El hombre y su vida. Juan G. A. n. en la Montaña de León - Lugueros, 24
jun. 1860-. Ingresa en los dominicos de Corias (Asturias), recibiendo el
hábito el 10 sept. 1875 y prosigue allí, después de profesar, los estudios
de Filosofía. En 1881 pasa a cursar Teología en Salamanca, alternándola
con la carrera de Ciencias en la Universidad. De 1886 a 1892 enseña y
escribe Historia Natural en Vergara (Guipúzcoa), organiza un museo, va a
París a un Congreso de Antropología, estudia con óptica cientificista los
problemas de la Apologética; de 1892 a 1898 continúa enseñando y
explorando ese campo en Corias; de 1898 a 1900, profesor de Apologética en
S. Esteban de Salamanca; de 1900 a 1903 vive en Valladolid, donde funda la
Acad. de Apologética Científica; De 1903 a 1909, de nuevo en Salamanca; El
curso 1909-10 explica De Ecclesia en el Angelicum de Roma. Establece luego
su residencia en Salamanca donde enseña Sagrada Escritura, predica,
participa en varios congresos, funda «La Vida Sobrenatural» (1921),
realiza intensa labor apostólica, escribe. M. en olor de santidad el 20
feb. 1928. Su proceso de beatificación se halla en marcha.
A. es una de las personalidades más egregias de la cultura católica
de principios del s. XX y una de las almas más bellas de la España mística
de todos los tiempos. «Si se es gran figura intelectual por la amplitud de
la sabiduría, la firmeza y cuantía de la obra, el estilo señor y la
influencia sobre las almas superiores, ¿qué duda cabe de que, a la muerte
de Menéndez Pelayo, el Maestro era González Arintero?» (Maeztu, La
evolución mística, Madrid 1952, p. XLVII).
El legado literario. A. fue, desde sus años mozos, un escritor
perseverante. El lote de obras impresas es vasto; las inéditas, muchas; la
correspondencia epistolar, enorme. Su condiscípulo y amigo Marie Joseph
Lagrange, fundador de la «Escuela Bíblica» de Jerusalén, admiraba su
espíritu científico, su estilo vehemente, su fe inquebrantable. Cuando
conquista una idea, no la abandona más, la hace sustancia propia, la
acaricia, la repite, la defiende con tesón. Y, sin embargo, la palabra que
define su aventura intelectual es evolución. Ya en 1891 sacó a luz un
vigoroso ensayo de concordancia entre los datos de la Biblia y los datos
de la Geología a propósito del Diluvio. El concordismo no era, a la
verdad, el método más adecuado. En el Hexámeron y la ciencia moderna
(Valladolid 1901) da un paso adelante y admite ya «el transformismo
moderado». Para entonces había publicado la Introducción General y el
primer tomo de La Evolución y la filosofía cristiana: La evolución y la
mutabilidad de las especies orgánicas (Madrid 1898). La obra entera iba a
constar de ocho tomos; publicado el primero, arrinconó el resto; se le
extraviaron, de Madrid a Venta de Baños, en el tren, unos cientos de
cuartillas y el percance le desanimó. Con todo, una razón más profunda le
impedía llevar a cabo la descomunal empresa: la evolución de su
pensamiento y del campo de enfoque. Su hazaña científica consistió en
aplicar la teoría de la evolución - redimida y purificada de adherencias
heterodoxas- a la Iglesia. De ahí a la evolución mística no había ningún
paso; estaba dentro.
El itinerario intelectual es genial y sencillo a la vez: por el
camino de las Ciencias naturales llega a la Eclesiología; y en la
Eclesiología halla la Mística, Como hombre instalado en una morada vital
religiosa y cultivador de las Ciencias naturales vio con clarividencia que
el método de la apologético en uso era insuficiente para resolver el
problema del «choque», que los racionalistas pregonaban, entre fe y razón.
El concordismo era una actitud defensiva, inválida. Lo ensayó, con
mediocres resultados. La investigación - basada en muchas horas de
laboratorio- de la naturaleza le permitió profundizar el fenómeno- ley de
la «evolución de las especies». Y, al adentrarse en el estudio de la
Eclesiología, descubre la misma verdad. A sabiendas de que se aparta de
una línea metodológica cara a los últimos siglos, concibe una nueva
Eclesiología; Duda en llamarla La evolución de la Iglesia, y elige el
epígrafe: Desenvolvimiento y vitalidad de la Iglesia. Cuatro poderosos
volúmenes: Evolución orgánica, Evolución doctrinal, Evolución mística y
Mecanismo divino de los factores de la evolución eclesiástica (Salamanca,
1908-11).
