Antonino Pio


Emperador romano (a. 138-161). N. en Lanuvio el a. 86, en una familia oriunda de Nimes. Su nombre, hasta el a. 138 en que fue adoptado por Adriano, era el de T. Aurelius Fulvus Boionius Arrius Antoninus. Tras la adopción tomó el de T. Aelius Antoninus. El sobrenombre pius le fue concedido por el Senado romano en el momento de su adopción. Consciente de este antecedente, su primer acto político como Augusto fue oponerse a un intento del Senado que pretendía condenar la memoria de Adriano y anular sus leyes. Pese a este conflicto, consiguió imponer su autoridad al Senado. Nada cambió en el fondo, aunque en la forma acumulara las pruebas de respeto hacia éste. La idea de continuidad con respecto al predecesor fue claramente establecida. El programa político quedó desarrollado en el discurso de Elio Arístides de Esmirna, pronunciado el a. 143.

Política administrativa. A. P. continuó los planes establecidos por Adriano. Al contrario de éste, A. P., ya Augusto, nunca abandonó Roma ni visitó las provincias. Excusas fueron, de una parte, la perfección del sistema de comunicaciones y correos; de otra, el temor de gravar con los viajes el presupuesto del Estado y las finanzas de las provincias. Por su parte, A. P. vigiló estrechamente el funcionamiento de la burocracia. Conflictos especiales fueron un intento de usurpación en España (a. 145) y la deportación de tres conspiradores (a. 151). Cordialidad y respeto mutuos señalaron sus relaciones con la administración senatorial y la ecuestre. El mantenimiento de los funcionarios en el cargo durante varios años fue política habitual, caso de los prefectos del pretorio. Se alteró la estructura y administración de algunas provincias, Dacia superior, Bitinia, Cilicia., etc. El principal cuidado fue la administración financiera. A. P. fue un Emperador ahorrativo. La vida de corte fue frugal, se redujeron las sinecuras, aunque no faltaron gastos como las fundaciones benéficas y los donativos a las tropas. También fueron numerosos los espectáculos públicos y los trabajos de, construcción, singularmente la conclusión de obras iniciadas por Adriano. Se preocupó especialmente de la enseñanza en sus varios niveles y de las finanzas de los municipios. Las instrucciones a los funcionarios financieros, como el Gnomon del Idiólogo redactado para el uso del administrador de los bienes imperiales en Egipto, se caracterizan por su extraordinaria minuciosidad y detallismo. Asimismo, la legislación atendió a reducir los gastos suntuarios, como los espectáculos circenses, de los particulares.

Legislación y defensa del Imperio. Bajo Adriano se había iniciado la compilación del Derecho y la legislación imperial. Esta labor se continuó durante el reinado de A. P., que legisló en abundancia. Esta actividad se enlaza estrechamente con el funcionamiento del consejo privado, consilium, del Emperador. De éste formaron parte, probablemente, Gayo y Salvio juliano, aparte Ulpio Marcelo. Puede decirse que ningún libro del Digesto deja de contener leyes o disposiciones que se remontan a A. P.: Esta legislación se caracteriza por su carácter filantrópico.

Problema principal del reinado de A. P. fue, como en tiempos de Adriano, la defensa del Imperio. No puede hablarse de grandes guerras y ninguna requirió la intervención personal del Emperador. Problema principal fue mantener el ejército en plena eficiencia y consolidar una serie de cambios tácticos y logísticos, que hacían del soldado romano un técnico en fortificaciones y máquinas de guerra. La labor bajo A. P. en la ampliación de las defensas del Imperio fue extensísima. La más recordada es, sin duda, su línea fortificada en Britania, pero fue intensa en Dacia y en Mauritania, así como en el limes de Germania Superior, con una extensión de 400 Km., frente a los 120 de la línea fortificada de Britania. E número de legiones, 28, no fue aumentado, pero sí el d tropas auxiliares.

