ACTO

Filosofía


1. Noción. La noción generalísima de a. es el fruto de sucesivas abstracciones, que comienzan a partir de uno de los datos sensibles más obvios: el movimiento o cambio. En efecto, como escribe S. Tomás: «El nombre de acto, que se aplica para significar la 'entelequia' y la perfección, es decir, la forma y otras nociones semejantes, como son las operaciones, proviene principalmente del movimiento en cuanto al origen del vocablo. Pues como los nombres son los signos de los conceptos del entendimiento, la imposición de los nombres se hace con arreglo a lo que primero entendemos, aunque esto sea posterior en la naturaleza. Pero entre todos los actos, el movimiento, que percibimos sensiblemente, es el más inmediatamente conocido por nosotros y el que primero se nos muestra. Por eso, el nombre de acto fue asignado en primer lugar al movimiento, y a partir de 61 se aplicó a los otros actos» (In IX Met., cap. 3, n. 1805). El movimiento o cambio (v.) es ciertamente un a., aunque sea un a. imperfecto o incompleto, y es además el a. más patente, como dado de inmediato en las cosas sensibles que nos rodean. Pero ese a. que es el movimiento nos remite a otros a. En efecto, todo movimiento tiene un origen y un término. El origen del movimiento, por su parte, es doble, pues hay un origen pasivo o material, y también un origen activo o eficiente. En cuanto al término, el movimiento apunta a una cierta perfección que trata de alcanzarse, que es la forma o el fin. Por eso, como ya señalara Aristóteles, en todo movimiento hay un motor (principio activo), un móvil (principio pasivo) y una meta (término o fin) (Física V, 1, 224 b 67). Pues bien, el término del movimiento es también un cierto a., un a. completo y acabado, pues no es otra cosa que la consumación del a. incompleto en que el movimiento consiste; y por eso a la forma y al fin (que son el término del movimiento) se les aplica también, con toda razón, el nombre de a. Por otro lado, el origen activo del movimiento (aunque no ciertamente el origen pasivo) es también un a., pues toda la actualidad del movimiento y del término del mismo tiene que encontrarse contenida de alguna manera en su causa, y por eso también se llama a. a la operación y al principio de la operación, es decir, al agente.
      Esto se confirma considerando la misma etimología de actus. Como es sabido, viene de agere, obrar, y, al ser el participio pasivo de ese verbo, significa lo obrado o lo llevado a cabo, pero con una doble dimensión, pues, por un lado y en tanto que se atiende al origen, significa el mismo obrar o la operación misma, y por otro y en tanto que se atiende al término, significa la compleción o acabamiento de la obra, la forma de lo hecho. «El acto escribe también S. Tomás es doble, a saber, primero, que es la forma, y segundo, que es la operación; y según parece por el común sentir de los hombres, el nombre de acto fue aplicado en primer lugar a la operación, pues éste es el sentido más obvio que tiene la palabra acto; pero en segundo lugar fue trasladado para designar a la forma, en cuanto que la forma es el principio y el fin de la operación» (Q. de Pot., ql, alc).
      De suerte que la primera significación del a. sería el movimiento, y de aquí se aplicaría a la causa del movimiento, o sea, a la operación, y últimamente al término del movimiento, que es la forma. Por su parte, la forma puede considerarse ya como fin del movimiento y de la operación, ya como principio de ambos, pues ciertamente lo que ha alcanzado alguna actualidad o forma puede a su vez comunicar a otros esa actualidad suya, constituyéndose en principio de una nueva operación y un nuevo movimiento.
