AGUSTINOS

HISTORIA


Estudio general. Ordo Sancti Augustini: O.S.A. Orden religiosa de votos solemnes, mendicante, exenta, clerical, aunque admite también laicos y donados. Constituye su fin la santificación de sus miembros por los votos, y la del prójimo, mediante obras de apostolado: ministerio sacerdotal, parroquias, misiones internas y externas, educación de la juventud, publicaciones. Forman su hábito una túnica negra, ceñida con una correa de cuero, y una capucha también negra en forma de manteleta triangular que cubre el pecho y la espalda. En zonas tórridas usan el hábito blanco en el que la capucha es sustituida por el escapulario. Los religiosos a. constituyen la primera Orden; las religiosas de clausura forman la segunda; por privilegio pontificio existe la tercera Orden, que puede ser regular (que viven en comunidad con votos) o secular (que moran en el mundo sin votos públicos).
      1. Fundación. Los a. han tenido siempre a S. Agustín por su padre y legislador y se han considerado los herederos de su ideal monástico, sosteniendo numerosas polémicas para probar su primogenitura. Aunque hasta el presente no se haya demostrado la continuidad histórica con los monasterios fundados por S. Agustín, prolongados después de su muerte hasta el s. vin, y las congregaciones, que se unen en 1256, siempre podrán alegar los a. que son los únicos que han tenido tal denominación, que en muchos documentos pontificios antiguos y modernos se reconoce esta filiación y que la Santa Sede confió a ellos la custodia de los restos de S. Agustín. Su Regla perdura influyendo en el monaquismo occidental, no obstante haber impuesto Carlomagno la de S. Benito, y prevalece desde que la adoptan los canónigos regulares, los dominicos, etc.
      Desde mediados del s. xii aparecen grupos de ermitaños, diseminados principalmente por Italia. Gregorio IX e Inocencio IV, conforme a los deseos del conc. Lateranense IV, les dieron consistencia mediante la adopción o imposición de la Regla de S. Agustín y unión de conventos y grupos, de tal manera que fue cosa fácil para Alejandro IV juntar estos monjes ermitaños en una sola Orden; con este fin cita el 15 jul. 1255 a todos los ermitaños de las órdenes de S. Agustín y de S. Guillermo. Por la bula Licet Ecclesiae, tan fundamental en la historia de los a., emitida por el mismo Papa el 9 abr. 1256, sabemos que la reunión, celebrada en Roma, fue presidida por el card. Ricardo de Santo Ángel, y que en ella se acordó por común consentimiento del Capítulo que los religiosos y casas se unificasen en la observancia y fórmula de vida y constituyesen una sola grey gobernada por el prior general. En consecuencia, el cardenal unió perpetuamente todas las casas y congregaciones en la profesión y regular observancia de la Orden de los Ermitaños de S. Agustín. Se citan, además, las congregaciones que asistieron: de S. Guillermo y de S. Agustín, de S. Juan Bueno, de Fabali y de Brittino. El Papa confirma todo lo actuado por el cardenal y establece que los conventos de las órdenes citadas que no hayan enviado delegados queden igualmente incorporados a la Unión. Fue designado general Lanfranco de Septala, que era el de los juambonitas. También adoptaron las constituciones de la Orden de S. Agustín o Toscana, esencialmente cistercienses, y que retocadas en los años sucesivos obtuvieron la aprobación definitiva en el Capítulo de 1290 celebrado en Ratisbona, y por ello denominadas ratisbonenses. Su texto, con las debidas adiciones, se mantuvo en vigor hasta finales del s. XVI. En 1581 se promulgaron las que en su división y ordenación corresponden a las actuales. Desde el principio quedó establecido que los conventos pueden poseer, y los religiosos ejercitar, la cuestación. Los integrantes de la Unión se denominan ermitaños, lo que indicaba su morada en conventos erigidos lejos de las ciudades, y su consagración a la vida contemplativa. Poco después de la Unión, se inicia el movimiento hacia las poblaciones con el consiguiente abandono de la vida casi exclusiva de oración, que desde ahora alternará con el apostolado y el estudio. Por consiguiente, la denominación de ermitaños comienza a convertirse en un recuerdo histórico, sin que falten luego conatos de volver a la vida eremítica, razón por la cual recientemente se ha suprimido del título ese adjetivo, reservado para los documentos solemnes, y reducido a Orden de S. Agustín OSA en lugar de OESA.
