Ministerios y comunidades en América Latina
DPE
 

SUMARIO: 1. Los documentos eclesiales. — 2. La perspectiva de una Iglesia ministerial. -3 La revitalización al interior de la comunidad eclesial. — 4. La promoción humana. — 5. La cultura cristiana: a) Pastoral juvenil; b) La pastoral educativa. — Conclusión.


Ministerios y Comunidades en A.L. (entendemos ministerios laicales) son dos temas fundamentalmente unidos. Es cierto que el ámbito de los ministerios traspasa, a veces, la realidad interna de las comunidades, y se proyecta, en nombre de ellas mismas, hacia las realidades de la misión; pero también es cierto que esa misma es la razón de su ser: su servicio, unas veces en el interior de la comunidad eclesial y otras hacia el exterior, es decir, hacia el mundo que hay que evangelizar.

La mayoría de los ministerios que son característicos en A.L. se dan en relación a los movimientos y comunidades de base, es decir, en el entorno de las clases populares; han nacido en ese medio, se han desarrollado, en su gran mayoría, al calor de las comunidades eclesiales de base, y han surgido tanto por las necesidades de la práctica de evangelización liberadora como por la reflexión teológica sobre el mismo quehacer evangelizador.

Las clases populares es, pues, el ámbito donde las comunidades (y los ministerios) han tenido y tienen un mayor desarrollo. En este sector social es donde las comunidades han surgido con más fuerza y en ellas, los ministerios que se han desarrollado lo han sido, unos para el servicio estrictamente eclesial, en el interior de la misma Iglesia y aún a veces de la misma comunidad: ministerios de presidencia, de coordinación, de formación, para el servicio litúrgico, catequético, etc. Y en otras veces para el servicio en las organizaciones civiles: dentro de la perspectiva del mundo que el laico tiene que santificar: el mundo del barrio, el mundo del trabajo, el mundo de la familia, el mundo de la política, el mundo de las organizaciones sindicales o barriales. Todos son necesarios y verdaderos ministerios al servicio de la evangelización.

Esta nueva o diversa forma de practicar los ministerios en la Iglesia, no significa una ruptura ni con la tradición ni con la práctica de los ministerios tradicionales, sino que se entronca, más bien, en la línea de una continuidad que contiene también novedad, una novedad que es aportada desde las necesidades del tiempo y de las condiciones que toca vivir al laico.

En este sentido y en general por tratarse de un laico de «base», que ejerce su ministerio dentro de una Iglesia situada en la perspectiva del pobre y de su liberación, y a la vez dentro de un mundo de conflicto, desigualdades e injusticias, el laico, por su propio ser cristiano, ayuda a la Iglesia a insertarse en este mundo y proponer así un nuevo modelo eclesial o bien plenamente insertado, o por lo menos, más cercano, al mundo del pobre.

Iglesia y mundo tienen de este modo una relación mayor, podríamos decir que caminan juntos, y en esta perspectiva, en América Latina, hay que destacar a un laico que tiene una especial relevancia, la mujer. La mujer tiene tanto en la sociedad de América Latina como en su Iglesia un puesto central de renovación y de esperanza. Particularmente, nos referimos ahora al aspecto eclesial, es una fuerza sin la que no hubiera sido posible desarrollar tantos ministerios y tantas comunidades entroncadas en la realidad. Ministerio laical y mujer son dos realidades que se necesitan en el desarrollo eclesial y la enriquecen.

No presentamos el tema de «ministerios y comunidades en A.L.» para hacer de él una reflexión teológica, sino que simplemente queremos recoger diversos aspectos que ya en la práctica se están dando: una enorme riqueza de ministerios laicales y un gran crecimiento de comunidades y movimientos en A.L. El simple dato y la diversidad de ministerios hablan por sí solos de las posibilidades que se están abriendo, y puede ser la base de nuevas y creativas aperturas.

1. Los documentos eclesiales

Los ministerios fluyen, dimanan de la Iglesia de la que son expresión. Sabemos también que la Iglesia es el «Pueblo de Dios», es «Comunidad de comunidades». Por eso mismo si tenemos nuevos o diversos ministerios sin duda es porque tenemos una nueva concepción de la comunidad eclesial. Diversas o nuevas formas de comunidad eclesial o nuevos acentos en la Misión, hacen surgir también nuevos ministerios.

Nos referimos más directamente, por razones prácticas, en este primer momento, sólo a los ministerios laicales, dejando ahora por el momento el tema de las comunidades.

Afirmamos de entrada la importancia del Vaticano II para el desarrollo de toda esta nueva temática. Es cierto, que la fuerza de los ministerios laicales tienen un arranque teórico en la doctrina eclesiológica del Vaticano II, sobre todo en la mirada que dirige a los ministerios en especial al deseo de restaurar el diaconado permanente en la Iglesia, y también a la necesidad de revisión de las llamadas órdenes menores,

Esta perspectiva de los «nuevos ministerios» es recogida por Pablo VI, primero en la exortación «Ministeria quaedam», donde el Papa establece que algunas de las órdenes llamadas «menores» (como lectorado y acolitado), no necesiten ya de ordenación, sino que puedan ser ejercidas por seglares. Y, después, en relación a los diversos ministerios laicales tiene una sugerente ampliación en la «Evangelii Nutiandi», donde explícitamente nos habla de: catequistas, animadores de la oración y del canto, servicio de la Palabra, asistencia a los necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos apostólicos además de otros servicios que pudieran ser de utilidad en la Iglesia (E.N. núm. 73).

En lo que concierne a América Latina, aunque toda esta apertura tiene su repercusión, y ayuda sin duda a la creatividad en los ministerios laicales, sin embargo no constituyen el eje central por el cual ellos mismos nacen o se desarrollan.

