AFECTIVIDAD
Filosofía
La a. es una
cualidad del ser psíquico, que está caracterizado por la capacidad
de experimentar íntimamente las realidades exteriores y de
experimentarse a sí mismo, es decir, de convertir en experiencia
interna cualquier contenido de conciencia.
El concepto y alcance de la a. han variado considerablemente
en el curso de los últimos 50 años. Su estudio constituye, con el
de los instintos, la aportación más importante de la moderna
psicología. Los filósofos primero, y los psicólogos, pedagogos y
psicopatólogos después, se han venido interesando cada vez más por
la naturaleza y finalidad de los procesos afectivos.
Una consideración completa del tema exige su tratamiento
desde perspectivas diversas. Como, además, ciertos aspectos y
cuestiones parciales han adquirido carta de naturaleza tanto en el
lenguaje ordinario como en el técnico, se remite desde ahora, sin
perjuicio de ulteriores referencias, a la lectura y confrontación
de las siguientes voces: ÁNIMO, ESTADO DE; ANSIEDAD; DEPRESIÓN;
MOTIVACIÓN; NEUROSIS I; PSICOLOGÍA DINÁMICA; PSICOSIS II;
SENTIMIENTO; TEMPERAMENTO; TIMOPATÍA; VIVENCIA. En el presente
artículo se exponen: a) las cuestiones teóricas generales, y b) el
estudio de los distintos fenómenos afectivos en particular, con
exclusión de los sentimientos, por tener voz propia en esta
Enciclopedia.
1. Cuestiones generales. Dificultades metodológicas. En
primer lugar, debe subrayarse que los psicólogos no se ponen de
acuerdo respecto a los estados y procesos afectivos. El uso y
significado de los términos, las características diferenciales de
los mismos, los puntos de vista para su clasificación y la
interpretación de los mecanismos de origen revelan, más que en
cualquier otro capítulo de la Psicología, la discrepancia de las
opiniones y. criterios de escuela.
No ocurre así con las demás manifestaciones del psiquismo.
En general, las nociones sobre la sensopercepción, la
instintividad y los impulsos, las representaciones, las imágenes y
las ideas, son suficientemente concordantes. Y como tales
fenómenos ofrecen en común la particularidad de ser objetivables,
su investigación se ha podido verificar según el método propio de
las ciencias de la Naturaleza (V. FENÓMENOS PSÍQUICOS y FENÓMENOS
Físicos); de ahí que las proposiciones formuladas sobre los mismos
por la Psicología empírica y experimental y por la propia
Psicofisiología, puedan exhibir, al menos como punto de partida,
cierta validez para cualquiera de las múltiples direcciones del
pensamiento psicológico actual.
Los estados afectivos no son tributarios de este método.
Ninguna de las especies de la a. es verificable de modo
experimental, ni capaz de ser aislada de manera objetiva en
condiciones de salud, debiendo llamar la atención en este sentido
sobre el hecho de que la eventual ocupación de la conciencia
psicológica por determinados estados de ánimo señala, con la
posibilidad de su delimitación empírica, el principio de la
patología de la a. (v. DEPRESIóN; PSICOSIS AFECTIVAS). Por eso, en
un primer intento de definición, se venía catalogando como
sentimiento a todo lo psíquico no susceptible de situarse en el
mismo plano que los fenómenos de la conciencia objetiva ni que los
movimientos instintivos y los actos de la voluntad. Y tal fue
también la razón por la que el estudio de los procesos afectivos
se desviase, en la época del positivismo científico, hacia las
presuntas causas orgánicas de los mismos. Sin embargo, debe
señalarse la importancia que ofrecen para la Psicología actual dos
de las conclusiones obtenidas en dicha dirección. La primera, el
reconocimiento del doble aspecto, psíquico y orgánico, de la vida
afectiva. La segunda, la de que el factor somático no es elemento
diferenciador adecuado, como suponían las hipótesis de que los
sentimientos fueran propiedad de las sensaciones (Ziehen), o de
que ellos mismos fueran sensaciones distintas y concomitantes de
otras (James, Lange y Stumpf).