      2. Desarrollo y situación actual. La asamblea fue esencialmente italiana, pero, poco después, se enviaron emisarios a Francia, Inglaterra, Alemania y España, países en los que hallamos, antes o inmediatamente después de la Unión, vestigios de la Orden, para completar la unión de los conventos allí existentes y fundar nuevos. En cambio, renunciaron a la Unión y volvieron a la observancia de la Regla de S. Benito los guillermitas. Los a. se propagaron con rapidez, y ya en 1295 se cuentan 17 provincias, que en 1329 ascienden a 24, diseminadas por Europa, de Irlanda a Polonia y de Portugal al Egeo. La peste que desoló a Europa en 1345 (se dice que murieron más de 5.000 a.) motivó la decadencia de la vida religiosa. Nació entonces una corriente que trata de restaurarla y da lugar a las diversas congregaciones llamadas de Observancia, que surgen en s. XIV por bulas pontificias y decretos de los generales, que les otorgan privilegios y gracias especiales. Acentuaron ellas, sobre todo en sus comienzos, el fiel cumplimiento de las leyes primitivas, que significaba alejamiento de la vida mundana, intensificación de las prácticas espirituales, menos dedicación a los estudios. Para mejor tutelar esta observancia se puso al frente de las congregaciones un vicario llamado general por su dependencia directa del de la Orden, a quien agradaba esta organización jurídica que le proporcionaba una mayor intervención y autoridad en el régimen interno de los religiosos y conventos periféricos. No faltaron, sin embargo, conatos de rebelión y tentativas de emancipación de consecuencias funestas, como en el caso de la Congr. de Sajonia a la que perteneció Lutero. Terminaron las congregaciones fusionándose con las respectivas provincias por disposición de ellas mismas y del general, o como consecuencia de las leyes civiles, o por determinación de la Santa Sede como aconteció con las dos últimas en 1947.
      En el s. XVI (colonización de América y conc. de Trento) los a. suplen las pérdidas producidas por el protestantismo y acusan progreso. Las provincias y congregaciones son 40 en 1550 y los conventos llegan al millar. En 1753 son 56 las provincias y congregaciones, pero el número de conventos es notablemente inferior debido a la supresión de unos 200 pequeños realizada en Italia por Inocencio X, en 1652. A fines del s. XVIII comienza la serie calamitosa de adversidades (absolutismos, Revolución francesa, Napoleón, desamortizaciones) que producirán la decadencia religiosa y la disminución de miembros. Se llegó en un tiempo a hablar de 30.000 religiosos; al terminar el s. XIX, apenas se numeran 2.000. Pasadas estas tempestades, inician los a. una nueva etapa ascendente, no uniforme en todos los países.
      Los irlandeses habían comenzado por estos tristes tiempos sus actividades en Australia: el vicariato de Queensland originó la actual provincia. Se dirigieron a Norteamérica y hoy contemplamos 600 sacerdotes a., encuadrados en dos vigorosas y prósperas provincias, que se dedican al apostolado parroquial y a la enseñanza en tres universidades y varios colegios, así como a las misiones en el Japón y Perú. Más reciente es la incorporación de otros a. a las actividades en Norteamérica: los de la viceprovincia de Filadelfia de origen italiano; los españoles en la región de Texas; los alemanes, extendidos también por Canadá, que constituyen la última provincia creada en la Orden. En la actualidad más de 3.000 sacerdotes, 500 hermanos de obediencia, 800 coristas y 300 novicios llenan los 400 y pico conventos y 54 misiones de la Orden de S. Agustín extendida por todo el mundo.
      3. En Europa. Si recorremos en particular los países europeos vemos que de la antigua gloriosa historia de los a. franceses sólo queda su recuerdo, pues de la congregación y cuatro provincias no subsiste nada, reduciéndose la presencia de los a. en Francia a un par de casas ocupadas por los holandeses en París. Separada en 1547 de Baviera la provincia de Polonia, prácticamente ha dejado de existir en la actualidad. Dígase lo mismo de la provincia checoslovaca dividida en 1604 de Baviera, cuyos religiosos, lo mismo que los de la abadía de Brünn, llevan la vida que les permiten las circunstancias, y cuya restauración se espera de los miembros de ella que forman el comisariato con sede en el antiguo convento de Viena, único superviviente de la provincia de Austria, disgregada en 1645 de la de Bohemia. De sus restos puede decirse que han surgido las provincias de Holanda y Bélgica a fines del siglo pasado. Se dedica hoy la primera, pujante, al apostolado y enseñanza superior, tiene una viceprovincia en Bolivia y la diócesis de Manokwai en Nueva Guinea. La de Bélgica, consagrada al apostolado en sus diversas formas, sostiene la prefectura apostólica de Doruma en el Congo (Kinshasa). La provincia de Irlanda, creada para salvar los restos del cataclismo protestante que proporcionó el mártir b. Juan Stone, ejerce hoy sus actividades pastorales y docentes en Escocia, Inglaterra e Irlanda y tienen encomendadas las diócesis de Yola y Maiduguri en Nigeria.