      Pero no se agotan aquí las posibles significaciones del a. Todas las actualidades examinadas hasta aquí (el movimiento, la operación, la forma) están suponiendo otra actualidad más profunda, la del ser o existir. Porque nada de aquello sería actual si no existiera, y así todos esos actos se comportan respecto del existir como lo posible a lo actual. Para llegar a este tipo más radical de actualidad, que es el existir, es preciso considerar no un movimiento o cambio particular, sino la producción de la totalidad de los seres a partir de la nada absoluta en virtud de la Causa Primera, es preciso considerar la creación. Entonces se alcanza el ser como actualidad de todos los a., como a. último y pleno. «El ser escribe S. Tomás se compara a todo como acto. Nada tiene, en efecto, actualidad, sino en cuanto es. De donde el mismo ser es la actualidad de todas las cosas e incluso de las mismas formas. Y así no se compara a lo demás como el recipiente a lo recibido, sino, más bien, como lo recibido al recipiente» (1 q4 al ad3). Por lo demás, como el ser tiene dos significaciones fundamentales: la de ser real, que es la que acabamos de describir, y la de ser de razón (o cópula del juicio), que es como un trasunto del primero, también se puede aplicar la noción de a. al ser de razón. Y así tendremos recogidos los tipos fundamentales de a., que vamos a examinar más detenidamente.
      2. Movimiento, operación, forma y ser. El movimiento o cambio es un a., bien que imperfecto o incompleto. Según la famosa definición de Aristóteles es «el acto del ente en potencia precisamente en cuanto está en potencia» (Física, 111 1, 201al011), o también «el acto imperfecto de lo imperfecto». Por su parte, la operación es un a. que procede de un a. Puede tratarse de una operación productiva o de una operación inmanente (v. ACCIÓN I), y en el primer caso tendrá un término fuera del agente, mientras que en el segundo descansará en el propio agente como perfección suya; pero en todo caso se trata siempre de un a. que procede de otro a. Pues bien, y con esto pasamos a la forma, ese otro a. de que procede la operación es precisamente la forma, pues obrar no es otra cosa que comunicar o difundir la forma del atente en la medida en que sea posible. La forma es la actualidad que se expande en actividad, es el a. que lleva a otro a. Por último, el ser (en el sentido de ser real) es el a. absoluto y pleno (aunque pueda darse limitado), es «el acto del ente en cuanto ente» (S. Tomás), o, si se quiere, y para contraponerlo al movimiento, es «el acto del ente en acto en cuanto está en acto» (Gil de Roma). Con esta somera descripción de cada uno de los tipos fundamentales de a., podemos pasar a compararlos entre sí.
      El movimiento y la operación son a. dinámicos. El movimiento es claramente procesual, y lo mismo la operación transitiva. La operación inmanente no entraña de suyo ningún proceso; pero conserva el carácter dinámico. En cambio, la forma y el ser son a. estáticos, pues así como la forma coloca y estabiliza a cada ente en su propia naturaleza, así también el ser lo pone y establece fuera de sus causas en estado de última actualidad; el ser es algo fijo y estable en las cosas, constituye la persistencia de éstas.
      Dentro del orden dinámico el movimiento se distingue de la operación. Esta distinción es muy clara respecto de la operación inmanente, pero también se da respecto de la transitiva. El movimiento, en efecto es un a. imperfecto que afecta a un sujeto imperfecto; pero la operación inmanente es un a. perfecto, es decir, dado de una vez y no por partes, que además afecta a un sujeto perfecto, es decir, que está en a. respecto de su propia operación, ya que el agente es el principio y el fin de la operación inmanente. En cuanto a la operación transitiva, como pasa del agente al paciente, no puede decirse que tenga un sujeto perfecto o en a. en todo momento, pues cuando está en el paciente tiene un sujeto imperfecto o en potencia. Así, en cuanto mira al agente y está en él, la operación transitiva es un a. que procede de un a., es el a. de un ente en a.; pero en cuanto mira al paciente y en él descansa, es el a. de un ente en potencia: la operación transitiva, en el paciente, se identifica con el movimiento.
      Pasando ahora al orden estático también, dentro de él, se distinguen la forma y el ser. Esta distinción es la que hay entre la determinación y la mera actualidad. Por supuesto que la determinación también es a., pero lo es con una cierta restricción; es un a. determinante, y por eso concreta o canaliza la actualidad en una zona o dirección. En cambio, la mera actualidad no tiene restricción alguna; es un a. puramente actualizante, y así pone o establece de una manera absoluta en el a. sin más.
