Ágape
 

1. Sentidos de la palabra. La palabra agapé significa en griego amor. La traducción más frecuente del término en la Biblia latina es caridad (v.). El sentido bíblico de á. es riquísimo, y tiene como base el desinterés en el amor a otro, distinto en esto del amor pasional y egoísta. En 1 Cor 13, 1 ss., se encuentra una descripción del sentido del á., pero el texto culminante es el de 1 lo 4, 7 ss. 16, en que el mismo Dios es definido como amor. La mayoría absoluta de los textos bíblicos en que se halla á. tienen este sentido (v. CARIDAD I).
También con esta palabra se designa normalmente, en el lenguaje históricolitúrgico, la comida fraternal de los cristianos, expresión y fomento del amor que les distingue por mandamiento de Cristo y de la que vamos a tratar aquí; esta cena o comida, según algunos, estuvo relacionada al principio con la Eucaristía (v.), para pasar después a constituir por sí sola y de ello sí existen ya testimonios explícitos a partir del a. 150, aunqueno universalmente en la Iglesia un acto propio de la comunidad cristiana, con fines sobre todo de protección y acogida de los más pobres, hasta que en el s. iv desaparece prácticamente.
El desarrollo de esta institución no resulta del todo claro, a causa de la poca abundancia de datos, y de la falta de una terminología homogénea que permita interpretar en una misma línea los varios indicios. Una serie de controversias de tipo teológico han nacido, además, a principios del presente siglo, especialmente en torno a las relaciones entre á. y Eucaristía. De ellas daremos cuenta al final, si bien la presentación de los datos tendrá en cuenta ya este problema.

2. Comida fraternal y Eucaristía en las primeras comunidades apostólicas. Es obvio que Jesucristo y los apóstoles se reunieron con frecuencia para comer juntos, bien en comidas ordinarias bien en comidas rituales, como la de la Pascua. Entre todas estas comidas fraternales, destaca la que Cristo quiso celebrar con sus discípulos antes de su pasión, en la sala alta (v. CENÁCULO), en Jerusalén. Tanto si esta cena siguió el ritual estricto de la Pascua judía, como parecen indicar los sinópticos (v. CENA DEL SEÑOR), como si fue una cena que se apartó al menos en algunos puntos de ese rito, lo cierto es que Jesucristo insertó en ella la institución de la Eucaristía dando una nueva realidad a los alimentos del pan y del vino convirtiéndolos por su palabra en ese cuerpo y esa sangre suyos que iban a ser entregados y derramada en la Cruzen los momentos en que, durante la cena, esos elementos eran traídos como motivo de bendición de Dios, a la vez que rito conmemorativo de la Pascua. A la vez palabras de Jesús en relación con la copa o cáliz que nos trasmiten los sinópticos, señalan una orientación claramente escatológica al hecho del Cenáculo; todo el conjunto es una prenda y anticipación del Reino, descrito precisamente por los profetas bajo la imagen de un festín abundante (cfr. Is 25, 6 ss.). Realidades que quedaron confirmadas cuando el Resucitado, presente de nuevo entre sus discípulos, convivía y comía con ellos, confirmándolos en la verdad de su triunfo sobre la muerte y en la unión con Él en la que, ya desde ahora y luego plenamente en el momento de la consumación, los hacía participar.
Todo ello nos sitúa ante una realidad enormemente profunda (actualización conmemorativa memorial del sacrificio de la Cruz; banquete en el que Cristo mismo se entrega como comida, bajo las especies de pan y vino: prenda y anticipación de la futura resurrección gloriosa), que el Señor no sólo había celebrado sino que ordenaba celebrar: «Haced esto en conmemoración mía». ¿Cuándo y cómo comenzaron los Apóstoles a cumplir ese mandato del Señor? No tenemos datos que nos permitan reconstruir la escena en todos sus detalles. Ciertamente la Eucaristía en cuanto sacramento, por el que Cristo actualiza su sacrificio y se nos da como alimento espiritual, trasciende el marco de la cena ritual en que fue instituido (como queda claro en los Evangelios sinópticos, que al narrar la institución prescinden sobre todo Mt y Mc de los detalles del decurso de la cena para ir a lo central: las palabras de bendición y consagración pronunciadas por Cristo sobre el pan y el vino). Es lógico, sin embargo, pensar aunque no quepa al respecto certeza alguna y diversos historiadores se oponen a elloque los primeros cristianos al hacer memoria del mandato del Señor evocaran también el marco en que fue dado: la cena. Moviéndose como se movía la primitiva comunidad de Jerusalén en un cuadro estructural judío, cabe además pensar en que se orientaran hacia las comidas de tipo fraternal y religioso que solían celebrar los judíos el viernes por la noche, para comenzar el sábado santificándolo desde el inicio. Según esta hipótesis, podemos establecer que los cristianos habrían comenzado a celebrar la Eucaristía uniéndola de algún modo a una cena ritual como la que los judíos celebraban los viernes, si bien introduciendo una novedad fundamental: el memorial del Señor, la bendición sobre el pan y el vino, repitiendo las palabras mandadas por el Señor, en virtud de la cual esos elementos se transformaban en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y la cena dejaba de ser una simple reunión fraterna para estar iluminada por la presencia invisible del Resucitado que renovaba su entrega sacrificial y se daba en comunión bajo los símbolos consagrados. De otra parte, esa celebración no sería simultánea con la cena judía del comienzo del sábado, sino que, en recuerda de la Resurrección de Cristo, tendría lugar pasado dicho día, es decir, al comienzo de lo que pronto se llamaría el domingo (v.). El término típicamente judío de «fracción del pan» con que los textos neotestamentarios designan a la Eucaristía (1 Cor 10, 16; 11, 24; Act 2, 42. 46; etc.) podría, en cierto modo, convalidar esta hipótesis.

