CAMILO DE LELIS, SAN


N. el 25 mayo 1550 en Bucchianico, al S de Rieti, reino de Nápoles. Temperamento indómito y apasionado, se acostumbró desde su infancia a vivir a su antojo. Los Lelis se picaban de nobleza, una nobleza venida a menos.El padre de C. vivía de la espada. Fue un soldado valiente, llegó al grado de capitán y sirvió a España bajo no las banderas de Avalos, Pescara, Borbón y Juan de Austria. Su mujer luchaba entretanto con el muchacho; luchaba inútilmente, porque su hijo con la inquietud de muchas generaciones de guerreros, huía de las tareas infantiles y de los bancos de la escuela. A los 12 años era jugador empedernido. No obstante se hacía querer por sus travesuras y extravagancias. Sus compañeros le llamaban "allegro e fantastico"; otros, más severos, decían de él que era "bizarrotto e liberetto". Aunque gran calumniador de sí mismo, confiesa él según leemos en la biografía de Cicatelli que "aún en esta época sentía alguna centella de piedad y que gozaba cuando veía en su casa pobres o peregrinos". Aunque tenía una estatura de cerca de dos metros, no era fuerte, y en su pierna empezaba a supurar una llaga, que él llamará más tarde una caricia divina. Llamó a las puertas de un convento franciscano, pero como le dijeron que no servía para fraile, siguió su vida de bohemio. Pasando hambre y caminando lentamente, pudo llegar a Roma, y no tardó en encontrar un puesto de enfermero en el hospital de Santiago. Como no cesaba de jugar, se le despidió, "porque después de muchas pruebas, decía el director, se ha visto que es incorregible, y, además, porque no tiene la menor aptitud para el oficio de enfermero". Entró a sueldo en una nave veneciana, que se dirigía a Oriente, luchó en Zara y en Corfú, escaló fuertes, sufrió las privaciones de los asedios y no intervino en la acción de Lepanto, porque la enfermedad le tenía luchando entre la vida y la muerte. Convaleció entre las balas y los cañones, se batía como buen hidalgo: hoy en Mesina, mañana en Cátaro; hoy sirviendo a la Señoría, mañana a las órdenes de Santa Cruz; caminando de Nápoles a Túnez y la Goleta, naufragando y jugando siempre.
      En 1574 aparece de nuevo en Roma. Ahora trae dineros y propósitos de no jugar, pero no puede resistir la tentación. Sale de Roma "girando il mondo"; en Monfredonia, unos capuchinos, que estaban construyendo una iglesia, le ofrecen trabajo y le ponen un asno a su disposición para acarrear cantos y arena. Mucho le humillaba la actitud de la chiquillería, que, atraída por el espectáculo de un gigante como él, arreando al jumento, gritaba al verle: "Ya viene S. Cristobalón". Pero allí fue donde le derribó la gracia, como a Saulo de su caballo. Es un hombre nuevo. Siente la tragedia de su vida, solloza, reza, hace una confesión general y pide el hábito. Es el más obediente y trabajador de los frailes; se le llama "ilftrate ulmile", pero de pronto la llaga reaparece. Es la voz de Dios que le saca del convento y lleva a Roma. Se cura en el hospital de Santiago y vuelve a ser enfermero, un enfermero solícito y eficaz. Ahora ya no arrastra a sus compañeros para enseñarles a jugar a los naipes, sino Jara enseñarles a rezar. Hay un grupo de hombres piadosos que se convierten en sus admiradores. Los enfermos, por su parte, ven en él tal abnegación, que le aman y le veneran. Había uno, dice su biógrafo, que vivía en el mayor abandono, porque sólo verle daba horror. Pues bien, sólo C. se acercaba a él, le limpiaba, le servía y más de una vez vi que le besaba». Nombrado administrador general, "maestro de casa", lo vigila y ordena todo, se distingue por la habilidad de su gestión. Hay varios compañeros que imitan su heroica conducta y con ellos e reúne para meditar, leer libros devotos y darse mutuamente la disciplina. Como el director mira con suspicacia estas reuniones, ellos se despiden, atraviesan solemnemente las calles de la ciudad, precedidos de una cruz le madera y van a instalarse en el hospicio del Espíritu Santo, y en 1586 consiguen la iglesia de la Magdalena, o lejos del Panteón. Es allí donde C. organizará su Congregación y vivirá hasta su muerte.
      Comprendiendo que el estado sacerdotal podía facilitar la obra, empieza a estudiar latín a los 30 años, entre la hilaridad de los estudiantes que le decían: Gigas, tarde enisti. No todos miran con buenos ojos los ímpetus de celo apasionado. El mismo S. Felipe Neri, que había sido confesor de C., y que le había aconsejado desde que se estableció definitivamente en Roma, se negó dirigirle. Poco después, todos los rebeldes, como se les
     