      Si comparamos el orden estático con el dinámico tenemos que la forma es el principio y el fin del movimiento, pero no puede ser movimiento, se opone irreduciblemente a él. Lo mismo cabe decir de la forma en relación con la operación transitiva, pues en la misma medida que ésta se identifica con el movimiento hay también una oposición irreducible entre la forma y la operación. En cambio, respecto de la operación inmanente la cosa varía. La operación inmanente es una forma accidental (en el orden creado, se entiende), es una cualidad. La irreducibilidad se encuentra aquí (nuevamente nos referimos al orden creado) entre la forma sustancial y la operación . inmanente, pues ésta siempre pertenece al orden accidental: es, como hemos dicho, una cualidad. En cuanto al ser, éste es irreducible al movimiento, a la operación (ya transitiva, ya inmanente) y a la forma. Pero esta irreducibilidad no quiere decir exclusión o separación, pues el ser tiene que estar presente en todo a. para darle precisamente la actualidad. Sin ser no hay movimiento, ni operación, ni forma. Pero el ser es irreducible al movimiento, porque éste es a. imperfecto de lo imperfecto y aquél es a. perfecto de lo perfecto; además, «el movimiento es un cierto flujo del motor en el móvil, mientras que el ser es algo fijo y quieto en el ente» (S. Tomás, C. Gent., I 20). También es irreducible a la operación, tanto transitiva como inmanente. «Respecto de la primera operación (de la transitiva) es manifiesto que no puede identificarse con el ser del agente, pues el ser del agente significa algo interior a él, pero la operación es cierto eflujo del agente en el paciente. Por su parte, la segunda operación (la inmanente) entraña en su razón formal cierta infinitud, bien absoluta, bien relativa. Infinitud absoluta, como el entender, cuyo objeto es la verdad, o el querer, cuyo objeto es el bien, objetos ambos tan extensos como el ente; y así el entender y el querer, de suyo, se extienden a todo, y los dos reciben del objeto la especificación. La infinitud relativa se encuentra en el sentir, que se extiende a todo lo sensible, como la vista a todo lo visible. Pero el ser de cualquier criatura no es infinito, sino que está constreñido a un determinado género y especie» (S. Tomás, 1 q54 a2c). Finalmente, el ser es irreducible a la forma, pues el ser es a, último no actualizable por otro a., mientras que la forma es un a. que está en potencia de otro a. ulterior. Es decir, que así como la forma admite nueva actualidad, a saber, la que en cada caso le da el ser, el ser mismo no admite ni pide actualidad alguna ulterior. Además, la forma especifica a cada ente, es decir, lo determina y concreta a un cierto tipo de ser, y en cambio el ser no hace más que actualizar a los entes, sin especificarlos, ni concretarlos, ni distinguirlos. El ser siempre es concretado y limitado por algo distinto de él. «Ninguna forma escribe S. Tomáspuede ser considerada en acto sino en cuanto se supone que es... Luego es evidente que esto que llamo ser es la actualidad de todos los actos, y, por lo mismo, la perfección de todas las perfecciones. Así no hay que entender que a esto que llamo ser pueda añadírsele algo que sea más formal que él y que lo determine como el acto determina a la potencia... El ser no se determina por otro como la potencia por el acto, sino como el acto por la potencia» (Q. de Pot., q7 a2 ad9).
      3. División y analogía del acto. Dentro del a. que es el movimiento, se encuentran tantos tipos distintos como son las especies, de movimiento, y así tenemos el a. del movimiento sustancial (generación y corrupción), el a. del movimiento cualitativo (alteración), el a. del movimiento cuantitativo (aumento y disminución) y el a. del movimiento local (traslación). Para una noticia detallada de los mismos, v. CAMBIO I.