La insuficiencia del método científiconatural ha llevado a
los psicólogos a oscilar entre dos posturas radicalmente
distintas: el análisis de la conciencia y la descripción de la
conducta (Janet). Ambas son deficientes también en el estudio de
la a. El que los estados afectivos no sean objetivables no quiere
decir que no existan, de algún modo, como contenido de conciencia:
unas veces como resultado de la relación entre el yo y el
ambiente; así los sentimientos dirigidos. Otras, como algo que
surge de manera espontánea dando lugar a verdaderos estados de
conciencia el humor y los estados de ánimo. Otras, en fin, con una
significación más inmediatamente personal y subjetiva: los
sentimientos vitales, p. ej. Pero en ningún caso se trata de meros
elementos, por lo que el análisis de la conciencia ha de soslayar,
de manera forzosa, tanto el problema de su origen como la realidad
de su proyección dinámica en el resto del psiquismo. La segunda
postura aboca al riesgo de confundir ciertas manifestaciones
afectivas con modalidades del comportamiento.
Estas dificultades metodológicas han motivado la
conveniencia de adoptar un punto de vista funcional en lo que se
refiere a la naturaleza común de los procesos afectivos. La a.
aparece así como un modo o función que abarca la totalidad del ser
personal, desde la raíz biológica de las tendencias, hasta los
matices más diferenciados de la conducta. Y en lo relativo a las
manifestaciones concretas de la misma (estados, humores, afectos,
sentimientos y emociones), el propio punto de vista funcional ha
recibido su perfección y complemento del. método fenomenológico,
gracias al cual no sólo es posible distinguir la conducta de sus
factores condicionantes impulsos, instintos y afectos
principalmente, sino aislar, a través de la introspección, la
cualidad última de una y otros. Así puede hablarse sin equívoco,
al igual que ocurre con la instintividad, de vida y conducta
afectivas (v. FENOMENOLOGÍA III). De suerte que una perspectiva
funcional del conjunto de la a. psíquica presenta la ventaja
reconocida de permitir aprehender los hechos psíquicos en sus
conexiones, facilitando la explicación de su mecanismo (Gemelli y
Zunini, Jaspers, López Ibor, Poveda). Cuestión aparte es la de la
naturaleza misma de los estados afectivos. También aquí, la
fenomenología de los trastornos de la a. ha contribuido, con
ventaja sobre las aportaciones de los demás métodos, a aclarar los
problemas.
Pero las dificultades en el estudio de la a. no dependen
sólo de la cuestión metodológica. La extraordinaria riqueza de la
vida afectiva supone un riesgo constante de atomismo y vuelta a
los puntos de vista de la psicología de los elementos; cuando no
ocurre así, existe el peligro contrario de identificar los estados
afectivos con meras metamorfosis de fenómenos derivables de
cualidades del psiquismo tan dispares como la instintividad o la
inteligencia: así, la ortodoxia psicoanalítica, interpretándolos
como efectos o símbolos de transformación de la líbido (v.
PSICOANÁLISIS I); filósofos como Descartes y Leibnitz
considerándolos como pensamientos confusos, y el pragmatismo
psicológico de Herbart, Stumpf y no pocos caracterólogos actuales,
como condicionamientos de las imágenes o accidentes de los
procesos cognoscitivos y volitivos. De ahí que, junto al punto de
vista funcional y el análisis fenomenológico, toda reflexión sobre
los hechos y procesos afectivos debe considerar superada la
tradicional dicotomía y contraposición entre la vida sensible y la
intelectual, aceptando la condición psicosomática unitaria y
unificadora de los mismos e interpretarlos, de acuerdo con la
definición propuesta, no como reacciones simples o efectos
secundarios, sino como «acciones» tipificantes del «estar en el
mundo» (Cruz Hernández, Zubiri), o cualidades formales, habituales
y primarias del «ser personal».
Consideraciones históricas. En cuanto a la naturaleza y
sentido de la a., es interesante resumir la evolución histórica de
las nociones sobre la misma.