3. El ágape y la Eucaristía en la comunidad de Corinto. Sea porque el uso primitivo fuera el señalado y hubiera sido trasmitido así desde Jerusalén a los cristianos de otras ciudades, sea porque introdujeran allí el uso de unir la celebración eucarística a una comida ritual, el caso es que en los años 5556 parece darse en Corinto una práctica clara en ese sentido. En 1 Cor 11, 17 tenemos en efecto un testimonio que parece neto de una relación entre la «cena del Señor» (v. 20), la Eucaristía, y un banquete o comida fraternal, ambientada en un espíritu de amor, es decir, un á. S. Pablo interviene precisamente para corregir unos abusos producidos en ocasión de tales reuniones.
La interpretación corriente aunque no universal de este texto considera que nos hallamos ante un testimonio de la supervivencia de la práctica apostólica en Jerusalén: los cristianos se reúnen para hacer la «fracción del pan», siguiendo el ritual tradicional, recibido «del Señor» por Pablo (ib., 23) y transmitido por éste a la comunidad de Corinto en el momento de su evangelización. El ritual a seguir lo recuerda el apóstol: fracción del pan y bendición con las palabras de Cristo, y, después, bendición sobre la copa o cáliz. Pero los miembros de la comunidad de Corinto, al reunirse, piensan más en comer su propia cena que en celebrar la «cena del Señor», y así ni siquiera esperan haberse reunido todos, para poder hacer juntos la fracción del pan, y además provocan a los más pobres en lugar de realizar una verdadera comunidad de bienes; realmente, ni en el rito ni en su sentido profundo, lo que hacen es según el espíritu y la institución de Cristo; parecen olvidar que el pan y el cáliz bendecidos y consagrados, del. que han de tomar todos, son ya el cuerpo y la sangre del Señor (ib., 27; cfr. 1 Cor 10, 1617).
La causa, junto a la tendencia a la acepción de personas, etc., estaría muy probablemente en la dificultad por parte de los corintios de superar su primitiva formación pagana, que les llevaría a contaminar las reuniones paganas con actitudes provenientes de las cenas fraternales de las cofradías y grupos habituales en las ciudades griegas (v., p. ej., BANQUETE SAGRADO). Estas cofradías agrupaban principalmente a las personas de las clases más humildes, para ayudarse mutuamente o para que algunos más pudientes ayudaran a los pobres, especialmente por lo que se refería a los ritos funerarios: lugar y modo de la sepultura, banquetes en memoria de los difuntos, etc. Es muy posible que los cristianos de Corinto tuvieran dificultades prácticas en perfilar la diferencia entre estas asociaciones, con sus comidas, y las reuniones de la comunidad cristiana; ellos mismos que no pertenecían a las clases elevadas (1 Cor 1, 26) habrían sido miembros de tales cofradías. Un caso análogo sucede, en la misma comunidad, con los carismas; los fenómenos extraordinarios son más del agrado de los corintios, acostumbrados a los furores religiosos de las religiones mistéricas (v. MISTERIOS), que el don de profecía (cfr. 1 Cor 14).
En cualquier caso, el hecho de Corinto señala muy probablemente un momento decisivo, en la práctica cristiana, para la aparición del á. propiamente dicho, tal como se encuentra en la tradición posterior: la cena se disocia de la celebración del sacrificio del Señor y de la comunión y forma una entidad aparte: la simple reunión fraternal entre cristianos, ambientada religiosamente, seguramente con aspectos funerarios o de expresión y ayuda de amor a los pobres: el á. del que hablan textos posteriores. El memorial del Señor, por su parte, quedará sin cena, y por esto desaparecerán los nombres de «fracción del pan» y «cena del Señor» para nombrarlo, siendo sustituidos por los de Eucaristía y, luego, Misa, etc.

