Sobrenombre del emperador C. César Germánico (a. 37- 41). Hijo de
Germánico y Agrípina.
Primeros años. N. en Anzio el 31 ag. 12. Muy niño acompañó a su
padre en sus expediciones militares. De esta etapa procede su apodo
(C.=botita), debido a su costumbre de calzar zapatos del mismo tipo que
las botas (caligae) de reglamento en el ejército romano. Se hallaba en
Oriente cuando murió su padre (a. 19). Tras el destierro de su madre (a.
29) continuó viviendo con su abuela Antonia. Estos aspectos de su
educación explican buena parte de su futura política. El ambiente en el
que se formó fue militar, y siendo ciudadano vivió rodeado de príncipes
orientales y siervos egipcios. Más que su vinculación a la familia de
Augusto contó para él el hecho de ser bisnieto de Marco Antonio. Tiberio
designó como sucesores a C. Y a Tiberio Gemelo, El primero era nieto
adoptivo, como consecuencia de la adopción de Germánico, el segundo nieto
carnal en cuanto hijo de Druso y Livilla. C., a su vez, adoptó al aún
menor Tiberio Gemelo. En su proclamación se vio un feliz acontecimiento.
C. simbolizaba el prestigio de su padre, de sus hermanos Nerón y Druso y,
en general, la reacción a la política de Tiberio. Aparte su tío Claudio,
ningún otro miembro de la familia se hallaba en condiciones de ser
nombrado heredero.
Reinado e idea del poder. La historiografía romana de inspiración
senatorial insiste en distinguir en su reinado dos periodos, antes y
después de su grave enfermedad en octubre del a. 37. En el primero, C.
habría sido un «buen emperador», en el segundo un tirano sanguinario que
actuaba según sus arrebatos de locura. C. no puede ser considerado como un
enajenado. Su naturaleza era enfermiza, su temperamento nervioso y se
hallaba aquejado de epilepsia, pero su conducta fue la de un megalómano no
exento de aciertos. Algunos aspectos de su política, singularmente la
militar, tuvieron el apoyo del estado mayor romano y de personajes como el
futuro emperador Vespasiano. La distinción de dos periodos, como cuerdo y
como loco, en su reinado no es aceptable, puesto que su política y su
actuación fueron consecuentes con sus ideas. Su concepción del poder era
helenística y, más que helenística, ptolemaica. Así se explica su idea de
un Imperio universal centrado en Oriente, heredada de Marco Antonio, su
vinculación a cultos egipcios, la adopción de ciertas formas del protocolo
egipcio - inaceptables en Roma- como sus bodas, aparentes, con sus
hermanas, su propia deificación en vida y sus múltiples matrimonios. De
ahí la deificación de los miembros de su familia y la eliminación de
cuantos, como Tiberio Gemelo o Antonia, le molestaban o podían ser rivales
en el poder. De ahí también su conflicto con el Senado, aunque se hubiera
proclamado «hijo y discípulo» del mismo. A este propósito se une una
particular lucidez manifestada por los copiosos donativos al ejército y al
pueblo bien a nombre de Tiberio, bien aquellos que Tiberio no pagara, como
los de Julia Augusta. Su propósito de recibir anualmente juramento de
fidelidad de todos los pueblos del Imperio se remontaba a Augusto. Las
honras y honores a los familiares, especialmente a los difuntos, no
tuvieron fin. Debilidad, megalomanía y falta de principios se unieron a
una plena consciencia de la amplitud de sus poderes. Proyectó grandes
obras, como un canal en el istmo de Corinto, para fines aparentemente
nimios. Favoreció a sus amigos más íntimos, los príncipes orientales Julio
Agripa y Antíoco, prescindiendo de las directrices precedentes de la
política romana en Oriente. A la divinización propia precedió la de su
hermana Drusila.
Política interior y exterior. Hay que tener en cuenta que los
caprichos romanos de C. apenas se reflejaban en la administración general
del Imperio. Sus actuaciones consideradas como populacheras - colaborar
con los bomberos de Roma en ocasión de un incendio, autorizar a los
espectadores de los teatros para quitarse el calzado durante los
espectáculos, aumentar las representaciones y ser particularmente
aficionado al circo- apenas extrañan hoy, pese a las críticas de las
fuentes, vista la actuación de sus predecesores y sucesores más
respetados. Extraña, quizá, su desinterés por ciertas actividades, las
obras públicas singularmente, cuando no le afectaban de modo directo.
