ADOPCIONISMO


Herejía cristológica, que, basándose en un concepto monarquiano (v. MONARQUIANISMO) de la divinidad, supone que Jesús, hijo de María, era meramente hombre, pero elevado de algún modo a la altura de Dios, por una especie de adopción. El resultado es la negación de la divinidad de Cristo o una especie de nestorianismo (v. NESTORIO Y NESTORIANISMO), que admite dos hijos: el Hijo de Dios, consustancial al Padre, y Jesucristo, simple hombre, elevado o adoptado por la divinidad. Esta elevación se concebía, o bien de un modo semejante a la de los profetas, que supone que Cristo fue investido de una fuerza o espíritu superior, o bien a la manera de la mitología griega, según lo cualfue elevado a la misma divinidad. En sus diversas manifestaciones, el a. significa un desconocimiento y negación de la doctrina sobre las dos naturalezas en Cristo, unidas hipostáticamente en una sola persona (v. JESUCRISTO III).
      Primeras manifestaciones. Prescindiendo de las ideas de los ebionitas (v.) sobre Cristo, el a. se presenta en dos formas en los s. II y III: las de Teodoto de Bizancio y Pablo de Samosata. El primera era hombre erudito que propuso la doctrina de que Cristo era hombre, si bien elevado por una virtud o fuerza (dínamis) superior (dinamistas). Habiendo apostatado en la persecución, se arrepentió posteriormente, y para justificarse de su caída, según atestigua S. Epifanio, afirmaba que, al negar a Cristo, no había negado a Dios, sino sólo a un hombre. Excomulgado por Víctor I el a. 190, continuó haciendo prosélitos en Roma. Entre sus discípulos se distinguieron: Teodoto el joven, quien presentó a Melquisedech como un predecesor de Cristo (melquisedequianos), semejante a él por su elevación; y Artemón, sucesor suyo en la dirección de la secta.
      Una segunda manifestación del a. en la Antigüedad tuvo lugar en Antioquía a mediados del s. III. Su promotor fue Pablo de Samosata (v.), hombre de formación dialéctica, que bien pronto llamó la atención por su vida relajada, pero sobre todo por su teoría, íntimamente relacionada con la de Teodoto de Bizancio. Según él, Cristo es sólo hombre, pero en Él habita el logos o virtud (dínamis) de Dios. Con su naturaleza humana pudo sufrir, pero con la dínamis superior hizo milagros. Ya en un sínodo de Antioquía del a. 254 tuvo que defenderse y procuró ocultar sus errores. Consiguió ser elevado en el a. 260 a la sede de Antioquía, y continuó defendiendo sus doctrinas heterodoxas. Finalmente, fue excomulgado en el sínodo de Antioquía del a. 268, pero logró mantenerse en su sede, hasta que, conquistada la ciudad por el emperador Aureliano, tuvo que cederla a Domno, obispo fiel a Roma.
      El adopcionismo de Elipando de Toledo y Félix de Urgel. El a. más conocido en la historia de la Iglesia es el defendido en la segunda mitad del s. viu por Elipando de Toledo y su discípulo Félix, obispo de Urgel. Elipando combatió primero el error de Mignecio, según el cual un Dios personal había aparecido en David como Padre, en Cristo como Hijo y en Pablo como Espíritu Santo, pero él mismo cayó en otro error. Entendiendo mal la doctrina de las dos naturalezas en Cristo, proclamada en el conc. de Calcedonia (v.), volvió a una especie de nestorianismo, según el cual, el Hijo de Dios tomó por adopción la naturaleza humana. Así, pues, defendía dos hijos: el hombre Cristo, adoptado por la divinidad, y el Hijo de Dios, consustancial con el Padre. Elipando pretendía probar su doctrina con los Santos Padres, para lo cual aducía, entre otros, textos de S. Hilario y S. Isidoro, en los que parece que se habla de la adopción por parte de Dios de la naturaleza humana. Asimismo utilizaba textos de la liturgia mozárabe donde se emplea algunas veces el concepto de adopción. Pero tanto en los Santos Padres como en la liturgia mozárabe se da a ese concepto un sentido popular, equivalente a tomar la naturaleza humana o unirse a ella, no en el preciso (ser tomada por hijo sin serlo naturalmente) que le atribuía Elipando. La principal dificultad que se oponía a la doctrina de Elipando era que, como una persona, con relación al mismo padre, no puede ser a un tiempo hijo natural y adoptivo, esta doctrina suponía en Cristo dos personas, con lo cual recaía en el nestorianismo. Esto no lo querían admitir ni Elipando ni sus fieles discípulos, quienes proclamaban que defendían la unión hipostática de Cristo; pero de su modo de concebir se deducía la doctrina nestoriana de dos personas en Cristo.
