El altar, junto con el -> sacrificio, es parte esencial de la religión. Con
todo, el altar no fue siempre únicamente el lugar del sacrificio, sino que al
principio fue, sobre todo, recuerdo del encuentro con Dios. Donde Yahveh se
aparece, alzan los patriarcas un altar e invocan el nombre de Yahveh (Gén 12,8).
En cuanto recuerdo del encuentro con Dios, los altares se encuentran en lugares
santos, especialmente en las montañas (Sal 43,3s). Expresan la presencia de Dios
y son símbolos de él. A causa de su santidad, los altares sólo se pueden
construir en terraplenes o con piedra no labradas. Cualquier tipo de
manipulación de las piedras profana el altar (Éx 20,25). Con el tiempo, el altar
se convierte cada vez más exclusivamente en el lugar del -> sacrificio. Con la
centralización del -> culto en Jerusalén, la pluralidad de altares queda
sustituida por los tres altares del -> templo: el altar de los holocaustos, el
altar del incienso y el altar de los panes de la proposición (Éx 37-38).
Los salientes en forma de cuerno en los cuatro ángulos del altar de los -> holocaustos (los cuernos) simbolizan el poder de Dios; quien se agarra a ellos se encuentra bajo su protección (1Re 2,28s). Con todo, a la larga no basta la protección de este lugar: en el Nuevo Testamento aparece Cristo en lugar del templo; en lugar del altar, su cruz, en la que fue sacrificado (Jn 19,14). De este altar participan aquellos que se insertan en la comunión de la -> sangre de Cristo (icor 10,16ss).