A partir del s. xviii empieza a concebirse como algo más
preciso, refiriéndolo fundamentalmente a todo lo anímico fuera de
la inteligencia. Kant hace uso de la palabra afectividad (Gemüt)
todavía en un sentido más o menos sinónimo de alma; Hegel pone en
relación la unidad del sentimiento con la conciencia de sí mismo (selbstbewustsein);
J. H. Fichte considera a la a. como el medio indiviso, carente de
objeto, de nuestra personalidad; Schelling extiende el concepto y
considera en 61 el genio que todo lo vivifica y a todo da calor,
la más profunda interioridad y la vida más impetuosa. Herbart ve
en la a. el alma, en la medida .que ésta siente y desea; J. E.
Erdmann, el conjunto de sentimientos y voluntad; E. von Hartmann,
el fundamento inconsciente del sentimiento. Para el psicopatólogo
Wachsmuth (1859), la a. designaría la toma de conciencia del
acontecer psíquico normal; Ludwig Wille se mantiene igualmente
indeterminado en su definición, poco utilizable: sería la forma y
manera como la conciencia reacciona a los estímulos (1887).
Doctrina actual. Desde 1913, Jaspers primero, luego Gruhle y
Max Scheler, y actualmente Krüger, K. Schneider y López lbor, han
contribuido decisivamente a esclarecer la cuestión. La a. es una
realidad psíquica concreta, tanto como puedan serlo la
inteligencia o la percepción, y aun cuando, en efecto, su
presencia funcional sea evidente en cualquier manifestación de la
personalidad, comprendiendo así el aspecto bifronte
psicosomáticode la misma, su campo de proyección específica es, de
ordinario, menos amplio de lo que se le suele atribuir. La vida
afectiva origina contenidos propios, estados de vida interiores no
comunicables, originales e irreducibles a otros procesos o
estados.
La primera de sus notas características es la subjetividad.
Frente a los demás procesos de la conciencia, los estados
afectivos no son nunca neutrales ni indiferentes. Lo que
verdaderamente confiere carácter vivencial a una experiencia como
tal experiencia personal es, precisamente, la coexistencia de una
determinada tonalidad afectiva.
Una segunda característica podría señalarse partiendo de las
aportaciones de la Psicología experimental. Para Wundt, la vida
afectiva se organiza siempre según una especie de estructura
polar. Frente a un sentimiento positivo existiría su
correspondiente de signo contrario. En su conjunto, la vida
afectiva se considera enmarcada en tres órdenes de polaridad:
placerdisplacer, excitaciónreposo y tensiónrelajación. Esta
proposición ha influido extraordinariamente en la Psiquiatría a
partir de Kraepelin (v.); pero adolece del equívoco derivado de su
inspiración en ciertos modelos pertenecientes al ámbito de las
ciencias de la Naturaleza, como, p. ej., la noción de temperatura
en función de la contraposición fríocalor. Es cierto que cualquier
tonalidad afectiva o estado de ánimo se manifiesta con mayor o
menor claridad, y que, la resultante, en un momento dado, pueda
estimarse como afecto proporcional de una correlación de sentido
contrario; pero esto último sólo es real en situaciones de cierta
intensidad afectiva: no cabe duda que la alegría clara excluye la
tristeza o que la excitación no puede coincidir con el reposo. Sin
embargo, esto no prueba la hipótesis de que el grado de tristeza o
el de excitación dependan de variaciones correlativas de los
sentimientos de alegría o reposo. Ello, sin contar los numerosos
sentimientos y emociones cuya cualidad, siendo impar, no admite
otra referencia que la del estado de ánimo neutral; p. ej., la
ira, los celos y muchos sentimientos dirigidos (v. SENTIMIENTO).
El significado último de la doctrina de la polaridad remite al
hecho de la transformación continua de la generalidad de los
procesos afectivos y al carácter oscilante del estado de ánimo
fundamental.
Como notas finales deben citarse las ya aludidas de la
riqueza cualitativa, la ubicuidad o franquía en cualquier
dirección de la conciencia psicológica que, junto a lo subjetivo,
ha permitido a Scheler definir los sentimientos como estados del
yo, y la existencia de correlaciones orgánicas.
