ARGUMENTACIÓN
Dícese principalmente de un raciocinio (v.) que va
encaminado a probar alguna tesis. En este sentido se habla de argumentos
silogísticos (v. SILOGISMO), y extrasilogísticos, como el sorites y el entimema.
Más concretamente se llaman argumentos a varias maneras falaces de llegar a una
conclusión, de las cuales quizá la más conocida es el argumentum ad hominem. En
logística se dice de un término que, al insertarse en una función, la convierte
en proposición. Argumento de una función es una noción que proviene de la
matemática. A veces se llama argumento al término medio de un silogismo. En este
sentido, el argumento es la columna vertebral de la prueba (Palacios, Filosofía
del saber).
La prueba. Un argumento en su sentido más frecuente es una serie de
proposiciones de las cuales se afirma una en base a las demás. La que se afirma
se llama conclusión. Las restantes proposiciones ofrecen la razón o las razones
de la conclusión. Hay varias maneras de enjuiciar un argumento. Hay que saber si
las premisas son verdaderas, cosa que hacen las diversas ciencias. La lógica,
sin embargo, sólo pregunta si el argumento es correcto o incorrecto, válido o
inválido. Un argumento es correcto cuando aduce un fundamento para afirmar la
conclusión, aunque en realidad ese fundamento no exista.
La lógica formal del raciocinio ha sido estudiada tradicionalmente en la
silogística. En nuestro siglo la logística ha subrayado el punto de vista de la
proposición considerada como unidad, en vez del término. La validez o invalidez
puramente formal puede decidirse a la vista de las reglas que establecen modos
correctos de razonar. También se ha intentado catalogar los diversos tipos de
argumentos incorrectos o falaces por razones no estrictamente formales. En la
literatura anglosajona se suelen denominar «falacias informales», es decir,
falacias por una causa material. Ya Aristóteles intentó clasificar las falacias
informales en su libro De los argumentos sofísticos.
No es posible dar un criterio que incluya a todas las falacias informales,
porque su misma naturaleza no responde a ningún orden. Sólo se puede dar una
lista de algunas falacias más comunes. De todas formas, hay dos géneros
fundamentales de falacias informales: las semánticas y las de irrelevancia o
impertinencia. No se ha dado suficiente importancia, a nuestro modo de ver, al
hecho de que las falacias materiales parecen formas legítimas de argumentar, de
modo que especialmente en las falacias de irrelevancia el carácter falaz del
argumento no suele ser obvio.
Falacias semánticas. En las falacias semánticas es ambiguo lo que se
argumenta. Perelman y Olbrechts han insistido en que el argumento contiene dos
espíritus en contacto. Por tanto, es especialmente dañino a la a. el que haya
una ambigüedad semántica. También ocurre que la falacia puede existir en el
argumento conjunto, el debate, de dos interlocutores, en vez de hallarse en uno
de ellos como ocurre en una falacia estrictamente formal.
La equivocación se puede dar cuando alguien sin darse cuenta llama a dos
cosas por el mismo nombre. Una situación parecida surge cuando los dos
participantes en un debate usan una palabra de modos diversos. De esta forma una
controversia, p. ej., sobre el derecho de acceso a la universidad, puede ser
viciada porque algunos entienden derecho en sentido positivo y entonces se
preocupan del modo de tener ayuda económica para poder acceder a la universidad;
otros, en cambio, podrían referirsé únicamente al no ser excluido como antes lo
eran los católicos en Inglaterra, las mujeres en España y los negros en muchas
instituciones de EE. UU. De modo similar, los fallos de acento, de anfibología y
de distribución causan confusión semántica.
Anfibología es una ambigüedad que resulta de la estructura de la frase. Si
decimos: «Tía Conchita regaló 100 pesetas a Juan y a Pepe», no queda claro si
regaló 100 pesetas a los dos juntos o 100 a cada uno. En «la madre del
estudiante de quien te hablé», no queda claro si se habló de la madre o del
estudiante.
