Pastores dabo vobis
DPE
 

Se trata de una exhortación apostólica publicada por el Papa Juan Pablo II el 25 de marzo de 1992, como fruto del Sínodo de Obispos de 1990.

Lleva por título "sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual", y consta de seis capítulos: en el primero se describen los desafíos del final del segundo milenio en relación a la formación; en el segundo, se recuerda la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial; un tercer capítulo hace referencia a la formación espiritual del sacerdote; el capítulo cuarto habla de la pastoral; el quinto, de la formación de los candidatos al sacerdocio, y el sexto capítulo, de la formación permanente de los presbíteros.

Nos detenemos en el tercer capítulo, que engloba en cierta manera el resto.

Nos recuerda, primero, cómo el presbítero, como el resto del pueblo de Dios está expresamente llamado a la santidad (nn. 19-20), aunque bien es cierto, siguiendo al Concilio Vaticano II, que los presbíteros, por el sacramento recibido, están especialmente configurados con Cristo cabeza y pastor y capacitados y comprometidos para ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote eterno", actuando "in persona Christi" y llamados a testimoniar de manera original el radicalismo evangélico (nn. 21-22).

El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo cabeza y pastor es la "caridad pastoral" o participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo. Esta caridad es un don gratuito y, al mismo tiempo, deber y llamada, y supone la donación total de sí mismo a la Iglesia. Esta caridad pastoral que tiene su fuente específica en el sacramento del orden, encuentra su expresión plena y alimento supremo en la Eucaristía (n. 23).

Esta caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote. Bajo la guía del Espíritu tiene que tomar conciencia cada vez mayor de ser ministro de Jesucristo (nn. 24-25). Ministro de la Palabra, de la celebración de los sacramentos y guía de la comunidad (n. 26).

El sacerdote debe vivir el radicalismo evangélico mediante la "obediencia apostólica" en cuanto que reconoce, ama y sirve a la Iglesia en su estructura jerárquica. Esta obediencia presenta, además, una "exigencia comunitaria", insertada en el presbiterio y en la comunidad a la que sirve (nn. 27-28). También debe vivir la radicalidad evangélica mediante la virginidad y castidad que configura al presbítero con Cristo Esposo y es signo escatológico y de total entrega a Jesucristo y a los demás (n. 29). Debe vivir también la pobreza como sumisión de todos los bienes al bien supremo de Dios y de su reino (n. 30).

La pobreza tiene una connotación "pastoral". La dimensión eclesial de la espiritualidad sacerdotal viene dada por su inserción en la Iglesia particular donde se concreta su misión (nn. 31-32). Todo ello sin olvidar que es el Espíritu Santo el que crea el corazón nuevo, anima y guía nuestra misión pastoral y es el alma de la caridad pastoral para el desarrollo de la verdadera vida espiritual (n. 33). Los frutos sacerdotales del ministerio, desde la santificación personal, deben traducirse en fervor en la oración, coherencia de vida y verdadera caridad pastoral.

BIBL. —JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, Paulinas, Madrid 1992.

Raúl Berzosa Martínez