Así por ejemplo, el Diaconado Permanente aun siendo muy importante no está tan extendido como otras clases de ministerios. Hay otros ministerios, que aunque no sean ordenados, resultan mucho más significativos, son más propios de la Iglesia L.A. aunque no se desarrollan por decreto, sino que surjan de la realidad misma, entroncados a la nueva visión pastoral de la Iglesia, a las nuevas comunidades, y a la mayor madurez y compromiso del laicado.

Decimos que en esta nueva visión y apertura, los ministerios laicales se diversifican en A.L. fundamentalmente a consecuencia de la misma necesidad de la comunidad eclesial o de la sociedad, y, por ello, como en otros muchos aspectos, al hablar de ellos la Iglesia L.A. en los documentos centrales del Episcopado (CELAM: fundamentalmente en este tema, Puebla y Santo Domingo), recogen una práctica ya existente y la reconocen como válida, la alientan, le dan los fundamentos teológicos, la centran en lo que consideran necesario, e incluso, con orgullo, la presentan como una de las mejores aportaciones de la Iglesia L.A.

En este sentido Puebla, en el apartado destinado a las CEBS. nos recuerda que, en medio de ellas «surgen ministerios ordenados, como el diaconado permanente, no ordenados y otros servicios, como celebradores de la Palabra, animadores de comunidades, y se advierte una mejor colaboración entre sacerdotes, religiosos y laicos (625).

Y, en su apartado más general sobre los laicos (786-810), recuerda los diversos ángulos de compromiso y de servicio laical y la necesidad de que no pierdan ni su identidad ni su específica espiritualidad. Conviene citar un número entero -tomado de la alocución del Papa- porque en él podemos advertir el amplio marco del laico para ejercer su servicio ministerial:

«Cristianos con vocación de santidad, sólidos en su fe, seguros en su doctrina propuesta por el magisterio auténtico, firmes y activos en la Iglesia, cimentados en una densa vida espiritual, perseverantes en el testimonio y acción evangélica, coherentes y valientes en sus compromisos temporales, constantes promotores de paz y de justicia contra la violencia y opresión, agudos en el discernimiento crítico de las situaciones, e ideologías a la luz de las enseñanzas sociales de la Iglesia, confiados en la esperanza en el Señor» (799).

De aquí Puebla sacará las consecuencias de la necesidad de un laicado organizado con responsabilidades laicales y ministerios diversificados (804-805) sobre los que establecerá unos criterios pastorales: que no se clericalicen, que sean ratificados por los pastores, que se orienten a la vida y al crecimiento eclesial, que presten un servicio al mundo, y que sean variados, de acuerdo a los carismas personales y a las necesidades de la comunidad (811-817).

Finalmente, al evaluar Puebla la situación actual del laicado, recuerda que son tres los campos más específicos de actuación (válidos para desarrollar sus diversos ministerios): el espacio de la vecindad, el espacio de la comunidad pastoral, y el espacio de la «construcción de la sociedad» (821-823). Sin duda alrededor de estos tres espacios los laicos en A.L. han desarrollado y siguen desarrollando diversos ministerios.

Santo Domingo, por su parte, no es menos explícito al hablar de los ministeríos de los laicos, toda su fuerza la sitúa en relación a la nueva evangelización que requiere «nuevas expresiones y nuevos métodos en nuestra Misión evangelizadora». Los ministerios, servicios y funciones que pueden desarrollar los laicos, encuentran en ellos amplios campos de realización.

Para ver mejor el sentido que quiere dar Santo Domingo a la diversidad de los nuevos ministerios laicales, debemos recordar algunas de las características más importantes de la Nueva Evangelización donde los ministerios laicales deben estar insertos:

- una nueva evangelización que proclame sin equívocos el Evangelio de la justicia, del amor y de la misericordia (13);

- que promueva al hombre en su totalidad y le oriente a fin de crear una sociedad justa y solidaria (13);

- que necesita, en medio de todo, una conversión pastoral de la Iglesia (30);

- que aporte la coherencia de la vida de los cristianos con su fe, que es condición para la eficacia de la nueva evangelización (48);

- y que tenga como elemento esencial la «opción por los pobres» a ejemplo de Jesús, que debe inspirar toda acción evangelizadora comunitaria o personal (178);

- para todo ello además, el laico se ha comprometido por el bautismo a que la fe, plenamente anunciada, pensada y vivida, llegue a hacerse cultura (229).

Todas estas características se entroncan en el ministerio pastoral de Iglesia, cuya razón de existir es evangelizar, y en esta tarea está implicada toda la Iglesia y toda la diversidad de ministerios que hay en ella. Es más, la Iglesia es esencialmente ministerial, «existimos y vivimos en una Iglesia rica en ministerios».

Santo Domingo nos habla primero de los Ministerios Ordenados, es decir los ministerios ejercidos por los obispos, presbíteros y diáconos, recordando de ellos que «deberán ser siempre un servicio a la humanidad en orden al Reino. El ejercicio de este ministerio exige fidelidad al Señor y a los hombres y mujeres, sobre todo los más pobres por cuyo servicio son consagrados» (67).

Y posteriormente nos sitúa en los ministerios conferidos a los laicos de los que nos recuerda:

Y, hablando específica aunque tímidamente de la mujer, nos recuerda que «urge contar con el liderazgo femenino y promover la presencia de la mujer en la organización y animación de la nueva evangelización de América Latina» (109).

La Iglesia que es «Comunidad ministerial» y que es también «Comunidad de Comunidades», asume, en la perspectiva de Santo Domingo, donde la «Nueva Evangelización» es su opción fundamental, tres principales vertientes: la revitalización de la misma comunidad eclesial; la promoción humana; y la cultura cristiana.

