ANSELMO DE CANTERBURY, SAN


Famoso como teólogo, y también filósofo, monje benedictino, luego arzobispo de Canterbury.
     
      Vida. N. en Aosta, ilustre población hoy del Piamonte, Italia septentrional, pero entonces parte de la Lombardía, a fines del 1033 o comienzos del 1034. Sus padres, de origen lombardo, se llamaban Gandulfo y Ermemberga; aquél era de carácter disipado y más bien duro, ésta de corazón tierno y sensible a la piedad. Mientras la madre se esmeraba por dar al niño una buena educación civil y religiosa, el padre, con su desinterés y acritud, le procuró buen número de sinsabores. Atraído por los estudios y la vida tranquila, a los 15 años decidió A. ingresar en un monasterio, tropezando enseguida con la obstinación de su padre. Los frecuentes desacuerdos familiares amargaban el ánimo delicado de A., que a los 24 años decidió abandonar su tierra natal y peregrinar por la vecina Francia, en busca de una colocación o profesión estable, Recorrió la Borgoña y las regiones del norte y pasó luego a la Normandía, dominada por los ingleses, donde florecían numerosos conventos benedictinos. Llegó a sus oídos la fama de un compatriota suyo, el maestro Lanfranco de Pavía, que enseñaba en la abadía de Bec, y allá fue con ánimo de abrazar la regla benedictina. Sus deseos se vieron cumplidos después de varias consultas; contaba 27 años. Los monjes, al elegir prior tres años después, dieron sus votos al joven italiano. Lanfranco, su antecesor en el cargo, había sido notribrado abad de San Esteban de Caen (1063).
      En su cargo va conquistando las simpatías y las voluntades de sus subordinados, aun de algunos prevenidos contra él, como puntualiza su biógrafo Eadmero, con su exquisita amabilidad y con sus dotes de profesor y conferenciante. Durante este mandato, que dura hasta 1078, redacta varios de sus libros, como fruto de sus enseñanzas orales y de sus continuas meditaciones, y escribe un buen numero de cartas. Elevado a la mayor dignidad del monasterio, a la de abad, en 1078, le queda menos ocio para sus estudios, y se ve obligado a desplazarse con frecuencia a otras abadías y prioratos de Francia e Inglaterra. Su virtud y su sabiduría conquistan la admiración de nobles y obispos ingleses, que le proponen para la sede arzobispal de Canterbury, vacante por la defunción de Lanfranco.
      La elección se verifica el 1093, a pesar de la resistencia de A., que veía así reducidas las posibilidades de mantenerse en la paz de la contemplación y del estudio. Estos presentimientos no sólo se cumplieron, sino que tuvo que soportar graves infortunios. Guillermo el Conquistador, insigne protector de iglesias y conventos, había fallecido en 1087, y sus sucesores no le imitaron en virtud y generosidad. Por su obediencia al Papa, entonces Urbano 11, y por su entereza en defender los intereses de sus iglesias, A. sufrió dos exilios: el primero bajo Guillermo el Rojo (1098-1100), el segundo bajo Enrique I (1 103-05). El a. 1098 asistió al conc. de Bar¡, congregado por Urbano II con el fin de traer a la unidad de la Iglesia romana a los adherentes al cisma griego de Cerulario, que contaba numerosos adeptos en el sur de Italia. Los últimos días de su vida transcurrieron dedicados a una intensa actividad pastoral, M. en el 1109; ya desde el S. XIII fue venerado como santo, y el 1720 fue declarado doctor de la Iglesia.
      Obras. Enumeraremos sus escritos, por orden de aparición, dando de ellos una descripción sumaria.
      l) El Monologl'on o soliloquio, apareció primero anónimo con el título Exemplum meditandi de ratione lidei, editado cuando era prior a instancias de sus alumnos. Recoge las enseñanzas de la escuela y las instrucciones a sus monjes. Con estilo muy propio y siempre con ansia de buscar la inteligencia de la fe, trata de la existencia y de la naturaleza de Dios, uno en esencia (cap. 1-28) y trino en personas (cap. 28-78). En los primeros capítulos explana tres pruebas de la existencia de Dios. Tanto al hablar de esas pruebas como al explicar el misterio trinitaria A. sigue a S. Agustín, pero añadiendo luces de su propia cosecha, de modo que, en ésta como en las demás obras, brilla la originalidad de su talento.