Perdió la cátedra, sufrió ataques, estuvo a punto de ser inscrito en
el índice. Pero, a medida que avanzaba en profundidad su sistema, maduraba
y evolucionaba su alma. Poseía una fe robusta, capaz de pasar, a pie
enjuto, las «noches» de la crítica y del espíritu. En realidad, su
Eclesiología se adelantó en 50 años a su época. Y el conc. Vaticano II
corrobora esta apreciación al promulgar muchas de las tesis por las que A.
bregó en soledad.
El restaurador de la mística. La evolución mística (Salamanca 1908)
es parte de la Eclesiología arinteriana. El hallazgo afortunado le abre un
panorama sin par. Se estructura en tres dimensiones: 1. la vida
sobrenatural en sí, o sea, la participación de la vida divina; 2. la
«evolución de la Iglesia» como organismo vivo, como Cuerpo místico de
Cristo; 3. la «evolución mística individual» o proceso de deificación del
cristiano. Pocos comprendieron la genialidad y la validez de la concepción
eclesiológico-mística arinteriana. Las aguas venían turbias de atrás y los
conceptos elementales fluctuaban. En aquel amanecer del siglo, todo se
tornaba problema y cuestión: «Hay ahora (1908) una cuestión mística, así
como hay una cuestión bíblica y una cuestión apologético. Y lo que en ella
se discute es el verdadero concepto que debemos formarnos del estado
místico y la definición que más propiamente le conviene; para que, una vez
conocidos bien sus elementos constitutivos, se pueda reconocer mejor si es
frecuente, asequible y deseable, y cómo debemos disponernos para lograrlo,
que es lo que prácticamente ofrece mayor interés» (La evolución Mística,
722).
En un segundo periodo de sus estudios místicos se dedicó a analizar
la cuestión, desdoblándola en el haz de las Cuestiones Místicas (Salamanca
1916). Supuesta la fluctuación de los principios fundamentales, había que
fijarlos. Y eso es lo que intenta: «Nuestro ánimo es discutir y examinar
algunas de las principales cuestiones candentes relativas a la mística,
para tratar en lo posible de rectificar no pocas inexactitudes, tan
perniciosas como corrientes, y ciertas sentencias erróneas... » (Madrid
1956 p. 34). Siete cuestiones como siete lanzas dejó enhiestas y
luminosas. Pero como acusaba a algunos intérpretes de haber falseado y
truncado la tradición, tuvo que saltar a la palestra a defender sus
lanzas, pues las atacaban por diversos flancos. Así nace su obra La
verdadera mística tradicional (Salamanca 1925), gavilla de trabajos
refundidos e insistentes en la intención de «restaurar en su antigua
pureza» (p. 5) los caminos de la auténtica tradición mística, la de los
grandes maestros clásicos, principalmente S. Teresa y S. Juan de la Cruz.
La unidad de vía, la unidad de la santidad, el llamamiento universal del
cristiano a la plenitud, la identidad plenitud-perfecciónsantidad-mística,
etc., son tesis que A. sostiene «cada vez con mayor convicción» y «está
dispuesto a defender enérgicamente» (p. 43).
A la luz del conc. Vaticano II, apagado y lejano el polvo de
aquellas polémicas, no hay duda en sentenciar quién llevaba la razón. La
siembra arinteriana ha florecido, dentro y fuera de España. £l ha merecido
el título de «restaurador» de la mística tradicional. La vivió. Creó una
escuela y dejó una herencia que, siempre en flor, pertenece ya al
patrimonio de la Mística cristiana.
BIBL.: H. SANTIAGO, Bibliografía
del P. Juan González Arintero (inédita); A. SUÁREZ, Vida del P. Mtro. Fr.
Juan G. Arintero, Dominico, 2 vol., Cádiz 1936; M. LLAMERA, La
restauración mística arinteriana, «Teología Espiritual» 4 (1960) 445-461;
M. M. GORCE, Arintero, en DSAM 1, 855-859; R. GARRIGOU-LAGRANGE, Unidad de
la vida espiritual. A la memoria del P. I. G. Arinteró «La vida
sobrenatural» 57 (1955) 1-10; A. HUERGA, La evolución.- clave y riesgo de
la aventura intelectual arinteriana, «Studium» 7 (1967) 127-153.
ÁLVARO HUERGA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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