La naturaleza teleológica de los procesos afectivos puede
comprenderse a partir de las características que acabamos de
exponer y del lugar que ocupan dentro de la estructura general de
la personalidad.
Ontológicamente, la vida humana se despliega dentro de un
orden referencial que está determinado por la presencia de
realidades de diversa índole: realidades físicas y metafísicas,
materiales y espirituales, de carácter moral y personal. Ahora
bien, la cualidad primordial del ser psíquico es la existencia de
una conciencia subjetiva, bien entendido que esa subjetividad
consciente, al ser constitutivamente tendencial, «no se contenta.
con quedarse en sí misma», sino que se inclina naturalmente hacia
la realidad, tendiendo a captarla, a hacerla suya, a nutrirse de
ella (Millán Puelles, La estructura de la subjetividad, Madrid
1966); siendo el yo la instancia funcional correlativa, en el
plano psicológico, del sujeto agente. De este modo, la orientación
hacia la realidad crea, de acuerdo con el doble carácter de tal
aptitud, relaciones de índole cognoscitiva y de índole
experiencial; de suerte que una misma realidad es aceptada, a la
vez, como objeto de razón y como predicado de la subjetividad.
El segundo de los antedichos aspectos referenciales ha
venido a convertirse en el lugar común por antonomasia de la
Psicología actual. Dentro de él, los modos que configuran la
relación del sujeto con lo real son, precisamente, los afectos y
sentimientos.
La naturaleza de la a. consiste, pues, en convertir toda
relación en experiencia interna (vivencia); y, su finalidad, en
dotar de significado personal los propios contenidos de la
experiencia. Entre la mera referencia física, a la que se ordenan
las funciones sensoriales, y la intelectual, propia de las
operaciones cognoscitivovolitivas, la referencia afectiva,
sentimental o pática, confiere al sujeto concreto y sus
operaciones la cualidad existencial del «estar en el mundo».
Debe añadirse, por último, que la naturaleza pática de la
relación no se agota en la mera experiencia interna de la
realidad, es decir, en el sentido de serafectado. Frecuentemente,
a través del vivenciar, el sujeto es capaz de participar en una
situación o hecho objetivo mediante la comprensión afectiva del
mismo. Este carácter especial del vivenciar recibe el nombre de
empatía. Sin embargo, debe hacerse notar que la empatía difiere de
la simple comprensión simpática (simpatía o antipatía) del
contacto interpersonal, en que, a diferencia de esta última no
significa nunca una verdadera identificación afectiva con el
estado ajeno. El proceso empático sólo llega a proporcionar un
auténtico conocimiento del sujeto cuando éste ha regresado de su
participación afectiva en la situación de referencia, haciendo de
esa participación un conocimiento teórico. La voz empatía puede
entenderse sencillamente como proyección sentimental, y procede de
la alemana Einfühlung, traducida también como endopatía,
intraafección e introyección. Así, pues, la empatía señala la
frontera entre los fenómenos de naturaleza afectiva y las
operaciones intelectuales.
2. Los fenómenos afectivos. Como especies concretas de la a.
se vienen distinguiendo, generalmente, las emociones, afectos,
estados de ánimo y sentimientos.
Las emociones. Se caracterizan comúnmente por su agudeza,
por la intervención habitual de un estímulo sensorial exterior y
por la presencia evidente y manifiesta de un correlato fisiológico
(López Ibor). Suponen una perturbación brusca y profunda de la
vida psíquica y fisiológica, pudiendo llegar, en ocasiones, tanto
a una perturbación grave del psiquismo superior como a
alteraciones, peligrosas para la vida, de las funciones orgánicas.
