N. en Anagni ca. 1220-35. Su padre, Lofredo, descendía de una familia
española establecida en Italia y su madre pertenecía a la casa de Segni,
que ya había dado tres Papas a la Iglesia. Estudió Derecho en Todi y
Bolonia (según los autores antiguos, también en París), doctorándose in
utroque iure. Después de haber obtenido diversos beneficios en Anagni,
Todi, París, Lyon y Roma, acompaño a Francia, como secretario, al card. de
Brie (Martín IV) en 1264; y a Inglaterra (1265-67) al card. Ottobono
Fieschi. Ingresó en la Curia bajo Nicolás III (abogado consistorial y
notario apostólico). Martín IV le promovió a cardenal diácono, con el
título de S. Nicolás in carcere Tulliano (1281), y Nicolás IV a cardenal
presbítero, con el título de los S. Silvestre y Martín del Monte (1291).
El 24 dic. 1294, después de la renuncia de Celestino V, fue elegido Papa
en el Castel Nuovo de Nápoles. La intervención del card. Gaetani en la
renuncia de Celestino V, y la enemiga de los grupos que dirigieron la
Iglesia a la sombra de este Papa, dieron origen a la legendaria frase
profética que se dijo pronunciara Celestino dirigiéndose a B.: «Intrabis
ut vulpes, regnabis ut leo et morieris ut canis». M. en Roma el 11 ó 12
oct. 1303.
El pontificado de Bonifacio VIII estuvo enteramente marcado por el
signo de la contradicción. Nada más subir al solio pontificio hubo de
enfrentarse con la rebeldía de los espirituales y de los dos card. Colonna,
que, si terminaron formando un frente único, tuvieron origen diverso. Los
espirituales (monjes fanáticos, secesionistas en su mayoría de la Orden
franciscana) llevaron muy a mal la renuncia de Pedro de Morrone (Celestino
V) que les había colmado de privilegios, poniendo en circulación la
ilegitimidad del Papado de B., a quien consideraban como el Anticristo. El
encarcelamiento (acaso demasiado severo) del papa Celestino, sin duda para
evitar el peligro de un cisma, que Bonifacio VIII decretó, fue un hecho
desgraciado que contribuyó no poco a esta campaña de denigración. Otro fue
el origen de la rebeldía temprana de los card. Jacobo y Pedro Colonna. Si
en un principio apoyaron la elección del papa Gaetani, muy pronto pasaron
a la rebeldía ante la política de B. (declaradamente angevina, nepotista
en relación con los Gaetani, protectora de los Orsini y personalista en el
gobierno eclesiástico), que debilitaba el poder de la familia Colonna,
gibelina por tradición y partidaria de la dinastía aragonesa de Sicilia.
En el manifiesto de Lunghezza (1O mayo 1297), que niega la legitimidad de
la elección de Bonifacio VIII, se encuentran ya unidos los Colonna y los
espirituales, pues lo firman también tres franciscanos, el primero de
ellos el famoso Fray Jacopone de Todi. Más de un año tardó el Papa en
reducir a los rebeldes, que se retractaron y pidieron perdón. El Papa usó
con ellos de bastante moderación, perdonándoles e imponiéndoles diversas
penas. El 3 jul. 1299 los miembros de la familia Colonna huyeron del
confinamiento de Tívoli, buscando refugio en Sicilia o en Francia. En 1303
Esteban y Sciarra Colonna se hallaban en la corte francesa, huéspedes de
Guillermo de Nogaret y de Guillermo de Plaisian, madurando su venganza.
Política europea de Bonifacio VIII. La contradicción fue también el
signo de la política europea de B. La situación de los países cristianos
distaba de ser pacífica: lucha por el trono imperial de Alberto de Austria
y Adolfo de Nassau; guerra entre Francia e Inglaterra por Aquitania y
Gascuña; conflictos sangrientos en el sur de Italia entre angevinos y
aragoneses; Venecia, Génova y Pisa combatiendo entre ellos por la
hegemonía oriental; la Toscana desgarrada por las facciones de güelfos y
gibelinos; violaciones de la inmunidad eclesiástica (bienes y personas) en
Dinamarca, Portugal, Inglaterra y Francia; rebeldía en Hungría frente al
lazo feudal que unía a esta nación con la Santa Sede; pérdida total de
Tierra Santa con la caída de San Juan de Acre (1291). Ante esta tarea
abrumadora, Bonifacio VIII confió demasiado en sus posibilidades; no
calibró justamente las nuevas situaciones (tan diversas de las del
pontificado de Inocencio III, que acometió tarea semejante) y los
resultados fueron desastrosos. Ni logró poner paz entre Francia e
Inglaterra, ni reconciliar a Génova con Pisa, ni libertar a Escocia del
dominio inglés, ni que la paz entre Aragón y Francia se acomodara a sus
deseos, ni que Eduardo I de Inglaterra respetara a la larga la bula
Clericis laicos, ni que Felipe el Hermoso de Francia tan siquiera la
aceptara, ni ganar para la Iglesia el apoyo de la espada imperial de
Alberto de Austria en su lucha con Felipe IV, ni restañar las heridas de
la Toscana ensangrentada por las luchas entre «blancos» y «negros»...
