Religioso franciscano, famoso predicador, propagador de la devoción al
nombre de Jesús y reformador de la Orden a la que perteneció.
Nacimiento y formación. Aun cuando llamado de Siena, por ser su
lugar de residencia durante bastantes años, B. n. en Massa el 8 sept. 1380
de la noble familia de los Albizescchi. Muertos su madre Niera en 1383 y
su padre Tulo en 1386, quedó, desde los seis años, al cuidado de su tía
materna Diana. Poco después fue llevado por sus familiares a Siena, donde
se dedicó esmeradamente al estudio de las artes liberales bajo la sabia
preceptoría del maestro Juan Espoletano. Desde los primeros años
florecieron en él todas las cualidades que, más tarde, tendrían singular
relevancia en su vida. Al mismo tiempo que al estudio, dedicóse con
aplicación a la práctica de la vida religiosa. Uno de los distintivos de
su vida fue una gran devoción a la Virgen María aprendida al lado de sus
familiares y reafirmada luego con las enseñanzas recibidas del santo varón
franciscano fray Juan Restario, a quien había elegido por su consejero
desde niño. Con el gracejo que siempre le fue natural solía decir que
estaba perdidamente enamorado de una bella mujer; se refería a la Virgen,
a cuya imagen, pintada en los muros de la ciudad, hacía sus diarias
visitas. Para acrecentar aquella devoción a María, militó desde niño en la
Hermandad de Nuestra Señora de la Scala. En calidad de tal, y acompañado
de otros diez socios, se consagró en 1400 al cuidado de los apestados en
el Hospital de Siena cuando ya la muerte había eliminado a casi todos los
150 ministros dedicados a los enfermos. Cuando acometió esta labor, B.,
que contaba unos 20 años, poseía ya la graduación en Filosofía y en ambos
Derechos.
En el año 1403 encontró el verdadero y definitivo rumbo de su vida
al recibir de manos del P. Juan Restario el hábito franciscano, lo que
tuvo lugar en la iglesia de San Francisco de Siena el 8 de septiembre,
vigesimotercer aniversario de su nacimiento. Ese día de la Natividad de la
Virgen fue la fecha que marcó a lo largo de su vida sus mejores
actuaciones, según él mismo recordará más tarde. En ese día nació; ingresó
y profesó en la Orden Franciscana; cantó su primera Misa, y predicó su
primer sermón sobre María.
Actividad apostólica. Nadie debió pensar durante sus primeros años
de vida religiosa en la gran misión a que Dios le tenía destinado, de ser
el predicador de la paz y de la caridad cristianas por todos los rincones
de Italia y aun de gran parte de Europa. Sus biógrafos le describen como
un joven de natural enfermizo y débil y de voz apagada y ronca. Debido tal
vez a eso mismo, debió ser muy menguado el éxito de sus primeros sermones,
hasta el punto que sus mismos compañeros trataron de disuadirle de su
dedicación al púlpito. La realidad es que parece haber pasado los primeros
años de vida religiosa sin dejar rastros de sus actividades. Pero las
miras de Dios estaban puestas en él y B. sería el instrumento apto para
restaurar en Italia la vida evangélica paralizada por el frío de la
indiferencia, carcomida por los odios y disgregada por las luchas
fratricidas de güelfos y gibelinos. Fuera obra de una especial gracia de
la Virgen María o fuera producto de un esfuerzo continuado para conseguir
una voz adecuada para la predicación, lo cierto es que en 1418 predicó la
Cuaresma en Milán con tal éxito que ese año marca el inicio de su obra de
gran apóstol. Mafeo Vegio, testigo ocular y biógrafo del santo, nos
describe con trazos mesurados aquella actuación. El mismo escribe en su
vida del santo:
«Los que le hemos escuchado tantas veces somos testigos de cómo la
naturaleza había sido con él sumamente pródiga en el don de la
pronunciación, ya que nada podría decirse ni más dignamente ni con mayor
elocuencia y prestancia. Su voz era tan suave, clara, sonora, hermosa,
dúctil, completa, penetrante, entera, exuberante, digna y eficaz que
razonablemente pudiera creerse le había sido concedida a la medida de sus
deseos para el oficio de la predicación». De una manera muy similar se
expresa otro de los biógrafos contemporaneos, Bernabé de Siena.