4. El ágape en los documentos del siglo II. La Didajé no habla explícitamente del á.; algunos autores, sin embargo, advierten vestigios de la cena unida a la Eucaristía en los cap. IX y X. La interpretación es dudosa; en principio se podría pensar que estos capítulos describen un esquema de celebración muy parecido al que tal vez solía usarse en Jerusalén; lo que podría llevar a concluir que las comunidades más influidas por el judaísmo (con las que diversos estudiosos relacionan la Didajé, v.) evolucionaron menos rápidamente hacia el á. separado que las comunidades paganocristianas.
S. Ignacio de Antioquía (107117) habla, en sus cartas, hasta 28 veces del á.; sobre todo en la carta a los de Esmirna, c. VIII, coloca el á. entre las cosas que dependen del obispo, juntamente con la Eucaristía y el Bautismo; con ello, presenta la distinción entre á. y Eucaristía, a la vez que se advierte como se verá en la tradición posterior que el á. es una institución cristiana dependiente de la presidencia jerárquica. Aunque no faltan quienes traducen la palabra á. en dicho lugar por Eucaristía; ya que en el cap. VII, 1, de la misma carta, aparece á. como sinónimo de la misma. Por otra parte parece que, la mayoría de las veces, en S. Ignacio la palabra á. significa «comunidad» o «asamblea», como ekklesia, pero con un tono de mayor intimidad fraterna.
Más sugestivo quizá es el documento de Plinio el joven a Trajano (a. 112); sobre la base de las declaraciones de los apóstatas, el informe se refiere a dos tipos de reuniones de los cristianos: una en día fijo (stato die) a primeras horas de la mañana,. para la alabanza de Cristo como Dios; otra para comer juntos. Si se admite que la primera reunión es la Eucarística, hallamos el testimonio de una comida (á.) separada de la celebración eucarística, y reservada a las horas vespertinas. Sin embargo, S. Justino (m. ca. 165), que tanto cuidado pone en describir la celebración eucarística (Apología 1, 6566), no hace referencia a ninguna comida común tipo á., aun que no faltan quienes ven en Apología 1, 13, una alusión al á. como banquete de hermandad cristiana.