Las operaciones militares más importantes parecen haber sido las celebradas entre el a. 144 y el 150, alcanzando su ápice en el a. 148-150, aunque oficialmente se concediera más interés a la campaña británica del a. 139. 142. Alguna campaña debió sostenerse en el Rin y el Danubio, con una derrota de los cuadros. Rebeliones y motines se produjeron en Roma y en Egipto, quizá también en Acaya. Fuente de pequeños trastornos fue un aumento del bandidaje en Egipto, en Asia y también en España, pero no se registraron especiales conflictos en Oriente. Por el contrario, en esta región, debido al aumento del comercio con la India, el Imperio estableció relaciones con regiones como Bactria o Hircania. En otro sector se hizo sentir la influencia romana y fue en las relaciones con los pueblos de las estepas del sur de Rusia y del Cáucaso. En este sentido, A. P. consiguió, más que consolidar, mantener un equilibrio, aun a costa de sacrificios de fronteras y de prestigio.

Política religiosa. Tradicionalmente, el reinado de A. P. ha sido presentado como la época «más feliz» del Imperio romano. En realidad esta felicidad era conseguida con múltiples sacrificios y beneficiaba sólo a un sector del Imperio: la población urbana y, más concretamente, la burguesía. Novedad y tradición se unían en una síntesis de pasado y presente, que tendían a la conservación y el mantenimiento del ideario expuesto por Elio Arís. tides de Esmirna. Religión tradicional, fasto, culto imperial y propaganda del sistema establecido se unían estrechamente. La celebración del noveno centenario de la fundación de Roma aunó al espectáculo la exaltación de las glorias patrias y la religiosidad tradicional. Mas a esta religiosidad, que unía a las divinidades itálicas los héroes de la leyenda de los orígenes de Roma, se sumaban otros hechos religiosos extraños a Roma, pero aportación de las provincias, el culto de la Magna Mater, de Isis, de Serapis, del Sol y de Mitra. Como Adriano, A. P. se orientó bajo el signo de la tolerancia incluso ante aquellas formas de religiosidad como el judaísmo, y en consecuencia el cristianismo, por las cuales no podía tener comprensión alguna. Persecución oficial contra el cristianismo no existió durante su reinado, aunque la hubiera local a consecuencia de algaradas y como manifestación de la aversión popular, en Grecia y Oriente, hacia los cristianos. Esto no significa que está oposición a la religiosidad cristiana se limitara a estos círculos. En otra forma, puramente ideológica, se manifestaba también en otros sectores de la sociedad romana. Prueba de ello es la multiplicación de la obra de los apologetas cristianos durante los reinados de Adriano y A. P. Algunos escritores cristianos, como S. Justino, Melitón de Sardis o Taciano, no vacilaron en dirigir sus escritos o sus solicitudes al propio A. P. Terminó sus días en su finca de Lorium, cerca de Roma. Sus restos fueron llevados al Mausoleo de Adriano.

Balance de su gobierno. El gobierno de A. P., expresión de la nobleza intelectual de su época, señala no sólo la continuidad del dirigismo de Adriano, sino también una acentuación en el futuro camino al estatismo. La intervención del Estado en la vida privada, entendiendo por tal incluso la financiera de las ciudades, no cobró bajo A. P. la intensidad que debía tener bajo Marco Aurelio, pero en muchos aspectos, como la institución de los curatores de las finanzas municipales, representa un precedente de la misma. Resumen del principado de A, P. parece ser el mantenimiento del orden y el equilibrio u las relaciones con el Senado, en la administración, en el gasto público, en la defensa del Imperio y en la organización social. Un gobierno autoritario mitigado por la prudencia y disimulado por el paternalismo.

Respecto a la política financiera, ya apuntada, hay que tener en cuenta que los notables gastos, obras públicas, donativos, festivales, préstamos, etc., no impidieron la existencia, rara en la historia financiera de Roma, de Lin superávit. A la muerte de A. P. las cajas públicas almacenaban, improductivos, 675 millones de denarios. Esta política de reducción de gastos, pese a la disminución mitigada de la presión fiscal en varios momentos del reinado, no impidió una ligera disminución de la ley del denario. Tampoco evitó la siempre creciente emigración de las industrias y que el desarrollo de las provincias se realizara a costa de Italia, mantenida a su vez, como advertía Elio Arístides, por los envíos de las provincias.

BIBL.: A. GARZETTI, L'Impero da Tiberio agli Antonini, Bolonia 1960

 

ALBERTO BALIL.

 


Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991