Marginados y excluidos (Pastoral de)
DPE
 

SUMARIO: 1. Preámbulo. — 2. Referente Económico de la marginación. — 3. Referente Sociológico de la marginación.— 4. Referente Teológico de la Marginación. — 5. Referente Pastoral de la marginación. — 6. Qué recoloca la Pastoral de la marginación: 6.1. Dejo a Dios en buen lugar. 6.2 Un Dios sin miedo a "encontrarse. 6.3 Un Dios que repara heridas. 6.4. Un Dios que alumbra una Iglesia Faro, más que puerto 6.5. Un Dios todocariñoso y vulnerable. — 7 Citas.


Porque queremos dejarnos apoderar por esa fuerza que surge de la debilidad, auténtica torrentera de inédita posibilidad con que emerge la marginación social y porque «una idea es una fórmula abstracta que se comprende, pero que se olvida; una imagen hace soñar, meditar: no comunica una abstracción rápidamente absorbida, sino una corriente de sentido, una fuerza que se apodera de la persona en el nivel de la vida» (JEAN ONIMUS, Jesús en directo, Sal Terrae, Santander, 1.999, p. 30). Por todo esto, y por la vida sentida, arañada y dolorida que hemos acompañado, vivido y querido tienen sentido estas pequeñeces escritas a vuelapluma.

1. Preámbulo

La pretensión de este artículo es sencilla pero primordial: ofrecer una pequeña reflexión sobre la vida que nace de la fe, que, a su vez, se gestó en el encuentro con aquellos y aquellas que hoy sufren la injusticia, para a partir de ahí trazar algunos itinerarios posibles.

Así pues, una Pastoral de la Marginación lo primero que tendrá que abordar es el contexto desde el que pretendemos reflexionar y, posteriormente, proponer una determinada intervención coherente con el marco estructural apuntado. Una vez más, como mostró la teología de la liberación, el "lugar social" es determinante. No ocultaremos la fuente de la que se nutre nuestra pequeña aportación: la fecunda convivencia con jóvenes excluidos expresos, drogodependientes y enfermos de SIDA. Desde ese ámbito de realidad de exclusión, en pleno centro de un país que ocupa los primeros puestos de desarrollo económico del planeta, surge este borbotón de espontáneos sentimientos.

Para abordar el tema que nos ocupa, la premisa fundamental no puede ser sino el sabio consejo escuchado a nuestros mayores: debemos acercarnos al mundo de la marginación con mucho respeto, casi descalzos, como quien pisa tierra sagrada, dispuestos a dejarnos «afectar» por la realidad que pretendemos conocer y prestos a utilizar ese conocimiento de la única forma en que éste queda legitimado -si no sería un vano onanismo intelectual o morbo sensiblero-: comprometidos para transformar. Huimos, ya desde ahora, de tanto «flirteo» con el mundo de los pobres y denunciamos todo intento de auparnos sobre su dolor silente

En este humilde intento de exploración pastoral una cosa debe tener por cierto cualquier avisado peregrino: la ausencia de recetas previas no presupone que el camino pueda ser transitable con cualesquiera disposiciones o herramientas. Además de una actitud libre de pre-concepciones y pre-juicios, dispuesta a dejarse transformar por la realidad que se visita -nuestro contexto europeo es bien distante del que padece el Tercer Mundo-, se requiere la disposición a quedarse, a instalarse en alguna de las parcelas de nuestro Cuarto Mundo, de modo que se eluda cualquier tentación de "turismo pastoral". En todo caso, las obras, los signos liberadores, la praxis de dar buenas nuevas a los que las reciben malas, constituyen un auténtico a priori, una feliz primacía de la acción como presupuesto epistemológico. Utilizando la formulación de aquellos a los que tenemos por sabios en estos caminos teóricos; la reflexión teológico-pastoral sería, en palabras de Gustavo Gutiérrez (GUSTAVO GUTIÉRREZ, Teología de la liberación: perspectivas, Salamanca, 1972, p. 35), el «acto segundo» de lo fundamental que es siempre el quehacer pastoral de la marginación. Lo primero y originario (RICARDO ANTONCICH, Doctrina Social de la Iglesia, artículo en Misterium Liberationis, Trotta, Madrid, 1990, Tomo I, p. 151), ha de ser «la vida y el compromiso liberador». También en nuestra realidad las palabras explicitan lo que los hechos acreditan. La praxis es una auténtica dimensión teologal de un Dios que se explicita como defensor del pobre, del extranjero y de la viuda.