5. Tertuliano y la Tradición Apostólica. Es preciso esperar los comienzos del s. II para encontrar una descripción completa y explícita del á.: Tertuliano, en su Apologeticum, 39 (PL 1, 533541) y la Tradición Apostólica de Hipólito, 2529 (ed. Botte, La Tradition Apostolique de saínt Hippolyte, Miinster 1963).
La descripción de Tertuliano es una réplica a las acusaciones de reunión ilegítima y pecaminosa; a primera vista hace pensar en las reuniones de colegios funerarios, pero de hecho se extiende más allá de ese aspecto. El texto original es suficientemente expresivo: «Hay una caja común para alimentar y sepultar a. los pobres. ¿Qué puede haber de extraño en que esta caridad se manifieste en banquetes? Vosotros recrimináis nuestras pequeñas cenas como si fueran prodigalidades... Por su mismo nombre expresa nuestra, comida lo que es en realidad; se llama con la palabra que significa «amor» entre los griegos; aunque cueste dinero, es una suerte gastarlo por una causa religiosa, ya que se trata de ayudar a los pobres con este refrigerio. Noble es, pues, la razón de esta comida; ved ahora el orden que se observa y cómo se trata de un hecho religioso. Nadie se sienta antes de haber orado; después, cada uno come según su apetito y bebe en la medida útil a los sobrios; todos se sacian como conviene a los que no olvidan que aun durante la noche hay que adorar a Dios, y conversan como quien sabe que Dios escucha. Después de haberse lavado las manos, y una vez han sido encendidas las lámparas, quien puede cantar, sea según las Escrituras, sea según su propia inspiración, es invitado a hacerlo en medio de todos, y entonces se le puede juzgar si se ha bebido en exceso. La comida termina con una oración...»
La descripción de Hipólito es paralela a la de Tertuliano. «Cuando el obispo está presente, a entrada de noche, el diácono trae la lámpara. De pie, en medio de todos los fieles presentes, da gracias (el sujeto es equívoco: ¿el diácono o el obispo?)... No dirá: Levantemos el corazón, puesto que lo dice en la oblación... Se levantarán después de la cena, haciendo oración. Los niños recitarán salmos, y lo mismo las vírgenes. Luego, cuando el diácono tomará el cáliz mezclado de la oblación, recitará un salmo de aquellos que tienen el alleluia... En la comida, los fieles recibirán de la mano del obispo un trozo de pan antes de hacer la fracción de su propio pan. Ya que es una eulogia y no una eucaristía, símbolo del cuerpo del Señor... Cuando coméis y bebéis, hacedlo honestamente, y no hasta la borrachera, a fin de que nadie se burle o que el anfitrión no quede entristecido por vuestra turbulencia; al contrario, 61 debe sentirse honrado de que los santos vayan a su casa... Durante la comida los invitados comerán en silencio, sin discusiones, diciendo solamente lo que permita el obispo, y si pregunta algo, se le responderá...» (o. c., p. 6573).
Los Canones Hippolyti, emparentados con el texto precedente, presentan una legislación completa y explícita acerca de los á. (cfr. can. 164182). Se trata de una institución caritativa, consecuencia del carácter comunitario o asociativo del cristianismo, transfigurado por el mandamiento nuevo. Esta comida se tiene en la iglesia, como lugar de reunión, y probablemente en domingo, por la tarde, a la hora del lucernario. Todo tiene que haber terminado al llegar la noche (ahí tendríamos explicitado lo que suponíamos en el informe de Plinio el Joven). El obispo preside la reunión, y la inicia con una plegaria por los invitados y por el anfitrión; se recita luego una oración de acción de gracias, y se cantan salmos. Cada uno participa de la comida según su necesidad, pero atendiendo a la sobriedad,
A través de estos textos (y algún otro, como Epist. Apostolorum, 15, de ca. el a. 175, y Didascalia Apost., II, 28, 15) es posible adivinar una cierta norma común acerca del á. El carácter caritativo y parcialmente funerario, el hecho de reunirse en la iglesia misma para hacerlo, la presidencia jerárquica, la oración y el canto de los salmos, la sobriedad en la comida y bebida, son características que califican sobradamente esta institución.

