Profetismo
DPE
 

El término profeta es importante en la Sagrada Escritura; todos conocemos el lugar y la extensión de los escritos proféticos en el A.T, y cómo se nos presentan las profecías mesiánicas como anuncio que prepara la llegada del Mesías. Los profetas supusieron una renovación y maduración de la fe del pueblo israelita en la línea de la interioridad, la radicalidad, la coherencia culto y compromiso social, y la universalidad de la fe en el Dios verdadero. Al mismo tiempo, nos cuesta precisar el significado del profeta y de la profecía, pues espontáneamente tiende a unirse con la adivinación del futuro y la premonición de los acontecimientos que van a suceder; nada más alejado del verdadero profetismo. Por otro lado, somos invitados constantemente a ser profetas en nuestro tiempo, en medio de una sociedad que presenta muchas ambig,edades y que está caracterizada por la tribialización de los valores morales, la superficialidad y la insolidaridad con el Tercer Mundo.

1.° El profetismo en la Biblia. El término para designar al profeta es nabí que significa "el que ha sido llamado por Dios". Su actuación profética se produce en el contexto social, económico y religioso que vive el pueblo de Israel en las diferentes situaciones históricas. Los profetas tienen dos características importantes: una experiencia de Dios que les convierte en portavoces de sus designios de salvación para sus conciudadanos; y comparten con los demás la situación por la que pasa el pueblo, así como su necesidad de liberación. La conjunción de estos dos elementos les hace ver el futuro con una mirada de renovación y de gracia (1 Sam. 9, 6-7. 20; 2 Re. 5, 20-27). Son testigos de que los planes de Dios no coinciden con los caminos de los hombres (Is. 55, 8-9), y expresan abiertamente lo que Dios les sugiere para destruir y edificar, para sostener y consolar, para denunciar y anunciar (Jer. 1,10). El profeta es consciente de su pequeñez, limitación e impureza (Is. 66,5), pero al mismo tiempo siente que su vocación y misión les viene de Dios. Intercede constantemente en favor del pueblo (1 Sam. 12, 19-23; Am. 7, 2-5) y ora para que las situaciones sean más acordes con la justicia y el derecho. "En el `cara a cara' con Dios, los profetas extraen luz y fuerza para su misión. Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, es, a veces, un debatirse o una queja, y siempre, una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf. Am 7, 2.5; Is. 6,5. 8.11; Jn. 1,6; 15, 15-18; 20, 7-18)" (CEC 2584).

El lenguaje de los profetas es sencillo, está rebosante se sentimientos y parten de la descripción de la situación en términos de injusticias, de culto falso, de confianza en las riquezas, de alianzas políticas inadecuadas, de escarmio del pobre y de idolatría de todo tipo. La llamada a la conversión que hacen los profetas tiene como referencia la paciencia e insistencia con que Dios ama, perdona y espera que el pueblo cambie. El anuncio del castigo siempre queda abierto a la esperanza de salvación; ésta se sostiene en al misericordia de Dios y en el pequeño "resto de Israel", los sencillos y piadosos que permanecen fieles a la alianza y lo esperan todo de Dios (So 3, 11-20). Cuando llega la esperanza del exilio y el destierro, en tiempos del profeta Jeremías, aparece un interrogante doloroso: ¿Dios ha abandonado a su pueblo? El profeta Ezequiel mantiene la esperanza de que Dios volverá a reunir a su pueblo; el segundo Isaías (cap. 40-55) insiste en este mismo mensaje: se puede esperar en Dios porque nunca se olvida de su pueblo. Este talante profético habla de los tiempos mesiánicos y se aplica a Jesucristo. En tiempos de la helenización la profecía se centra en la esperanza de la salvación escatológica de una nueva creación donde se cumplirá todo lo que estaba predicho.

2.° Jesús es el profeta. "En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo, al que nombró heredero de todo, lo mismo que por él habrá creado los mundos y las edades". (Heb. 1, 1-2).

