ASIA MENOR EN LA SAGRADA ESCRITURA.


Las relaciones que unen A. M. con la Biblia, cuya acción se desarrolla en su mayor parte en Palestina, se derivan, además de la proximidad geográfica, de los lazos políticos y culturales que han unido en su largo acontecer a estas dos regiones.
      En el Antiguo Testamento. Remontándose en la historia, el influjo hitita abarca todo el II milenio a. C., determinando en Canaán y regiones vecinas usos y costumbres, como las alianzas (v.), o formas de contratos como la compra de la cueva de Makpélah por Abraham (Gen 23, 9 ss.), etc. Desaparecido este imperio asiático con la destrucción de su capital Hattusas por los pueblos del mar (hacia 1200 a. C.), los hititas (v.) siguen citándose en la Biblia con referencia, sin duda, a los principados del norte de Siria. Un texto muy curioso de época posterior habla de una zona del A. M. en relación con uno de los momentos más espléndidos de la historia de Israel. En 1 Reg 10, 2829, se lee: «Los caballos los traía (Salomón) de Musri y de Coa; una caravana de comerciantes del rey los compraba a un precio determinado; un tiro de carro venía a costar, al salir de Coa, 600 siclos de plata y un caballo 150 siclos. Traíanlos también como intermediarios para los reyes de los hititas y para los de Siria». Estas regiones estaban situadas en el A. M. y se pueden identificar con Cilicia, en el sur de la península de Anatolia. Según Heródoto (III, 90), la cría de estos animales era la principal riqueza de Cilicia, proporcionando anualmente al rey Darío 360 caballos blancos. Probablemente se trate de esta misma región en Ez 27, 14, cuando, dirigiéndose a Tiro, exclama el profeta: «Los de BétTogarmah abastecían tus mercados de caballos de tiro y de silla, y de mulos». En tiempos de Salomón (v.) se trataba de un próspero y saneado negocio de comercio exterior, dirigido y controlado por el mismo poder real. Dada la importancia del caballo desde que se impuso el uso de carros para la guerra, el rey israelita los importa desde Cilicia para sí y los reyes vecinos.
      A. M. y Palestina (v.) siguen casi en común el resto de la historia: ambas pertenecen por conquista a los asirios, caldeos, persas y Alejandro Magno. Aparece por primera vez el nombre de Asia en los libros de los Macabeos. En éstos se indica el reino de los Seléucidas (v. SELÉUCIDA, DINASTÍA) (1 Mach 8, 6; 11, 13; 12, 39; 13, 32; 2 Mach 3, 3), que efectivamente abarcaba una parte muy considerable del A. M. En 1 Mach 15, 22 ss., se da una lista de ciudades y estados que, a pesar de su desorden, refleja la situación política del Próximo Oriente en la segunda mitad del s. II a. C. Sin embargo, no precisa cuáles sean las principales colonias judías de esta región. Flavio Josefo (v.) dice que hacia el 205 a. C. Antíoco III llevó a Lidia y Frigia unas dos mil familias judías (Antigüedades Judaicas, XII, 148 ss.).
      En el Nuevo Testamento. Las citas de regiones y ciudades de A. M. son muy frecuentes en el N. T. Gran parte de la actividad apostólica de S. Pablo se desarrolló en esta región, en la que, según la tradición, también ejercieron su ministerio los apóstoles Pedro y Juan. A continuación ofrecemos un cuadro del contexto histórico de las diversas regiones de A. M. en la época de la aparición del cristianismo.
      Cilicia (v.). Región marítima en el sur, abrigada por los montes Tauro y Amano y abierta a SiriaPalestina por las llamadas Puertas sirias y Puertas cilicias, desfiladeros en estos montes. Mencionada en documentos asirios y egipcios, y fácilmente identificable con Coa y Musri, de los relatos de los libros de los Reyes, quizá sea la BétTogarmah, de Ezequiel. Conquistada por Pompeyo, constituye una parte de la provincia romana de Asia. En tiempos de Adriano fue desgajada para formar la provincia de Cilicia. De sus hilanderías salía un tejido bastante fuerte y áspero que, con el nombre de cilicio, pasó al vocabulario penitencial. Su ciudad más importante fue, sin duda, Tarso, patria de S. Pablo. Junto al río Cidno (hoy Karasu, «agua negra»), es de origen fenicio y aparece en las inscripciones de Salmanasar II. Ciudad abierta a todo el saber de su época, es comparada por Estrabón (XIV, 5, 13) a Atenas y Alejandría, a las que dice superar. Nota este historiador que la mayoría de los estudiosos enumera muchos son tarsenses. También eran ciudadanos romanos; así lo afirma S. Pablo (Act 16, 37; 22, 25; etc.), quien, acompañado por Silas, recorrió la región camino de Pisidia en su segundo viaje (Act 15, 36 ss.).