      Las cuatro provincias antiguas alemanas que se extendían por gran parte de Europa se vieron reducidas a finales del siglo pasado a dos conventos, de los que ha surgido la actual provincia que realiza su apostolado y docencia por toda Alemania, administra un colegio para no cristianos del Extremo Oriente en Suiza, atiende un leprosario en Abisinia y misiona en el Congo (Kinshasa). En Italia radican siete provincias, que son las que subsisten, luego de la supresión de 1873, de las veintitantas, entre provincias y congregaciones, antaño existentes. Los 300 sacerdotes a ellas pertenecientes se dedican en su mayoría a la cura de almas en parroquias e iglesias. Conservan aún templos monumentales: La Consolación de Génova, Santo Espíritu de Florencia, etc. La provincia de Malta, erigida como tabla de salvación en territorio inglés al tiempo de la supresión italiana, además del apostolado en su país, lo ejercita también en Argelia, Túnez y Brasil.
      4. En la península Ibérica. En 1257 se menciona el provincial en España y en 1295 aparece una segunda provincia, la de Aragón, que comprende Cataluña, Valencia y Baleares. Andalucía forma provincia definitivamente en 1582. La de España o Castilla inicia su auge al fundarse en 1438, por obra de J. de Alarcón, la Congr. De la Observancia, la cual, poco a poco, absorbe los conventos de la provincia. Al incorporarse el convento de Salamanca surge la cuestión de los estudios, considerados como enemigos de la Observancia, pero pronto prevalece la tesis de la no incompatibilidad y Salamanca se convierte en el foco religioso y cultural del que irradiarán los grandes teólogos, los eximios misioneros de Sudamérica y Filipinas, que tanto prestigio darán a la Orden durante los s. xvIXVII.
      Las provincias españolas perduran, con vida más o menos próspera, hasta la desamortización de 1836, en virtud de la cual los a. quedan reducidos en España al convento de Valladolid, sobre cuya base se reconstruye la Orden en España; la provincia de Filipinas, nutrida con elementos salidos de ese convento, proporciona algunos religiosos que, unidos a los supervivientes de la de Castilla, restauran ésta; una doble división de la de Filipinas da lugar en 1895 y 1926 a las dos provincias denominadas Matritense o de El Escorial y de España. En esta época moderna no existe división territorial, teniendo su sede en Madrid los cuatro provinciales. Se mantiene la gran actividad en las repúblicas sudamericanas. Al perder España las islas Filipinas, los a. salen de este país para fundar en Brasil y Argentina y para reforzar los restos del Perú y Colombia. De fecha posterior son los conventos abiertos en Puerto Rico, Uruguay, Venezuela y Santo Domingo. Más de mil sacerdotes españoles atienden estas actividades. Figura Portugal como provincia independiente de la de España en 1387. Alcanza su apogeo en el s. xvi por obra del ven. Luis de Montoya, quien, durante treinta y tantos años, forjó catedráticos de Coimbra y t vora; los grandes adelantados de las misiones que a partir de 1572 se desparramaron por la India, Angola, Santo Tomé, Bengala, Persia, Georgia, Mombasa y Guinea, regiones que evangelizaron y en las que propagaron la Orden, fundaron centros de enseñanza, ocuparon sedes episcopales y puestos civiles de responsabilidad. Desaparecieron la provincia y las misiones al tiempo de las revoluciones sin que hasta el presente se haya restaurado ni un solo convento, pudiendo únicamente admirarse los que ellos construyeron y sus anexas iglesias. Los nombres del b. Gonzalo de Lagos, ven. Tomé de Jesús, A. de Castro, A. de Meneses, M. Melo y A. de Gouvea bastan para honrar esta provincia.
