Templo del Espíritu Santo
DPE
 

El del término Iglesia significa "convocación" (ekklesia) y "la que pertenece al Señor" (Kiriaké). La Iglesia de Jesucristo tiene un aspecto visible y otro aspecto espiritual; esto le permite ser, al mismo tiempo, misterio de comunión de los hombres con Dios y sacramento universal de salvación (L.G. 1; 48). La misión salvadora de Cristo y del Espíritu Santo se continúan en y por la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es "el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del Cuerpo" (Pío XII, M.C.: DS 3808).

1. Misión del Espíritu Santo

El Espíritu Santo posibilita la unión de todos los creyentes entre sí, de estos con la Cabeza, Cristo Resucitado, y con toda la humanidad. La Iglesia como sacramento universal de salvación anticipa lo que toda la humanidad está llamada a ser, y ofrece al mundo entero esta misma salvación.

"Nosotros somos templo de Dios vivo" (2 Cor. 6,16). Somos y estamos llamados a ser lugar donde el amor y la gracia de Dios sean acogidos y comunicados. El gran pecado que podemos cometer los cristianos es olvidar nuestra condición; así les reprochó Pablo a los corintios: "¿Habéis olvidado que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor. 3, 16-17). La carta a los Efesios es una eclesiología que parte del acontecimiento de Jesús Mesías y se desarrolla en Cristo como realizador del Proyecto de Dios: la unidad de los hombres en la humanidad nueva. "Por obra suya la construcción se va levantando compacta, para formar un templo consagrado por el Señor; y también por obra suya vais entrando vosotros con los demás en esa construcción, para formar por el Espíritu una morada para Dios" (Ef. 2, 21- 22). El Espíritu Santo edifica el cuerpo de la Iglesia por la Palabra que anuncia a Cristo Resucitado (Hch. 9, 20), por el Bautismo y la Eucaristía (1 Cor. 12,3) y por el amor (Ef. 4,16).

2. El Espíritu Santo y la vida de la Iglesia

La teología paulina desarrolla lo que significa la Iglesia como Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. La acción del Espíritu Santo que recibimos todos los bautizados nos hace a todos iguales en lo fundamental (Gál. 3,27-28), pero con ministerios, carismas y servicios distintos (1 Cor. 12, 4-7), corresponsables de la vida y misión de la comunidad y necesitados los unos de los otros. El misterio de Cristo cobra su expresión plena en la unidad y complementariedad de todas las vocaciones en la mesa de la Eucaristía presidida por el obispo (1 Cor. 12, 20-26). "Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo" (CEC 799). Los carismas son una gran riqueza para la Iglesia, deben acogerse con corazón agradecido y responsable, se orientan a la santificación de la Iglesia y a la misión, y requieren ser discernidos y alentados por la jerarquía ( LG 12). El criterio para juzgar los carismas está en la caridad, la respuesta a los retos históricos, el compromiso con los más necesitados y en su cooperación al bien común (L.G. 30; CL 24).

El Espíritu Santo pertenece a toda la Iglesia, a cada comunidad y a cada cristiano; cada uno, debemos estar atento para ser cómo se manifiesta el Espíritu en los demás; supone una actitud de diálogo y de participación a todos los niveles. "La distinción que el Señor estableció entre los sagrados ministros y el resto del Pueblo de Dios lleva consigo la solidaridad, ya que los Pastores y demás fieles están vinculados entre sí por recíproca necesidad" (LG 32). Espíritu e Iglesia son inseparables; la Iglesia es "misterio de comunión" por la acción del "Espíritu de comunión". La Iglesia es una santa, católica y apostólica por la acción del Espíritu santificador. Si la Iglesia existe para evangelizar (EN 14), el Espíritu Santo es "el protagonista de la misión" (RM 30). Así lo expresa Juan Pablo II: "El Espíritu es también para nuestra época el agente principal de la nueva evangelización. Será, por tanto, importante descubrir el Espíritu como Aquel que construye el Reino de Dios en el curso de la historia y prepara su plena manifestación en Jesucristo, animando a los hombres en su corazón y haciendo germinar dentro de la vivencia humanas las semillas de la salvación definitiva que se dará al final de los tiempos" (TMA 45). En consecuencia, la Iglesia como Templo del Espíritu Santo debe comenzar por evangelizarse a sí misma; la Iglesia "tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor" (EN 15). Lo mismo cabría afirmar del evangelizador, debe ser hombre de Espíritu Santo y creador de comunidad, tal y como sucedió en Pentecostés y lo manifiesta el dinamismo de las primeras comunidades (Hech. 2, 42-47; 4, 32-35).

El cristiano manifiesta que es el templo del Espíritu Santo llevando una vida filial (Gál. 4,6) alimentada en la oración personal y eclesial (CEC. 2672), manifestada en el testimonio hasta dar la vida, cultivada en el esfuerzo por pasar del hombre viejo al hombre nuevo (Gál. 5, 19-23), en la acogida del perdón que libera del pecado y de la muerte (Rom. 8,21), en la disponibilidad vocacional, y en el compromiso con los más necesitados.

Jesús Sastre