      Licaonia. Al norte de Cilicia. Fue donada por Marco Antonio al rey gálata Amintas el 36 a. C. A la muerte del rey, la región es unida a la provincia romana de Galacia. Se mencionan en el N. T. tres ciudades de esta zona: Iconio, Listra y Derbe. La primera (hoy Konya) era la capital política de la región, y su situación geográfica la favorecía; a los pies del Tauro, en una fértil campiña, se mira a las aguas de un pequeño lago. Iconio fue visitada por S. Pablo en su primer viaje; predica a judíos y prosélitos gentiles con bastante éxito (Act 14, 1 ss.). En esta ciudad S. Pablo conoció a Tecla, según la leyenda conservada en un apócrifo cristiano muy conocido y comentado en la Antigüedad. Listra (hoy Zoldera) fue patria de Timoteo, discípulo de S. Pablo (Act 16, 1 ss.); muy cerca se encontraba Derbe (recientemente descubierta en KertiHüyük). Estas dos ciudades mantenían sendas colonias militares de Roma. La poca cultura de los licaonios de la que hace mención Cicerón se manifiesta en la superstición que supone confundir a Pablo y Bernabé con Hermes y Zeus (Act 14, 11 ss.).
      Galacia. En medio del A. M., limitando al N con Bitinia, al E con Capadocia, al O con Frigia y al S con Cilicia y Panfilia, se encuentra Galacia. Recibe su nombre de unos invasores celtas o ,galos que a mediados del s. III á. C. ocuparon esta región. Belicosos y fieros, participaron en todas las guerras que se desarrollaron en el s. ii. Deyotaro, uno de sus jefes, logró reunir bajo su mando a todos los grupos galos y formar un reino. Fue reconocido por Pompeyo, a quien ayudó en la guerra romana contra Mitrídates. Al servicio de este monarca puso Cicerón su elocuencia en el Pro rege Deiotaro. A su muerte le sucedió su lugarteniente Amintas, que conquistó partes de Cilicia e Isauria. El triunviro Antonio le donó Licaonia y parte de Pisidia. Este amplio reino albergaba, junto al poco numeroso elemento romano militares y funcionarios primordialmente una mezcla de celtas, frigios, griegos, aborígenes, asiáticos y judíos. El 25 a. C. murió Amintas y del conglomerado de regiones se formó la provincia romana de Galacia. S. Pablo recorrió esta región en sus tres primeros viajes y una de sus epístolas tiene como destinatarios a los Gálatas.
      Frigia (v.). Geográficamente comprendía la mayor parte de la altiplanicie occidental del A. M. Entre sus habitantes los judíos debían ser numerosos: había frigios en Jerusalén el día de Pentecostés (Act 2, 910). Sus ciu' dades más importantes fueron Laodicea y Colosas. Ambas en el valle del Lico, eran, según Estrabón, muy ricas en la cría de ganados (XII, 8, 16). Fundada sobre la antigua Dióspolis, Laodicea toma su nombre de Laódice, esposa del rey que la fundó, Antíoco II Teo. El esplendor de Colosas (a sólo 16 Km.) se eclipsó, convirtiéndose en una pequeña ciudad (hoy cerca de Konai). S. Pablo recorrió estas zonas en sus viajes (Act 16, 6; 18, 3), pero en su carta a los Colosenses reconoce a Epafras todo el mérito de la evangelización de las ciudades del valle del Lico (Col 1, 7). Laodicea es destinataria de una de las cartas del Apocalipsis (Apc 3, 1422).