      5. En América y Filipinas. Una expedición de siete religiosos a. guiada por Francisco de la Cruz arribó a México en junio de 1533. En los seis años sucesivos llegan otros 32 misioneros. A los 30 años se cuentan ya 50 monasterios, algunos de ellos monumentales (Acolmán, Actopán, Yuriria, Yecapixtla). Su campo inicial fue la región de Michoacán, dedicándose al ministerio en lugares nunca adoctrinados, en particular en la llamada tierra caliente cuyo apóstol fue el ven. Juan Bautista de Montoya. Un reciente historiador habla de los inmensos méritos de los a., que todo lo llevaron desde el principio con método y calma, siendo los primeros que se lanzaron a misionar fuera de México (Filipinas y Cuba). Se distinguieron también en el campo cultural: abrieron los colegios de Tiripitío y México a poco de su llegada, y sus bibliotecas, se dice, fueron siempre las mejores del reino. La dependencia de la provincia de Castilla creó algunas dificultades; se otorgó, para obviarlas, la total independencia en 1565, si bien las insistencias de Felipe II hicieron que sólo en 1592 pudiese ser actuada. Poco después, se forma la provincia de Michoacán con los conventos existentes en los obispados de Michoacán y Guadalajara (1602). El resto tendrá su sede en la ciudad de México y conservará esta denominación. En ambas se mantiene por algún tiempo la alternativa en el gobierno entre indígenas y españoles, régimen que creó algunas dificultades. Numerosos fueron los a. mexicanos designados para regir diócesis en el país y en el resto de Sudamérica y Filipinas. Muchos también fueron los que enseñaron, escribieron y propagaron las lenguas indígenas. Seleccionamos algunos nombres: A. de Urdaneta (v.), navegante; A. Farfán, médico y cirujano; A. de Mata, arquitecto y gloria de la arquitectura española en México; y, sobre todos, A. de la Veracruz, «uno de los hombres más insignes que brillaron en Nueva España, luz y antorcha de todas las Ordenes mendicantes, verdadera columna de la Universidad». La situación religiosa que atravesó México hace pocos años hizo disminuir el número de religiosos, pero dan hoy en día pruebas de gran vitalidad, trabajando 200 sacerdotes distribuidos en 40 conventos.
      De México zarpó la armada que a fines de abril de 1575 desembarcaba en Cebú, iniciando la colonización de Filipinas. En ella iban cinco a., dirigidos por A. de Urdaneta, que serían los primeros de la larga serie de 2.368 misioneros que durante la dominación española (15751898) participaron en la evangelización de aquellas islas. Al perderlas España, los a. dejaban 385 poblaciones fundadas por ellos y casi dos millones y medio de almas que entonces pastoreaban espiritualmente. Hoy en día 50 sacerdotes se dedican a la enseñanza (univ. de Iloilo, colegios de Cebú y Bacolod), sin desentenderse de la cura de almas. Siempre han considerado los a. como timbre especial de gloria para ellos las islas Filipinas, y la provincia que lleva su título ofrece una de las más gloriosas historias de la Orden.
      En junio de 1551 llegó al Perú la primera misión de a. compuesta de 12 religiosos, a cuyo frente iba A. de Salazar, a los que se unieron dos llegados de México. El 19 de septiembre celebraron el primer Capítulo, el
      giendo provincial a Juan Estacio, que lo había sido de México. En 1563 dividieron la provincia en tres secciones: Lima, Trujillo y Cuzco. Al independizarse definitivamente de la de Castilla en 1592, la del Perú contaba con 100 conventos y 200 doctrinas esparcidos por todo el virreinato; regentaban los santuarios marianos de Guadalupe y Copacabana; y figuraban al frente de diversas diócesis. Poco después fundó en Lima A. de Pacheco el Colegio de S. Ildefonso, que tuvo privilegios de universidad pontificia. Principal objetivo de la provincia fue siempre la conversión de los infieles; creó muchas poblaciones; abrió la misión de los Chunchos, con centro en el convento de Moxos; en 1616 fundó la Recolección en el convento de Misque. Entre los escritores destacan F. de Valverde, teólogo, y G. de Villarroel. Comienza a desaparecer la provincia con la independencia del país, siendo salvada a fines del siglo pasado por la provincia de Filipinas, a la que también fue encomendada en 1900 el vicariato de San León del Amazonas. Actualmente hay unos 60 padres en el Perú y 33 en el vicariato. Los norteamericanos rigen la prelatura de Chulucanas.
