Amor
Biblia
 

En el Antiguo Testamento: Las tradiciones de la historia de Israel narran cómo Dios se ha preocupado constantemente y desde el principio por su pueblo. Pero sólo los profetas se han atrevido a designar, como motivo de esta fidelidad, el amor libérrimo de Dios (Jer 31,3; Is 41,8). Con imágenes llenas de realismo describen el amor de Dios como el de un padre por su hijo (Os 11) o el de una madre por su niño (Is 49,15), el del novio por su amada o el del marido por su mujer (Os 2s; Jer 2,2; Ez 16,23). Este amor se manifiesta en requiebros y desengaños, en celos, en ira y subsiguiente arrepentimiento. Es un amor que nunca puede olvidar al pueblo alejado. En vez de abandonar al pueblo al impulso de su cólera, Yahveh mantiene una lucha interna con su propia cólera, porque el amor es tan esencial a Dios como la santidad. Y así, el pueblo de Dios debe a este amor divino no sólo su origen, sino también su conservación (Os 11,1; Is 43,3s).

El hecho de que los profetas tomaran sus imágenes del ámbito existencial del amor humano indica hasta qué punto era estimado este amor en todas sus formas. Para librar a los hombres de la soledad a que puede conducirlos su egoísmo y del distanciamiento de Dios que este egoísmo encierra en sí, el Creador, llevado de su providencia, les ha destinado al amor sexual, que es celebrado y altamente estimado en el Antiguo Testamento (-> Cantar de los cantares). Si las predicaciones de los profetas pueden acaso ser consideradas como "una singular osadía" (G. von Rad), el Deuteronomio manifiesta en cambio una extendida práctica de la predicación de la ley, en la que como motivo único de la -> elección de -> Israel de entre los pueblos aparece el amor inexplicable de Dios hacia este pueblo (Dt 4,37; 7,7s; 10,14s). La declaración de amor de Dios precede a todas las leyes; en él se fundamenta la salvación, no en el cumplimiento de los mandamientos. Al contrario, la obediencia a la ley se entiende más bien como evidente respuesta agradecida al amor divino. Por eso, todos los mandamientos se resumen en el manda-miento del amor a Dios (Dt 6,4s).

En estrecha conexión con el precepto del amor se encuentra la exhortación al temor de Dios (Dt 6,2). Efectivamente, la incomprensible grandeza y veneración debida a Dios están íntimamente unidas a su amor. Su celo apasionado requiere al pueblo total y enteramente para sí. Aun cuan-do el Antiguo Testamento ha profundizado sumamente la fe en el amor entre Dios y el pueblo, con todo no se trata aún sino de los primeros planteamientos para el conocimiento del amor universal de Dios. El relato de la creación de Gén 2 muestra la especial providencia con que rodeó Dios al padre del género humano. Si en épocas posteriores del Antiguo Testamento se habla de la bondad divina hacia las criaturas todas, esta bondad nunca es presentada en términos tan cálidos y acuciantes como el amor de Dios a Israel. Con este amor se conforma también la conducta de los hombres entre sí. El amor al prójimo es el amor a los del propio pueblo (Lev 19,15ss); en tal amor entran los extranjeros sólo si se acogen al derecho de ciudadanía del pueblo (Lev 19,34). Mientras que la posterior enseñanza de la sabiduría ve el amor de Dios a sus criaturas en el hecho de que da y conserva la vida a todo ser, la antigua doctrina habla del -> anatema de la -> guerra santa: todos los vencidos deben ser consagrados a Yahveh por la muerte. Los suplicantes de los salmos hablan a Dios de odio contra sus enemigos y ruegan por su aniquilación (Sal 35; 55). Sólo en muy contadas ocasiones pueden oírse acentos de consideración hacia los enemigos (Éx 23,4s; Prov 25,21).

En el Nuevo Testamento: La buena nueva del Nuevo Testamento es que Dios ha dado y concedido definitiva e irrevocablemente su amor en Jesucristo. En Cristo se ha abierto el amor de Dios a todos los hombres: «¿Quién nos podrá separar del amor de Dios que se nos ha manifestado en nuestro Señor Jesucristo?» (Rom 8,31). En su Hijo está Dios continuamente al lado y en favor de los hombres, del mundo, de su creación, de nosotros, y, «si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rom 8,31) pregunta Pablo. Ahora bien: ¿cuándo se ha abierto y ha acontecido en concreto el amor de Dios? Cuando «Cristo murió por nosotros, siendo nosotros aún pecadores» (Rom 5,8). Así, pues, la muerte de Cristo fue el acontecer del amor de Dios. En el ser de Jesús -> por los otros, en su morir -> por nosotros, el amor creador de Dios se convirtió en el acontecer cósmico pleno y perfecto y, a partir de entonces, este amor sigue estando abierto a los hombres como -> posibilidad que seduce.