Merece una especial mención, entre todos estos conflictos, que Bonifacio
VIII acometió con más empeño que éxito, el que enfrentó al Papa con el rey
de Francia, pues fue el monarca galo el encargado de inflingir la herida
mortal a un Papa que escribía amargado en 1302: «Ego semper, quamdiu fui
in cardinalatu, fui gallicus» (Dupuy, Preuves, París 1655, 78).
Cuando el 24 feb. 1296 publicó el Papa la bula Clericis laicos, que,
en línea con los conc. III y IV de Letrán y II de Lyon, trataba de
proteger la inmunidad de los bienes eclesiásticos, la reacción de Eduardo
I de Inglaterra fue violenta y la de Felipe el Hermoso hábil y cauta. El
17 ag. 1296 el rey francés promulgó una simple ordenanza prohibiendo sacar
dinero y otros bienes de Francia (incluso se prohibía la negociación con
letras de cambio sobre bienes franceses allende las fronteras) y la
permanencia en el país de extranjeros sin la autorización del rey,
atacándose así solapadamente a la Cámara Apostólica, que recogía
cuantiosas sumas de los beneficios eclesiásticos, y obligando a repasar
las fronteras a legados pontificios, colectores de diezmos y otros
italianos que disfrutaban beneficios eclesiásticos en Francia. Ninguna
eficacia tuvo contra la ordenanza la bula lneffabilis amoris (20 sept.
1296). Pero el monarca galo no terminó aquí. Rodeado de sus hábiles
legistas, desencadenó una campaña polémica que tanto recuerda a las
campañas de propaganda de la actualidad. Aparece, primero, el famoso es-
crito anónimo Disputatio inter clericum et militem super potestate
praelatis Ecclesiae atque principibus terrarum commissa sub forma dialogi.
Sigue una dura contestación del rey, donde se afirma que el « Vicario de
Cristo prohibe dar el tributo al César». Las bulas pontificias De temporum
spatiis y Romana Mater Ecclesia (ambas de 7 feb. 1297) no tuvieron
eficacia alguna. Días antes de que se publicaran, llegó a Roma una carta
firmada por los arzobispos de Reims, Sens y Rouen, pidiendo al Papa la no
aplicación de la bula Clericis laicos a Francia, dadas sus peligrosas
circunstancias. Bonifacio VIII se apresuró a contestar con la bula Coram
illo fatemur (28 feb. 1297), desbordante de benevolencia, y, finalmente,
manda promulgar una declaración auténtica de la Clericis laicos que es una
verdadera derogación. La rebeldía iniciada por los Colonna debió influir
no poco en esta actitud pontificia.
En 1301 la rebeldía de los Colonna ya había sido sofocada y la
política del rey galo aumentaba sus ataques contra la inmunidad
eclesiástica, no faltando la protesta de algunos obispos. Bonifacio VIII,
que se sentía seguro, envió a Bernardo de Saisset, obispo de Pamiers, como
legado a la corte francesa para amonestar a Felipe y exhortarle a que
emplease las exacciones sobre bienes eclesiásticos en la preparación de la
Cruzada. El monarca detuvo al enviado y le acusó de incitar a la rebelión.
Bonifacio VIII reaccionó con la bula Salvator Mundi (4 dic. 1301), que
restablecía la vigencia para Francia de Clericis laicos, la bula Ausculta
fili (5 dic. 1301) y la famosa bula Unam Sanctam (18 nov. 1302). Pero la
maquinaria propagandística de los legistas funcionó una vez más
perfectamente. Se falsificó la Ausculta fili, se hizo circular una
respuesta a la misma que nunca se envió y se hizo redactar, por el
dominico Juan de París, una respuesta a la doctrina papal (Tractatus de
potestate regia ac papali).
