BIEN


El b. no se puede definir, sino sólo describir, como «1o que conviene a una cosa». Lo conveniente es lo que da perfección y, por tanto, ni puede ser nocivo, ni indiferente. El problema del b. tiene una doble formulación: metafísica y ética. En su aspecto metafísico, se precisa saber el tipo de realidad al que se adscribe: ente, propiedad de un ente, valor. En su dimensión ética, figura como un concepto normativo: es lo que posee un valor moral, sea categórico (el B.), sea derivado (un b.).
      1. Aspécto metafísico.. En primer lugar, es preciso distinguir entre la estructura fenomenológica del b. (ratio boni de los escolásticos) y la estructura ontológica del mismo (natura boni).
      2. Estructura fenomenológica. La estructura fenomenológica del b. responde a la definición formal del b. en su relación con el sujeto y expresa aquello por lo que el b. se manifiesta inmediatamente como b. Dado que el b. es algo que no se deja definir en sentido estricto (por género y diferencia), sino solamente señalar y caracterizar a partir de sus efectos, entonces el efecto inmediato del b. es la tendencia, el deseo. La estructura fenomenológica estriba en la apetibilidad: el b. es lo que todas las cosas apetecen. De este modo, el b. comporta una exigencia o solicitación; una llamada que, desde el punto de vista del objeto, se traduce en un deberser, y, desde la perspectiva del sujeto, en un deberhacer. Es decir, desde el punto de vista fenomenológico, el b. es el objeto de una tendencia natural. Incluso los seres no dotados de sensilrilidad aspiran también a su fin y en 61 reposan cuando lo consiguen.
      3. Estructura ontológica. La estructura ontológica del b. expresa aquello que fundamenta el fenómeno estructural del b. A este respecto tenemos dos modos de enfoque posibles: extrínseco e intrínseco.
      El primer punto de vista es todavía extrínseco, pues con 61 se logra una definición que oscila entre la estructura fenomenológica y la que correspondería al ser como b. Es decir, b. es lo perfectivo. O de otro modo, el b. es lo que está adaptado al fin de un ser. Siendo la naturaleza el primer principio de operaciones., entonces el b. de algo consiste en la adaptación de su naturaleza a su fin. Caben, así, dos consideraciones del b. según la doble consideración del fin (v.): En primer lugar, el b. es fin como remate o término; el b. satisface la tendencia, le pone un término. En segundo lugar, el b. es fin como principio o meta; la tendencia está orientada hacia una meta, y el b. es lo que se pretende alcanzar. Si el b. es lo que todas las cosas apetecen, y lo que se apetece tiene razón de fin, entonces el b. tiene razón de fin. En esta perspectiva el b. exige las causas eficientes y la formal, ya que en el orden dinámico (o de la causalidad) primeramente se da el fin o el b. que mueve al eficiente, después surge la acción del agente que impulsa a la consecución de la forma y, finalmente, viene la forma. Pero en el orden estático (o del efecto) tenemos un orden inverso: primero es la forma o sujeto que confiere el ser, segundo las potencias operativas, tercero la razón de b. (el efecto) en que se funda la perfección del ser.
      Los términos intermedios, es decir, los medios que conducen al fin, participan de éste, y por eso se llaman biepes: la bondad del fin se comunica a los medios. Ahora bien, una cosa no es un b. porque sea deseable, sino que es deseable porque es un b., porque responde a las exigencias o conveniencia del sujeto para el que es un b. Hay una prioridad radical de la tendencia del ser hacia el fin al que está adaptado. En el orden lógico, el sentimiento de placer hace que el sujeto conozca lo que es conveniente; pero en el orden ontológico, lo conveniente tiene una prioridad de naturaleza sobre lo deseable. La definición del b. como lo perfectivo expresa una relación al deseo; mas por otra parte, el sujeto no es ya meramente deseante, sino un sujeto al que el b. perfecciona y por eso lo desea. Con lo cual ya nos movemos en el plano ontológico. Mas debemos advertir que la verdad también es perfectiva; entonces, la mera perfectividad no basta para dar razón del b.
      La verdad es perfectiva en el orden ideal y no existencial, según la forma ideal del sujeto; en cambio, el b. perfecciona realmente al sujeto. La nota propia del b. no es una perfectividad sin más: se trata de una perfectividad existencial, de donde brota su carácter de deseable (v. De Veritate, 21,1).