      La provincia del Perú se proponía desde 1591 fundar en Chile. Las instancias de Felipe II hicieron que partiese C. de Vera con cinco religiosos que llegaron a Valparaíso el 16 feb. 1595. En medio de grandes obstáculos iniciaron las fundaciones (Santiago, La Serena, Millapoa, Valdivia) y habiendo alcanzado el número de 12 fue declarada, luego de varias tentativas, independiente del Perú con el Capítulo celebrado el 31 en. 1611. La provincia ha sobrevivido a todas las adversidades, contando hoy 40 padres, dedicados al ministerio y enseñanza en 16 conventos. L. Alvarez y G. de Saona fundaron en 1573 el convento de Quito. La provincia del Perú autorizó seis años después a los a. del Ecuador a elegir provincial, pero quedando sometidos a ella. Consigue la independencia a principios del s. XVII, contando en 1615 unos 120 religiosos en 32 conventos por el territorio del Ecuador y Colombia. Ha subsistido, pero sin conseguir desarrollarse especialmente. Hay más de 30 padres en siete conventos. V. de Requejada fue el primer a. llegado a Colombia en 1539, pero la Orden no se instaló hasta 1575, cuando L. P. de Tinto fundó en Bogotá el convento de Santa Fe. A los pocos años administraban los a. diversas parroquias y adquirieron tal desarrollo que en 1601 celebraron el primer Capítulo por el que se independizaron del Ecuador con el título de N. S. de Gracia. Se expandieron por Colombia, Venezuela y Panamá. Desde que se fundó la primera casa en Bolivia, en 1551, los a. permanecieron allí vinculados al Perú, aunque en 1582 los conventos se agruparon en una vicaría. Al emanciparse Perú de España comenzó la desaparición de los a. en Bolivia, que con la ley de supresión de 1826 quedaron reducidos al convento de religiosas de Potosí. Desde 1930 se han encargado los holandeses de restaurar allí la Orden, formando una viceprovincia en la que 25 padres y 10 hermanos, distribuidos en 10 casas, ejercen el apostolado y la enseñanza.
      6. Organización jurídica. A raíz de la Unión se celebraba el Capítulo general cada tres años. Ante él renunciaba el general y por él era elegido el nuevo. El hecho de aceptar la elección suponía, a partir de 1309, la confirmación apostólica. Desde 1581 se reúne el Capítulo cada seis años. Sin embargo, ha habido tres generales vitalicios y algún otro que superó el sexenio. Hasta fines del s. XIX sólo hubo tres generales no italianos. La mayoría de votos decide la elección, pero no faltan casos de designación por parte de la Santa Sede. Desde 1889 se reúne en septiembre, antes en Pentecostés. En el mismo Capítulo se eligen por mayoría de votos el procurador o representante ante la Santa Sede y los cinco asistentes generales o asesores del general en el gobierno de la Orden; su voto, salvo siete casos, es consultivo. En estas elecciones participan los miembros de la Curia presente y los que han pertenecido a las anteriores, los provinciales y un definidor o delegado por cada provincia. Del cuerpo legislativo están excluidos los provinciales. Para que una determinación se convierta en constitución o ésta deje de serlo se requiere la aprobación o la desaprobación de dos Capítulos consecutivos. Las constituciones nunca han sido sometidas a la aprobación de la Santa Sede. El general sólo puede cesar por renuncia. El Capítulo provincial, en un principio anual, luego bienal o cuadrienal, y desde el s. xix trienal, lo componen, fuera de raros votos privilegiados, el provincial con sus cuatro consejeros y secretario, los superiores de las viceprovincias, comisarías y conventos, junto con un discreto o delegado de cada convento. Todos ellos participan en la elección de provincial, definidores y secretario.
