ADOLESCENCIA Y JUVENTUD

TEOLOGIA PASTORAL.


Antes de iniciar estas consideraciones, se impone hacer una aclaración. En algunos ambientes y autores, al tratar el tema de la a. y la juventud desde la perspectiva de la moralidad, se cae en una polarización excesiva hacia los temas relacionados con el sexto y el noveno mandamiento, llegando incluso a predicar, a hablar y a actuar como si toda la vida cristiana se redujese a estos dos puntos. Queremos poner en guardia al lector ante este error, señalando que no es exclusivo ni el más importante. Urge subrayar que, «si bien es cierto que la sexualidad entra como componente de la mayor parte de nuestras actividades personalmente consideramos que esto es verdad en tanto en cuanto es un hombre o una mujer el que actúa, y no se puede prescindir de la partícula psicología de cada sexo, esto no es suficiente razón para clasificarlas todas en la categoría de la sexualidad. Como dice Jung, esto equivaldría a hacer de la catedral de Colonia un capítulo de la mineralogía, bajo el pretexto de que está hecha de piedras» (E. Mounier, Traité du caractére, trad. italiana, Alba 1957, 126). Dicho eso, reconozcamos que, dadas sus implicaciones biológicas, el tema de la castidad (v.) tiene peculiares matices en la época de la a.; por eso le dedicaremos un apartado, pero no el único.
      a) La orientación espiritual de los adolescentes. Aunque se deben seguir las vías y caminos normales, sólo si se tienen en cuenta las características de la psicología de los adolescentes se logrará dar a la dirección espiritual un justo matiz. Es necesario ante todo hablarles en el terreno de los ideales, porque así es como se conseguirá hacerse entender más fácilmente; basta recordar la importancia que para su psicología tiene el ideal, de cualquier tipo que seq. Se podrá así actuar con una mayor eficacia, operando no contra naturam, sino según las aspiraciones positivas de la naturaleza, e inculcar de esa forma los principios doctrinales y de vida interior que son tan necesarios para el vivir humano y cristiano. No obstante, esta invitación a considerar la importancia del ideal no debe confundirse con una llamada a hablar de un modo ingenuo, ilusorio y desencarnado, que pecaría de angelismo. Constituiría una mala pedagogía tanto hablar en tono excesivamente práctico y demasiado vinculado a motivos de experiencia y al criticismo adulto, como el ofrecer argumentos saturados de lirismo o más o menos románticos. Dentro del terreno de los ideales, hay dos que asumen, en esta edad, una particular importancia y que deben ser potenciados y orientados: el ideal del trabajo y el de la vocación. Es también importante recordar el papel que la fantasía desempeña en estos años. Si bien su intervención en la a. constituye un hecho normal, existe el riesgo si no se educa adecuadamente de que lleve por un camino equivocado.
      Cuando se den situaciones de conflicto en las que se hace difícil encontrar una solución (y esto ocurre con frecuencia en los años de la pubertad) hay en el adolescente una predisposición a desviar la atención y el interés hacia cuestiones fantásticas y secundarias que, ordinariamente, suelen contener un componente de placer. Así se interpretan, p. ej., las frecuentes distracciones y ensimismamientos. Estas desviaciones de la atención constituyen reacciones frente a los obstáculos, a las inhibiciones o a la imposibilidad de afrontar la realidad sin sufrir. La tendencia a liberarse de situaciones normales, especialmente si requieren un esfuerzo, representa, en el plano psicológico, algo semejante a lo que se da en la inclinación al uso de drogas, y debe combatirse con empeño, porque la tendencia al ensimismamiento en estos momentos puede tener graves consecuencias. Es preciso ayudar a los muchachos a salir de sí mismos, a que se interesen por los problemas y por las personas, a que sepan enfrentarse con la realidad de cada día con una nueva visión que les facilite el llegar a comprender la belleza y el sentido cristiano, santificador y positivo de las cosas pequeñas que constituyen la vida ordinaria.