Pueden ocurrir falacias de acento al leer «el estudio de la lógica no
tiene que darnos conocimiento de muchos hechos», según se acentúe la frase. Las
posibilidades son al menos cuatro: Estudio: el estudio no nos da el conocimiento
en cuestión, que, en cambio, encontramos mediante la práctica. Tiene: la lógica
no tiene necesidad de darnos ese conocimiento, aunque de hecho nos lo da.
Muchos: más bien da conocimiento de pocos hechos. Hechos: la lógica no da
conocimiento de hechos, sino de relaciones formales, que son de naturaleza
distinta de los hechos físicos. Esta proposición es una importante verdad
lógica.
Argumentos falaces por división y composición ocurren cuando o bien se
pasa a aceptar distributivamente algo que empezó siendo compuesto o colectivo
(falacia de división); o, al contrario, se comete la falacia de composición al
pasar de entender algo en sentido distributivo o divisivo a entenderlo en
sentido compuesto. Igual que la equivocación, estas falacias pueden ocurrir en
un diálogo o en un monólogo. Falacia de división sería, por ej., si al decir que
en mi dormitorio, mi biblioteca y mi sala de estar tengo 100 libros, mi
interlocutor entendiera que tengo 100 libros en cada sitio. Falacia de
composición sería suponer que porque ni el ácido nítrico ni la glucosa son
explosivas, su compuesto tampoco lo es. O bien suponer que porque todos los
militares de un ejército invasor sean individualmente hombres amables y
bondadosos, la actuación del ejército para el país invadido sea amable y
bondadosa. Se debe notar que a veces es legítimo pasar del todo a las partes (o
viceversa) como, p. ej., si decimos que un hospital es bueno, sería natural
suponer que cualquier médico determinado del hospital probablemente lo es
también. Similarmente, no todo argumento es controversia de palabras. En el
ejemplo de la equivocación citado, incluso después de resolver los problemas
semánticos sobre derecho quizá seguiría la discusión acerca de qué derechos
existen efectivamente.
Falacias de irrelevancia. Las falacias de irrelevancia o impertinencia en
general intentan usar materia que no tiene que ver con la conclusión, contienen
personalidades en vez de temas o apelan a elementos no intelectuales. No es
posible ningún inventario riguroso de tales falacias y la literatura lógica
varía más o menos a placer de los autores.
La a. con ignorantia elenchi, ignorancia de la conexión, se basa sobre un
malentendido. Así, p. ej., si en una discusión teológica sobre los milagros
alguien dijera que en realidad los antibióticos son milagrosos, su observación
mostraría desconocimiento del problema bajo escrutinio. En realidad, la
ignorantia elenchi incluye todas las falacias por irrelevancia. Algunas de
ellas, sin embargo, han recibido denominaciones especiales. Similar a la
ignorantia elenchi es el argumento que prueba demasiado, p. ej., si se atacará a
colegios privados con el argumento de que nadie se dedica a la enseñanza si es
capaz de ejercer una profesión, en realidad se ataca todo tipo de centro
docente.
Quizá el argumento por impertinencia más conocido es el ad hominem. Esta
expresión tiene dos sentidos totalmente diversos. Primero, se puede argüir
dialécticamente de premisas que sólo acepta el otro interlocutor, pero no quien
las emplea (p. ej., si intento mostrarle que mi conclusión sigue de sus
premisas). Esta táctica puede ser poco honrada en algún caso, pero es
perfectamente válida desde el punto de vista estrictamente lógico. En cambio, se
puede atacar el carácter del interlocutor en vez de centrarse en el problema que
se discute. Esto ocurre, p. ej., cuando los estudiantes acusan a sus padres de
ser demasiado viejos para entenderles o, al contrario, los padres acusan a los
estudiantes de ser demasiado jóvenes para entender los problemas del mundo.
A veces se llama tu quoque al argumento que responde a una acusación del
interlocutor con otra acusación. Se trata de una subespecie de argumentum ad
hominem.