Es natural que alrededor de estas vertientes surjan nuevas necesidades pastorales y por lo tanto, nuevas comunidades y también nuevos ministerios. Recordando que si han de estar en la línea de las necesidades de la Iglesia de A.L. deberán responder con claridad a las características que conforme al Documento hemos ya mencionado.

2. La perspectiva de una Iglesia ministerial

En América Latina ha cobrado un fuerte sentido esta, antigua y nueva a la vez, proyección de la Iglesia, toda ella, como ministerio, donde el servicio a la Misión se va enriquecido por la participación de todos. Con ministerios ordenados o no ordenados, (en especial nos referimos ahora a los no ordenados) que facilitan la entrada en todos los sectores; con las preocupaciones particulares y las características que deben ser comunes; y en diálogo permanente con el mundo, sujeto de la evangelización.

En este sentido no podemos ni debemos hacer una clara distinción entre los conceptos de: pastoral, comunidades y ministerios, porque todo ello va enlazado, unido. A la necesidad concreta del mundo latinoamericano responde una visión y acción pastoral; esta nueva visión pastoral se enriquece con la promoción de nuevos estilos de comunidades y movimientos, y, en el interior de estas comunidades, surgen los diversos ministerios no teóricamente, sino como respuesta a necesidades concretas. Por lo tanto los ministerios son consecuencia de una nueva percepción del ser de la Iglesia y de su opción pastoral en el mundo que debe evangelizar.

Todo es un proceso dinámico y hay que estar atento a él para no perder el hilo de la historia de la Iglesia en América Latina. Si podemos hablar hoy de una Iglesia Latinoamericana encarnada en la realidad del pueblo, es porque, ciertamente, pensamos, que no ha perdido este hilo, aunque a veces la dinámica sea volver a retomar la opción y, permanentemente, profundizar más en ella.

Dentro del proceso dinámico, la Iglesia debe ser receptiva a varios aspectos: en primer lugar, a su propio ser, a su propia misión, a los cambios que se producen en el interior de ella misma, a la voz del Espíritu, a la reflexión teológica y a la praxis. Todo ello hace que se promuevan y proyecten nuevas instancias (comunidades, movimientos), que serán en buena parte, como dice Puebla de las CEBS: «focos de evangelización y liberación».

En segundo lugar está atenta a las necesidades del mundo, de la sociedad, que le llama con insistencia a la promoción humana, con especial atención a los sectores más oprimidos y necesitados. Sobre la promoción de la justicia, la ética de la corresponsabilidad aún dentro de la autonomía, la defensa de los derechos humanos, etc. La Iglesia L.A. ha tenido en los últimos años una especial sensibilidad y ha estado atenta a colaborar con los movimientos que han surgido, alrededor de estos problemas, en la sociedad civil.

La Iglesia se abre a estos movimientos y les ofrece su colaboración y sus espacios institucionales. De esta perspectiva surgen las diversas opciones pastorales, con cristianos de base, comprometidos con la realidad social, bien en movimientos solamente eclesiales o participando de movimientos comunes con la civilidad, lo que lleva a situar a la Iglesia, de forma privilegiada en los diversos ambientes y tener en ellos un claro servicio ministerial.

También, y siguiendo el esquema de Santo Domingo, la Iglesia está comprometida, y debe todavía optar más, con todo lo que se relaciona con la cultura. La problemática de la educación, de la nueva cultura, de la rapidez e influencia en la comunicación, la cultura popular, las culturas indígenas, la que surge en las zonas marginadas de las grandes ciudades, son opciones claras para la inserción en ellas de una Iglesia comprometida y ministerial.

Finalmente, también la Iglesia L.A. ha sido receptiva a movimientos que han venido de fuera, de otras Iglesias, con diversas perspectivas y planteamiento, y que debe ser objeto de un análisis serio, porque en bastantes casos no ha habido anteriormente un claro discernimiento y no se han sabido adaptar a las necesidades concretas del medio, o se han instaurado solamente en las capas altas y medias de la sociedad, con propuestas no muy sentidas por el pueblo.

3. La revitalización en el interior de la comunidad eclesial

En la Iglesia L.A. -como señala Pablo Richard- se pueden advertir con claridad tres fuerzas que renuevan a la Iglesia con nuevas iniciativas que culminan en nuevos movimientos o comunidades. Son fuerzas características que dan lugar a opciones pastorales, al nacimiento de nuevas formas de comunidad, y, también, a una gran riqueza y variedad de ministerios.

Nos referimos a la fuerza de la Palabra (que desarrolla toda su orientación alrededor del movimiento bíblico), a la fuerza del Espíritu (que lo hace en relación a las nuevas formas de comunidad, en especial las CEBS y comunidades de espiritualidad), y a la fuerza del Amor Solidario (que genera toda la perspectiva acerca de la opción por los pobres). Son tres fuerzas que no sólo están presentes y se manifiestan con claridad, sino que a su vez, se necesitan y que se complementan entre ellas.

La Palabra interpretada sin Espíritu y sin Amor Solidario puede caer en el fundamentalismo. Igualmente la Espiritualidad es auténtica cuando se alimenta de la Palabra y genera Solidaridad; y la Solidaridad, aparece clara y con un ángulo verdaderamente cristiano, cuando, a su vez, se deja interpelar por el Espíritu y la Palabra.

En esta Iglesia, así enriquecida de forma permanente y dialéctica, nacen, como decimos, nuevos tipos de comunidades que la transforman y le dan un sello propio. Nos referimos en especial a tres clases de ellas: a las CEBS; a los grupos formados alrededor de la Biblia; y a los grupos o comunidades de espiritualidad, que tienen su insistencia central en la oración.