      2) La segunda obra, comúnmente denominada Proslogion o alocución, pero que en un principio llevaba el curioso título Fides quaerens intellectum, es complemento de la anterior. En su afán dialéctico y queriendo dar una explicación sintética de la doctrina teológica, A. ha excogitado un principio fecundo que todo lo explica: Dios es la cosa más grande que se puede pensar, id quo 7nciiiis cogitar non potest. De ese principio deduce la existencia de Dios, y luego habla de los demás atributos y de la trinidad de personas, repitiendo ideas ya expuestas en el Monologion. Esta obra se ha hecho famosa por esa prueba de la existencia de Dios (cap. 2-4), que se denomina argumento de S. Anselmo, y, con una expresión infeliz, argumento ontológico. Como apéndice de esta obra aparece un opúsculo apologético escrito contra Gaunilán, monje de Marmoutier, que no estaba satisfecho del argumento de S. Anselmo.
      3) Fruto también de su profesorado en Bec son las cuatro obras siguientes. En el De Grammatico discurre sobre las teorías aristotélicas, probando que el ser gramático no es una sustancia, sino una cualidad. En su mente, este libro estaba destinado a los jóvenes con el fin de que se ejercitasen en el arte dialéctico.
      4) Más interés tiene el De Veritate, donde el autor trata de la verdad en sus diversas dimensiones: ontológica, lógica, moral. La verdad de las cosas es su misma rectitud (lado ontológico), que puede ser percibido por la mente y por los sentidos (lado lógico). La verdad moral es la rectitud de la voluntad conservada por sí misma.
      5) En cambio, el De Libertate arbitrii tiene una orientación más teológico que filosófica, ya que recurre asiduamente a los datos revelados. El hombre conserva su libertad aunque se haga esclavo de las pasiones, pero la libertad en sí misma no incluye la posibilidad de pecar, que no existe en Dios. Al fin de su vida volverá sobre este tema, que tanto interesó a S. Agustín.
      6) En el De Casu diaboli se plantea el problema del mal, que no puede provenir de Dios, sino de la creatura. Si el ángel malo pecó no fue porque Dios no le ofreciera los auxilios necesarios, sino porque él mismo los rechazó apeteciendo lo que no era debido.
      7) Las obras siguientes pertenecen a la época de su pontificado en Canterbury. Contra Roscelino, el canónico racionalista de Compiégne, redacta la Epístola de incarnatione Verbi, que dedica al papa Urbano II, donde explica este misterio, precisando los términos de naturaleza y persona, sustancial y relativo.
      8) Explanación amplia y vigorosa de esa Epístola es el Ciír Deus homo, concluido en 1098, ya desterrado, en el retiro de Schiavi, junto a Telese (Benevento), y, como él afirma, in magna cordis tribulatione. La idea central del libro es la necesidad de la encarnación del Verbo para la redención del hombre. Su argumentación procede así: el pecado, por ser una ofensa a Dios, para ser dignamente expiado, demanda una satisfacción infinita. Dios, por otro lado, no debía ni perdonar gratuitamente, ni dejar al hombre sin reparación. El vacío dejado en el cielo por los ángeles rebeldes debía ser ocupado por los hombres redimidos. Pero esa satisfacción condigna no la podía hacer ni Dios solo, ni la creatura sola; por tanto, era preciso el Dios-hombre.
      9) Dos años más tarde publica el De Conceptu virginal et de original peccato, en que explica la esencia del pecado original, y la exención del mismo por parte de Cristo. Su doctrina representa un avance notable respecto a la de S. Agustín.
      10) Desde su asistencia al citado conc. de Bar¡ fue madurando la obra De Processione Spiritus Sancti, aparecida en 1102, en la que defiende la legitimidad teológica de la expresión qui a patre Filioque procedit, por tener el Padre y el Hijo una misma sustancia.
      11) Rebatiendo también teorías griegas, redacta en 1106-07 dos opúsculos: Epístola de sacrificio azymi et fermentati, y Epístola de sacramentis ecclesiae, en las que defiende la legitimidad del uso del pan ázimo en la Misa y de diversos ritos en su celebración.