      Dentro del a. que es la operación, se encuentran los dos tipos esencialmente diferentes que ya hemos mencionado: la operación transitiva y la inmanente (v. ACCIóN I). Dentro del a. que es la forma, tenemos también dos tipos distintos: la forma sustancial, y la forma accidental, que es la cualidad (v. FORMA; CUALIDAD). Por último, dentro del a. que es el ser puede incluirse, además del ser real (al que nos hemos referido aquí exclusivamente), el ser mental o de razón. Este último es indudablemente un a. no determinante, sino puramente actualizante, pero tiene sus características peculiares que lo oponen al ser real. En efecto, el ser mental es un a. remitente o intencional (remite y apunta al ser real), mientras que el ser real es un a. insistente en sí mismo, descansa en sí mismo, permanece. Esa nota trae consigo otra y es que el ser mental es esencialmente relativo, más aún, es una relación trascendental, por supuesto de pura razón, mientras que el ser real no es relación. También hay que decir que el ser mental no es propiamente perfección, aunque sea acto, pues no reposa en sí mismo, sino que remite al ser real; y por eso las cosas que están actualizadas con el ser mental y en la medida en que están actualizadas por él no son activas. La acción procede, como de su principio más radical, de la actualidad del existir, es decir, del ser real, pero no del ser mental. Otro nombre para expresar el a. en que consiste el ser mental es el de inteligibilidad; la inteligibilidad no le compete a las cosas en sí mismas ni en cuanto están actualizadas por el ser real, sino en cuanto están en un entendimiento o están actualizadas por el ser mental (v. VERDAD I).
      Entre todos estos tipos de a. hay una indudable analogía, pues no se trata de especies del mismo rango dentro de un género, sino de modos diversos de realización, según distintos grados, de una noción común. Por supuesto, el primer analogado es el a. de ser (en el sentido de ser real), pues el ser es el a. de todos los a., y nada tiene actualidad, sino en cuanto participa del ser. Después viene el a. determinante, es decir, la forma, y, dentro de ella, la forma sustancial, que tiene actualidad en sí misma, es anterior a la forma accidental, que tiene actualidad en otro. A continuación tenemos el a. que es la operación y, por supuesto, la operación inmanente es anterior en la jerarquía del a. a la operación inmanente. Que la forma sea anterior a la operación se explica porque la operación, incluso la inmanente, es un accidente, y la forma comprende también a la sustancia. Por su parte, que la operación inmanente sea anterior a la transitiva tiene su fundamento en la mayor actualidad de aquélla; la operación transitiva, en efecto, es de alguna manera potencial, por su concomitancia con el movimiento. Por último, en esta escala del a. tenemos el movimiento, que es un a. imperfecto y mezclado de potencialidad.
      Finalmente es interesante hacer notar que si ése es el orden del a. según una jerarquía ontológica de mayor a menor perfección, según una jerarquía cognoscitiva, de más a menos conocido o de más inmediato a más remoto en nuestro conocimiento, el orden es precisamente el inverso: el a. que primeramente conocemos es el movimiento, a continuación conocemos la operación, a continuación la forma y, por último, el ser.
      4. Notas históricas. Aristóteles perfiló el concepto de a. en contraste con el de potencia, haciendo que jugara un papel decisivo en su concepción metafísica de la realidad. Pero sólo alcanzó a conocer los a. del movimiento, de la operación y de la forma. No se percató de la originalidad del a. de ser respecto de los otros tipos de a. Por eso identificó el ser con la forma. El descubrimiento del ser como a. viene preparado por las reflexiones de la filosofía neoplatónica, y cuaja definitivamente en la especulación de S. Tomás. Por su parte, la filosofía moderna ha cargado el acento en el a. de la conciencia (que es una operación inmanente) dándole un valor absoluto y concibiéndolo al modo del a. de ser, como el fundamento más radical. Pero con ello lo único que se consigue, y en esto estriba lo esencial del idealismo, es reducir el ser al ser mental, aunque sin concebirlo, por supuesto, como remitente, sino como absoluto. Ulteriormente en la filosofía contemporánea se ha insistido tanto en el a., principalmente en el operativo, que ha llegado a hipostasiarse, dando lugar al llamado actualismo (v.).
      V. t.: ACCIÓN J; ACTUALISMO.
     

BIBL.: L. FUETSCHER, Acto p Potencia, Madrid 1948; C. GIACON, Atto e potenza, Brescia 1947; P. GRENET, De la evolución a la existencia, Buenos Aires 1965; L. LAVELLE, De Pacte, París 1946.

J. GARCíA LÓPEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991