ALTAR

RELIGIONES NO CRISTIANAS.


Noción. Como lugar destinado para ofrecer a la divinidad sacrificios y oblaciones no siempre emerge del lugar circundante, aunque la palabra a. implique la idea de altura (etimológicamente: lugar o cosa alta); a veces es simplemente un lugar especial dentro del recinto sagrado en el que se depositan las ofrendas, que así quedan sacralizadas. En todas las religiones se han usado profusamente las alturas naturales como a.; así actualmente en algunos pueblos africanos; entre los griegos, el a. a Apolo en el monte Licio en Arcadia era la misma explanada que coronaba la colina; entre los semitas, los llamados búmcih o lugares altos eran muchas veces meras eminencias naturales, apenas modificadas por la acción del hombre. A. es, pues, un lugar exclusivamente destinado a ofrecer a Dios sacrificios y oblaciones; si falta ese destino exclusivo, como sucede con los pigmeos (v. PIGMEOS II) que arrojan como primicias parte del botín cazado en el mismo lugar en que lo cobran, no parece que se pueda hablar de a. No obstante, dado que el a. sacraliza lo profano y sirve de punto de unión entre el hombre y Dios, casi espontáneamente se traduce en lugar elevado, ya natural, ya artificial, ya ambas cosas a la vez.
      Tipos y formas. Siendo el a. el centro del culto (v.), no ha faltado en religión alguna. El a. más antiguo ha podido ser el doméstico. La casa familiar era a la vez casa del dios protector de la familia. Dentro de la casa, el lugar sagrado por excelencia, el a., era el hogar y, más en concreto, la piedra donde ardía el fuego, símbolo de vida y de la presencia y protección divinas, donde se vertían las libaciones y se consumían las ofrendas consagradas a Dios.
      Sin perder el fuego del hogar su sacralidad, el a. tiende a independizarse en pequeñas mesas a su lado. La unión de vivienda y a. aparece atestiguada ya en el Paleolítico (v.), en que las cavernas eran a la vez habitación y templo, habiéndose hallado en ellas depósitos de cráneos y huesos de animales ofrecidos a la divinidad. Al complicarse la sociedad, surgen los lugares de culto comunitarios, y con ellos los a. para la oblación de ofren
      das colectivas; el personal oferente tiende a especializarse (sacerdocio), y ello hace que hasta los particulares prefieran servirse de ellos para sus sacrificios (v.), por creerlos más eficaces. El a. doméstico pierde así importancia, aunque no desapareciera, como tampoco desapareció el culto familiar, Como la finalidad del a. es el sacrificio (hebreo mizbbeah de zQb.áh, sacrificar; y griego zysiasterian; de azyo, sacrificar), su forma es la adecuada para facilitarlo; colocar la víctima o los frutos que se ofrecían, etc.; a veces es parecido a una mesa. En tal forma parece estar relacionado con la idea de considerar el sacrificio como la comida real, mística o figurativa de la divinidad; idea que se encuentra en algunas ocasiones, así como la costumbre de colocar la imagen de la divinidad a la que el a. está consagrado.
      La mesaaltar puede ser redonda, cuadrada o cuadrangular; frecuentemente, los cuatro ángulos están rematados por salientes, llamados «cuernos», que simbolizan la presencia de la omnipotencia divina; a veces tiene varias gradas para depositar las ofrendas. Respecto al tamaño, va de dimensiones que escasamente superan el medio metro cuadrado de superficie el tipo ara, tan común en Grecia y Roma, que ha dado el nombre a la piedra central de los a. cristianos, se reduce a una columnita terminada en una mesita, con cuatro cuernos en los ángulos, hasta los a. colosales, como el de Pérgamo a Zeus, o los de Pekín al dios del cielo y al dios del suelo. La materia puede ser muy varia. Entre egipcios, mesopotámicos, hititas y cananeos, los a. solían ser de caña entretejida o bien de barro cocido y hueco; en Grecia y Roma se prodiga la cantería y el mármol; en los recintos sagrados de campiña se construían con piedras sin desbastar, sobre cuyo acervo se colocaba la víctima u ofrenda, tipo muy común en Canaán, al que pertenecen también los hermaion tan abundantes en los caminos de Grecia. Tales a. rudimentarios eran a veces permanentes; otras, se levantaban para una ocasión determinada, siendo luego abandonados.
      Cualquiera que fuera la dimensión o forma, solía tener unos hoyitos para recoger la sangre de las víctimas o las bebidas de las libaciones; y, si la víctima se quemaba, en el hogar colocado en el centro se encendía el fuego que consumía el holocausto. Para ofrecer incienso se usaban pequeñas mesitas de barro y también incensarios.
      Simbolismo. Siendo múltiple, destaquemos los siguientes: a) El a. es «trono. de Dios», por eso se pone en él la imagen que a la vez manifieste y vele su presencia. b) Si el templo es la «casa de Dios», el a. es a la vez «mesa y hogar de Dios», con un simbolismo a veces tan realista que se hace a Dios comer físicamente de las ofrendas; así entre los hititas. c) El a. es tumba de Dios. Van der Leeuw deriva este simbolismo de la costumbre de enterrar los muertos bajo el a. del fuego del hogar; pero dado que el a. se refiere a la divinidad y no a los muertos, parece debe derivar de tradiciones o mitos sobre héroes semidivinos, antepasados divinizados, etc. d) El a. es, como la montaña santa (v. MONTAÑA III), vínculo de unión entre los tres mundos, cielo, tierra y difuntos, que en él comunican entre sí y con Dios. e) Simboliza también el lecho del dios, concibiéndose la acción divina sobre la tierra como una hierogamia. El a. es signo de la presencia divina, el lugar santo por antonomasia que santifica cuanto sobre él se coloca; las ofrendas, en sí profanas, quedan santificadas al ofrecerse sobre él (Mt 23, 18).
      Esto lo convierte en todas las religiones en lugar de asilo por excelencia quien en Dios se refugia, y por Dios es recibido y acogido, por nadie puede ya ser castigado. V. t.: TEMPLO I; CULTO I; SACRIFICIO I.
     

BIBL.: G. VAN DER LEEUw, La religion dans son essence et ses manifestations, París 1955; G. FURLANI, La religione degli Hittiti, Bolonia 1936; L. ZIEHEN y K. GALLING, Altar, en RAC 1, 310334; K. GALLING, Der Altar in den Kulturen des alten Orients, Berlín 1925; C. G. YAVIs, Greek Altars. Origins and Typology, San Luis (Missouri) 1949; v. t. la de TEMPLO I.

A. PACIGS LÓPEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991