Las CEBS son, sin duda, el tesoro más rico de la Iglesia L.A. tanto por su dinamismo interior como por su proyección exterior y su número y extensión en la mayoría de los países de Latino América. Con ellas la Iglesia retorna la forma de «comunidad de comunidades», donde las comunidades tienen vida propia y a la vez participan de la actividad de la Iglesia local. En ellas se han generado muchos ministerios de coordinación, de animación, de atención personal, de servicio litúrgico, de catequesis, de profetismo, que sirven tanto a su propia comunidad como a la Iglesia local.

Pero sin duda el mayor aporte de las CEBS en el interior de la Iglesia es la fuerza de la comunidad y la responsabilidad de cada uno de sus miembros, puesto que se muestra atenta al surgimiento de los diversos dones y carismas de cada participante, y, aun, de forma creativa, genera pequeños servicios o ministerios en el interior de la propia comunidad que hace posible la participación de todos en el servicio común.

También hay que destacar la riqueza y variedad de los Grupos o Comunidades que se han creado en torno a la Biblia. La Biblia entendida como Palabra de Dios que fue y sigue siendo iluminadora de la Historia. Palabra que es celebrada, orada, estudiada, y que sirve para orientar el camino del Reino, que es también salvación y liberación histórica, aquí y ahora.

La Iglesia se está beneficiando, en el interior de ella misma, con la recuperación de la Biblia como eje de renovación cristiana, comunitaria y personal. Esta perspectiva genera sobre todo ministerios de coordinación alrededor de la lectura orante de la Biblia; ministerios litúrgicos, en torno a las celebraciones de la Palabra, fundamentalmente en Parroquias rurales o lugares de periferias de las ciudades, y también ministerios apostólicos, que ayudan a extender por doquier el estudio y el uso de la Biblia.

Surge también en este entorno, la Catequesis Familiar, de excelente difusión en muchos países de Al., que, teniendo como eje, a los padres como responsables primeros de la catequesis de sus hijos, en un inicio con motivo de la recepción de los Sacramentos, en especial de la Primera Comunión, centra la mayor parte de su contenido en la riqueza de la lectura de la Biblia. En este Movimiento surgen los ministerios de las «parejas guías» para los padres y de los «animadores» para los niños. Y, en un momento posterior, con los padres más perseverantes, harán que nazcan nuevas comunidades.

Finalmente, debemos resaltar la importancia de los grupos de oración. Nacidos por la influencia del movimiento carismático, venido en su mayor parte de los EE.UU., y aunque algunos todavía permanecen en su forma espiritualista un tanto desencarnada de la realidad, sin embargo otros han tomado cuerpo social, y han sabido adaptarse bien a las necesidades y a la cultura concreta, sobre todo en los sectores más pobres y marginados.

De esa forma, a la oración e invocación de los carismas que el Espíritu reparte por doquier, se añade la proyección social y una firme opción por integrarse más en la pastoral de conjunto. De aquí han surgido ministerios específicos en torno a la salud, a la petición de sanación, etc. (que algunas veces han necesitado de un esclarecimiento).

4. La promoción humana

La Iglesia Latinoamericana ha tenido, sobre todo en los años postconciliares, una especial sensibilidad hacia los nuevos espacios y movimientos sociales que han surgido en la sociedad civil; respetando su autonomía, pero alentándolos y colaborando con muchos de estos e incluso ofreciendo sus espacios institucionales.

De esta forma ha crecido y ha sido valorada en su proyección hacia fuera. La dimensión social de su pastoral ha hecho posible el aperturar nuevos campos donde está en juego la justicia, la verdad, la defensa de la vida y de la dignidad humana, de derechos humanos, la opción por el más necesitado, la defensa de las comunidades indígenas, la promoción de la mujer, la atención especial a la juventud.

Nos encontramos, sin duda, en el trabajo más reconocido de la Iglesia L.A., que nace de su opción por los pobres, que resume todas estas prioridades de promoción y desarrollo, y que tiene lugar en la mayoría de los ámbitos posibles. Además de ser su trabajo más reconocido es también el ambiente donde los laicos tienen su centro, su contenido específico y desarrollan, en mayor número, su actividad pastoral. En esta proyección «hacia fuera» la Iglesia se va transformando también a sí misma y va creando nuevos espacios que posibiliten mejor esta acción evangelizadora.

En el interior del sector de la promoción humana, se fortalecen las Areas de Pastoral concretas que se dirigen a objetivos específicos, muchas de ellas coinciden con las áreas que se dan en otras iglesias del mundo, aunque toman matices o fuerza diversa en relación con las urgencias de las necesidades; y algunas son más bien más específicas ya que responden a una situación especial. Alrededor de estas áreas concretas de pastoral, se establecen grupos o comunidades que desarrollan ese trabajo, y dentro de los grupos surgen también ministerios o servicios diversos.

En América Latina son especialmente significativas algunas áreas que detallamos:

En primer lugar hay que destacar todo lo relacionado con la pastoral rural y los movimientos campesinos. Es de enorme complejidad esta pastoral en América Latina, ya que a la situación de pobreza y marginación en que se encuentra este sector, hay que añadir las dificultades por las grandes distancias, las malas comunicaciones, la emigración constante hacia la ciudad, e, incluso, la poca o mínima posibilidad que la Iglesia tiene de atención religiosa a este sector, con sacerdotes o con comunidades religiosas más o menos estables.

En este sector se da en América Latina una gran importancia el servicio de los laicos tanto alrededor de la promoción humana como en otros aspectos más internos de la fe. En ambas se ha desarrollado bastante este servicio de actividad laical, aunque todavía queda mucho espacio que recorrer.