Gustaba más de la escenografía y de la pompa ocasional, como muestra el
puente que hiciera construir en el golfo de Nápoles para, como nuevo
Jerjes, poder cabalgar sobre las olas. Todo ello implicaba grandes gastos
que se cubrieron sin aumentar la presión fiscal - por algo había intentado
suprimir los impuestos-, sino confiscando los bienes de algunos ricos
senadores. Que estos ingresos extraordinarios no eran suficientes basta
para demostrarlo la bancarrota del Estado romano en el momento de su
muerte.
Sintiéndose nuevo Alejandro no es extraño que C., criado en los
campamentos y entre las historias de las hazañas militares de la familia,
desde el bisabuelo Marco Antonio y el odiado abuelo Agripa hasta el padre
Germánico, intentara superarlas. Contó para ello con el apoyo de los más
destacados militares, Cornelio Getúlico, Domicio Corbulón y el futuro
emperador Vespasiano. En Oriente reemprendió la política de multiplicar
los Estados vasallos ofreciéndolos a príncipes que eran sus amigos y
compañeros de la infancia y, en ocasiones, parientes por parte de Marco
Antonio. Gobernado más por el sentimiento que por la diplomacia, chocó con
las comunidades hebraicas al intentar colocar su imagen en el templo de
Jerusalén. También chocó con su lejano pariente Ptolomeo de Mauritania, a
quien hizo ejecutar, aun a costa de iniciar una guerra que concluyó su
sucesor Claudio. Sus campañas militares, pese a la crítica senatorial, no
debieron estar mal preparadas si se tiene en cuenta los oficiales que en
ellas intervinieron y su continuidad o ejecución en tiempos de Claudio. La
campaña germánica fue interrumpida por una conjura de corte en la cual
intervinieron su heredero M. Emilio Lépido y las hermanas de C. Agripina y
Julia Livilla. La campaña de Britania se limitó a una parada militar en la
costa de las Galias, con especial disgusto del ejército.
Fin de su reinado y semblanza personal. El carácter de C., nunca
fácil, se agrió en el último año de reinado. Una reforma fiscal, basada en
el modelo egipcio, atrajo el disgusto de la población de Roma. Las
relaciones con el Senado empeoraron y una parte del ejército, los
pretorianos, se apartaron de C. Una nueva conjura de corte, que unió a los
senadores el tribuno de pretorianos Querea, los prefectos y el poderoso
liberto Calixto, ocasionó su muerte el 24 en. 41. La emperatriz Milonia
Cesonia y la princesa, única hija de C., Julia Drusila, fueron asesinadas
el mismo día.
Prescindiendo de aspectos patológicos, C. aparece gobernado por el
sentimiento: su fidelidad a los amigos de infancia fue notable y el
resentimiento que abarcaba desde la familia de Augusto y Tiberio hasta el
Senado. De aquí su intento, inviable, de instaurar en Roma un gobierno de
tipo oriental. De aquí también que su conducta obedeciera al personalismo,
dictado tanto por su megalomanía como por la convicción en su divinidad,
más que al raciocinio. Virtudes personales, aparte las dotes como orador,
no le faltaron. Plebe y ejército estuvieron dispuestos después de su
muerte a vengarle, pese a las ofensas recibidas, y a dar buena cuenta de
sus asesinos. Tampoco le faltó en ocasiones el apoyo de hombres,
singularmente en el ambiente militar, cuyo prestigio debía acentuarse en
el reinado de sus sucesores. Hasta qué punto se dejó llevar por la
envidia, como el intento de asesinar a Séneca porque era mejor orador, es
difícil juzgarlo, teniendo en cuenta los colores oscuros con que describen
su reinado los historiadores de inspiración senatorial.
BIBL. : A. GARZETTI, L'lmpero da
Tiberio agli Antonini, Bolonia 1960; I. P. v. D. BALSDON, The Emperor
Gaius, Oxford 1934.
ALBERTO BALIL.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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