Su semejanza con los actos reflejos (v.) y el carácter
desproporcionado de los fenómenos emotivos, hicieron de los mismos
el lugar común de las experiencias y doctrinas psicofisiológicas
de la a. Desde esta perspectiva, el significado de las emociones
se agota entre dos extremos igualmente insostenibles: su carácter
reactivo y su inutilidad intrínseca. Sin embargo, su afinidad con
las reacciones instintivas de los animales induce a pensar que,
más allá del sentido funcional de descarga que pueden proporcionar
a sujetos embargados por intensos sentimientos, pueden desempeñar
una finalidad útil. El hecho de que los estados emocionales se
ofrezcan, en principio, como fenómenos de inadaptación revela,
precisamente, su sentido: la sorpresa subjetiva frente al carácter
súbito de ciertas exigencias referenciales; recuérdese lo dicho
sobre la naturaleza y formas de la a. Abona esta afirmación la
prueba de que el grado de emotividad es inverso a la madurez del
individuo y proporcional a la cuantía y calidad de los estímulos.
Las experiencias fisiológicas sobre la emoción acreditan la
participación del sistema nervioso vegetativo y de las glándulas
(v.) de secreción interna; en especial, la hipófisis, el tiroides,
las suprarrenales y las gónadas.
Orgánicamente se registran reacciones viscerales, musculares
y fisiognómicas. Las primeras pueden interesar, a la vez o
parcialmente, a todos los sistemas, aparatos y órganos de la
economía biológica. Alteraciones circulatorias: desde
modificaciones del pulso hasta la parálisis cardiaca; la
vasoconstricción y vasodilatación periféricas causantes de la
palidez y el sudor; espasmos vasculares responsables de ciertos
fenómenos vertiginosos, etc. Variaciones del ritmo respiratorio.
Alteraciones digestivas: aumento o disminución de las secreciones
salival, biliar o gástricas, y del peristaltismo (pérdida del
control de los esfínteres, incontinencia o interrupción de la
emisión de heces y orina). Trastornos sexuales como impotencia,
frigidez, eyaculación precoz o poluciones espontáneas. Las
reacciones musculares de parálisis, espasmos y temblores,
localizados principalmente en los miembros inferiores, se mezclan
y combinan con otros fenómenos neuroendocrinos que caracterizan la
fisiognómica (expresión del rostro y partes visibles del cuerpo)
emocional: escalofríos, piel de gallina, palidez, sudor,
contracturas faciales, tics y ademanes.
El efecto de las emociones sobre el psiquismo superior
entendimiento, memoria y voluntad, va desde ligeras anomalías de
carácter inhibitorio, hasta la paralización de alguna de las
funciones y aun trastornos de la conciencia psicológica (v.
CONCIENCIA II).
Los afectos. En el lenguaje ordinario, la palabra afecto se
emplea con una significación casi sinónima a la de emoción (López
Ibor). Pero el lugar que ocupa en la estirpe gramatical de la voz
latina de origen (sustantivo af f ectus) y sus derivadas
psicológicas, denominando de modo genérico e indistinto cualquier
fenómeno afectivo, ha inducido a los psicólogos a abandonar su
empleo, o a mantenerlo apenas como una cualidad de contornos
imprecisos: «estímulo o motivo que provoca sentimiento más que
percepción o pensamiento» (Howard C. Warren); «el aspecto
emocionalconativo de cada actitud mental» (MacDougall); descarga
de energía psíquica, para el Psicoanálisis; «toda experiencia
subjetiva que, examinada introspectivamente, se considera
originada o perteneciente al organismo individual del sujeto»,
según Mac Curdy, etc.
Para López Ibor, la diferencia entre afecto y emoción
estriba en que, en el primero, parece acentuarse la impresión del
mundo exterior, y, en la emoción, lo que alcanza mayor relieve es
el correlato vegetativo.
Las emociones y los afectos representan, respecto de los
sentimientos y estados de ánimo, formas más elementales,
indiferenciadas y pasajeras de la a.
Los estados de ánimo (v.). La acepción psicopatológica de la
voz ánimo ha adquirido perfiles definidos gracias a los trabajos
de López Ibor y su escuela. Dentro del tema general de la a.,
interesa aquí como ingrediente básico del todo de la función
afectiva normal y como fenómeno, más o menos duradero, capaz de
constituirse en contenido de conciencia. El ánimo o estado de
ánimo fundamental sería la denominación propia del primer
significado. Los estados de ánimo comprenderían las diversas
modalidades de expresión del segundo.
