Aridez Espiritual


Concepto.
Por a. o sequedad e. se entiende aquí una situación religiosa caracterizada por la desgana y la apatía, por la carencia de devoción y fervor, por el sentimiento de impotencia. El alma está religiosamente árida, yerma, incapaz de sentir el gozo de las vivencias espirituales. Le cuesta hacer actos de piedad y, aun cuando se sobrepone y los realiza, no experimenta emoción alguna, Le van a contrapelo.

I. Los términos sinónimos. La situación o estado religioso de a. se designa, por paradoja, con un vocabulario ubérrimo. Sequedad es palabra que asocia inmediatamente la imagen del campo sin agua: seco, árido, yermo; un campo improductivo. Desolación: en sentido etimológico, sin sol; en sentido físico, sensación de ruinas, de flor tronchada; en sentido espiritual, es algo más que una sequía: un alma desolada es un alma atormentada, angustiada; la angustia le muerde la vida espiritual. Tibieza, de, orden climático, significa ni frío ni caliente. Tedio es una actitud psicológica interior que expresa pesar, cansancio, aburrimiento, fastidio (noia, en italiano). Impotencia, concepto de raíz metafísica, de múltiple y expresivo uso en el lenguaje vulgar, denota un «no poder», una incapacidad. Acedia - acedo, agrio- es un vicio más sutil, como una envidia desplomada, un «pesar del bien ajeno». Noche (falta de luz) es la genial metáfora - un símbolo, al que Baruzi y Dámaso Alonso otorgan en poesía rango único- conque S. Juan de la Cruz nos adentra en los caminos de la purificación del alma que busca la unión de Dios, advirtiéndonos con leve ironía: «Y por cuanto esta doctrina es de la noche oscura por donde el alma ha de ir a Dios, no se maraville el lector si le pareciera algo oscura...» (Stibida, pról. S).

2. Tipos de sequedad. De la serie de sinónimos citados, que no agotan el filón, podemos pasar a una relativa diferenciación de tipos espiritual o religiosamente áridos. l) El ínfimo será el pecador empedernido, incapaz de producir actos de auténtica validez religiosa. S. Pablo acusa a los gentiles no sólo de carencia de afectividad religiosa, sino incluso de sensibilidad humana: sin sentimiento, sin afecto, sine allectione (Rom 1, 3 l; 2 Tim 3, 3). Es un tipo extremo, espiritualmente encallecido, duro, a veces intolerante y dotado de una agresividad antirreligiosa. 2) El neurótico depresivo, que S. Teresa analizó con exquisita sagacidad femenina bajo el nombre, común en su tiempo, de melancólico. Quien está tocado de melancolía padece una depresión somático-psíquica que, proyectada a la esfera de la vida espiritual, produce angustia, escrúpulos, terrible ansiedad, inquietud. 3) El tibio, buen sesteador espiritual, que sirve a «dos señores» (Mt 6, 24); quimera le llama S. Bernardo, refiriéndose al monje que no es ni religioso ni mundano; y el Apocalipsis dice, también expresivamente, que Dios los vomita de su boca (3, 15-16). 4) El que está pasando un periodo o fase crítica en la escalada del monte de la perfección, en desnudez y desamparo, en noche oscura.

3. Aridez mística. De signo diametralmente opuesto a las especies negativas o morbosas, halló en S. Juan de la Cruz su analista y doctor. En su sistema, tres aspectos destacan positivamente al propósito:

l) Necesidad de la desnudez espiritual. El alma, para ir a Dios, ha de quemar y purificar con el fuego de las noches todo lo que es obstáculo e impedimento: apetitos naturales, potencias, modo humano de las virtudes, etc. A las purificaciones activas siguen las purificaciones pasivas, tanto de los sentidos como del espíritu. Por más que el alma se ayude, no puede ella purificarse del todo si Dios no la toma de la mano y la purga. La parte sensitiva se purifica en sequedad; las potencias, en el vacío de sus aprehensiones; el espíritu, en tiniebla luminosa, como el oro en el crisol. La sequedad resulta, en las noches pasivas, particularmente intensa. «Que, por cuanto aquí purga Dios al alma según la sustancia sensitiva y espiritual y según las potencias interiores y exteriores, conviene que el alma sea puesta en vacío y pobreza y desamparo de todas estas partes, dejándola seca, vacía y en tinieblas» (Noche, II, 6, 4). S. Juan de la Cruz empleará insistentemente el término desnudez -¡casta desnudez!-, causada por las virtudes teologales: amar es desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios (Subida, 11, 59 7).

