CARMELITAS. ESPIRITUALIDAD CARMELITA.


Orígenes y consolidación de la espiritualidad. Apenas perceptible en sus orígenes, creció con el tiempo hasta formar en el s. XVI la corriente más poderosa de la mística occidental (v. ESPIRITUALIDAD, LITERATURA DE), especialmente por obra e influencia de S. Juan de la Cruz (v.) y sus seguidores. Los primeros asomos están en la propia Regla, cuya originalidad consiste en que no impone un género de vida, sino que codifica y unge de espiritualidad el modo de vivir de lqs solitarios del monte Carmelo, que comparten su oración y vida común con el apostolado (la versión primitiva, aproximadamente, en F. Ribot, Decen libri (1370), en el Speculum Ordinis Fratrum Carmelitarum noviter impressum, Venecia 1507, fol. 29-30; Melchor de S. M., Carmelitarum regula et ordo decursu XIII saeculi, «Ephemerides Carmelitanae» 2,1948, 52 ss. Comentario espiritual: Efrén M. D., Intimidades del Carmelo, 2 ed. Valencia 1957). Trasladados a Europa en el s. XIII, tuvieron que afiliarse a los mendicantes (v. i), y desde entonces crecieron en continua tensión interna por la añoranza atávica de sus yermos y la convivencia en las ciudades con dedicación al culto y al estudio (tratado más significativo: Nicolás Gálico: Ignea Sagitte, «Carmelus» 9, 1962, 237-307). En el clima ideológico de la soledad flotaba un tema dominante y característico de su contemplación: la vida de la Virgen María, vinculada profundamente a la suya. La primera capilla en el monte Carmelo le estuvo dedicada y con su nombre se establecieron en Occidente. Los libros primitivos del Speculum Ordinis, transformando en historias esta vinculación, llenaron de leyendas marianas . sus tradiciones, ahondando de esta forma su dedicación singular a la Madre de Dios, que resultaba ser su inspiración y fundadora.
      Estos elementos quedaron definidos en la célebre «rubrica prima» de las Constituciones de 1281 en el Capítulo de Londres. La descendencia eliana y profética fue glosada por Juan de Baconthorp y otros autores del s. XIV y se codificó en el Liber de Institutione primorum monachorum, sobre el 1370, que se convirtió en el manual de formación carmelitana (impreso en el Speculum Ordinis, Venecia 1507, lo presentó Ribot (1370) como la regla primera, obteniendo enorme difusión. En el s. XV hay traducciones al inglés, francés y español. De ésta es notable el códice oriundo de la Encarnación de Ávila. Cfr. «Ephemérides Carmelitanae» 9, 1958, 442452). Sus líneas maestras son la contemplación, la ascesis que dispone a ella y el celo profético de Elías, de un discreto apostolado, todo en torno a la figura de la Virgen María, en quien Elías bebió proféticamente su vida virginal.
      Estas directrices no constituían aún escuela, sino un esbozo, que se trocaría en tal cuando las tocara la mano de un genio. En los s. XV y XVI los c. siguen el vaivén de los movimiento espirituales, del místico en Inglaterra, de la Devotio Moderna (v.) después, o del espiritualismo del Rin. La tradición doméstica, siempre de sello pragmático, comienza a perfilarse por obra de los mantuanos. Queda casi definido por Juan Soreth en su Expositio paraenetica in Regulam Carmelitarum (París 1894), de orientaciones prácticas y aspiraciones contemplativas; tiene huellas del monacato clásico de Casiano, S. Agustín, S. Bernardo, los de S. Véctor y de la Devotio Moderna. Por este tiempo escribía la b. Francisca d'Amboise Exhortations, al estilo de la época, de orientación cristocéntrica y resabios neerlandeses.
      Reforma teresiana. De momento, la espiritualidad del Carmen se vigoriza espléndidamente a partir de S. Teresa (v.) (1515-82), que la ha bebido en los manantiales de los viejos libros y tradiciones de la Orden, confiriéndoles el impulso genial de su inconformismo. Perduran en ella