Efectivamente, son los laicos, en su mayor parte, los que ayudan a promover comunidades o movimientos que defienden los intereses de los campesinos a la vez que se preocupan de mantener y celebrar la fe, en las mejores condiciones posibles. Sin embargo todavía, en este aspecto más interno, hay todo un reto, los ministerios y servicios no cubren ni con mucho las necesidades de los pueblos. La extensión de los ministerios, la formación del laico de las propias comunidades campesinas, la lucha para que sean aceptados en su medio y por sus propias comunidades naturales, y el dotarlos para una mayor proyección social e ínterrelación, son todas ellas en su conjunto, necesidades bien sentidas.

Debemos resaltar en esta área todo el movimiento (principalmente dado en Brasil), alrededor de los «sin tierra», movimiento claramente profético y liberador desde el Evangelio; movimiento que incide en la defensa de la dignidad de la persona, en el derecho a la tierra, y en la exigencia de leyes y de nuevas estructuras que posibiliten todo esto. Las comunidades formadas en esta área asumen el compromiso de la fe en su proyección social concreta. La labor ministerial del laico es también aquí insustituible.

Asimismo y en un aspecto más interno, los catequistas y los celebradores de la Palabra rurales, por su gran número, su excelente trabajo y su entrega (a veces hasta llegar al martirio), han tenido y siguen teniendo en América Central un fuerte protagonismo y son pilares fundamentales en el desarrollo de la Iglesia.

Por otra parte, la pastoral de la ciudad presenta también uno de los mayores retos. En este sector tenemos miles de personas concentradas y aún hacinadas, con pocos servicios, en condiciones inhumanas de vivienda y de habitabilidad del área, con larguísimos desplazamientos hasta el lugar de trabajo. Un sector donde a la pobreza suma se unen también los vicios de la gran ciudad: la inseguridad social, la delincuencia, las drogas, la prostitución, el alcoholismo, el abandono familiar.

Allí, en sus barrios marginales, la labor del ministerio de los laicos es insustituible. Son lugares donde la presencia de la Iglesia como estructura parroquial no llega mucho, ya que se erigen parroquias de decenas de miles de personas que además no dejan de crecer. La apuesta de la Iglesia ha sido y es la de sectorizar la parroquia, aprovechando los sectores naturales, y formar en cada sector comunidades y líderes de entre ellas, que sean capaces de estar presentes en la lucha por una mejora de vida, y por llevar adelante tanto los planes de desarrollo social como los servicios más al interior de la comunidad cristiana: culto, catequesis, atención a enfermos, formación, etc.

Ya se sabe que en estos lugares es donde las CEBS tienen su mejor asiento; asimismo también otras Comunidades o Grupos Bíblicos, la Catequesis Familiar, etc., que son ayuda permanente e insustituible en la evangelización y promoción de este sector.

Otro de los aspectos que distinguen la Pastoral de la Iglesia L.A. es la pastoral alrededor de la acción política de los laicos. A la denuncia de que la causa de los males de injusticia y pobreza que sufre mayoritariamente el pueblo de A.L. está fundamentalmente en las estructuras económicas, sociales y políticas injustas (Puebla 30), se sigue el imperativo claro y detallado de una necesaria opción política para el laico, que Puebla reclama como su terreno propio (513-530). Esta opción se fundamenta en la fe y se forma en las comunidades que intervienen como sujetos de discernimiento y de acción.

Es notorio el compromiso de la Iglesia L.A. en este aspecto de la transformación social y de promoción humana desde el ángulo de los político. Los campos de la afirmación de dignidad humana, de la defensa y promoción de los derechos humanos; de la atención, en muchas circunstancias y países, a los derechos políticos; de una especial dedicación a la pastoral carcelaria; de la atención al asilo de los injustamente perseguidos, de la formación de comisiones de solidaridad, de justicia y paz, de esclarecimiento de la verdad, son algunos de los ángulos que destacan.

La labor de la Iglesia en este sector se realiza por medio de comunidades o grupos especializados, algunos diocesanos, otros radicados en parroquias, incluso, otros, son algo más autónomos en cuanto a funcionamiento. Es fundamentalmente obra de los laicos que se han sentido apoyados y fortalecidos por la jerarquía y los sacerdotes. Aquí se desarrollan muchos y principales ministerios en torno: al amor, a la solidaridad, a la defensa de la justicia, a la defensa del débil, a la denuncia de injusticias y opresiones. Ministerios que, a veces están todavía faltos de nominarlos como tales, pero que son manifestación de una renovada cara de la Iglesia.

En esta área de la promoción humana también los laicos están presentes en otros importantes sectores en los cuales se vierte la actividad pastoral de la Iglesia y que, además, son fuente de nuevos y específicos servicios o ministerios: se dan alrededor de la pastoral familiar, de la pastoral con los marginados sociales (drogadictos, prostitución, delincuencia juvenil), de la pastoral de los niños de la calle, de la pastoral de la salud, de la pastoral de las migraciones, etc. áreas todas de reconocido esfuerzo en la pastoral de la Iglesia de América Latina. Esfuerzos y acciones que han introducido nuevos aspectos al intentar estar presentes en las situaciones de mayor conflicto.

5. La cultura cristiana

Ciertamente desde hace bastantes años la preocupación central de la Iglesia Latinoamericana en relación con la situación del hombre latinoamericano se ceñía muy fuertemente a su angustiosa situación de pobreza e injusticia, es decir, del estado social y económico de las grandes mayorías; hoy, la Iglesia, sin perder ni un ápice de esta preocupación, sin embargo añade a ella también la inquietud por la situación de la cultura, reflejada tanto en las poblaciones indígenas, afroamericanas, como en las nuevas formas culturales emergentes.