El ánimo como ingrediente afectivo comporta, de acuerdo con
su etimología, una noción de actividad. Psicológicamente expresa
el grado o intensidad del impulso básico concebido en su liminar
versión de energía anímica o vitalidad, y vivenciable como gana o
desgana primordial. A él se refieren expresiones del lenguaje
cotidiano como «tener o no tener ganas de ... », «faltar las
fuerzas», etc.
Cualquier proceso afectivo y, a través de la a., cualquier
operación del psiquismo, desde el mero tender a las acciones
voluntarias, pasando por el percibir, imaginar y pensar, dependen,
de algún modo, del ánimo y de las modificaciones de carácter
generalmente oscilante del mismo. Dentro de la normalidad, tales
modificaciones y sus efectos sobre la conducta y el sentimiento de
sí mismo son obvios, hasta el punto de que «tener buen ánimo»
viene a ser sinónimo de «gozar de buena salud».
Las oscilaciones del ánimo son de diversa especie. El
carácter fluctuante y polar de la mayoría de los fenómenos
afectivos, y hasta el cambio de sentido de determinadas
constelaciones sentimentales, son el efecto inmediato de las
mismas. Cuando los fenómenos afectivos se observan a lo largo del
tiempo, su representación gráfica revela, al tomar forma
sinusoidal, esas fluctuaciones periódicas. El análisis del
vivenciar global y del comportamiento humano muestran diferentes
modos, en cuanto al grado, duración y periodicidad, de los ciclos
vitales. El propio curso de la vida presenta, por lo común, esa
forma parabólica en cuanto a ciertas capacidades que ha inducido a
su división en periodos. Los más fáciles de observar son los
diarios y los estacionales. Los momentos iniciales de cada ciclo
reflejan tonalidades bajas, como lo prueban el deficiente
rendimiento de las primeras horas de la mañana, por contraposición
a la vivacidad del periodo que se extiende entre el crepúsculo
vespertino y la media noche (astronómica). Por otra parte, son del
dominio común las alteraciones anímicas de los principios de la
primavera y el otoño. A través del análisis de la productividad
estética, literaria e incluso profesional de personas eminentes se
han podido verificar ciclos menos regulares y de muy variable
duración. Es indudable que cualquiera puede ser afectado por tales
ciclos. La demostración más fácil de la realidad de las
oscilaciones del ánimo se encuentran en ciertos refranes y dichos
populares. He aquí algunos ejemplos del idioma castellano que,
como puede verse, tienen su correspondiente versión, literal a
veces, en otros idiomas y culturas:
«Consultar con la almohada», «La nuit porte conseil», «Consult
with your pillow», «Guter Rat kommt über Nacht»; «Matar el
gusanillo», «Tuer le ver», «To have an eyeopener», «Frühschoppen»;
«Día de mucho, víspera de nada» y su equivalente «Hoy figura,
mañana sepultura», «Aujourd'hui en leurs, demain en pleurs», «Today
gold, tomorrow dust», «Heute rot, morgen tot»; y otros, como «cual
el tiempo, tal el tiento», «la primavera, la sangre altera»,
«tiempo, mujer y fortuna cambian como la luna», «trabajar toda la
noche», etc.
El ánimo como fenómeno duradero capaz de convertirse en
singular contenido de conciencia, constituye el elemento formal de
los llamados estados de ánimo. No se trata simplemente de un mismo
hecho contemplado desde ángulos distintos el de su comprensión
conceptual y el de sus manifestaciones psíquicas. Siendo cierto
que el ánimo, como principio vital, interviene modulando
afectivamente cualquier contenido de conciencia, su cristalización
en los estados que ahora se contemplan supone, fenomenológicamente,
un cambio subjetivo notable. Más que un principio de actividad, la
nueva versión señala cierta pasividad del sujeto, recogida en esa
expresión verbal aceptada por los psicólogos para significar el
hecho: la de estados de ánimo. Cuando se habla,del ánimo, del tono
vital, como principio, se alude a una función que no tiene el
carácter de la experiencia psicológica concreta de los estados de
ánimo.