Sensibilizada la opinión de este modo, los Estados Generales ( 1302)
se solidarizan con el rey y envían sendas respuestas al Papa. El card.
Mateo de Acquasparta y el mismo B. contestan en público Consistorio (24
jun. 1302) a las maniobras de falsificación, dirigidas por el legista
Pedro Flotte y, en el sínodo romano del mismo año (30 de octubre), en el
que participan los obispos franceses, se renueva la excomunión contra los
que retienen o causan daños a quienes se dirigen a la Sede Apostólica y se
delibera sobre lo que sería la Unam Sanctam.
La legación del card. Le Moine (1302-03) no dio resultado alguno.
Incluso un enviado papal fue detenido y puesto en prisión. Felipe reunió
en el Louvre a cinco arzobispos, 21 obispos y varios abades; se aprobaron
las más graves acusaciones contra el Papa (13 jun. 1303) y se intentó
después un verdadero refrendo de estas acusaciones por parte de todos los
estamentos. Quienes se negaron fueron expulsados del reino o encarcelados.
El Papa reaccionó con una serie de bulas (15 ag. 1303), que imponían
graves sanciones, entre ellas la Nuper ad audientiam dirigida al rey. La
bula Super Petri solio, que excomulgaba a Felipe, no llegó a promulgarse,
pues el día antes de su promulgación (7 de septiembre), una banda de 2.000
mercenarios, conducidos por el legista Nogaret y Sciarra Colonna, se
apoderaron de Anagni y de la persona del Papa. Tres días después fue
libertado por el pueblo de Anagni. Al poco tiempo moría en Roma de un ata-
que de uremia.
Otros aspectos de su Pontificado. Pero Bonifacio VIII no ha pasado a
la historia únicamente como la víctima de Anagni. En el aspecto religioso,
decretó el primero de los jubileos ordinarios (1300) y aumentó las
solemnidades de las fiestas dedicadas a los cuatro evangelistas, a los 12
Apóstoles ya los cuatro doctores de la Iglesia latina (Ambrosio, Agustín,
Jerónimo y Gregorio). En el artístico llevó al Giotto a Roma y restauró S.
Pedro, Letrán y S. María la Mayor. En el científico, fundó la Univ. de
Roma, rehízo la Bibl. Vaticana y los archivos papales. En el jurídico, fue
un gran legislador, mandando añadir a los V libros de las Decretales, un
nuevo libro (Liber Sextus), integrado por sus propias decretales (25 1) y
algunos textos de Papas anteriores (108).
Bonifacio VIII ha sido juzgado de forma contradictoria. Acaso porque
fue una figura compleja. No pueden negarse sus grandes ideales
(pacificación de los Estados cristianos, proyecto de Cruzada, mecenazgo
cultural, etc.). Pero, en la realización de los mismos, le faltó sentido
de la situación y le sobró nepotismo, intemperancia verbal y, en
ocasiones, dureza innecesaria (mientras perdona a los Colonna, p. ej.,
manda arrasar Palestrina). El gran fracaso de Bonifacio VIII deriva de su
falta de habilidad política. Su ideal se asemejaba mucho al de Inocencio
III en algunos aspectos, pero, con ser imposible su realización en las
nuevas circunstancias, es curioso que las formulaciones verbales del papa
Gaetani fueron más rotundas y menos matizadas que las de su predecesor en
el Solio Pontificio.
BIBL.: Fuentes: G. DIGARD, M.
FAUCON, A. THOMAS, R. FAWTIER, Les régistres de Boniface VIII, en
Bibliotheque des Écoles franraises d'Alhenes el de Rome IV, París
1884-1939; A. POTTHAST, Regesta Pontificium Romanorum II, Berlín 1875,
1923-2023. Estudios: P. Dupuy, Histoire du différend entre le pape
Boniface VIII el Phüippe le Bel, París 1655; J. RIVIÉRE, Le probleme de
l'Église el de l'Élal au Temps de Phüippe le Bel, Lovaina 1926; H. X.
ARQUILLIÉRE, Boniface VIII, en DHGE IX904-909; LLORCA, GARCIA VILLOSLADA,
MON- TALBÁN, Historia de la Iglesia Católica II, Madrid 1958.
A. PRIETO PRIETO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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