      los dos polos de tensión: la suspirada soledad del ermitaño y la ansiedad por la suerte de la Iglesia: vida contemplativa al servicio de la Iglesia, herencia y mensaje de la Orden. «Todos los que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamados a la oración y contemplación, porque éste fue nuestro principio, de casta venimos, de aquellos santos padres nuestros del monte Carmelo, que en tan gran soledad y con tanto desprecio buscaban este tesoro...» (Moradas, 1, 2). En esta estructura es consustancial la devoción a la Virgen; pues llevan su hábito, deben vestirse de sus virtudes, y para ello deben considerar su vida y adaptarse a sus sentimientos por Cristo y por su Iglesia. «Parezcámonos en alguna cosita a esta santísima Virgen, cuyo hábito traemos» (Camino de perfección, 13,3). El filón espiritual exige llegarse hondo con la oración, que ha de ser el eje del c.: «Dice el principio de nuestra Regla que oremos sin cesar. Con que se haga esto con todo cuidado, que es lo más importante, no se dejará de cumplir los ayunos y disciplinas y silencio» (o. c., 4,2). La ansiedad por la Iglesia se centra sobre los «capitanes» de ella, para «que haya muchos de los muy muchos letrados y religiosos que hay que tengan las partes que son menester...; que más hará uno perfecto que muchos imperfectos» (o. c., 3,5).
      S. Juan de la Cruz (1542-91), aunque se eleva al trascendente universal para asentar su doctrina en principios metafísicos, enmarca sus libros en la alusión familiar de Subida del monte Carmelo, que es todo un programa. Pero en vez de dar matices provincianos a la mística (v.), dota la espiritualidad familiar de proyecciones universalísimas y eternas. La soledad y la ascesis, con visos de clausura, son ideas ilimitadas que cifran el despeje de obstáculos para que Dios pueda irradiar desde su centro en toda la persona, cuerpo y alma, no nublando, antes dignificando sus dotes naturales. La ascética (v., ASCETISMO), en vez de coacción, se convierte así en transformación óntica, dando lugar a que una simple criatura pueda empalmar con Dios, que mora en el «espíritu de su alma», y obrar de consuno con Él. El dechado es la Virgen María, que por no poner trabas fue docilísima al Espíritu Santo, en todo movida por Él, trocando sus acciones en divinas (3 Subida, 2,10). La Humanidad de Cristo da sentido a la santificación de las cosas corporales, y toda la creación se convierte en eco de Dios (Cántico, 5-7). El fin subjetivo es recobrar un «nuevo Adán» (2 Noche, 24,2); el cristiano, hacer Iglesia con «calidad» de vida divina (Cántico, 29,2-3).
      Los Carmelitas después de la reforma. Esta doctrina fue el núcleo de la Escuela Mística Carmelitana. Sus estructuras dialécticas se fueron elaborando con diferentes Cursus carmelitas, formados en equipo. El primero, el Complutensis de Filosofía (Madrid 1624-28. En 1628 ya tenía 12 ed. Cfr. Florencio N. J., Los complutenses, su vida y su obra, Madrid 1962), pedestal del famoso Salmanticensis de Teología, la voz más autorizada del tomismo (Enrique S. C., Los Salmanticenses, su vida y su obra, Madrid 1955), seguido por otro gran Cursus Moralis, lento, desde 1677 a 1714. En ellos se uniformaron las energías intelectuales que dieron mano al Cursus Mysticus, cuya aparición fue precedida de varios tratados (cfr. Crisófono de J. S., Escuela mística carmelitana, Ávila 1930, C, 8), entre ellos el del gran místico Juan de Jesús María (Opera omnia, Florencia 1771-74. Cfr. Florencio N. J., El V. P. Juan de Jesús María, Burgos 1959; Antonio N. J., Giovanni di Gesú María Calagorritano (1567-1615) e le sue opere di formazione spirituale dei novizi, Roma 1960). A todos dio contextura José del Espíritu Santo, bracarense, en su Cadena Mística Carmelitana (Madrid 1678), y Antonio del Espíritu Santo escribió el Directorium Mysticum (Madrid 1677) y Antonio de la Anunciación, la Disceptatio mystica de oratione et contemplatione (Madrid 1683), mientras en Italia se escribían comentarios escolásticos a las Moradas y en Francia Felipe de la Trinidad publicaba la Summa Theologiae Mysticae (París 1656). En España publicaba Francisco de S. Tomás en 1691 su exquisita Medula mística, sacada de las divinas letras, de los Santos Padres y de los más clásicos doctores místicos y escolásticos. Y la corona ascensional se consumó con el gran Cursus Theologiae Mystico-Scholasticae, del onubense José del Espíritu Santo (1667-1736), que murió sin concluir su obra (ed. moderna Brujas 1924). Era la disección conceptualista llevada a términos que no daban más. Siguió la decadencia. Los retoños renacidos a principios del s. XX tomaron otros cauces y se canalizaron felizmente por el psicológico, cuyos hitos trazaron los Études Carmélitaines (cfr. Juan de J. M., El estado actual de los estudios sobre espiritualidad entre los carmelitas descalzos españoles, en Trabajos del I Congreso de Espiritualidad. Salamanca, 1954, Barcelona 1957, 337-383).