Desde aquel año 1418 y al frente de un notable grupo de
predicadores, dedicóse B. a recorrer todos los caminos de Italia,
predicando penitencia en todos los rincones. Cabe destacar entre aquellos
compañeros los nombres de S. Juan de Capestrano, S. Jácome de la Marca, S.
Mateo de Agrigento. Alberto de Sarteano, Miguel de Cercacno y Roberto de
Lecce. En muy breve tiempo la fama de su santidad y de su ardorosa
predicación lo invadió todo y su paso era de una atracción arrolladora.
Llegaba a todas partes precedido por el ruido de sus milagros y la estela
de los mismos quedaba como un reguero fecundo en el ambiente de los
pueblos en los que se operaba de modo maravilloso la transformación de las
costumbres. Las gentes acudían de todas partes a escuchar sus sermones; se
citan multitudes superiores a los 30.000 oyentes.
Los sermones. Sus sermones, sobre todo los conservados en lengua
vulgar, son un rico muestrario para conocer la variada temática de sus
predicaciones. No menos interesantes, aun cuando menos espontáneos son los
Sermones latinos escritos por el santo en los cortos momentos libres que
le dejaron sus continuas correrías apostólicas. A través de todos ellos
vemos cómo hablaba con igual elocuencia de las prerrogativas de la Virgen
o de los santos, o de los vicios que corroían a la sociedad de su tiempo.
Si fue inmisericorde con la relajación de las costumbres en el pueblo
sencillo, no lo fue menos cuando se trataba de anatematizar los abusos de
los poderosos o del mismo clero o de los falsos predicadores. En todas
partes y en todas ocasiones atacó sin piedad la corrupción, la lujuria, la
embriaguez, el juego, la usura y el lujo desmedido valiéndose del poder de
sus inmensos recursos. En el orden doctrinal los sermones del santo son de
una densidad pasmosa, ya que en ellos acertó a plasmar con trazos
elocuentes todo el contenido doctrinal del evangelio y de la
espiritualidad cristiana.
Impregnada su alma de la devoción cristocéntrica, tan típica de la
espiritualidad franciscana, logró B. introducirla en el alma de sus
oyentes. Y en el orden doctrinal lo hizo calcando su pensamiento sobre las
huellas dejadas por los grandes maestros franciscanos S. Buenaventura.
Juan Duns Escoto, Pedro Olivi y Ubertino de Casale. A los cuales siguió
muchas veces casi literalmente. A esta extensa formación doctrinal juntó
B. su formación profundamente humanista, la cual le llevó a dar formas
plásticas a su pensamiento. Un ejemplo de ello, y muy elocuente, lo
constituyen sus predicaciones para incrementar la devoción al Dulce Nombre
de Jesús, cuyo anagrama, IHS. mandó pintar con letras doradas para
llevarlo como bandera en sus viajes y colocarlo como fondo durante sus
sermones. La eficacia en los métodos usados y la intensidad de la campaña
a favor de esta devoción lograron muy en breve que este anagrama de Jesús
se viese pintado en los hogares, en las iglesias y en los principales
edificios públicos. La ciudad de Siena lo pintó en el frontis de su
Palazzo Público; Bolonia lo mandó colocar en el altar mayor de su
catedral; Florencia mandó pintarlo en oro en el testero del templo de la
Santa Cruz.
Ultimos años de su vida. A petición del papa Martín V inició el
santo nuevamente sus predicaciones en Roma, donde actuó durante 80 días.