Por tanto, para visualizar de alguna manera la razón de este artículo tendríamos que hablar de dos actos bien definidos, el primero causa del segundo, y a su vez, el segundo luz que se vuelve sobre esa misma praxis que venimos realizando.

Como muestra el esquema, en ningún momento se puede perder la conexión entre ambas realidades. La línea que comunica ambos es la propia pastoral, esto es, el compromiso personal y comunitario para facilitar y provocar procesos de liberación de aquellos que se van inmersos en los procesos de dualización y exclusión social de nuestras sociedades pretendidamente avanzadas.

Estos actos proceden de ese itinerario de búsqueda infatigable que la fe nos ha hecho emprender. La fe es siempre un acto arriesgado de audacia, de apertura a Alguien que está más allá y Algo por venir; también de confiada rebeldía. Supone dejar que emerjan a raudales preguntas incómodas, muchas brotadas de las contradicciones y sinsentidos que la propia realidad histórica con sus injusticias y desesperanzas facilita. Pero es también disposición a ir confirmando, por otra parte, ese anuncio del Evangelio de Juan: «os iluminará para que podáis entender la verdad completa» (Jn. 16,13). Una verdad que, a la postre, debe hacer libres. La liberación se presenta así como un criterio de discernimiento de la verdad para que ésta no quede secuestrada en el baúl de una ontología ahistórica y desencarnada o reducida a mera ideología legitimadora.

Por tanto, asumir la praxis del Nazareno supone que estos dos actos están traspasados en la Pastoral de la Marginación, como causa y origen, por esa luz indeclinable, presencia - ausencia (Lc. 9,29), que proceden de la Vida, Muerte y Resurrección del mismo Jesús.

Los signos del Reino deben de ser proseguidos por la comunidad que participa en la fe del Resucitado-Crucificado. Por eso no son tanto elementos mágicos como expresivos del cariño inclusivo de Dios. Los más, muy resumidamente, apuestan por un encuentro fuertemente personalizador y un consiguientemente cambio de vida que incorpora a la comunidad a alguien excluido. Lo primero que hace Pedro en la Puerta Hermosa de Jerusalén es un milagro: lo que tengo te lo doy. Hemos tenido la suerte de comprobar la fuerza milagrosa del cariño: muchachos durmiendo en coches, con semanas de vida como más optimista pronóstico, han vivido entre nosotros años. El milagro en la lucha contra el SIDA no estuvo en los anti-retrovirales sino en el cariño compartido y en una vida que empezó a resultar ilusionante.

Naturalmente no podemos obviar la dimensión comunitaria de lo pastoral. El sujeto es la comunidad que se despliega a través de personas concretas. No ignoraremos el avance que supuso para la comunidad creyente la teología surgida a raíz del acontecimiento conciliar. De una Iglesia que quería ser el «totum» del mundo se pasó -iafortunadamente!-a una Iglesia de los pobres, de un grupo humano único administrador de la verdad a buscadora apasionada con todos los hombres y mujeres de buena voluntad de los retazos de Espíritu en el mundo y los signos de los tiempos (G. GIRARDI, De la Iglesia en el mundo a la Iglesia de los pobres. «El Vaticano II y la Teología de la Liberación», en Casiano Floristán-J. J. Tamayo (eds.), El Vaticano II, veinte años después, Madrid, 1985). Ciertamente nuestra Iglesia europea ya no es "de los ricos", pero dista aún bastante para ser "de los pobres". Algunas pautas concretas para hacerse habitable por los excluidos no habrán de faltar en cualquier planteamiento pastoral.

1. Referente Económico de la marginación

Si algún ámbito de realidad debe ser considerado de modo privilegiado para tratar con rigor de la marginación éste es el económico. No sólo porque de su mano viene el concepto de pobre sino porque articula buena parte de lo que ocurre en el entramado social. Ello responde a cuestiones tales como el origen del beneficio económico y por qué sólo algunos ciudadanos tienen acceso a ello, la desregulación laboral que afecta a nuestros sectores juveniles, el precario sistema de «,protección social?» más empeñado en controlar e inmiscuirse en la vida privada de los ciudadanos que en diseñar políticas y generar recursos suficientes, acabando por el desmontaje de ese incipiente bienestar logrado en aras de un Estado mínimo al servicio del neoliberalismo y la poderosa razón del mercado...