En sentido contrario, se puede usar el argumento ad verecundiam, lo cual
supone un intento de probar algo en razón del respeto que tenemos a una persona.
Así, p. ej., el aceptar una tesis especulativa simplemente porque su autor es un
santo. Hoy en día hay gran peligro de cometer esta falacia porque la misma
especialización que hace que alguien sea autoridad en un campo estorba la
posibilidad de que lo sea en otro. Einstein, p. ej., se cita a veces en temas
religiosos.
Tanto el argumentum ad hominem como el argumentum ad verecundiam tienen
parecido con a. lícitas. Cuando se depende de un testigo, se acepta su
testimonio por su autoridad y no por la evidencia. Por tanto, en algunos casos
puede ser necesario discutir la autoridad (atacando o ensalzando).
El argumentum ad ignorantiam afirma la verdad de la proposición propia en
razón de la incapacidad del interlocutor de probar su tesis. A veces se define
el argumentum ad ignorantiam como el querer demostrar la propia posición
refutando la del interlocutor. Pero tal procedimiento sería correcto cuando (y
sólo cuando) hay exactamente dos alternativas. En cambio, aunque haya sólo dos
alternativas (p. ej., existencia o inexistencia de vida racional en otros
planetas) el que un interlocutor muestre la incapacidad de su contrincante, no
significa que haya ganado la discusión.
El argumentum ad populum consiste en apelar al sentimiento del pueblo. En
la Defensa de Sócrates, vemos cómo Sócrates, en el mismo momento de rehusar el
argumentum ad populum, lo emplea sutilmente recordando al jurado que 61 también
tiene mujer e hijos. A veces se distingue entre las pasiones del pueblo y
sentimientos más personales y se habla del argumentum ad misericordiam, como
cuando un estudiante intenta convencer a su profesor de que merece buena nota a
causa de problemas personales en vez de su progreso escolar. No hay ninguna
diferencia lógica entre el argumentum ad misericordiam y el argumentum ad
populum. En algunos momentos, al tomar una decisión práctica (no al formular un
juicio teorético) puede ser pertinente mencionar factores sentimentales.
El argumentum ad bacculum consiste en obligar a alguien por fuerza a
afirmar una determinada proposición. Así, p. ej., el profesor que suspende a
quien no repite exactamente lo que ha dicho. Es dudoso que este argumento sea
propiamente falacia, porque no engaña, ni hace asentir, sino tomar una acción
externa.
Suposición ilícita. Hay diversos tipos de argumentación en los que se hace
una suposición ilícita. La de la pregunta compleja es un caso típico «¿Ha dejado
usted de emborracharse?» es una pregunta que no se puede contestar sin admitir
un supuesto desfavorable.
La causa falsa o a. post hoc, propter hoc, demuestra un principio general
implícito falso. Antiguamente se suponía que los animales se generaban
espontáneamente a causa del calor y humedad bajo las piedras. Es también cierto
que los cánones de la deducción (v.) de J. S. Mill buscan simplemente una
sucesión regular. Confunden, pues, causa y condición.
El argumento circular y la petición de principio son muy similares. La
petitio principii es argüir aceptando algo que se trata de demostrar. El
argumento circular expresa la conclusión en otra forma verbal como principio.
Argumento en logística. En la lógica matemática, el argumento de una
función es un término que llena un hueco. Simbólicamente, en la, y a representa
un argumento y f la función. Así, p. ej., «Carlos V» es un argumento de la
función «x fue Rey de España». Cualquier término cuya presencia forma una
proposición significativa, aunque sea falsa, puede ser argumento de una función.
En rigor hay distintos tipos de funciones y, por tanto, distintos tipos de
argumentos. «Es verdad que x» sería una función que exige una oración como
argumento como, por ej., «Marsella es la capital de Francia», lo cual produciría
desde luego, una proposición falsa. En cambio, no cabe decir «Es verdad que
Carlos V». Esa sustitución produce un sin-sentido.