Asiste con intranquilidad a un proceso en el que se atropellan las culturas más indefensas, y a la vez se imponen con medios compulsivos, y a veces de forma subliminal, otras formas culturales de las que participan sectores o ambientes a lo largo y ancho del planeta. Los medios de comunicación y la economía hacen que: la técnica, la música, el vestido, el deporte, la comida, los objetos personales, la vivienda, los gustos y preferencias —sobre todo de los jóvenes—, parecen ser idénticos en todos los lugares, puesto que son impulsados, en sus preferencias, a prescindir (y a veces valorar menos) lo suyo propio, en beneficio de lo que creen que les hace semejantes a los jóvenes de los países más desarrollados o ricos, y por lo tanto les hace «participar de ese mundo», «sentirse gente», «sentirse alguien».

No se trata sólo de la presión con que se introduce tanto la tendencia hacia el consumo como los mismos objetos de consumo, sino que se trata también de la transformación de los valores y aun tradiciones que ello conlleva; se van introduciendo nuevas formas de vida que producen cambios rápidos y profundos en la valoración de la vida, del amor, de la justicia, de la verdad, del sacrificio, de la fidelidad, del compromiso, de la libertad. Esto llega también a las instituciones: la familia, la escuela y la Iglesia, entre otras, sufren de estas transformaciones que vienen de fuera.

La Iglesia en Latinoamérica no permanece ante este hecho que irrumpe cada día con más fuerza, inactiva, sin ayudar a discernir, sino que intenta recabar de los diversos sectores o culturas, la fuerza y el dinamismo interior, tanto para abrirse a lo nuevo que es positivo, como para rechazar lo que es negativo preservando así valores culturales del pueblo.

Su pastoral en relación al sector de la comunicación, al diálogo con la cultura moderna, la evangelización del sector educativo, la preocupación por la juventud y la familia, la atención a la marginalidad en las grandes ciudades, su interés por el sector universitario, son, entre otras, intereses concretos de la pastoral eclesial alrededor de su proyección hacia una cultura de valores, una cultura cristiana.

La simple enumeración de estas pastorales específicas ya nos hablan con claridad de que entramos de lleno de nuevo en el mundo de los laicos, en los lugares y ambientes desde donde los laicos asumen con mayor fuerza y más propiamente su misión evangelizadora.

Según la dinámica más generalizada de la Iglesia L.A., los laicos realizan esta misión desde la vivencia en comunidades y movimientos especializados para los diversos ambientes. Allí crecen y se desarrollan sus diversos carismas, sus ministerios y sus funciones.

La mayoría de estos aspectos merecen un desarrollo. En este mismo Diccionario y bajo el título de «Inculturación de la fe» hemos tratado el aspecto de la relación con la cultura indígena, afro-americana y de los suburbios de las grandes ciudades. Asimismo, y bajo el título: «Pastoral de la familia» lo hicimos con los aspectos familiares. Ahora explicitaremos, muy brevemente, algunos aspectos interesantes de la pastoral eclesial en relación sólo a dos temas importantes: la juventud y la educación.

a) Pastoral juvenil

Nos situamos de entrada afirmando que, una de las mayores riquezas y esperanzas de Latinoamérica, es la juventud. Y también lo es de la Iglesia Latinoamericana, que tiene, como cualidad significativa, la presencia mayoritaria de los jóvenes (sobre todo cuando se trata de los sectores populares).

La juventud que es una gran esperanza, y lo es, por su número (América Latina es un continente joven), por sus cualidades de participación, por sus deseos de superación, por su vitalidad, por su entrega colaboradora. Es también un reto y una preocupación tanto por las dificultades que les toca vivir, como por los nuevos modos culturales y valores (o contra valores) que están asumiendo, y que les pueden desviar de la trascendencia de su misión; nos referimos a las presiones alrededor del consumo, de la búsqueda de bienestar, de vivir más a corto plazo, de no asumir compromisos duraderos, de la vida familiar, de la valoración de la religión, de la valoración de lo individual.

De aquí que la Iglesia cuide con especial atención de este sector, especialmente vulnerable pero también abierto a grandes ideales y capaz de asumir en plenitud los valores cristianos. La Iglesia sabe que, en definitivo, el futuro de los pueblos de Latinoamérica y también el futuro de ella misma pasa por los jóvenes. Por eso, a nivel nacional, y dentro de la Conferencia Episcopal el área de juventud tiene una especial significación y preferencia.

La juventud no se ha ido de la Iglesia en Latinoamérica, al menos de esa forma masiva que lo ha hecho en otros lugares. Es cierto que hay otro tipo de ver la fe, la religión, que se da también un mayor abandono de la práctica eclesial; pero, cuando se dedica y se cuida a los jóvenes, éstos responden con fuerza y su presencia y actuación, vivifica la Iglesia.

Sin embargo hay, en la Iglesia y en el mundo latino americano, una enorme preocupación por los cambios sociales que les afectan, casi todos calcados de las nuevas formas culturales que se extienden compulsivamente por medio de los medios de comunicación: los jóvenes que se sitúan dentro de ambientes de marginación social, las pandillas callejeras, la delincuencia juvenil, la deserción escolar, el paro, la violencia, la drogadicción y aún la prostitución que aparece ya descaradamente en las calles y plazas de las grandes y aún pequeñas ciudades, son aspectos que causan una gran inquietud pastoral.

Si a esto se añade la pobreza suma de la mayoría de jóvenes, las dificultades familiares, las agresiones sexuales, la falta de oportunidad de trabajo, las dificultades para continuar estudios, la inmigración permanente del campo a la ciudad para la que no están preparados; todo ello, presenta en su conjunto, uno de los aspectos más preocupantes en relación a la adolescencia y juventud actual y aún de la venidera.

La pastoral juvenil no desconoce estos aspectos, ni descuida a los jóvenes sumidos en estos ambientes, hay muchas tareas que se realizan en medio de ellos. Unas son dirigidas a la prevención, como diremos, y otras desarrolladas con los jóvenes que ya están inmersos en algunas de estas situaciones mencionadas. Para la mayoría de las acciones que se realizan, es importante la participación de los mismos jóvenes de las parroquias, de los colegios, que tienen en ello una de sus misiones pastorales.