      llamaba, incluso el jefe de ellos, cayeron enfermos. Pero la tempestad pasó, y el 15 sept. 1584, la pequeña compañía con la sotana negra, adornada de la cruz roja, que imitara J. H. Dumont, profesaba con esta fórmula: "Prometo, Señor, servir a los pobres enfermos, vuestros hijos y hermanos míos, mientras viva, con la mayor caridad posible". En 1586, Sixto V confirmaba la obra, y en 1591, Gregorio XIV la erigía solemnemente, poniéndola bajo la Regla de S. Agustín. Así nació la Orden de los Ministros de los enfermos, la Compañía de C., como decían otros, los Padres de la Buena Muerte, los Hermanos del Bello Morir. Como era de esperar, la institución tuvo una acogida entusiasta. Desde entonces vemos al fundador caminando por diversas provincias italianas, construyendo y organizando. Los ministros de los enfermos se derraman de Roma a Nápoles, a Florencia, a Milán, a Turín, y lo mismo en Italia que en Hungría, se les encuentra en los campos de batalla. Donde aparece un peligro, allí arde el fuego bienhechor de su cruz roja. En 1586 eran sólo 12 miembros; un cuarto de siglo más tarde, contaban con 15 casas, ocho hospitales y 250 profesos. Otros 200 habían muerto a causa de la peste.
      La presencia de C. tenía un poder taumatúrgico y casi magnético que ganaba los corazones y curaba las enfermedades: alto, de casi nueve palmos, bien proporciona- do, la cabeza erguida, ancha espalda, rostro demacrado, boca grande con labios finos, color moreno, casi aceituna, pelo castaño y amplio mentón, de barba rala e inculta, frente amplia bajo la cual brillaban dos ojos oscuros y pequeños. Su voz y su mirada tenían matices graves y severos. "Cuando hablaba de la caridad, dice un testigo, salía fuera de sí, se inflamaba, se estremecía, y muchas veces vimos su rostro envuelto en llamas". No era un temperamento sentimental. Suya es aquella sentencia expresiva en que retrataba el ideal del superior: "La miel en la boca y el cuchillo en la mano".
      En 1607 C. dimitió su cargo de superior general, no sin ocuparse de la vigilancia estricta de los estatutos dictados por él. A sus religiosos les dio un devocionario, en que se exhortaba al espíritu de penitencia ya la imitación de los sufrimientos de Cristo. Para ellos compuso una colección de jaculatorias, que debían decir en provecho de los moribundos, tanto en los hospitales como a domicilio. En cambio, si no eran sacerdotes, no estaban obligados al rezo del breviario. Debían confesar y comulgar los domingos y días de fiesta, hacer diariamente una hora de meditación, oír misa y practicar otras devociones. Los noviciados y las enfermerías no podían poseer rentas y haciendas; pero a las casas de los profesos se les permitía tener un huerto o patio para solaz y descanso.
      De Italia pasaron los religiosos camilos, después de la muerte del fundador, al centro de Europa. En España se establecieron en 1640, fundando su primera casa en la calle de Atocha, de Madrid, y abriendo poco después un colegio en Alcalá de Henares y otro en Salamanca. M. el 14 jul. 1614; su fiesta se celebra el 14 del mismo mes. Fue canonizado por Benedicto XIV en 1749; y se le suele representar asistido por ángeles, o recibido por el Señor en sus últimos momentos o delante de una imagen de Cristo, que le abraza. Su orden, suprimida en 1810, fue restaurada y se extiende hoy por todos los continentes.

BIBL.: La fuente principal es una biografía que escribió S. CICATELLI, un año después de la muerte del santo, Viterbo 1615; trad. francesa por DEBOUT, París 1932; P. ALAiN, L'épapée de la premiere Craix Rauge, París 1946 ; M. V ANTI, San Camillo, 1929; íD, Camillo de Lelis, en Bibli. Sanct. 3,707-722; "Annales Ordinis Ministrantium infirmis" (1934); G. Sommarug, San Cmillo de Leli, Milán 1945; Martindale, Life of St. Cmillus, Londres 1946.

 

 

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991