APORÍA
Procedente del
griego aporía (de a, sin, y poros, salida), este término
significa, en sentido propio, dificultad para salir; en sentido
figurado, duda, problema sin solución.
Aristóteles, que desarrolla 14 a. en el lib. II de su
Metafísica, entiende la a. como dificultad o incertidumbre que
surge de la igualdad -al menos aparente- de los razonamientos
contrarios (Tópicos VI, 6, 145b). Los modernos se adhieren más
bien al sentido fuerte derivado de la etimología y consideran la
a. como una dificultad de la que no se puede escapar, como una
objeción o problema sin solución.
Pero conviene deslindar el término, o mejor, su significado,
para evitar equívocos, ya que los autores emplean indistintamente
los vocablos paradoja, antinomia, paralogismo, epiquerema, etc.,
como equivalentes. Limitándonos a los más afines, distinguiremos:
1) Antinomia (v.): Debe entenderse principalmente en sentido
kantiano, como «conflicto entre las leyes de la razón pura» cuando
se aplican a proposiciones cosmológicas.
2) Paradoja: Conviene usar este término para designar
especialmente las dificultades de carácter lógico o semántico, a
semejanza de los insolubilia de algunos autores medievales.
3) Problema: según su etimología, significa primeramente
obstáculo, y, derivadamente, tarea a realizar, dificultad a
resolver. Lo característico del problema es que en él se
entrelazan dos o más tesis, lo cual hace que la solución resulte
incierta y que, para hallarla, sea necesario aislar o despejar
dichas tesis entre sí. El problema, entendido en este sentido
amplio, puede presentarse como algo meramente subjetivo (la
incertidumbre afecta a un sujeto concreto, aun cuando otros no la
padezcan) o como algo objetivo (la incertidumbre se halla en la
realidad, cuestión o situación considerada en sí misma). Sobre
todo en este segundo sentido, se habla de problemas en las
ciencias.
Por lo que respecta a la filosofía, su problematicidad -que
constituye una constante histórica- se acentúa considerablemente
en la actualidad, hasta el punto de poder decirse que una de las
tareas primordiales de la filosofía estriba en plantear
debidamente los problemas, ya que su solución depende en gran
parte del modo de plantearlos. Por lo demás, hay autores que
reducen la filosofía a un mero problematicismo, siendo innecesario
buscar -y a veces, imposible encontrar- la solución.
Tras estas delimitaciones conceptuales, volvamos a la a.,
cuya significación quedó apuntada arriba, y que se distingue del
problema porque en éste puede esperarse una solución, cosa que no
sucede en la a., al menos si se la entiende en sentido estricto.
Como ejemplos típicos de a., en la filosofía antigua,
podemos señalar los cuatro que Zenón de Elea (v.) dirigió contra
la racionalidad del movimiento: la de lo finito contenido en lo
infinito, la de Aquiles y la tortuga, la de la flecha y la de los
corredores del estadio. De estas cuatro a. (designadas también con
los nombres de paradojas, epiqueremas, paralogismos, o simplemente
argumentos), la más conocida y quizá también la más estudiada y
refutada- es la de Aquiles y la tortuga, que se ha expuesto de muy
diversas maneras, y que podría reducirse a lo siguiente: «Lo más
lento (la tortuga) no puede ser nunca alcanzado por lo más ligero
(Aquiles). Pues antes tiene que llegar el seguidor al punto del
que la tortuga ha partido, y antes de que él haya podido llegar a
este punto, la tortuga ha adelantado un poco, y así hasta el
infinito. Puesto que la tortuga siempre puede adelantar algo,
Aquiles no puede alcanzarla nunca» (W. Capelle, Historia de la
filosofía griega, Madrid 1958, 98). Como se ve, la a. se basa en
una doble -y confusaconcepción y acepción de lo infinito (v.):
unas veces se toma como posibilidad de dividir sucesivamente de
manera indefinida el espacio, y otras como división aotual y
simultánea de un espacio finito en infinitas partes.
Las refutaciones de esta a. se han hecho desde diversos
puntos de vista: lógico, matemático (éste, a partir del s. xvli,
una vez descubierto el cálculo infinitesimal), físico,
físico-matemático y filosófico; dentro de esta última modalidad se
registran también variedades, e incluso hay filósofos que estiman
innecesaria tal refutación, ya que el vicio radical de la a. es de
orden matemático; naturalmente, en la variedad de refutaciones
filosóficas influye de modo muy poderoso la peculiar concepción
que cada autor tiene del tiempo, del movimiento, del infinito,
etc.
En sentido completamente distinto, N. Hartmann (v.) habla de
las a. del conocimiento, cuyo estudio es tan importante -según él-
que basta por sí solo para constituir o fundamentar una parte de
la metafísica, parte que dicho autor denomina Aporética y que
ocupa el lugar central de la ontología del conocimiento. Esta
Aporética, que ya tendría sus precedentes en Aristóteles, es la
ciencia pura de problemas; precedida de la fenomenología, que
analiza y describe los fenómenos, la Aporética «compara, examina,
sondea lo dado, determinando lo que en 61 no concuerda y dándole
la fuerza de la paradoja de que adolece toda contradicción en lo
positivo. No tiene por qué preocuparse de subsanar las
contradicciones, pues eso incumbe a la teoría», que constituye la
tercera parte del sistema; por lo demás, «sólo con el trabajo de
la aporética se reconoce lo metafísico como tal» (cfr. Metafísica
del conocimiento, I, Buenos Aires 1957, 59-60). Según N. Hartmann,
pues, las a. del conocimiento son las dificultades que se
desprenden del análisis fenomenológico de dicha actividad humana;
y, en su concepción, son auténticas a., ya que, incluso después de
penetrar en el nivel metafísico, no encontrarán solución. Cabe
hablar también de las a. que se presentan en otros ámbitos humanos
o en otras ramas de la filosofía (así, la aporética existencial).
En todo caso, la a. parece no tener solución, o al menos parece no
tener una que sea entera y universalmente satisfactoria.
BIBL.: E. BRÉHIER, La notion de probléme en philosophie, «Théorie» XIV (1948). 1-7; VARIOS, Nature des Problémes et Philosophie, 1949; P. AUBENQuE, Le probléme de Pétre chez Aristote. Essai sur la problématique arístotélicienne, París 1962, 443-456.
S. CABALLERO SÁNCHEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991