      Carmelitas calzados. El brío doctrinal del Carmen teresiano revertió en el tronco de la Orden entera y vigorizó su espiritualidad, comenzando por la implantación de la oración mental en común. Por encargo del general Enrique Silvio, en 1600 publicó Jerónimo Gracián una obra formadora, que el propio general difundió entre los c. de Italia, y al tiempo se publicaron varios libros sobre la oración por los c. Saraceni, Foscarini y Perrone. Poco después se difundieron los escritos de la extática María Magdalena de Pazzi (v.) (1566-1607), especialmente los Avvertimenti. En España destacaron auténticas lumbreras, como Miguel de la Fuente, clásico insigne, que hizo suya la doctrina sanjuanista (Las tres vidas del hombre, corporal, racional y espiritual, Toledo 1623, 4 ed. Madrid 1959), y Pablo Ezquerra, que igualmente se declara devoto seguidor de S. Juan de la Cruz (Escuela de perfección, formada de espiritual doctrina de filosofía y mística teológica, Zaragoza 1675, ed. moderna Barcelona 1965). Los recientes escritores (del estado actual de escritos carmelitas, cfr. M. Ma Ibáñez en Trabajos del I Congreso de Espiritualidad, Salamanca 1954, o. c.) han desembocado en un manual de espiritualidad codificado por Juan Brenninger (Directorio carmelita de vida espiritual, Madrid 1966).
      La reforma de Touraine se inició, dentro de la Observancia, por iniciativa de Felipe Thibault (1572-1638) de volver a las fuentes, con tanto éxito que se trocó en una «invasión mística», con eximios autores, tocados del amor a sus orígenes proféticos y a la devoción mariana. Les ayudaron los descalzos que florecían ya en Bélgica, en particular Domingo de Jesús. En Roma hallaron el apoyo del general Enrique Silvio. Su máximo representante fue el ciego y lego fray Juan de S. Sanson (1571-1636), cuyas expresiones hacen sentir la presencia sanjuanista (Les Oeuvres spiritualles et mystiques du divin contemplatif fr. Jean de St. Sanson, Rennes 1659. Antología por S. M. Bouchereaux, Directions pour la vie intérieure, París 1948, trad. esp. Madrid 1960). Entre sus seguidores destacaron: Domingo de S. Alberto (15961634); León de S. Juan (1600-71), místico y humanista; y Mauro del Niño Jesús. Por su adhesión a las tradiciones y marianismo de la Orden descollaron el célebre editor del Speculum Carmelitanum (Amberes 1680), autor también de la Vinea Carmeli (Amberes 1662). Doctrinalmente, el más destacado mariólogo de la espiritualidad fue Miguel de S. Agustín (1621-84), cuyo tratado es clásico (Amberes 1671). A su lado creció un feliz retoño femenino de espiritualidad mariana, María de S. Teresa Pétyt (1625-77), cuya vida y escritos divulgó el mismo autor (Leven van de Weerdighe Meeder María a S. Theresia, 2 vol., Gante 1683-84. Existe, publicado a nombre de ambos: La vida de unión con María, Madrid 1957). El despliegue doctrinal de la espiritualidad carmelita conserva, sin embargo, perfecta unidad de líneas y el mismo aire de familia. Las diferencias de épocas y corrientes que se entremezclan quedan siempre al margen de los rasgos fundamentales, que desarrollados con mayor o menor preferencia son siempre vástagos del mismo tronco, con el vigor que les dio la reforma teresiana y su escuela mística.

     
     

BIBL.: Además de la incluida en el texto, cfr. AMBROSIO S. T., Untersuchungen über Verlasser, Ablassungszeit, Quellen und Bestátitung der Karineliter-Regel, «Ephemérides Carmelitanae» 2 (1948) 19-25; P. T. SARACENI, Amaestramento per 1'oratione mentale, Bolonia 1599; P. A. FOSCARINI, Meditationes, preces et exercitia quotidiana., Cosenza 1611; C. PERRONE, Istruzione per 1'orazione mentale, Nápoles 1616.

 

 

EFRÉN DE LA MADRE DE DIOS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991