Biblia. Lectura cristiana


La B., palabra inspirada por Dios que nos narra los hechos salvíficos y las promesas divinas, es el libro por excelencia, y punto de referencia capital del existir cristiano. De ahí la importancia de su lectura, que ha sido siempre muy amplia, como lo testimonian las numerosas traducciones que se hicieron desde los tiempos más antiguos (v. VI). En la época de la crisis protestante, que coincide con los comienzos de la imprenta, el difundirse de ediciones de la B. que, por deficiencias de traducción o por ir acompañadas de notas mal orientadas, podían servir para una expansión de la herejía, motiva que el Conc. de Trento adopte una serie de medidas de prudencia en cuanto al uso de la B. en lengua vulgar (cfr. EB 5057). Pero el mismo Concilio, a fin de que el pueblo no pierda el contacto con la B., estimula la predicación a la vez que urge que se funde en la S. E. Superada esta situación, se vuelve a estimular la traducción de la B. a las lenguas vulgares y las ediciones populares de la misma. Las encíclicas de los últimos Papas, que culminan en la Const. Dei Verbum del Conc. Vaticano II (v. IX), orientan e impulsan ese movimiento. De otra parte el desarrollo de los estudios bíblicos ha promovido una amplia literatura, científica y de divulgación, que hace hincapié en la importancia de la B. y en su condición de la Palabra de Dios (v. III); igualmente orienta al lector del libro sagrado en la tarea de comprenderle, ilustra sobre la lengua bíblica, los géneros literarios, geografía e historia bíblica y tiempo en que se escribió cada uno de sus libros, etc.
Diversos aspectos de la Biblia. Antes de estudiar cuál ha de ser nuestra actitud ante la B., hay que tener en cuenta los diversos aspectos bajo los cuales se puede tomar la B., ya que cada uno de éstos condiciona una actitud. Así, la B. puede ser considerada como el testimonio escrito de la Historia de la Salvación: la historia.de las grandes acciones divinas salvadoras para llevar a efecto su plan, su decreto de salvar la humanidad perdida por el pecado, hasta convertir a los hombres en consortes de la naturaleza divina (cfr. Eph 1,5; 2,18; Dei Verbum, 14; v. SALVACIÓN II). Historia que quedó consignada en los libros santos tal como fue vivida por el pueblo de Israel y por la Iglesia.
Asimismo, en el desarrollo de esa historia, Dios va revelando su plan y se revela a sí mismo en sus actuaciones; a la vez habla por medio de sus profetas; revelación que llega a su colmen con la vida y palabras de Jesús, el Verbo encarnado, que nos manifiesta los secretos del Padre (cfr. Dei Verbum, 4). Al narrar la B. esa actuación y esas palabras, queda como testimonio escrito de la Revelación (v.) de Dios y, juntamente con la Tradición (v.) apostólica, de la que es «un fiel reflejo» (Dei Verbum, 8), constituye un solo depósito de la misma (ib. 10), entregado a la Iglesia para su transmisión.
Un tercer aspecto bajo el cual se ha de considerar la B., es el de ser Palabra de Dios (v. PALABRA II). En virtud de una acción divina especial, llamada inspiración (v. III), la B. es Palabra de Dios; pero no como letra muerta, sino como palabra viva y operante, que sigue hablando a través de los caracteres de la escritura.
Son tres aspectos inseparables e imprescindibles para conocer toda la importancia de la B. y que reclaman una actitud especial de nuestra parte al leer el libro sagrado.
Hemos indicado que la Revelación se entregó a la Iglesia para su transmisión (Dei Verbum, 7). Sólo el Magisterio (v.) vivo de la Iglesia tiene el poder de interpretarla auténticamente (ib. 10); luego sólo en la Iglesia la B. cobra todo su valor, su vida y el esclarecimiento pleno de la verdad contenida en sus páginas. Este aspecto ha de ser también tenido en cuenta a la hora de estudiar lo que es una lectura cristiana de la B. (cfr. I, 56 y III, 10).
Actitudes ante la Biblia. Los autores suelen reducir éstas a cuatro: literaria-artística, crítica, histórica y religiosa.
Nada impide que se pueda leer la B., al igual que los demás libros de la antigüedad, buscando en ellos sus bellezas literarias; otros la leerán para descifrar y comprender innumerables obras de arte, inspiradas en la misma (v. X).
La actitud científicocrítica es propia de los especialistas que, en su intento de descubrir el auténtico sentido y alcance de cada una de las expresiones bíblicas, tienen que investigar los géneros literarios empleados en su redacción (v. IV), sirviéndose para ello de las literaturas de otros pueblos, cotejadas con la B.
Por ser la B. la historia de un pueblo, el de los hebreos (v.), en conexión constante con sus vecinos, cuya intervención condicionó la vida del mismo, se puede leer la B. con una actitud críticahistórica, buscando la veracidad de los hechos narrados; a la vez ello aporta datos a la historia universal.
La actitud religiosa es la auténtica actitud ante la B., ya que ha de leerse con el espíritu con que se hizo y éste es eminentemente religioso (cfr. v); por ello nos ocuparemos aquí exclusivamente de esta actitud.
La escucha de la Palabra de Dios. Se dijo que como elementos imprescindibles e inseparables de la B. están el ser ésta testimonio escrito de la Ha de la Salvación; de la Revelación y de la Palabra de Dios. Si se la considera como Ha de la Salvación, el lector puede buscar en ella los modos de actuar de Dios en la misma para descubrir las acciones divinas en la historia actual y así aplicar las lecciones de la historia pasada a la presente y a la propia vida (cfr. 1 Cor 10,611). Si se la considera en su aspecto de contenido de la Revelación, su lectura puede llevar al esclarecimiento y apoyo de la fe y a un confrontamiento del propio modo de pensar y vivir con el dato revelado; buscando siempre adaptar aquéllos a la Revelación y no pretender una justificación de los mismos.