      Cabe otra consideración más profunda, intrínseca, mirando al sujeto propio del b. y no ya a un sujeto extrínseco. El b. no es lo perfectivo, sino lo perfecto. Un ser provisto de cierta perfección es capaz de comunicarla a los otros, convirtiéndose así en objeto de deseo. Las cosas son apetecibles en la medida que son perfectas, pues todo ser busca su perfección, y son tanto más perfectas cuanto más en acto están. El grado de bondad depende del grado de ser, pues el ser es la actualidad de todas las cosas (v. SER; EXISTENCIA). El poder de irradiar es un signo de la perfección poseída. La naturaleza de cualquier acto es comunicarse cuanto sea posible. La perfección de una cosa es proporcional a su actualidad. Algo es perfecto en cuanto que está en acto. Lo perfecto irradia, es perfectivo. Lo perfectivo nos remite a la perfección; pero, a su vez, la perfección es una abstracción. Lo que verdaderamente se desea es el ser perfecto, el sujetoexistenteperfecto. Lo perfectivo nos remite a la perfección y ésta a lo perfecto. Lo perfecto es objeto de una tendencia o deseo no sólo en virtud de su perfectividad o aptitud para actuar al sujeto perfectible, sino en razón de su perfección interna. Algo es bueno porque su fin es bueno. La bondad de una cosa es siempre una bondad prestada, relativa: es la del medio por relación a su fin. En la serie de fines siempre habrá un último fin o b. de donde los demás beban la bondad. El carácter que posee el b. absoluto para hacer bueno al ser que se le adapta consiste en que el b., siendo un fin, perfecciona a la naturaleza que tiende hacia él; este perfeccionamiento es la, causa formal de la bondad de los seres. Perfección (v.) significa acabamiento; el ser que se perfecciona es una realidad incompleta, con una pequeña dosis de ser que tendrá que incrementar. Gracias a este perfeccionamiento, el ser se hace bueno. El fin es el b. que perfecciona, «bonum quod»; el perfeccionamiento mismo es la razón formal de la bondad del sujeto perfeccionado, «bonum quo»; el sujeto perfeccionado y, por tanto, bueno, es «bonum cui».
      4. El bien en orden a la tendencia. Si el b. es lo conveniente a una cosa, entonces lo más conveniente es el ser, del cual participan todas las cosas convenientes. Con más rigor: sólo es conveniente lo que corresponde a la naturaleza, y especialmente a la tendencia natural o apetito de una cosa: el b. es lo que todas las cosas apetecen. La tendencia o apetito tampoco se puede definir, sino describir, reflejando y analizando la experiencia. La tendencia es inclinación o movimiento interno hacia una cosa, a saber, hacia la perfección y, en definitiva, hacia el ser, pues la perfección no es más que una participación del ser. Cuando la tendencia consigue la perfección en su acto fruitivo, pasa del movimiento al reposo. La tendencia dice, pues, tensión y fruición. En la experiencia humana inmediatamente encontramos una tendencia consciente o elícita, excitada por el conocimiento y puesta conscientemente como un acto especial. Esto puede ocurrir de dos maneras: perfectamente, como tendencia espiritual o voluntad que se extiende al b. en cuanto tal, y por tanto es libre; o imperfectamente, como tendencia sensitiva, coartada al b. del orden sensible y, por tanto, sometida a necesidad. La diferencia entre las dos tendencias está fundada en el conocimiento correspondiente: intelectual o sensitivo. Por otra parte, hay una tendencia inconsciente que se encuentra junto con la consciente, y las dos pertenecen al orden de la operación actual o del ejercicio. Por tanto, aquí se trata de la tendencia efectiva, y abarca tanto lo consciente como lo inconsciente. La tendencia inconsciente ni es excitada por el conocimiento, ni es un acto distinto de los demás, sino que la operación la inviscera como el momento tendentivo idéntico al momento perceptivo. Esta tendencia no se puede llamar elícita. Se encuentra en la vida vegetativa del hombre, del animal, de las plantas y en todas las operaciones anorgánicas. Pero toda tendencia efectiva está sostenida por una tendencia natural. Ésta se da con la naturaleza del apetente y coincide por ello con el sujeto de la operación radical (cuando todavía no ejerce su operación). Consiste, pues, en el movimiento de la forma natural que lleva a la tendencia a su ejercicio, conteniéndolo a éste radicalmente. Es una tendencia natural en acto primero (que antecede a toda operación actual fundamentándola, excitándola y dirigiéndola) a la que sigue la tendencia natural en acto segundo.