      12) En los últimos años de su vida le preocupó la cuestión de la concordia de la ciencia y predestinación divinas con la libertad humana, y a ese tema consagra sus dos últimas obras: De Concordia praescientiae et praedestinationis et gratiae De¡ cum libero arbitrio, y De Potestate et impotencia, possibilitate et impossibilitate, necessitate et libertate, Esta última quedó incompleta; fue descubierta por Dom Schmitt y editada en 1936.
      13) Complemento de sus obras doctrinales son los escritos devocionales y su correspondencia; en casi todas sus obras existen aspiraciones místicas, pero en éstas se descubre mejor el alma de A. De las 75 Orationes et Meditationes de la edición de Gerberon, la moderna crítica conserva sólo 22, pero no por eso pierde mucho la fama de A. Característica de su espiritualidad es la devoción tierna y familiar a la Humanidad de Cristo, a los misterios de su vida, a su pasión, a su madre la Virgen María. Este tipo de devoción será más tarde cultivado por cistercienses y franciscanos.
      14) Por lo que hace a la correspondencia, la misma crítica retiene 475 Epistolae auténticas. Los destinatarios pertenecen a todas las clases de la sociedad: desde el Papa y los reyes hasta sus monjes. En ellas se evidencia el candor de su alma, su alta virtud, la calidad de su trato social, el aprecio en que todos le tenían y el ascendiente que ejercía su bondad.
      Doctrina. Para entender mejor su doctrina es preciso tener presente el método empleado por él. Ya los Padres se propusieron explicar con la razón lo que la fe nos presenta a un dócil asenso. Algunas obras de S. Agustín, en particular, son un ejemplo precioso de ese esfuerzo de la mente humana por penetrar en los misterios de la Revelación. Y desde los Padres hasta A. no han faltado genios que trataron de sistematizar la doctrina de la fe: recordemos, entre los orientales, a S. Juan Damasceno, y, entre los occidentales, a Escoto Eriúgena . Siguiendo sus huellas, A. trata monográficamente algunos puntos, intentando iluminar con la razón el dato revelado. Habla a veces de rationes necessariae, para significar que esas pruebas, si no son siempre convincentes, son al menos de gran conveniencia. Boecio las había denominado firmissimae rationes. junto a su afán de penetración intelectual, A. se mantiene siempre en la más pura ortodoxia. Su lema fue el de S. Agustín: Credo ut intelligam. Es decir, la misma fe es el punto de partida y la guía de sus investigaciones racionales. Por razón de su método y por lo amplio de sus estudios, se le ha calificado de padre de la Escolástica, pero este título se discute hoy, no sólo porque antes de él hubo otros que le prepararon el camino, sino también porque entre su sabrosa teología monástico y la teología abstracta de las escuelas hay notable discrepancia.
      a) Dios: existencia y atributos. Las dos primeras obras de A. versan sobre la divinidad. En ambas se preocupa de una manera especial de probar su existencia. En el Monologion presenta tres razones, que estaban ya insinuadas en S. Agustín, Boecio y otros, dándoles una orientación peculiar: la primera se basa en las propiedades de los seres, que son buenos, bellos, etc., de un modo diverso y limitado. Esa diversidad y limitación suponen la existencia de un ser que tenga esas perfecciones en grado supremo. La segunda se basa en el ser mismo de las cosas, que participan su existencia del ser infinito e ¡limitado que es Dios. La tercera se basa en los grados de perfección de los seres. Es diferente de la primera, en cuanto que allí se hablaba de las propiedades limitadas y aquí se habla de grados de perfección. En el universo hay una escala o graduatoria de esas perfecciones que no puede ser infinita; es preciso que exista el ser perfectísimo que la corone. En todas estas pruebas subyace la idea platónico de la subsistencia de las formas. Así, la bondad, el ser, la perfección de las cosas creadas deben existir por sí sin limitación, y eso es Dios: una forma subsistente y perfectísima de que participan las cosas. únicamente la prueba segunda parece aludir al principio de causalidad eficiente.