Sin embargo, la pastoral juvenil, aun, estando abierta, a estos jóvenes que permanecen fuera, que ciertamente son mucho más numerosos, y aun con la inquietud permanente de cómo atraerlos a una vida de valores, y también, cómo presentarles una Iglesia abierta a sus preocupaciones y a sus necesidades, pone también una fuerza decisiva en llegar a presentar a todos los jóvenes y adolescentes la posibilidad de afirmarse en la fe y en los valores cristianos.

La pastoral juvenil tanto en las parroquias como en los Colegios ha tomado la forma de vida de las CEBS. Es decir se desarrolla en pequeñas comunidades, con un coordinador y otros cargos o servicios, escogidos de entre los mismos jóvenes y con la asesoría de sacerdotes o religiosas. Desarrolla en sus reuniones y vivencias no sólo la celebración de la fe y el estudio de la problemática más interesante para los jóvenes, sino también la realidad nacional, la situación de opresión y pobreza y se dirige a una opción por el pobre, encuadrada en la pastoral de la Iglesia y sobre todo en el más completo conocimiento de la persona de Jesús.

Se concede mucha importancia a la vida de experiencia personal, la Biblia pasa a ser uno de los libros que iluminan el camino y el contacto con Jesús a través de momentos fuertes: Retiros, caminatas, experiencias de desiertos, ayudas en la forma de orar, etc., se va logrando una maduración generalmente lenta y con altibajos, pero firme en definitiva.

La afectividad, los problemas juveniles: droga, alcoholismo, marginación, sexualidad; las relaciones con los padres, la responsabilidad en los estudios o trabajos, el ideal de vida, la amistad, el servicio, los valores, son temas que siempre se van desarrollando a lo largo del proceso formativo. La relación y reuniones con los padres son también un buen complemento de este sector pastoral.

La pedagogía de este sector está claramente orientada por la realidad del mismo: el canto, la música instrumental, el teatro, el intercambio de opiniones, las dinámicas, las ayudas de todo tipo para que sea realidad la participación de todos, etc., motivan de forma especial a los jóvenes y les hace más fácil su integración.

El compromiso es también una parte central. La formación de los jóvenes no es teórica. El joven reclama acción, compromiso, hacer algo. A veces con pequeñas cosas pero que representan toda una proyección y una clara orientación de la vida hacia la acción. Reflexión y práctica deben ir de la mano. El compromiso se dirige principalmente a una mayor inserción en la problemática juvenil con propuestas de formación, prácticas de tiempo libre, educación en valores, y revisión de temas interesantes; autoestima, valores, sexualidad, la problemática de la pareja temprana, del aborto juvenil, drogas, etc.

En muchos lugares esta aportación y atención de la Iglesia (a través de las Parroquias, sectores, colegios, etc.) a los jóvenes y a los adolescentes, es a veces una de las principales, porque no abundan otras Instituciones que se preocupen de los jóvenes en este sentido de presentarles alternativas de valores y de formación crítica de su personalidad.

La pastoral juvenil tiene en la mayoría de los países un firme aliado en la Pastoral de Confirmación, que le nutre de participantes. El sacramento de la Confirmación se celebra generalmente (en las ciudades o en las poblaciones donde hay posibilidad) entre los 15 y 16 años, es decir en plena adolescencia, cuando la persona busca asumir con más fuerza y libremente su vida y su destino. (La celebración de los 15 años, sobre todo en la mujer, tiene en A.L. una especial significación de nacimiento o entrada a otro modo de vida).

La preparación de la Confirmación es intensa y generalmente bien cuidada, intenta que el/la adolescente tengan una nueva experiencia en cuatro puntos: en relación a su misma persona, en relación a la problemática juvenil de la que son partícipes, una visión integral de los problemas sociales de la nación, y la presentación de los sacramentos, de la Iglesia y de la persona de Jesús, como el Amigo a quien merece la pena seguir.

Este proceso es llevado por monitores y guías, la mayoría de los cuales son también jóvenes, que por lo tanto están más cercanos a ellos, y que han asumido esa forma de ministerio desde un compromiso con la pastoral juvenil. Jóvenes que ellos mismos tuvieron hacen algunos años ese mismo proceso.

El objetivo de la preparación a la Confirmación es doble:

Intentar que se reciba un sacramento con las garantías de una buena preparación y por lo tanto con el deseo -no social-sino religioso de fortalecer su fe, y que quede en el adolescente como una experiencia de vida que sin duda le motivará en lo sucesivo. Incluso con una adecuada preparación con sus padres.

Y también, y más importante, lograr que un número significativo de estos adolescentes, al comprender y experimentar una mejor forma de vida, y haber participado u observado la forma de vida y compromiso de las comunidades juveniles que existen ya, terminan también asumiendo el compromiso de vivir su fe en comunidad. Ya no entienden la fe si no es a través de la vivencia comunitaria, donde se expresa y se refuerza la fe de cada uno.

La preparación de la Confirmación es, pues, vivero privilegiado de los integrantes de la pastoral juvenil que, necesita una diversidad de servicios o ministerios que abarcan todo lo relacionado en el mundo juvenil: coordinación, asesoría, canto, dinámicas, orientación bíblica, preparación psicológica, celebración de la fe, orientación familiar, son algunas de las tareas que han de realizarse como parte de los ministerios laicales.

b) La pastoral educativa

En la educación sabemos que la persona tiene en sus manos una de las mejores llaves para salir tanto de su marginación y situación de pobreza, como a la vez de ser menos vulnerable a la agresiva presión de la sociedad de consumo, cuya principal meta ofrecida es la de un engañoso bienestar material individual.