«Los estados de ánimo constituyen el núcleo esencial de la
intimidad personal» (López Ibor). Por una parte revelan el nexo
del sujeto con algo subyacente y nutricio la vitalidad; por otra,
expresan la concordancia del propio sujeto con su entorno. Los
estados de ánimo' surgen, así, de la relación entre el yo y el
mundo, como un testimonio, en el plano psicológico, de la
constitutiva entidad referencia) de la vida humana. Son el medio,
como la atmósfera, de la existencia. Comportan ciertas
modificaciones vegetativas, fisiognómicas y de la psicomotilidad
menos sensibles y aparentes .que las de las emociones. Dentro de
la normalidad psíquica, tales modificaciones contribuyen a
perfilar actitudes y formas de comportamiento a través de las
cuales se hacen comprensibles dichos estados.
Psicológicamente, los estados de ánimo se identifican con
los sentimientos vitales. Sus características diferenciales se
estudian en el artículo SENTIMIENTO (para su patología, v. ÁNIMO,
ESTADO DE; ASTENIA; HIPOCONDRÍA; HISTERIA; NEURASTENIA; NEUROSIS;
PSICOSIS II; TIMOPATÍA).
En relación con el ánimo y los estados de ánimo se encuentra
el humor. En el lenguaje común se utiliza este vocablo para
identificar la índole o condición de una persona, especialmente
cuando se da a entender con una demostración exterior. También
para indicar jovialidad o agudeza. O la buena disposición en que
alguien se halla para hacer una cosa (Diccionario de la Lengua
Española). Estas acepciones y las contenidas en expresiones tan
habituales como «estar de buen (o mal) humor», «remover los
humores» (como «inquietar los ánimos»), o «seguir a uno el humor»,
aunque han perdido su carácter figurado, suponen una extensión de
la semántica original de la palabra humor que, como término
biológico y médico, servía para designar cualquier líquido del
organismo animal. Apoyándose en ambos significados, la Psicología
de inspiración antropológicoexistencial propone su empleo para
subrayar, de acuerdo con la vieja versión de la Medicina helénica
de los humores, la índole psicosomática de las manifestaciones
afectivas como muestra de la unidad indisoluble entre el soma. y
la psique por un lado, y el hombre y su mundo por otro.
El humor expresa la concordancia entre lo que podría
llamarse el estado plasmático. o somático y el estado de ánimo, y
entre éste y las correspondientes circunstancias personales. La
clínica psiquiátrica y la Caracterología (v.) actuales todavía
conservan expresiones como melancolía, carácter flemático,
frigidez y otros que denuncian_ su origen, de acuerdo con la
doctrina hipocrática de las correlaciones entre los cuatro
elementos de la Naturaleza (tierra, fuego, aire y agua) y los
cuatro componentes fluidos del organismo humano (bilis negra,
sangre, atrabilis y pituita); de cuya combinación física surgían
la salud, la enfermedad y los temperamentos.
Los humores son como los olores de la existencia (López Ibor).
Realmente, un olor (sensorial) evoca de un modo más esencial un
estado de ánimo vivido que una sensación visual o auditiva. Las
sensaciones visuales y
auditivas son tan concretas como fugaces. Las olfativas son
más vagas y persistentes. De ahí que estén más ligadas a la
temporalidad, y, a través de ella, a los estados de ánimo
fundamentales. La prueba anatómica de esta proposición se
encuentra en el llamativo desarrollo y complejidad del cerebro
olfativo y sus conexiones nerviosas con las zonas cerebrales
relacionadas con la a. Por eso, toda enfermedad, por muy bien
delimitada que esté somáticamente, origina, de manera involuntaria
e inconsciente, sentimientos de malestar. Del mismo modo que se
atribuyen, con independencia de todo juicio, calidades
sentimentales a ciertos paisajes y a determinadas constelaciones
de orden físico, dando origen a los sentimientos estéticos (v.
SENTIMIENTO).
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991