      La parte legislativa, así como los nombramientos de los superiores y funcionarios de las casas lo realiza, por votación, el definitorio del Capítulo integrado por el presidente, el provincial elegido, el provincial último y los nuevos definidores. Es facultativo del general designar presidente del Capítulo y es de su competencia aprobar todo lo actuado en él. A mitad del trienio, el definitorio del Capítulo celebra la asamblea llamada Cong. Intermedia, en la que se ratifican los nombramientos realizados después del Capítulo y se puede emanar algún decreto urgente. Esta congregación debe también ser ratificada por el general. El provincial sólo puede ser depuesto en casos gravísimos. Los definidores no cesan sin la intervención del general. El superior local gobierna asesorado por dos consejeros y por los oficiales de la casa (sacristán, procurador, depositario) designados en el Capítulo provincial. Los asuntos deben resolverse en el Capítulo conventual, en el que participan con voto todos los conventuales que hayan terminado los estudios teológicos y sean sacerdotes desde hace tres años. Se reúne, por lo menos, una vez al mes. El superior no puede ser depuesto, sino en contados y graves casos. Existieron conventos generalicios, así llamados por depender directamente del general y que normalmente eran las sedes de estudios. Quedan cuatro: el de S. Agustín de Roma, en cuyo conjunto se halla la Biblioteca Angélica, hoy del Estado, la primera abierta al público; los religiosos que viven con el monseñor, prefecto de la sacristía pontificia, oficio confiado a los a. desde tiempo inmemorial, que es además ahora vicario general del Vaticano; la comunidad que sirve la parroquia de la Ciudad del Vaticano, confiada igualmente a los a.; el Colegio Internacional de S. Mónica, afiliado a la univ. Lateranense. Puede incluirse en esta categoría la abadía de Brünn en Bohemia (1356), con sus parroquias anexas; al abad, elegido por los religiosos, lo confirma el general.
      7. Estudios y teólogos. Al tiempo de la Unión el nivel intelectual era bajo, como correspondía a ermitaños, pero pronto se notó una mayor dedicación a ellos y ya en 1260 poseían los a. un convento en París al que acudían los jóvenes estudiantes para adquirir grados académicos, convento incorporado pronto a la Universidad, la cual en 1285 otorgó una cátedra a los a., cuyo primer titular fue Egidio Romano (v.). En 1287 se erigieron los Estudios generales de la Curia Romana, Bolonia, Padua y Nápoles. En 1318 eran ya 20 los Estudios generales de la Orden, figurando entre ellos los de Viena, Estrasburgo, Montpellier, Oxford y Cambridge. Jefe de la escuela teológica de los a. es Egidio Romano, declarado doctor de la Orden en 1287. «La escuela, escribe Grabmann (Historia de la teología católica, Madrid 1940, 129), sigue más o menos las huellas de Egidio Romano. Hacen ver la dirección del pensamiento escolástico, la permanencia de no pequeño caudal de doctrinas y métodos de la alta escolástica. Juntan estos doctores y desarrollan con ideas nuevas las enseñanzas del aristotelismo tomista en psicología y teoría del conocimiento, las de S. Alberto Magno y la antigua Escuela franciscana acerca del carácter afectivo de la ciencia teológica, y no pocos matices del agustinismo profesado por Enrique de Gand».
      Los teólogos a. se mantuvieron fieles, durante los s. XIV-XV a sus autores, pero con el espíritu abierto y objetivo de Egidio, y solamente en 1539 se hablaba de S. Tomás de Aquino, si bien como complemento a Egidio. No son tan abundantes las citas de S. Agustín. En el s. XIV se dejó sentir cierta influencia del nominalismo (v.), pero son combatidos los otros errores. Defienden siempre la Inmaculada Concepción, siguiendo a Escoto, cuya doctrina se adopta en la Orden. En los s. XVI-XVII llegaron a su apogeo los estudios teológicos en España y Portugal, con ramificaciones en Sudamérica. Centro principal fue la univ. de Salamanca, y más tarde las de Coimbra, Valencia, Alcalá, Osuna, México, Lima, etc. En el s. xvii los a. se apartaron de S. Tomás y volvieron a Egidio (promotor F. Gavardi), pero al mismo tiempo formaron otra escuela, llamada agustiniana, de la que son principales exponentes E. Noris, J. L. Berti y F. Bellelli, y a la que pertenecen C. Lupo, F. Lafosse, B. Desirant, P. Manso y M. Marcelli. La decadencia de los s. XVIII-XIX afectó también a los a., que ya en el s. XX se entregan a la tarea de la restauración escolástica. Los a. han participado en todos los concilios celebrados después de la Unión, descollando las actuaciones de los card. E. de Viterbo y J. Seripando en el Lateranense V y Tridentino. Son de notar los card. L. Sepiacci y S. Martinelli, T. Rodríguez, V. Fernández y S. García. Editan muchos órganos de provincias, colegios y santuarios; revistas populares y las de altura: «Analecta Augustiniana», «Archivo Agustiniano» y «Augustiniana» (históricas), «Ciudad de Dios», «Augustinianum» y «Rev. Agustiniana de Espiritualidad» (eclesiásticas), «Ostgirliche Studien» (oriental), «Religión y Cultura» (cultural). Una de las primeras tareas de los a. misioneros fue el dominio de los idiomas indígenas; de ahí el sinnúmero de obras, sobre todo de devoción, en todas las lenguas de los países evangelizados por los a.