Fue en esos precisos momentos cuando el Papa le nombró obispo de Siena,
dignidad que B. rehusó humildemente para dedicarse a su misión de
predicador. Inició un nuevo periodo en sus actividades evangélicas. En
1432 conoció en Siena al Emperador Segismundo, el cual le llevó consigo a
Roma como asistente a su coronación. Regresó nuevamente a su retiro de
Capriola para dedicarse a la redacción de sus obras. En 1438 fue nombrado
Vicario General de todos los conventos de la Observancia en Italia. Y de
tal modo elevó su número que, al dejar su oficio en 1442, había 230
conventos con un total de 4.000 religiosos donde antes no había sino 30
conventos y un número de 130 religiosos. Asistió al conc. de Florencia en
el que tuvo una destacadísima actuación. Regresó nuevamente a su amado
retiro de Capriola que los sienenses le habían concedido. Allí se dedicó
por algún tiempo a la redacción de sus sermones.
En 1443 inició la última etapa de sus actividades apostólicas,
llegando a recorrer Ferrara, Verona, Vicenza, Mantua y Padua. En 1444 pasó
a Nápoles, a Siena y predicó la Cuaresma en su ciudad natal de Massa.
Siguió a Perusa, Espoleto, Rieti, Asís y Aquila. Y en Aquila m. el 20 mayo
1444, siendo enterrado en esta ciudad, la cual construyó un templo para
conservar sus restos. La fama de su santidad siguió en aumento después de
su muerte, debido a los incontables milagros que continuó obrando. El papa
Nicolás V le canonizó el 24 mayo 1450.
Los artistas de todos los tiempos le han dedicado muchas de sus
obras, en todas las cuales figura el anagrama IHS. Entre ellos destacan
Luca Della Robbia, Pinturicchio, el Greco, Carlo Crivellí y Sano di
Pietro. La iconografía del santo ha tenido frecuentes muestras en Umbría,
Toscana, Las Marcas y los Abruzos.
Mucho habría que decir de la calidad científica de la obra de B.
Además de sus Sermones vulgares se conserva una copiosa producción escrita
sobre los más variados temas de teología, de moral, de apologética y de
derecho. Y en todas estas obras sigue el santo, según dejamos apuntado,
los pasos de los grandes maestros franciscanos. En atención a la eficacia
con que propagó el Nombre de Jesús y a los métodos empleados, la Iglesia
le ha declarado Patrono de todos los publicistas italianos con fecha 19
oct. 1956.
BIBL. : Obras: Opera omnia Sancti
Bernardini Senensis, Quarac. chi-Florencia, 1950-56.-Fuentes: Acta Sanct.
20 de mayo: publica las principales biografías del santo por autores
contemporáneos como Mafeo Vegio y Bernabé de Siena; A. BIGLIA (m. en
1435), Liber de institutis, discipulis et doctrina fratris Bernardini, «Analecta
Bollandiana) 53 (1935) 308-358; Acta processus canonizationis, "Archivum
Franciscanum historicum" 33 (1940) 268-318-Estudios: V. FACCHINETTI,
Bollettino bibliografico, «Aevum» 4 (1930) 319-381; ÍD, San Bernardino da
Siena, mistico sole del secolo XV, Milán 1933; V ARIOS, San Bernardino da
Siena. Saggi e Ricerche pubblicati nel V centenario della morte, Milán
1945; D. PACETTI, Bernardino da Siena, en Enciclopedia Cattolica, II,
Ciudad del Vaticano 1949, 1411-1416; A. GHINATO, Saggio di bibliografia
bernardiniana, Roma 1960; M. BERTAGNA, Vita e apostolato senese di San
Bernardino, «Studi Francescani» 60 (1963) 20-29; E. LONGPRÉ, S. Bernardin
de Sienne et le Nom de Jésus, «Archivum Franciscanum historicum» 28 (1935)
443- 476, 29 (1936) 142-168, 30 (1937) 443-477, 31 (1938) 170-192; F.
ALESSIO, S. Bernardino e l'arte, en Storia di S. Bernardino e del suo
tempo, Mondovi 1899, 432-442.
O. GÓMEZ PARENTE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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