      Pisidia. Región también montañosa, poco poblada, y habitada por gente muy celosa de su libertad. En estrecha relación con Galacia desde el reinado de Amintas, pasa a la muerte de éste a engrosar la provincia romana. Su capital y ciudad más importante aunque situada geográficamente en Frigia es Antioquía (hoy Valovaz) (v. ANTIOQUÍA DE PISIDIA). Evangelizada por S. Pablo en su primer viaje, no debe ser confundida con su homónima Antioquía, junto al Orontes, en Siria (Act 13, 14 ss.).
      Panfilia. Bajando de la meseta al mar, se entra en Panfilia, en el sur de la península, con el Mediterráneo, Cilicia, Pisidia y Licia como límites. Perteneció al reino de Pérgamo y, a la muerte de Atalo III, pasó a los romanos por testamento del monarca. Formó parte de las provincias romanas de Cilicia y Siria, constituyendo luego una independiente, junto con Licia, en tiempos de Claudio. Su colonia judía debió ser numerosa. Es catalogada entre las regiones a las que se envía una carta en favor de los derechos judíos por el cónsul Lucio Cecilio Metelo Calvo (1 Mach 15, 23); también había oyentes de Panfilia el día de Pentecostés (Act 2, 10). Aunque la capital era Side, más importancia tiene Perge (hoy Murtana) a orillas del Aksu y a 12 Km. del mar. Las excavaciones pusieron al descubierto restos arqueológicos que hablan del esplendor que gozó en estos siglos y del que fue testigo S. Pablo en su primer viaje. Una gran avenida de 30 m. de anchura, bordeada de soportales, recorría todo el centro de la ciudad. En las afueras poseía un teatro y un estadio. También fuera de la población y sobre una colina, se hallaba un templo famoso dedicado a Venus. La salida al mar la constituía la ciudad de Atalia (hoy Antalya), denominada así por Atalo II Filadelfo. En este puerto desembarcó S. Pablo en su primer viaje viniendo de Chipre (Act 13, 13) y volvió a pasar a su regreso, camino de Antioquía de Siria.
      Bitinia. Desde el 74 a. C. pertenecía al Imperio. Augusto la hizo provincia independiente. En ella floreció el cristianismo, aunque S. Pablo la dejó a un lado en sus viajes (Act 16, 7). La primera carta de S. Pedro va dirigida entre otras a esta Iglesia (1 Pet 1, 1).
      Misia, Lidia, Caria y Licia. Comprenden el límite occidental de la península de Anatolia, que encierra en su seno ciudades que forjaron la historia. En Tróade, la legendaria TroyaIlion, se embarcó S. Pablo con dirección a Europa, en su segundo viaje (Act 16, 811). La comunidad cristiana de Pérgamo (v.) debió ser importante. Es una de las siete Iglesias a cuyos ángeles escribe S. Juan una carta al comienzo del Apocalipsis. Allí habla de gestas cristianas en el «lugar donde está el trono de Satán» (2, 12), de un mártir y del peligro que representan las doctrinas nicolaítas. Tiatira (hoy Ajissar) fue una ciudad lidia en la frontera con Misia. Fundada por los Seléucidas, hacia el 190 a. C. cayó en poder de los romanos.
      Era célebre por sus hilanderías. La vendedora de púrpura convertida por S. Pablo era de Tiatira (Act 16, 4). La comunidad cristiana de esta ciudad recibió la más larga de las cartas escritas en el Apocalipsis (2, 1829). Fue centro de la herejía montanista y la cristiandad dejó de existir allí muy pronto. Esmirna (v.) en tiempos del N. T., era un floreciente centro comercial, una de las más prósperas ciudades del A. M. Su ángel también recibió una carta en el Apocalipsis (2, 8 ss.), donde se habla de persecuciones infligidas a los cristianos por parte de los judíos. Obispo de Esmirna fue S. Policarpo (v.); y natural de esta ciudad, S. Ireneo de Lyon (v.).