      8. Misiones. La expansión de los a. en América y Filipinas tiene el carácter de misión. Durante varios lustros los irlandeses misionaron en Australia. Los españoles evangelizan en el Amazonas peruano desde 1900. Recientemente se han hecho cargo los a. de misiones en Nigeria, Congo (Kinshasa), Nueva Guinea y Perú. De Filipinas pasaron a China y Japón. Hacia 1576 fracasaron en su intento de establecerse en China M. de Rada con otros compañeros, así como tentativas posteriores. A. de Benavente y J. de Rivera lograron en 1680 fundar una misión que perduró hasta 1818. En 1879 recibieron los a. el vicariato de Hunan, que comprendía 81.000 Kmz y unos 11 millones de hab. Cedieron algunos terrenos y se dividió el vicariato, de modo que al salir de China en la última expulsión dejaban encomendadas a los pocos miembros chinos la diócesis de Chagteh y las prefecturas de Lichow y Yochow. Superadas las dificultades existentes se establecieron en el Japón con D. de Guevara y E. Ortiz en 1603, año en que abrieron los conventos de Bungo y Usuki, a los que siguieron los fundados por el futuro mártir b. Fernando de Ayala. Un cuarto de siglo después, con el martirio de los b. Pedro de Zúñiga, Bartolomé Gutiérrez y compañeros japoneses, se termina la misión. Finalizada la II Guerra mundial los a. norteamericanos se han establecido en Japón. Como efemérides misionera señalamos el viaje alrededor del mundo realizado en 154249, partiendo de México, por cinco a., que se encontraron con S. Francisco Javier.
      9. Espiritualidad. Como en teología, los a. son, en cuanto a espiritualidad, eclécticos. Basados en la espiritualidad evangélica y en la Patrística, acentúan, siguiendo a S. Agustín, la espiritualidad cristocéntrica. La dependencia de S. Agustín es mayor en la época moderna, como consecuencia de defender su doctrina teológica acerca de la Gracia: desconfianza en los propios méritos, confianza en los de Cristo que alcanzarán los que vivan en unión con 1;1. De los innumerables escritores a. que han producido obras de espiritualidad (cfr. DSAM, IV, 100818), ninguno ha redactado una sistemática que pudiera parecer el manual de una escuela. Una cierta unidad se ha dado en el Siglo de Oro español. La dificultad de los especialistas en señalar las características de la espiritualidad de S. Agustín aumenta al buscarlas en los a.
      10. Religiosas y terciarios. Las religiosas de Clausura o segundo orden, sometidas casi en su totalidad a la jurisdicción diocesana desde las secularizaciones, viven en su mayoría en conventos situados en Italia (28) y España (45, más 32 de recoletas y seis de descalzas), quedando otros 13 para el resto del mundo. Los más célebres son los de Montefalco y Casia en los que se veneran los cuerpos de S. Clara y S. Rita. Forman la tercera Orden Regular cinco congregaciones de varones y 73 de mujeres. Son de destacar la de los asuncionistas (v. AGUSTINOS DE LA ASUNCIÓN) con 2.000 religiosos; las Arme Schulschwestern von ULF con más de 12.000; las Siervas de S. José, las A. Misioneras, las Cellitinen y las Religieuses de Saint Thomas de Villeneuve.
     

BIBL.: V. MATURANA, Historia General de los Ermitaños de San Agustín, Santiago de Chile 191213; A. DE ROMANIS, L'Ordine Agostiniano, Florencia 1935; F. ROTH, Cardenal Richard Annibaldi, Lovaina 1954; L ARÁMBuRU C., Las primitivas Constituciones de los Agustinos, Valladolid 1966; T. HERRERA, Alphabetum Augustinianum, Madrid 1644; G. DE SANTIAGO VELA, Ensayo de una biblioteca iberoamericana de la Orden de San .

I.ARAMBÜRU CENDOYA, O. S. A.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991