6. Los testimonios del s. IV. Durante el s. Iv, la institución del á. es objeto de algunas medidas disciplinares, deja de tener lugar en la Iglesia, y paulatinamente es incluso retirado del cementerio a causa de los equívocos que esto podía suscitar. De otra parte las formas de asistencia a los pobres, en este periodo, encuentran otras formas distintas a las más que hasta entonces habían estado vinculadas al á.
El conc. de Gangres, en Galacia (¿a. 343?), en el can. 11, anatematiza todavía a los que, por puritanos, no quieren participar en los á. (Mansi, t. II, Florencia 1759, c. 1101). En el conc. de Laodicea se prohíbe a los clérigos llevar consigo a casa la comida de los á., así como celebrarlos en la iglesia; lo mismo en el III conc. de Cartago (a. 397; Mansi, t. III, c. 885).
Su supervivencia en los cementerios, o en los banquetes funerarios, es atestiguada en la narración de S. Paulino de Nola, que habla del banquete funerario organizado por Pammachius, en honor de su difunta esposa Paulina, en el a. 397 (Epist. XIII, 1116; PL 61, 213217). Igualmente, en Milán, el á. funerario existía, pero creaba problemas; de ahí la prohibición de S. Ambrosio de celebrar banquetes en los cementerios, imitada después por S. Agustín en Cartago (Epist. XX: PL 33, 90). A partir de ahí el á. desaparece y dejamos de tener noticias de él.

7. La controversia teológica. A principios del presente siglo, el á. fue objeto de una controversia teológica relacionada con el rito de la Eucaristía. Según algunos autores racionalistas y protestantes liberales (E. Renan, F. Spitta, A. Harnack, H. Lietzmann, etc.) el á. es la forma primitiva de la Eucaristía. La posición más antagónica fue la de P. Battiffol, que negó cualquier nexo entre la Eucaristía y la comida de que se habla en 1 Cor, etc.; en la misma línea le siguió, entre otros, W. Goossens. En el fondo, lo que se discutía era el sentido mismo de la Eucaristía. Los que afirmaban el á. como forma primitiva de la Eucaristía, a través de esta tesis exclusivamente histórica, y en sí misma secundaria, querían en realidad negar la doctrina católica sobre la Eucaristía como sacrificio conmemorativo de la muerte y resurrección de Cristo, sosteniendo que esa doctrina no tenía su origen en Jesucristo mismo sino que la visión de la Eucaristía como memorial de la muerte del Señor fue introducida por S. Pablo, influido a su vez por las cenas rituales de los cultos mistéricos, en las que se decía entrar en comunión con el dios presente por el rito; según estos autores la fracción del pan celebrada antes de S. Pablo habría sido simplemente el banquete de la comunidad primitiva, cuyo sentido se agotaba en el recuerdo de las comidas con el Resucitado. Frente a ese intento reacciona Battiffol (v.) que, a fin de defender el dogma cristiano, intenta quitar toda base historiográfica a la postura mencionada. La hondura cristiana de la actitud de Battiffol es innegable, cabe, sin embargo, objetarle que, por lo que se refiere al ritual inicial de la Eucaristía, se excede en su preocupación apologética, ya que el hecho de que la Eucaristía hubiera podido celebrarse en un principio en un rito que tuviera formas externas de banquete no arguye absolutamente nada en contra de su valor sacrificial. Actualmente la controversia ha desaparecido, ya que, de una parte, la misma historiografía ha demostrado la falta de fundamento de la mayoría de las afirmaciones de los racionalistas mencionados, y, de otra, se ha visto claro que no hay inconveniente en conceder toda su fuerza a los textos que parecen documentar que en algunos momentos la Eucaristía se celebró con un rito en forma de banquete; siempre claro está que se reconozca a la vez que como dejan muy claro los textos bíblicos y primitivos no se reduce a él, sino que lo trasciende, por lo que no hay dificultad alguna en separarlos, como sucedió de hecho.
V. t.: CENA DEL SEÑOR; EUCARISTÍA.


P. TENA GARRIGA.
 

BIBL.: H. LECLERCO, art Agape, en DACL, I, 775848, 1907; C. SPIcQ o. P., Agape (la cuestión que nos afecta directamenté" sólo), t. II, París 1959, 345351; H. LIETzmANN, Messe und Herrenmahl, 1928, 197210; J. P. AUDET, La Didaché, Instructions des apótres, París 1958, 372433; P. BATIFFOL, Études d'histoire et de théologie positiae, 7 ed. París 1926, 283 ss.; 1. F. KEATING, The Agape and the Eucharist, Londres 1901; B. FRAIGNEAUJULIEN, Éléments de la estructure fondamentale de 1'Eucharistie, «Rev. de Sciences Religieuses» 34 (1960) 4454; C VOGEL, Le cepas' sacré au poisson chez les chrétiens, íb, 40 (1966) 126.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991