La Iglesia tiene, por ello, una especial dedicación a la pastoral educativa, especialmente en lo que respecta no sólo en relación a la capacitación educativa y profesional, sino más directamente, a asegurar formación más integral, donde los valores personales, sociales y aún religiosos tengan un punto central en la persona.

Alrededor de este proyecto formativo, sobre todo en las clases populares, han surgido varias alternativas: colegios situados en zonas marginales; comunidades de maestros inmersos en estas tareas; grupos juveniles con un compromiso real y un cambio de actitudes; e Instituciones que garantizan constantes apoyos en la formación de valores, de la democracia, de la paz, de los derechos humanos, o que orientan en la problemática juvenil más de frontera: las drogas, la prostitución, la delincuencia juvenil, etc.

Destacamos en primer lugar la excelente obra de los Centros Educativos «Fe y Alegría» promovidos por los PP. Jesuitas, sobre todo a lo largo de la América Latina situada en la costa del Pacífico: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, y también en otros lugares de América Central.

Colegios que están situados en las zonas más marginales, que han sido construidos, paso a paso, ciertamente con ayudas solidarias, pero también con la colaboración de los padres de familia, dotados de una buena infraestructura, con proyección a la formación profesional. Pero sobre todo centros educativos donde la formación en valores, la atención a los casos especiales, la formación religiosa, la formación familiar y la preocupación por el sector donde está ubicado son realmente privilegiados.

Son colegios generalmente dirigidos por una comunidad religiosa, donde los maestros (seglares) han sido escogidos y participan de la mentalidad de la formación integral de los alumnos, y reciben permanentemente capacitación y actualización en su tarea. Y donde también los padres de familia a través de la asociación y de los comités de aula tienen una responsabilidad notoria. La aportación económica del Estado que paga el sueldo de los profesores posibilita que los colegios sean gratuitos, (al mismo nivel que los estatales), pero son mucho más reconocidos y apreciados por la educación que se imparte y por la infraestructura y servicios, que no sólo son cuidados sino mejorados permanentemente.

Alrededor de esta Institución, la comunidad educativa, la comunidad de padres de familia y los distintos grupos de alumnos realizan ministerios y servicios en orden a la mejora social o a la educación de la fe.

Otra excelente labor educativa la realiza el movimiento eclesial de «Equipos Docentes» que, aunque de origen europeo, se ha inculturizado de forma muy positiva en numerosos países de América Latina. Se integran en comunidades con responsables propios y están organizados a nivel regional, nacional y continental, participando también de la organización Internacional.

Los «Equipos Docentes» destacan no sólo por la revisión de su labor educativa, sino por su proyección hacia la situación sociopolítica de la nación. Tienen una clara perspectiva de hacer práctica su fe en la proyección de la organización sindical, barrial, educativa, y aun en la participación política nacional. Ofrecen a los educadores laicos una buena plataforma para el servicio desde la fe.

En sus reuniones se discuten aspectos educativos, situación socio política, estudio y práctica del seguimiento de Jesús, y proyectan también acciones hacia el resto del cuerpo magisterial en orden a mejorar conocimientos y actitudes.

Finalmente debemos resaltar también la labor de los profesores de educación religiosa en toda clase de colegios, incluso en los estatales, puesto que esta asignatura en muchos países se mantiene como obligatoria y en las mismas condiciones de evaluación que las demás. La receptividad de los alumnos a esta materia es aceptable y a veces alta, porque se tocan aspectos interesantes y vivenciales para los jóvenes.

Generalmente en el «dictado» de las «clases», sin prescindir de los aspectos doctrinales, se da, sin embargo, un claro matiz hacia el tratamiento de la problemática juvenil. El uso de la Biblia hace también que los alumnos vayan asumiendo las prácticas de las comunidades eclesiales. Los profesores en su gran mayoría son laicos que participan de la vida activa de las parroquias o de otras comunidades de base. De esta forma colegio y parroquia están también unidos en la misma perspectiva.

Los profesores de educación religiosa, dentro del mismo centro educativo, asumen también ministerios de: celebración de la Palabra, de coordinación de actividades formativas, de reunión con padres de familia, de asesoría, de acompañamiento en casos especiales. Sin duda una excelente presencia eclesial en la proyección educativa.

Es más, en zonas rurales, donde la presencia del sacerdote no es permanente (y aún muy distanciada, una o dos veces al año), la figura del profesor de educación religiosa adquiere una especial relevancia ya que participa con autoridad de los actos religiosos de la comunidad y a veces incluso los promueve y dirige.

Conclusión

La Iglesia L.A. presenta ya una realidad rica y compleja en cuanto a la creatividad en los ministerios laicales y la vivencia comunitaria de la fe. Esta realidad es bien reconocida. Quizá la misma falta de sacerdotes para atender tantas necesidades pastorales hayan sido una de las causas de revalorizar la acción del seglar y promover su participación en las más variadas formas.

Sin embargo, no tendría que ser así, puesto que el seglar, por su mismo bautismo, tiene responsabilidad y capacidad de ministerios en la Iglesia, y la vida práctica demuestra lo valioso e incluso indispensable que resulta su aportación.

Por otra parte es indudable que las comunidades y los movimientos han posibilitado tanto una mejor formación como una más decidida práctica del seglar. Es en ellas donde el laico se ha capacitado y se ha fortalecido para asumir con alegría y esperanza su tarea eclesial.

El camino sigue abierto, no está sino empezado. El laico sigue reclamando un puesto más central en la Iglesia y se muestra más idóneo para penetrar las diversas instancias sociales, ciertamente es su campo. Quizá la Iglesia dependa ahora más que antes de saber confiar en su vocación, su carisma y su ministerio.

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Daniel Camarero