), mucho mejor adaptados por sus dimensiones a la
distribución de la vida económica que el inmenso Imperio de Carlomagno; y
hacen que dependan de ellos los antiguos vasallos reales, vassi dominici,
que estaban encargados de vigilarlos (v. CARLOMAGNO). Al mismo tiempo, el
rey se muestra incapaz de confiscar los beneficios de sus vasallos
desleales; el beneficio, en su origen concesión vitalicia, revocable en
caso de infidelidad, tendía cada vez más a integrarse en el patrimonio de
los vasallos. El capitulario de Quierzy, promulgado en el 877 por Carlos
el Calvo, si no instituye jurídicamente la herencia de los beneficios, la
reconoce, a pesar de todo, en la práctica. Del mismo modo que el
beneficio, la institución de vasallaje evoluciona en función de las
circunstancias; en su origen, el vasallaje estaba concebido como un lazo
personal muy estricto que unía a un vasallo y a un señor, pero el
atractivo de los beneficios empuja cada vez más a los vasallos a contraer
múltiples compromisos. El ejemplo más antiguo de un vasallo de varios
señores data del 895, pero este tipo de casos se multiplica rápidamente.
Se puede afirmar que, al final de la época carolingia, la sociedad feudal
está en vía de un rápido desarrollo y su progreso se realiza en detrimento
de las estructuras estatales.
Vida intelectual. La época está marcada por una importante
renovación de los estudios y de la producción literaria, conocida bajo el
nombre de «renacimiento carolingio». Inste, iniciado por Carlomagno y
Alcuino (v.), alcanza sus mejores frutos en el reinado de Ludovico Pío. De
todos modos, conviene señalar bien los límites de este renacimiento. Está
limitado en el tiempo; si esencialmente marca la primera mitad del s. ix,
el declive empieza demasiado temprano, ca. 850. E¡ s. X no conoce grandes
escritores. La renovación de los estudios está también limitada por el
espacio geográfico; sólo se aprecia en los territorios situados en el
corazón del Imperio carolingio, entre el Loira y el Rin. Los países del
Mediodía, donde hasta el s. XII se sigue escribiendo en un latín bastante
bárbaro, están descartados de este renacimiento. También está limitado en
cuanto a su contenido, pues no incluye más que a un escogido grupo de
clérigos. En el aspecto científico es nulo, no alcanza más que algunas
facetas de la cultura literaria (caligrafía, gramática, retórica) y no
toca en absoluto la filosofía, excepto el gran filósofo y teólogo Escoto
Eriúgena (v.) (m. 886), que permanece totalmente incomprendido por sus
contemporáneos. De hecho, el verdadero renacimiento intelectual de
Occidente no comienza hasta el s. XI, con Gerbert d'Aurillac, para
alcanzar su pleno desarrollo en el s. XII.
V. t.: FRANCOS; CARLOMAGNO; MEROVINGIOS I; GERMÁNICO, IMPERIO;
EUDALISMO.
BIBL.: F. LOT, C. PFISTER y F.
GANSHOF, Les destinées de 1'Empire en Occident de 395 á 888, en Histoire
géneral: Histoire Moyen Age, din. G. GLOTZ, 1, 2 ed. París 1941; F. LOT,
Naissance de la France, París 1948; L. HALPHEN, Carlomagne et 1'Empire
Carolingien, París 1949; P. ZUMTHOR, Charles le Chauve, París 1957; J.
DHONDT, Étude sur la naissance des principautés territoriales en France,
Brujas 1943; G. DuBY, Véconomie rurale et la vie des campagnes dans 1'Occident
médiéval, París 1962; H, BoUTRUCHE, Seigneurie et féodalité, 1, París
1959; F. L. GANSHOF, Qu'est-ce que la féodalité7, 3 ed. París 1955; L.
GENICOT, Les lignes de faite du Moyen dge, 3 ed. Bruselas 1961; PH. WOLFF,
The awakening of Europe, Londres 1968.
PIERRE BONNASSIE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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