Ahora bien, el amor de Dios es el acontecer y el suceso del -> Espíritu de Dios: «El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu (y en el ámbito del espíritu) que se nos dio» (Rom 5,5). El Espíritu, fuerza creadora de Dios, se hace presente, pues, como amor. Y así, el amor es el poder vital de Dios entre los hombres. Crea nueva -> vida, en todo tiempo y en todo lugar. El amor es forma concreta del Espíritu.

El círculo de «entusiastas» de la comunidad de Corinto interroga a Pablo por un «camino en Cristo», por cuál sea el mayor de los dones de la gracia de Dios (1Cor 12,31a). Y el apóstol les muestra tal camino, un «camino sobreexcelente», propiamente el único camino de los cristianos: el amor (1Cor 13). Sin amor, su vida es una «campana que suena» (v. 1), cosa inútil y sin sentido (v. 2). Sólo el amor crea vida y le da contenido. Cuando el hombre ama, entonces es generoso y bueno, no busca lo suyo, no hace mal a los otros, lo soporta todo, crea, espera y aguanta todo (v. 4-7). El amor permite al hombre vivir todas sus posibilidades como criatura. Donde existe este amor, se da lo definitivo, lo auténtico, lo permanente; porque el amor "no desfallece», no perece, como ocurre, por ejemplo, con el lenguaje de profecía, el don de lenguas o el de sabiduría; el amor es el don permanente del Espíritu, lo perfecto, lo que se mantiene y prevalece en el -> futuro de Dios. De entre los modos existenciales del cristiano, el amor es, a una con la -> fe y la -> esperanza, lo supremo (v. 13), puesto que la fe y la esperanza se hacen en el amor realidades concretas; lo que se cree y espera, se realiza como amor. La fe es la -> práctica creadora del Evangelio, se realiza única y exclusivamente como amor (Gál 5,6). La fe debe hacerse acontecimiento en la esfera interhumana y comunitaria, no existe una fe alejada del mundo, interior o privada. Y dondequiera la fe se realiza en la esfera de lo público, es amor. Por eso exhorta Pablo a los cristianos a buscar el amor sobre todos los dones del Espíritu, a tender a él, a hacerlo realidad (ICor 14,1). Quien acepta de hecho el amor de Dios en su vida, este tal cumple «toda otra ley», sea cual fuere o pudiere ser (Rom 13,11); quien en seguimiento de Cristo ama, cumple con ello todas las leyes, preceptos y mandamientos divinos y humanos, profanos y religiosos. Toda la ley mosaica está sintetizada y coronada en una sentencia única: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (cf. Lev 19,18; Mt 19,18; 7,22; 26,45; -> Prójimo). El amor es plenitud y cumplimiento del deber religioso y meta final del mismo (Rom 13,11; Gál 5,14). Frente al amor que se ha manifestado en Cristo, no puede mantenerse ninguna ley, religiosa, santa o divina. No es lícito aminorar el radicalismo de estas sentencias paulinas, ni contornearlo con un lenguaje misticorreligioso, ya que el amor en sí y el amor al prójimo son realidades enteramente profanas. Se derivan de la muerte de Jesús, que fue a su vez la realidad totalmente profana de una muerte de malhechor en el patíbulo. Como realidad intrahumana y creada, el amor se realiza en el riesgo y el peligro de la existencia interhumana. El amor acepta al otro tal como es y le crea un nuevo espacio vital de libertad, seguridad y aceptación. El amor se realiza en el aspecto público del ser humano (-> Publicidad), acontece como fuerza transformadora de la sociedad (-> Revolución), hace al hombre capaz de convicción propia y de libre opinión, pues cuando el amor crece entre los hombres, éstos conocerán por sí mismos lo que les con-viene (Flp 1,9s).

En el lenguaje del Nuevo Testamento, el «día del Señor» llega por el amor entre los hombres; cuando los hombres aman, caminan hacia el «día de Cristo» (Fip 1,11), queda atrás la «noche» del mundo, está ya inminente el «día» (Rom 13,11ss). En el amor se abre paso el -> reino de Dios, está llegando Dios con su Cristo, irrumpe el «tiempo» de Dios en el tiempo de los hombres y llega éste a su fin. El amor es el fin y meta del -> tiempo (Schlier), es el tiempo de Dios que ya no es tiempo.

Los escritos joánicos consideran el amor como la esencia y el acontecimiento de Dios. Dios es amor. Acontece como amor y en el amor, está comprometido en el amor y se da como amor. El amor humano procede de Dios; quien ama, ha nacido de Dios, este tal conoce, experimenta y encuentra a Dios (Un 4,7-8). La quintaesencia del ser humano se manifiesta como amor; vivir como criatura es amar. En el amor humano aparece claramente el origen y el fin del hombre. Dios es amor y precisamente en cuanto tal nunca se le puede tomar la delantera, sino que siempre precede al hombre. El amor nunca se realiza definitivamente, sino que abre siempre al hombre un nuevo -> futuro. El amor es camino hacia Dios; es también el camino de la autorrealización humana y creada. «Yo soy. Pero no me tengo. Estamos en devenir, uno al otro» (Bloch).