Argumentos meramente probables. Es interesante observar que algunos
argumentos que convencen más psicológicamente son en cambio menos sólidos desde
el punto de vista lógico-formal. Como, p. ej., el método reductivo, que ha
desplazado prácticamente a la inducción, viene a decir: «Si el principio A es
verdadero se deben dar los casos particulares al, a2, as, etc. Pero, en efecto,
se dan esos casos, luego A es verdadero». Tal como queda dicho, semejante modo
de argumentar es un sofisma y, sin embargo, es la base del trabajo científico.
Estrictamente hablando da un resultado sólo probable desde el punto de vista
formal, aunque a base de suficientes comprobaciones se puede eliminar cualquier
duda razonable.
El argumento por ejemplificación que tanto usan las publicaciones de
lengua inglesa es otro caso de argumentación con poca validez formal. Convence
más, sin embargo, la explicación anecdótica de un caso real, que no la deducción
desde generalidades.
Muy similar es el argumento por analogía, que no tiene que ver con la
analogía tomista. A nuestro modo de ver, fuera del tomismo se usa analogía en
dos sentidos. En primer lugar, se habla de la proporción matemática: «A es a B,
como C es a D». Aquí en realidad no hay analogía, sino equivocidad. Exactamente
la misma relación se da en ambos casos. En segundo lugar, la analogía se usa
para aplicar los principios válidos en un caso a otro caso, cuando son
semejantes en algún aspecto. A nuestro parecer, es esencial a esta acepción de
analogía el que los casos sean singulares. Se hace entonces un salto de un caso
singular a otro -salto que no tiene estricta justificación formal-. Buen ejemplo
de este tipo de argumentación es el uso de precedentes por los tribunales
ingleses y americanos. Es poco rigurosa esta argumentación por casuística,
puesto que cuando los precedentes ya son un poco numerosos se puede escoger el
que más convenga.
Argumento a fortiori. Un argumento legítimo y seguro es el a fortiori. Se
basa en la consideración de una propiedad susceptible de grados, una propiedad
que se da en diversas intensidades. A esa propiedad está relacionada otra que se
vincula con la primera precisamente en sus variaciones intensivas. En ese
supuesto, lo que se puede atribuir a algo que posee la primera propiedad se
podrá decir con razón de más de lo que posee la propiedad en mayor grado.
Negativamente, lo que no se puede decir de algo que posee la propiedad en alto
grado, se podrá decir aún menos de quien lo posee en menor grado. Así, p. ej.,
positivamente se puede argüir: «Si el robo es criminal y, por tanto, castigado,
más castigado será el asesinato». Negativamente se podría argüir: «Si los sabios
no son omniscientes, mucho menos lo serán los analfabetos».
JAMES G. COLBERT, JR.
BIBL.: C. PERELMAN y L. OLBRECHTS-TYTECA, Traité de 1'argumentation, París 1958; S. E. TOULMIN, The Uses of Argument, Cambridge 1964; C. PERELMAN y L. OLBRECHTS-TYTECA, Les notions et l'argumentation, «Archivio di Filosofia» (1955) 249270; La theorie de l'argumentation, ed. Le Centre Belge de recherches de Logique, Lovaina s. f.; C. PERELMAN y L. OLBRECHTS-TYTECA, Retórica y lógica, México 1959; C. PERELMAN, H. W. JOHNSTONE y OTROS, «Rev. Internationale de Philosophie» 58 (1961); ARISTÓTELES, Segundos analíticos; íD, De los argumentos sofísticos; J. DE S. TOMÁS, In libros Posteriorum, Ars Lógica; L. E. PALACIOS, Filosofía del saber, Madrid 1962, cap. IX lib. 1; W. S. JEVONs, Lógica, Madrid 1952; J. C. CowAN, The Uses of Argument. An Apology for Logic, «Mind» (1964) 27-45.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991