      Como el b. se constituye por relación a la tendencia, entonces según la índole de la tendencia, tal será la del b. La división primaria del b. corresponde a la oposición entre la tendencia efectiva y la tendencia natural (en acto primero). A la tendencia natural, que se da inmediatamente con el ente, corresponde el b. óptico, al que también puede llamarse b. natural. A la tendencia efectiva corresponde el b. realizado, el cual admite grados, según la gradación misma de la tendencia. Entre todos sobresale el b. formal: es el que la tendencia consciente ejerce, sobre todo la tendencia espiritual, porque el b. sólo alcanza su máxima expresión por la propia forma de esta tendencia. El b. realizado supone el b. óptico y en él se funda. Igualmente, la tendencia natural en acto primero es la raíz de la tendencia efectiva. O sea, una cosa se puede apetecer por la tendencia efectiva y ser en verdad apetecida porque la tendencia natural y el b. óptico la constituyen. Es evidente que el b. realizado está constituido por la tendencia efectiva. Queda en pie la cuestión de saber cómo puede conciliarse la relación del b. a la tendencia por respecto al ser. Mas antes que nada, es preciso detectar el origen histórico de esta problemática.
      5. Despliegue histórico del problema. Con todo lo dicho se nos pone de relieve que la más espinosa problemática en torno al b., no es ciertamente la cuestión de cómo se relaciona a una tendencia o apetito, sino la cuestión de cómo esa relación se concilia con la que hace al ser. A este respecto se han dado dos respuestas extremas y una conciliadora: separación absoluta del b. y del ser, absorción absoluta del b. en el ser, absorción real y separación ideal.
      a. Separación absoluta del bien y del ser. Prepondera tal actitud en la moderna axiología (v.), que proponiéndose luchar contra el racionalismo de la corriente hegeliana, cae en el extremo opuesto: irracionalismo axiológico. Establece una separación objetiva entre ser y b. Mientras que las cosas son, los bienes o los valores valen. El ser carece de b. Hay una independencia original entre ambos órdenes. El b. no puede ser originalmente captado por la razón, la cual está orientada siempre al ser. Pero hay una correlación entre el b. y las funciones alógicas o irracionales, como el sentimiento y la emoción, las cuales se reducen a la tendencia. Pero la tendencia está desconectada del orden del ser y constituye al b. Ser y b. son vocablos casi equívocos, habiendo entre ellos una distinción real o, por lo menos, de razón perfecta. Conocemos el ser, pero el b. lo sentimos.
      Es fácil advertir que esta postura tiene ya sus antecedentes: remotos, en Platón y el neoplatonismo, donde encontramos una separación de índole trascendente; próximos, en Kant y el idealismo alemán, donde hay una separación de índole inmanente.
      En la separación de índole trascendente el concepto de b. no era para el platonismo totalmente unívoco, puesto que excluía de la idea de b. todos los b. útiles y, en u_ n sentido más estricto, todos los b. reales: todos los b. de este mundo, que no son más que reflejos del verdadero b., de la Idea de B. Los b. de la realidad no son ya b., pues el b. está más allá del ser. Mas antes de proseguir, conviene recordar las teorías de fondo con que Platón se encuentra e intenta superar.