Esas dos actitudes han de estar unidas a la que deriva de considerar la B. como Palabra viva de Dios. «En los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos» (Dei Verbum, 21). Dios, pues, que habló por los profetas, que habló por su Hijo (Heb 1,12), sigue hablando a través de los caracteres escritos de la B., y esta Palabra, como la otra, es viva y eficaz y permanece para siempre (Heb 4,12; Is 40,8; 1 Pet 1,2325). Ante una palabra viva, ante un Padre que habla, la actitud imprescindible es la de escuchar. Bien es verdad que así como los caminos de Dios no siempre los conocemos y sus modos de actuar a veces nos desconciertan, así sus palabras pueden resultarnos a veces difíciles de entender; por eso se requiere información sobre la B. y docilidad. Coma se indicó, el Magisterio de la Iglesia nos ayuda en esta comprensión; pero como base de todo, v aun sin entender alguna vez plenamente esa palabra viva, ha de estar nuestra postura de escucha a la Palabra de Dios, como la del joven Samuel: «habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Sam 3,10); una actitud, pues, de apertura a que su palabra nos empape como rocío y la fuerza divina de la misma produzca en nosotros sus frutos (ls 55,1011; cfr. Pío XII, Divino afflante Spiritu, EB 562). Todo lo cual llevará a un diálogo con Dios y a la práctica de lo que Él nos pida.
Contacto con la Palabra de Dios. Se dijo que la B. fue entregada a la Iglesia, para que la conserve, la explique y transmita la Revelación, y que sólo en la Iglesia adquiere toda su vida y la plenitud de la verdad contenida en sus páginas; luego sólo en la Iglesia debe ponerse en contacto el cristiano con la Palabra de Dios, si quiere que su lectura sea auténticamente cristiana.
Contacto con la palabra de Dios en la Liturgia (cfr. I, 8). El cristiano forma parte de una pequeña comunidad, que a su vez es parte de la gran comunidad cristiana. Con ello se reúne en las celebraciones litúrgicas para alabar a Dios; Cristo, cabeza de la Iglesia, por medio de su representante, hace oír su palabra en las lecturas bíblicas de la liturgia. La actitud de escucha es importante en este momento: no es una simple lectura, sino que es Dios el que habla; la Iglesia en la homilía ayuda a la comprensión de la palabra leída, le da vida y la orienta a la vida (v. HOMILÉTICA; PREDICACIÓN I). Después de la aceptación de la Palabra el.cristiano alaba a Dios con cánticos y salmos inspirados (Sacrosanctum Concilium, 7). Es el primer contacto del cristiano con la Palabra de Dios; para muchos será el único, pero siempre el principal (V. PALABRA III; CELEBRACIÓN LITÚRGICA).
La lectura espiritual de la Palabra de Dios. La lectura pública de la Liturgia ha de completarse con la lectura particular. Esta lectoo divina o lectura espiritual (Dei Verbum, 25) dará una mayor mentalidad bíblica y facilitará la comprensión de las lecturas litúrgicas (Sacr. Conc., 24). En esta lectura particular, espiritual, meditada, es donde cabe en toda su amplitud lo dicho sobre la actitud de escucha a la palabra viva de Dios y, si se hace con las condiciones que veremos, será «fortaleza de la fe, alimento del alma, fuente pura y perenne de vida espiritual» (Dei Verbum, 21) (cfr. LECTURAS III).
El estudio de la Palabra de Dios. La lectura de la B. se complementa convenientemente con el estudio de la misma. Pero hay que procurar que esta formación sea no por mera erudición, sino para ayuda a la lectura particular y directa, de forma que no habrá auténtica formación bíblica si no va acompañada de la lectura; «los estudios acerca y en torno de la Biblia no han servido jamás de sucedáneo a la lectura frecuente y directa» (G. Auzou, o. c. en bibl.).
Cómo debe leerse la Biblia. Digamos en primer lugar que debe leerse en un texto aprobado por la Iglesia y con notas aclaratorias (Dei Verbum, 25). Puede ser conveniente un texto con comentario o consulta a personas competentes. La B. comprende libros escritos hace siglos, lo que, sobre todo por lo que se refiere al A. T., requiere alguna información para entenderlos bien. Además la S. E. no debe separarse de la Tradición y del Magisterio (v. I, 5), y las notas adecuadas informan de ello.
En el aspecto interno: 1° Con espíritu de fe y piedad: es Dios quien habla y su palabra merece todo respeto; quien busca lo que Dios le quiere decir, la comprenderá mejor. 2° Con espíritu de humildad, para saber consultar lo que no se comprenda y con disponibilidad para aceptar lo que Dios pida. 3° Orar para que se entable diálogo con Dios. 4° Lectura frecuente, asidua, diaria: es mejor dedicarle unos minutos cada día, que el empacho de uno y el abandono de muchos. V. t.: BÍBLICO, MOVIMIENTO; LECTURAS III; EXÉGESIS BfBLICA; INTERPRETACIÓN II; BIBLIA V.


D. DE SANTOS DE SANTOS.
 

BIBL.: C. CHARLIER, La lectura cristiana de la Biblia, 3 ed. Barcelona 1965; J. SAN CLEMENTE IDIAZABAL, Iniciación a la Biblia, Bilbao 1965; VARIOS, Cómo leer la Biblia, Madrid 1963; G. Auzou, La Palabra de Dios, Madrid 1964; L. RUBio MORAN, El misterio de Cristo (Introd.), Salamanca 1967.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991