      No contento con la exposición hecha en su primer libro, A. elabora una sistematización más sencilla y luminosa, y así nace el Proslogion. En los primeros capítulo 5 expone su famoso argumento (impropiamente denominado ontológico por Kant) que ha dado ocasión a un sinnúmero de artículos y discusiones, y que es aún hoy diversamente interpretado. Algunos modernos lo entienden únicamente en sentido teológico. Según ellos, A. no ha querido probar, sino explicar, partiendo de una premisa de fe. Habría razonado así: La fe nos dice que Dios es el ser perfectísimo (id quo maius cogitar¡ non potest). es así que ese ser debe existir, luego Dios existe. Pero esta interpretación no se atiene ni al contexto ni al texto. Es evidente que A. quiere partir del mismo concepto de Dios: id quo maius..., para llegar a dar una prueba filosófica, y así lo entendió ya S. Tomás, a quien Karl Barth critica duramente, pero sin razón.
      b) Predestinación y libre albedrío. Aunque el tema había sido tratado ya por S. Agustín y por Eriúgena, A. torna de nuevo a este punto crucial de la Teología, intentando arrojar sobre él sus propias luces, manifestando que el pecado y el mal es nada, que Dios no lo puede hacer, que Dios predestina salvando el querer libre del hombre y del ángel, y ofreciendo los auxilios suficientes, a los que el hombre o el ángel resisten, queriendo otra cosa. En este punto, sin embargo, no es ni tan explícito ni tan severo como S. Tomás.
      e) Pecado original. En este campo sí que ha creado A. una escuela, acusando un notable progreso sobre la doctrina de S. Agustín. Si éste insistía sobre la concupiscencia como núcleo y medio de transmisión de ese Pecado, A. pone en relieve la esencia misma de él: la negación de la justicia original. El medio transmisivo será la generación natural, y su efecto punitivo la concupiscencia. Esta doctrina la seguirá también S. Tomás.
      d) Encarnación. Ya hemos insinuado, al hablar de la obra Cur Deus homo, lo que enseña a este respecto: la idea más llamativa es la de la necesidad de la satisfacción justa por medio del Verbo hecho carne. Pero en pos de ésa, explica otras muchas muy dignas de ser resaltadas. Su teología en este punto es profunda y exacta.
      El santo no pensó en la concepción inmaculada de la Madre de Dios, pero con sus afirmaciones sobre la singular pureza que debía tener ella, preparó el camino a sus discípulos, como Eadmero, para llegar a una tesis afirmativa del misterio mariano.
     
     

BIBL.: a) Obra fundamental para conocer la vida de A, es la biografía escrita en vida por su discípulo Eadmero: EADMER, The Life of St. Anselm, Archbishop of Canterbury, texto latino, vers. ingl., notas e intr. por R. W. SOUTHERN, Edimburgo 1962.-Las biografías modernas más críticas son: J. CLAYTON, St. Anselm, a críticas Biography, Milwaukee 1933; R. W. SouTHERN, saint Anselm and his Biographer, Cambridge 1963. b) Ediciones: Opera omnia, ed. G. GERBERON 0. S. B., París1675, un vol.; ed. F. S. SCHMITT 0. S. B., 6 vol., Edimburgo1938-61; ed. J. ALAMEDA 0. S. B., 2 vol., Madrid 1952-53 (texto de Schmitt y vers. espaiñola); Memorials of Saint Anselm, en Auctores Britannici Medii Aevi, I, Oxford 1970 (contiene mucho material inédito hasta el momento). c) Estudios: sobre su doctrina y espiritualidad: Spicilegium Beccense. l: Congrés internacional du IXe centenaire de l'arrivée d'Anselme au Bec, París 1959 (unos 40 artículos variados e interesantes); K. BARTH, FideS quaerens intellectum. La preuve de l'existence de Dieu d'aprés St. Anselme de Cantorbery Neuchátel 1958 (1 ed. 1931); M. CAPPUYNS, L'argument de St. Anselme, «Recherches de Théologie ancienne et médievale» 6 (1934) 313-330; R. POUCHET, La «rectittído» chez St. Anselme. Un ¡tinéraire augustine de l'áme á Dieu, París 1964. Pueden verse los diversos artículos aparecidos en diccionarios y enciclopedias, como DTC; DHGE, DSAM; Bibliotheca sanctorum, etc. En «Bulletin de théologie ancienne et médievale» I-IX (1929-65), se da un resumen de la mejor bibliografía. Buen estudio sobre la dimensión filosófica en: G. FRAILE, Historia de la Filosofía, Il, Madrid 1960, 378-402.

 

J. M. CANAL SÁNCHEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991