      El problema del b. aparece ya con toda su crudeza filosófica en Heráclito. Todo es b. o todo es mal, según se considere. «El agua del mar es la más pura y la más impura. Para los peces es potable y saludable, para los hombres es perjudicial» (Diels, 22 B 61). «La enfermedad hace dulce la salud, el mal el bien, el hambre la hartura, el cansancio el reposo» (Diels, 22 B 111). En Heráclito, más que de un relativismo del b. habría que hablar de una relacionalidad del mismo: el b. es la relación a una tendencia natural que en él se siente satisfecha. El agua del mar es potable para los peces, perjudicial para los hombres. Este carácter relacional del b. se encuentra también en Sócrates, para el cual la fundamental característica del b. es la utilidad: no hay «bien que no sea bien para alguna cosa» (Memorables de Jenofonte, 1,4,4; III,8,23). «Lo que es útil es bien para aquel que le es útil» (ib. IV,6,8). Es indudable que Sócrates no logró rebasar el hedonismo y el relativismo, aunque en verdad no se encuentra en él una expresa negación de un posible b. absoluto. Sócrates subraya excesivamente el carácter relacional del b.: «Lo que es bien para el hambre, es malo para la fiebre, y lo que es malo para el hambre es bien para la fiebre..., y todas las cosas son bienes y bellas para aquel a quien le van bien, y malas y feas para aquel a quien le van mal» (ib., II1,8,56). Este utilitarismo socrático no tiene el grosero sentido que el de Aristipo: Sócrates busca el b. mejor y establece una escala de b., lo cual implica una renuncia a otros b. inferiores.
      La respuesta al problema del b. transcedente, norma que dominará el sentido práctico de la conducta humana, será formulada por Platón. Éste supera el relativismo anterior, relacionando la virtud con el orden objetivo del B. Sumo. El b. es la suprema personificación de lo divino, y se halla en la cumbre de todas las Ideas. La Idea de b. es la causa de todo lo recto y bello que hay en todas las cosas, es el sol del mundo inteligible. «Del,°mismo modo puedes afirmar que a las cosas inteligibles no sólo les adviene por obra del bien su cualidad de inteligibles, sino también se les añaden, por obra también de aquél, el ser y la esencia; sin embargo, el bien no es esencia, sino algo que está todavía por encima de la esencia, en cuanto a dignidad y poder» (República, 508 e509 b). En los diálogos Filebo y Fedón el b. aparece como .algo autosuficiente y excelso. En la República, sobre todo, el b. destaca por encima de la justicia y de la belleza: en el b. se condensa toda la plenitud del ser y de la perfección. La acción del b. no hay, que entenderla en sentido estricto de causalidad eficiente y creadora, sino más bien como un influjo difuso de coordinación entre los distintos seres del universo, o como una propiedad que se encuentra en todos los seres, y que los abraza y liga en un vínculo común. De lo dicho se desprende que Platón comienza por buscar el fundamento objetivo y transcendente de la estructura fenomenoIógica del b. hallada por sus predecesores. La vida virtuosa tiende al b. absoluto, por encima de toda contingencia y de toda limitación. La virtud es una ascesis que dispone al hombre a retornar al estado de contemplación del mundo ideal, en el cual consiste el sumo b. El b. está en definitiva más allá del ser.
      La figura más expresiva del neoplatonismo, Plotino, recoge la doctrina platónica de las Ideas, acomodándola a la doctrina oriental de las hipóstasis. Hay tres supremas hipóstasis: B., Inteligencia y Alma Universal. El B. se identifica con la Unidad. Por una participación del B. se engendra la Inteligencia, de la que a su vez proviene el Alma Universal y el mundo sensible. El B. es más excelso que el ente y propiamente no se puede decir que sea. Es apetecible, pero la apetibilidad no es un constitutivo de su esencia, sino un consecutivo suyo. Esta doctrina neoplatónica tendría después su máximo influjo e_ n S. Agustín, el PseudoDionisio y Boecio.
      La separación de índole inmanente es la operada por Kant. El b. no está ahora más allá del ser, sino más acá del ser. Kant separa la razón práctica de la razón teórica. Cuando el conocimiento fracasa (Crítica de la razón pura) entra en juego el querer (Crítica de la razón práctica). El querer moral se posibilita allí mediante la negación del conocer. El querer pone un nuevo comienzo no fundamentado ya en el conocer. El querer es más elevado que el conocer y supera radicalmente la insuficiencia de éste. Los b. de la realidad (noúmeno) no son tales b., pues lo único verdaderamente bueno es la buena voluntad. La Metafísica, como ciencia de la realidad, es imposible; la Ética es, con ello, un intento por salvar la distancia entre el deber y el ser. Fichte y Schelling serían posteriormente fieles a la doctrina kantianá: el comienzo del querer se da en las fronteras del conocer.