      Con su fogosidad característica, se dedicó Elipando a la propaganda de sus ideas, ganando al obispo de Asturias, Ascario, de quien el erudito A. Lambert da interesantes noticias. Esta nueva herejía traspasó los límites de la España musulmana, dentro de la cual se encontraban Elipando y Ascario. Los primeros que defendieron el dogma católico coíitra estas nuevas doctrinas fueron dos eminentes teólogos españoles,, pertenecientes a la España libre del N: S. Beato de Liébana (v.), a quien presenta Alcuino como «varón santo y docto», tanto en su vida como en su nombre; y Eterio, obispo de Osma, discípulo suyo y no menos docto que su maestro. Al lado de Beato, conocido por su Comentario al Apocalipsis, en el que se presenta como gran conocedor de la Biblia, se distinguió Eterio como gran teólogo, si bien Elipando lo despreciaba por su juventud. Ambos compusieron en colaboración una Apología de la verdadera doctrina católica que constituye una valiente impugnación del a., anterior a las de Alcuino y otros teólogos.
      Basándose en los textos de la S. E. y en una teología sana y vigorosa, ambos teólogos impugnan el error de Elipando. Describiendo esta obra teológica de los dos insignes teólogos españoles, Beato y Eterio, Menéndez Pelayo dice que nació «en tierra áspera, agreste y bravía, entre erizados riscos y mares tempestuosos», y añade: «pasma el que se supiese tanto y que se pudiese escribir de aquella manera, ruda, pero valiente y levantada, en el pobre reino asturiano» (Historia de los heterodoxos españoles, I, Madrid 1956, 366). Ateniéndose a estas circunstancias, y sin apreciar en su justo valor el extraordinario mérito de la Apología de Beato y Eterio, un autor moderno, A. Amann, la califica de «panfleto brutal». juzgamos injusto este enjuiciamiento de tan excelente obra, nacido del prejuicio de atribuir a Alcuino de York (v.) toda la gloria de la impugnación del a.
      Primeras medidas contra el adopcionismo. La valiente conducta de Beato y Eterio produjo resultados muy diversos. Por un lado, al tener noticia de la controversia, el papa Adriano I (772795) dirigió una carta «a todos los obispos que moraban en toda España», condenando a su vez el a. de Elipando de Toledo y Ascario, como renovadores de la doctrina de Nestorio. Mas, por otro, se producía la conquista para el a. del que sería en adelante su más decidido defensor. Era el obispo de Urgel, Félix, ya conocido por su extraordinaria erudición y por sus ideas semejantes a las de los adopcianos. Deseando Elipando nuevos aliados para su doctrina, acudió a Félix, pidiéndole su parecer sobre la cuestión discutida, «si Cristo en cuanto hombre, debía ser considerado como hijo propio o como hijo adoptivo». Según refiere Eginardo, Félix respondió a esta consulta confirmando plenamente la opinión de Elipando.
      De este modo se iniciaba la gran batalla en torno al a. Después de la conquista de la Marca Hispánica (Cataluña) por el Imperio, éste ejercía su tutoría espiritual sobre aquélla. Por esto cuando en la Escuela Palatina de Aquisgrán, dirigida por Alcuino (v.), se dieron cuenta de que el a. se había introducido en Cataluña e incluso iba penetrando al otro lado de los Pirineos, se decidió reunir un gran sínodo para solucionar el problema. Con la autoridad de Carlomagno, se convocó para el a. 792 un sínodo en Ratisbona, obligándose a Félix de Urgel (diócesis de la Marca Hispánica) a comparecer en 61 y dar cuenta de sus ideas. Félix se presentó. Se examinó detenidamente la doctrina del a. y se lanzó contra ella la primera condena. El obispo de Urgel tuvo que abjurarla. No contento con esto, Carlomagno lo envió a Roma, al papa Adriano I. En presencia del Romano .Pontífice, Félix de Urgel rechazó con un nuevo juramento el a., y, hecho esto, volvió a su diócesis.
      Pero Félix, apenas llegado a su diócesis, emprendió una nueva campaña en defensa del a., de la que tenemos diversas noticias. Por otro lado, entre los a. 793 y 795, Elipando de Toledo imprimió un nuevo sesgo a su propaganda. Se dirigió 61 mismo a Carlomagno y procuró convencerlo de que su principal impugnador, Beato de Liébana, defendía doctrinas heréticas. En el mismo sentido, según parece, dirigieron él y los suyos diversas cartas a los obispos del sur de Francia, en las que procuraban probar sus doctrinas con testimonios de los Santos Padres, al mismo tiempo que impugnaban acremente a Beato como heterodoxo e inmoral. Todo esto produjo gran alarma en Carlomagno, que se dirigió al papa Adriano I y en inteligencia con él hizo reunir en el a. 794 un nuevo sínodo general en Francfort del Main. Entre los obispos de Italia que tomaron. parte en él, sobresalen Paulino de Aquileya (v.) y Pedro de Milán, presididos por los legados pontificios. Pero ni Elipando ni Félix asistieron a él.