      É f eso (v.), la ciudad tantas veces citada en el N. T. en tiempos de S. Pablo y cuando se escribe el Apocalipsis, era la gran metrópoli comercial, política, religiosa y también cristiana del A. M. Las excavaciones han puesto al descubierto restos de lo que fue aquel emporio. Templos dedicados a los dioses y a los emperadores y sobre todo el Artemision, el templo célebre en todo el mundo conocido, consagrado a la diosa del amor. Según Plinio tenía 127 columnas, regalos de reyes, todas ellas decoradas. Allí habían trabajado muchos artistas. Los romanos continuaron la obra, llegando a convertirse en una maravilla ornamental. Tenía el derecho de asilo y los efesios lo defendieron ante Tiberio cuando se pensó abolirlo. S. Pablo visitó Pfeso en sus viajes segundo y tercero (Act 19, 10; 20, 31). Allí residió el apóstol tres años hasta que, a causa del tumulto promovido por el platero Demetrio tuvo que abandonar la ciudad. El N. T. menciona una serie de individuos relacionados con Pfeso, como Apolo, Aquila y Priscila, Erasto, Trófimo, etc. Abierta al mundo griego, totalmente paganizada, la comunidad cristiana es acusada en el Apocalipsis de que su primitivo amor se ha debilitado (2, 4). El peligro de contaminación era demasiado fuerte y, así, se hallaban allí quienes comían las carnes sacrificadas a los ídolos y los que afirmaban que la fornicación no era pecado. Sin embargo, a pesar de todas las dificultades, el mensaje que se desprende del libro es francamente esperanzador: Cristo asegurará su triunfo y el de los suyos por toda la eternidad. A la caída de Jerusalén, Pfeso se convierte en la capital del cristianismo en Oriente. La ciudad principal de la Caria era Mileto, donde S. Pablo se detuvo al regreso de su tercer viaje (Act 20, 1537). También los dos puertos principales de Licia, Patara y Mira, fueron escala en los viajes tercero y cuarto de S. Pablo, respectivamente (Act 21, 12; 27, 56).
      Asia Menor en el s. II. De todos los países que recibieron la fe, quizá sea A. M. el que contaba con más cristianos en este siglo. El esfuerzo de S. Pablo, S. Juan y quizá S. Pedro, así como el de sus continuadores, hicieron posible este esplendor. Cuando hacia el 112 Plinio el Joven, gobernador de Bitinia, consultó a Trajano sobre el procedimiento a seguir con los cristianos, constataba su número e influencia (Carta 10). A causa de la invasión de Palestina en tiempos de Vespasiano y Tito, muchos fieles de aquella región pasaron a A. M. Quizá a éstos se refiera Papías (v.) cuando habla de los «antiguos» que habían oído a los discípulos del Señor y cuyos testimonios él, obispo de Hierápolis, recogió. Tanto Papías como Policarpo, fueron discípulos de S. Juan, que pasó una parte de su vejez en Pfeso; los dos pretendían ser eco de su enseñanza. Escritores de A. M. son Melitón de Sardes (v.), quien durante los reinados de Antonino Pío y Marco Aurelio tuvo fama de ser muy prolífico, aunque se conserve poco de su obra; el apologista Apolinar de Hierápolis; Polícrates de Pfeso, defensor de las tradiciones asiáticas en la disputa sobre la fecha de la Pascua. Las Actas de los Mártires y en especial la de S. Policarpo hablan de la fuerza espiritual del cristianismo. La vida de la nueva religión, la influencia de los múltiples movimientos espirituales tan fuertes en este país, favorecieron la eclosión y desarrollo de doctrinas sospechosas; S. Pablo tuvo que luchar contra ellas, S. Juan denuncia herejías en su Apocalipsis. El gnosticismo (v.) Marción era de Sínope en el Ponto y el montanismo, cuyo fundador (v. MONTANO Y MONTANISMO) era natural de Misia y según S. Jerónimo antiguo sacerdote de Cibeles, tuvieron su cuna en esta parte del mundo.
     

 

J. GUILLÉN TORRALBA.

 

BIBL.: P. LEMAIRED. BALDI, Atlas Biblique, París 1960; H. METZGER, Las rutas de S. Pablo en el Oriente Griego, Barcelona 1962; A. J. FESTUGÉRE, Le monde grecoromain au temps de N. Seigneur, París 1935.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991