      Aunque la teoría de los valores vuelve a tomar esta doctrina es, sin embargo, más literalmente fiel a Platón. H. Lotze reconoce una razón que siente los valores más allá del ser pensado positivísticamente. En verdad, Lotze combate el estrecho marco de la razón positivista, en la que todo quedaba infectado de una fría relación matemática o cuantitativa. Si desde el punto de vista objetivo hay un ser y un valor, desde el punto de vista subjetivo hay una razón para el ser y un sentir para el valor. Pero el sentir no es de índole meramente subjetiva, ya que se define como un cierto modo de intencionalidad. El aspecto objetivo del problema fue estudiado posteriormente por Rickert, que adscribió a los valores un ser ideal, al modo de las ideas platónicas; los valores están dotados de una irrealidad trascendente, pues son como esencias flotantes o «cualidades por encima de la realidad». El aspecto subjetivo fue afrontado por F. Brentano, que fundamenta los valores en un «acto valorativo». El valor no se capta racionalmente, sino por medio de un «sentir intencional». Esta actitud daría lugar al psicologismo de Meignon, quien reduce los valores a una experiencia subjetiva. Finalmente, Max Scheler y N. Hartmann rechazan el psicologismo, sosteniendo que los valores son «cualidades de contenido», independientes del ser, captables por un apriori axiológico del sentir intencional.
      b. Absorción absoluta del bien en el ser. Esta postura acentúa la unidad de ser y b. Por una parte, reduce el b. completamente al ser en cuanto tal. Con ello se salva el b. óntico de todo ser, pero el b. no significa ya una cualidad positiva, en su contenido, como determinación ulterior del ser. Ser y b. son sinónimos; se distinguen como dos nombres que empleamos para una misma cosa, es decir, tan sólo hay entre ellos una distinción de razón sin fundamento real. La tendencia no se relaciona al b. de un modo constitutivo, sino meramente consecutivo, es decir, se dirige a un b. ya constituido internamente. Tal postura es indudablemente racionalista y responde incluso a exigencias emanatistas (v. EMANATISMO), como vimos en Plotino. Porque si la razón se orienta al ser como tal, puede concebir y realizar el b. La tendencia no entra en la constitución o estructura del b., sino que brota consecutivamente del ser captado racionalmente. Las formas más extremas de este racionalismo las vemos en Spinoza y en Hegel. Spinoza intenta reducir geométricamente (more geometrico) todo, incluso la tendencia y el sentimiento, reduciéndolos a pura necesidad captable de modo lógicomatemático. Aun el acto más noble que el hombre puede realizar, el amor de Dios, se convierte en un amor intelectualis, constituido por el conocimiento racional: la intelección como tal es ya amor y este amor no añade nada a la intelección misma. Con esto se reduce la tendencia a conocimiento racional. Y el b. en cuanto deseable o apetecible se reduce al ente racionalmente captable.
      Algo menos excesivo en este respecto es Hegel, pero se mantiene en un intelectualismo unilateral. Reduce el querer (la tendencia) al saber (conocimiento); es más, el querer tiene que ser captado desde el saber. De este modo, las formas más expresivas del querer (la moralidad y la religión) son absorbidas en el saber absoluto.