      Con respecto al tema de la huida de la ocasión para evitar o superar las caídas habituales, se puede decir que para los adolescentes, la ocasión puede manifestarse por un conjunto de estímulos psicológicos que en sentido estricto podrían parecer indiferentes: un recorrido que se hace en casa o por la calle, en sí mismo absolutamente inofensivo, un. conjunto de estímulos visuales, auditivos, etc. (unos ruidos acostumbrados o un silencio, una cierta intensidad de luz o de oscuridad, etc.), que, mediante la fantasía, remiten al sujeto a un pasado vivido y le hacen recordar, o reproducen en él, el estado psicobiológico concomitante a las tentaciones anteriores.
      b) El voluntario. Se puede decir, en líneas generales, que debe adoptarse una actitud benigna en las relaciones pastorales con los muchachos, teniendo presente las peculiaridades de su psicología y la posibilidad de qué pecados, por su materia graves, no lo sean en algún caso concreto, sobre todo en materia de caridad, justicia y castidad; hecho éste que puede darse por la razón de que la advertencia y el consentimiento se encuentren perfectamente condicionados por los diversos factores psicológicos propios de la edad: percepción imperfecta, fuerte resonancia a los estímulos, actos en corto circuito, etc. Sin embargo, es importante no exagerar las cosas, como desgraciadamente se hace a veces. La inmadurez psicológica de los chicos es un hecho innegable, pero esto no quita generalmente su responsabilidad, sobre todo una vez que han pasado los años de la primera pubertad. A este respecto son muy claras las palabras de Pío XII: «Rechazamos (...) como errónea la afirmación de los que consideran como inevitables las caídas en los años de la pubertad, que por ello no merecerían el que se haga gran caso de ellas, como si no fueran culpas graves, porque añaden ordinariamente la pasión quita la libertad necesaria para que un acto sea moralmente imputable» (Radiomensaje para la jornada sobre la familia, 23 mar. 1952).
      c) Cuestiones especiales sobre la castidad en la adolescencia. La aparición de los nuevos caracteres sexuales secundarios provoca en los adolescentes unas reacciones características. Las chicas se vuelven tímidas y difíciles y si no han recibido la oportuna formación la aparición del periodo menstrual puede originar algún trastorno interior, generalmente pasajero. En los chicos, el fenómeno reviste diferentes particularidades, más diferenciadas, quizá, porque no tienen interiormente la espectacularidad que se da en las muchachas. Pero las características de la sexualidad viril, más impetuosa y más fácilmente desligada del plano afectivo, pueden originar caídas aisladas o incluso adquisición de un hábito vicioso, si no se corrige a tiempo esa tendencia.. No es que este problema sea exclusivo de los varones, ciertamente, pero es en ellos donde adquiere ordinariamente más importancia.
      No faltan autores que al. considerar la frecuencia. de la masturbación (v.) en la pubertad llegan a calificarla de normal, ya sea en el plano estadístico, ya en el plano ético y de desarrollo psicológico. Pasan indebidamente de un plano descriptivo a uno normativo, aun en la hipótesis de que las estadísticas con que trabajan tuvieran valor universal, y tal sean la realidad y el sentido de las cosas. Es innegable que las circunstancias de la pubertad revisten características psicológicas que confluyen como ya se ha dicho en la conducta; y que el crecimiento biológico plantea al adolescente problemas que desde un punto de vista subjetivo son nuevos, ya que rebasan los límites de la experiencia adquirida. Todo ello hace que su responsabilidad pueda estar disminuida, y que deban ser acogidos con cariño y comprensión. Pero, como norma general, es ilegítimo deducir de todo eso una falta completa de responsabilidad moral. (Para un mayor estudio, v. MASTURBACIÓN).
      Añadamos, finalmente, que durante la pubertad la curiosidad y los estímulos sexuales tienen un carácter muy egocéntrico. Aun en los casos en que intervienen elementos afectivos limpios, está presente esa característica de inmadurez: se ama por uno mismo, más que por la otra parte; se piensa más en la felicidad que uno encuentra en ese amor, que no en la felicidad que se puede dar al otro amándolo. El yo está entonces replegado sobre sí mismo y cerrado a la trascendencia del prójimo. Para crecer debe abrirse a la alteridad.
     

BIBL.: J. PIAGET, Six études de psychologie, Ginebra 1964; A. A. SCHNEIDER, Psicologia dell'adolescenza, Turín 1958; 1. L. SoRIA, Cuestiones de Medicina Pastoral, Madrid 1973; P. DURÁN, M. GALÁN, I. M. Hoyos, Juan Pablo 11 a los jóvenes, Pamplona 1986 (Eunsa).

J. L. SORIA SAIZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991