2) Sensación de desamparo. El alma que va en noche experimenta una sensación de terrible desamparo. S. Juan de la Cruz no duda en afirmar que el desamparo es lima purificadora (Carta l); el desamparo de Cristo en la Cruz le sirve de paradigma fuerte (Subida, II, 7, 11).

3) Valor purificador. La parte más positiva de la a. mística consiste en su valor purificador. Las imperfecciones se han de purgar por la sequedad (Noche, I, 5, l; 6, 8; 12, 1-2; 13, 12). Los textos se multiplican, insistentes, rectilíneos. Valga uno por todos: «Se ejercita (el alma) en las virtudes de por junto,... en estos vacíos y sequedades, sufriendo el perseverar en los espirituales ejercicios sin consuelo y sin gusto. Ejercitase la caridad de Dios, pues ya no por el gusto atraído y saboreado que halla en la obra es movido, sino sólo por Dios. Ejercítase aquí también la virtud de la fortaleza... Y, finalmente, todas las virtudes, así teologales como cardinales y morales. Corporal y espiritualmente se ejercita el alma en estas sequedades» (Noche, I, 13, 5).

Se trata, pues, de una sequedad bienhechora, que seca los malos humores espirituales, que torna más sabrosa la fruta, que es un instrumento o medio de perfección: «Más estima Dios en ti el inclinarte a la sequedad y al padecer por su amor, que todas las consolaciones, visiones y meditaciones que puedas tener», resume, en un aviso de maestro, el Doctor Místico (Dichos de luz y amor, 14; Repetido sustancialmente en el 19). Corrige así una teoría - la de los gustos y consolaciones- que Osuna puso en boga.

4. Causas y remedios de la sequedad no mística. Encuadrada en su marco la a. mística, concluiremos con una referencia a las causas y remedios de los otros tipos de sequedad espiritual. Son funestos, según sus causas: deficiencias del sistema nervioso que, aliadas a los escrúpulos, constituyen uno de los tormentos más desagradables para el paciente, el médico y el confesor; el encallecerse en el pecado, que quita la sensibilidad para las cosas de Dios (proceso inverso en las almas finas); la tibieza, abonadora del campo para las mayores tentaciones y caídas; la infidelidad a la gracia; el hastío de una conducta espiritual a saltos, sin observar la ley de la continuidad; etc.

La vida cristiana exige una lucha y una pedagogía ascéticas. Los remedios de la sequedad deben ser proporcionados a las causas que la producen. En caso de desequilibrios enfermizos no basta la cura espiritual: es necesaria también la cura médica. En casos de tibieza, de pereza y de desaliento, es preciso el acicate, es decir, acudir a los medios de santificación, a las fuentes de la gracia (Sacramentos), a una buena dirección. La causa más dañina - y, por tanto, de más difícil remedio- es la acedia, tomada no en su acepción genérica, sino en su sentido específico (indisposición afectiva y efectiva para la lucha ascética). Las consecuencias espirituales de la desgana son devastadoras. Como remedio general para los estados de a., señalan los maestros de la vida interior los dos siguientes: l) Uno preventivo, cerrándole las puertas a la sequía, con el riego perseverante de la oración y devoción, que sustentan el jugo de la suavidad, de la fertilidad, del servicio alegre a las exigencias cristianas; 2) otro curativo, consistente en arrancar de cuajo las causas, en cuanto es posible, y en pedir humildemente a Dios que ponga al alma en ejercicio de amor. El que ama de veras, reenciende pronto el fuego del alma.

 

BIBL.: P. LANCIDIUS, De causis et remediis ariditatis in oratione et solaciis orantium aride, Antuerpia 1643; S. JUAN DE LA CRUZ, Obras; U. Rocco, 1 vantaggi della desolacione spiritzíale se, Ant. Pierozzi, «Riv. di ascética e mística» 12 (1967) 439-441 I. COLOSIO, Comenasce l'accidia: ib 2 (1957) 266-287; 495-511; 3 (1958) 528-546; 4 (1959) 22-33 y 159-169; l. L'HERMITTE, Étude biologique des états d'aridité, «Ptudes Carmelitaines» (1937) 99-101; L. BOUYER, Introducción a la vida espiritual, Barcelona 1964, 287 ss.; A. Royo MARÍN, Teología de la perfección cristiana, 4 ed. Madrid 1962, 374 ss.; G. THILS, Santidad cristiana, 4 ed. Salamanca- 1965, 496 ss.

ÁLVARO HUERGA,

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991