      c. Absorción real y separación ideal. Para Aristóteles y la escolástica de tradición tomista, hay una absorción real del b. en el ser, pero los distinguen convenientemente en el plano ideal o del pensamiento. Todo ente, porque y en cuanto que le compete el ser, es b. El mismo ser como tal funda el b. Pero el b. no se absorbe absolutamente en el ente, sino que se distingue de él con una distinción de razón con fundamento real (aunque imperfecto); es decir, el b. añade al ente una formalidad. Al ente, en tanto es aprehendido como ente, no se le capta todavía expresamente como b. El b. se constituye (conceptualmente) por una nueva nota de contenido positivo: la referencia al apetecer. El b. óntico está referido a un posible apetecer (apetito en acto primero); pero el b. ya realizado está constituido por la referencia a un apetecer efectivo (apetito en acto segundo). Todo ente es bueno, porque el ente, en cuanto que le conviene el ser, funda una relación con la tendencia. El ser funda el b. (absorción del b. en el ser); pero el b. no se identifica absolutamente con el ente, porque añade una formalidad al ser, es decir, porque la tendencia entra constitutivamente en el b. (distinción de razón con fundamento real e incompleto entre b. y ser). La tendencia efectiva hace consecutivamente referencia al b. óntico, y constitutivamente al b.. realizado. Incluso el b. óntico es constituido por la tendencia natural (en acto primero) respectiva. Los autores escolásticos llamaron a la perfectívidad bondad activa y a la perfección bondad formal. La bondad formal es la cualidad por cuya virtud algo es b. en sí mismo; por tanto, perfecciona al sujeto que la posee. La bondad activa contribuye a la perfección de otro. Cuando se dice que «todo ser es bueno» hay que entenderlo primariamente de la bondad formal: en sí y por sí todo ser es bueno, es decir, todo ente dice en primer lugar conveniencia consigo mismo. El ser es absolutamente el ser, y absolutamente excluye el noser, por lo cual el ente tiende a la conservación de su propio ser, y se resiste a la destrucción del ser. Luego el ente, por razón de su propio ser, está dotado de una tendencia óntica o natural, abrazando con esta tendencia a su propio ser conveniente. En aquel ente que no hubiera tal .tendencia, ni fuera conveniente según el modo indicado, el ser no sería el ser: a tal ente no le convendría el ser, por lo que ese ente sería un noente. Si la bondad se rige por la perfección y ésta a su vez por la actualidad, en consecuencia todo lo actual es b.; el acto de todos los actos es la existencia o el ser, pues la existencia es el acto perfectivo de la esencia. Y como todo acto perfectivo es un principio de bondad, entonces todo ente es bueno porque posee o ejerce la existencia o el ser. Y así, todo ente es conveniente a otro ya que, en cuanto que le conviene el ser, puede saciar la tendencia natural de otro ser. Aunque el ente y el b. se identifican, la noción de bondad añade a la noción de ente una relación de conveniencia a la tendencia. Esta relación se funda en la misma perfección de la existencia que formaliza al ente como ente. Por eso, el b. reside radicalmente en el ente; de este modo, el b. expresa más originalmente la misma entidad que la conveniencia a la tendencia.
      6. Aspecto ético. El b. es aquí un concepto normativo: es el b. que conviene a la naturaleza racional y libre del hombre, al que éste debe adaptar su acción. Por lo que respecta a las acciones pasadas, b. es lo que se aprueba; por lo que atañe a las acciones futuras, b. es lo que debehacerse. Todo lo que el hombre persigue, lo quiere en función de un b. perfecto que se muestra así como la forma misma de la felicidad (v.). Mas con esto se nos impone distinguir dos especies de b. último: uno subjetivo, que consiste en la felicidad en general o beatitud; otro objetivo, que consiste en el b. concreto en cuya posesión el hombre encontrará la felicidad. Dada la actividad racional y libre del hombre, acciones, medios y fines son b. o males moralmente cuando van dirigidos por la razón según la norma del b. objetivo y son realizados libremente. La razón ni crea la ley (v.), ni la impone obligatoriamente originando el deber: nadie se obliga a sí mismo (contra Kant). El fundamento último del b. moral no está en la razón, sino en el B. absoluto, de donde el orden moral toma su carácter necesario, universal y obligatorio. El b. del hombre está en el encaminamiento a sus propios fines de verdad y b. absolutos (v. MORAL I; DEBER; LEY).
      Finalmente, si el hombre, como racional y libre, es también constitutivamente un ser comunitario, entonces la comunidad aspirará, en cuanto estructura de seres personales, a determinados fines, como a su propio b. Es indudable que el logro de este b. depende de la participación de todas y cada una de las personas. Por eso, el b. común (v.) es el conjunto de los medios que toda sociedad debe procurar a sus miembros a fin de permitirles realizar el fin común de todos (v. t. JUSTICIA; SOCIEDAD; AUTORIDAD).
     

 

J. CRUZ CRUZ.

 

BIBL.: K. NISHIDA, Ensayo sobre el bien, Madrid 1963; J. DE FINANCE, Ensayo sobre el obrar humano, cap. I, Madrid 1966; F. J. vox RINTELEN, El fundamento metafísico de la noción de bien, «Sapientiau 6 (1951) 27585; O. N. DEaisi, Los fundamentos metafísicos del orden moral, Madrid 1951; A. LINARES HERRERA, Elementos para una crítica de la filosofía de los valores. Madrid

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991