      El sínodo se celebró con normalidad, y sobre la base de una carta de Adriano I, proclamó, frente a la doctrina del a., que el Hijo de Dios, tiene, sí, dos naturalezas, divina y humana, pero no puede ser designado como hijo adoptivo en cuanto hombre. Según esto, se redactaron dos exposiciones: la primera, obra de Paulino de Aquileya, contenía la prueba bíblica; la segunda se basaba en la patrística. Juntamente con un escrito del Papa, Carlomagno envió estos documentos a Elipando y Félix, conjurándolos a que abandonaran su error y abrazaran la verdadera fe, proclamada por el sínodo y por el Romano Pontífice. Pero, en lugar de someterse, ambos continuaron con más intensidad sus propagandas.
      última fase del adopcionismo. La controversia entró entonces en su fase última, cuyo principal paladín es Alcuino. En tono conciliador, éste redactó una refutación del a. que envió por mano de S. Benito de Aniano a los monjes del sur de Francia y de Cataluña. Pero Félix publicó rápidamente una refutación que Carlomagno, aconsejado por el mismo Alcuino, envió al Romano Pontífice y a Paulino de Aquileya. Entonces redactó Alcuino su segunda obra Libellus adversus Felices haeresim, a la que Félix respondió. Pór tercera vez tomó Alcuino la pluma y compuso su mejor obra sobre esta materia, los Siete libros contra Félix de Urgel. Paulino de Aquileya redactó otra refutación de Félix. Pero todo fue inútil. Precisamente entonces compuso Elipando su tratado, que dirige «al reverendísimo diácono Alcuino, ministro, no de Cristo, sino del fetidísimo Beato».
      El nuevo papa León III, en un sínodo celebrado en Roma en el a. 799, condenó de nuevo al a. Por su parte, Carlomagno, siempre aconsejado por Alcuino, envió a la Marca Hispánica al abad Benito de Aniano y a varios obispos para que instruyeran debidamente al pueblo y consta que por este medio muchos volvieron a la verdadera fe. Pero su triunfo principal consistió en convencer al mismo Félix de Urgel para presentarse con ellos ante Carlomagno. Durante el mismo a. .799 se celebró en Aquisgrán un nuevo sínodo o conferencia de gran significación. Durante seis días Félix expuso con todo detalle sus ideas sobre el a.; presentó sus dificultades contra la doctrina expuesta por Alcuino, y éste fue rebatiendo todos los errores doctrinales de Félix y respondiendo a todas sus dudas. Félix abjuró sus errores, según parece, con toda convicción, y dirigió a sus partidarios una profesión de fe. En ella proclamaba la doctrina de que, en ambas naturalezas, divina y humana, había un único y verdadero Hijo, el unigénito del Padre, rechazando expresamente la doctrina del a.
      Mas como Félix había cambiado tantas veces de opinión, Carlomagno decidió que no volviera a España. Por consejo de Alcuino se retiró a Lyon, bajo la tutela de su obispo, donde murió en el a. 818. Durante este tiempo consta que dio muestras de caridad hacia Alcuino. Pero el obispo Agobardo de Lyon encontró, después de su muerte, ciertos papeles que dejan alguna duda sobre la autenticidad de su conversión. Elipando parece que persistió hasta su muerte en el error. Pero, muertos Félix y Elipando, no quedan en España vestigios de su doctrina, prueba convincente de que esta teología no había tenido muchos adeptos.
      V. t.: JESUCRISTO III.
     

BIBL.: ELIPANDO DE TOLEDO, Epistolae, en PL 96; FÉLIX DE URGEL, ópera, en PL 96 y en Flórez, V; ALCUINO, ópera, en PL 100101; íD, Epistolae, en MGH, LV; BEATO y ETERIO, en PL 96; H. QUILLIETEPORTALIÉ, Adoptianisme, en DTC I, 1, 403421; P. VUILLERMET, Élipand de Toléde, Brignais 1911; É. AMANN, L'Adoptianisme espagnol du VIII siécle, «Rey. des Sciences Religieuses» 16 (1936) 281317; I. F. RIVERA, Elipando de Toledo, Toledo 1940; 1. MADOZ, Una obra de Félix de Urgel, falsamente adjudicada a Isidoro de Sevilla, «Estudios Eclesiásticos» 23 (1949) 147 ss.; I. SOLANO, El concilio de Calcedonia y la controversia adopcionista, en A. GRILLMEKER, Das Konzil Chalkedon, II, Wurzburgo 1953, 841871.

B. LLORCA VIVES.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991