En los Evangelios Jesús aparece con los rasgos propios del profeta, (Lc. 24,19), las gentes acogen con entusiasmo su predicación, sienten que algo nuevo está surgiendo, y los pobres y pecadores reciben la Buena Noticia de que ha llegado el Reino, como el futuro nuevo y definitivo. Jesús no se da a sí mismo el título de profeta pero alude a este término cuando siente el rechazo: "Jesús les dijo: sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa, desprecian a un profeta" (Mc. 6,4; Cf. Lc. 13, 33-34). Jesús en su vida pública cuestionó el sistema socio- religioso de Israel, el modo de cumplir la ley, el funcionamiento del Templo, la religiosidad farisaica y la imagen de Dios de los fariseos. Se enfrentó a las clases dirigentes, no se dejó acaparar por ninguno de los grupos que había en Israel y proclamó el Evangelio del Reino con todo lo que tenía de novedad en la comprensión de Dios como Padre (Abbá), el sabernos sus hijos e iguales a nuestros hermanos, el amar a los enemigos, el perdón incondicional, la justificación por la fe y no por las obras, la tarea de construir el Reino y la esperanza sólo en Dios. En Mt. 5, 20-47 Jesús corrige la Ley y su interpretación, y nos abre al horizonte de la gratuidad, fundamentado en la misericordia entrañable de Dios Padre y en el estilo de vida de las Bienaventuranzas, Jesús llama a todos a la conversión: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc. 1, 15); no es una cuestión moralizante o una decisión voluntarista, sino la apertura a la gracia que viene de lo alto (Jn. 6,44; 12,32) para responder al amor del Padre que nos ha amado primero (1 Jn. 4,10). "La vida entera de Cristo fue una continua enseñanza: su silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, su amor al hombre, su predilección por los pequeños y los pobres, la aceptación total del sacrificio en la cruz por la salvación del mundo, su resurrección, son la actuación de su palabra y el cumplimiento de la revelación" (CT. 9).

3.° El profetismo en las primeras comunidades. El día de Pentecostés (Hech. 2, 17-18) el misterio pascual se consumó con la venida del Espíritu Santo; "en este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado" (CEC 732). Vemos los efectos de Pentecostés; los Apóstoles que han recibido el Espíritu proclaman "las maravillas de Dios" (Hech. 2,11) y Pedro dice que la efusión del Espíritu es la manifestación de los tiempos mesiánicos (Hech. 2, 17-18) Pablo nos recuerda en el capítulo 12 de 1° Corintios que en las comunidades cristianas hay múltiples dones, pero un sólo Espíritu; el don de profecía es de los más importantes en las comunidades (1 Tes. 5,19s; 1 Car. 12,28; Rom. 12,6), pues junto con los apóstoles constituyen el fundamento de la Iglesia: "...pues fuisteis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, con el Mesías Jesús como piedra angular" (Ef. 2,20).

También sabemos que los cristianos que tenían el don de profecía dinamizaban las celebraciones litúrgicas; en el capítulo 14 de la la Corintios se hace un análisis sobre los carismas, y se da un criterio de discernimiento: hay que preferir los dones útiles y de servicio a los llamativos. El capítulo 13 de la Corintios está entre las características de una comunidad carismática y el ejercicio de los carismas en las asambleas litúrgicas; se nos propone el amor a los demás como el camino de vida cristiana y el criterio básico de discernimiento en todas las cuestiones eclesiales.

4.° Vivir hoy el carisma de la profecía. La fe madura es un camino de conversión constante y de búsqueda del encuentro con Dios en los acontecimientos históricos con la confianza de que Dios lleva la existencia hacia la plenitud escatológica. Los auténticos profetas son testigos excepcionales de la experiencia auténticas del Dios de Jesús y del celo por la causa del Reino de Dios y su justicia. Para los profetas Dios es lo primero y lo más importante; son hombres de oración contemplativa que nos ayudan a mirar la vida con los ojos de Dios. Desde esta experiencia de Dios analizan las realidades históricas para discernir los signos de los tiempos, es decir, los acontecimientos de gracia por los que Dios pasa por la historia o ésta se abre al proyecto de Dios. Los profetas son defensores hasta gastar y dar la vida en la causa de los pobres, los débiles, los marginados, etc.; el profeta une su suerte a la causa de los más pobres y se implica hasta el final. La actitud interior de desprendimiento de los bienes y la gratuidad en el servicio es lo que abala la palabra del profeta. Todos los cristianos, por el Bautismo y la Confirmación, estamos llamados a ser profetas, dóciles a la acción del Espíritu, y continuadores de la misión de Jesús. La sociedad necesita contraste, aliento, denuncia y propuestas nuevas; lo importante es estar a la escucha del Espíritu para que nuestras palabras y gestos sean los de Dios y los que mejor pueden liberar al hombre de hoy. Todo el capítulo octavo de Romanos, y especialmente los versículos 18-39 son la expresión de cómo actúa el Espíritu y con qué actitud tenemos que acoger su acción salvadora para alumbrar la humanidad nueva.

Jesús Sastre