Hoy la racionalidad es sobre todo económica. Pero hemos desnudado a la economía -"la ciencia de administrar recursos escasos en función de prioridades dadas"- de su componente político; aún más, la hemos dejado huérfana de la ética, y así deambula a impulso de los flujos de capitales financieros desregulados. Así alzamos todas fronteras a los capitales especulativos, pero simultáneamente levantamos barreras arancelarias para los productos del tercer mundo -eso sí, mientras, hablamos del libre mercado- y pretendemos atrincherarnos en el búnker del bienestar occidental mientras impedimos la entrada de personas que sólo reclaman el derecho a la supervivencia -pero, al tiempo, pretendemos seguir siendo liberales respetuosos con los derechos humanos. La ética, la política, la economía incluso, han acabado minimizados en mera contabilidad financiera.

En nuestro Cuarto Mundo, la pobreza viene cargada de secuelas profundas que impregnan a la persona y que perduran más allá incluso de eventual posible resolución de los problemas puntuales que padecen. Los datos y las consecuencias para la vida de tantas personas y colectivos desmienten esas proclamas institucionales acerca de lo «bien» que va España.

Es evidente la contradicción entre esa especulación gubernamental y la realidad: «las bolsas de pobreza están aumentando, aunque cada vez acceden más personas a los dispositivos de atención y servicios sociales que se les ofrece". Otro indicador importante de la realidad que vive parte de la población de la exclusión es que «se puede estimar comprendido entre 20.000 y 30.000 personas a lo largo de un año la gente que está literalmente en la calle» (Fundación Foessa, Síntesis, «La acción social con personas sin hogar en España», Caritas Española, Madrid, 2000, p. 11-12).

Estos datos, junto con la percepción de la realidad que se tiene desde las plataformas sociales y colectivos lejanos a los entramados del poder político y económico, colaboran a constatar, como verdad indiscutible, que la pretendida "mano invisible" del "laissez faire" liberal lejos de conducirnos a un mundo utópico y cuasi escatológico -el "fin de la historia" que decía el ultracapitalista de la Escuela de Chicago F. Fukuyamase muda en "mano depredadora" de los menguados bolsillos de los pobres postrando a éstos aún más en la miseria desesperanzada, mientras eleva a otros pocos a inéditas cotas de bienestar: la vida se torna de seda para éstos y de cartón para aquéllos.

Nos encontramos, pues, ante una sociedad que, en el rápido proceso que han ido viviendo en estos últimos veinticinco años, los sistemas sociales y económicos, si bien nombrados de diferentes maneras y pertenecientes a ideologías diametralmente encontradas, no se han diferenciado en exceso de su aporte solucionador efectivo a la vida de las personas que conforman el mundo de la exclusión social. Vivimos, venimos viviendo hace muchos años, una sociedad que sigue «vomitando» marginación por todos lados.

Ni el esperanzado y vitoreado socialismo democrático fue capaz de incidir en el desmantelamiento de esos sistemas de poder e influencia económico y financiero, ni, desde luego, el neoliberalismo atroz con el que se ha ido desarmando la incipiente sociedad del bienestar lograda.

Hay que reconocer, en honor a la verdad, los esfuerzos positivos que se hicieron en los comienzos de la llamada década socialista, en cuanto a la universalización de los recursos y prestaciones (universalización de la enseñanza obligatoria y gratuita, servicios sanitarios para todos) y el acceso a sistemas de protección para todos los ciudadanos (red de servicios sociales y prestaciones básicas para la población más vulnerable). Ello supuso la disminución en una cifra muy importante (1.000.000) de la capa de población que vivía en la llamada pobreza severa. Sin embargo, también es igualmente cierto que estas políticas, aún orientando los esfuerzos de los servicios públicos hacia las capas más depauperadas de la sociedad, no erradicaron los famosos 8.000.000 de pobres, si bien colocaron bajo el techado de la precariedad a quienes vivían en la más absoluta exclusión. Por ello, bien podríamos decir, de manera visual, que las políticas de ese momento en lo referido a la marginación no fueron de lucha contra la exclusión y opción por los pobres y su integración cuanto de «adosamiento», pensando que el hecho único de sentirnos cerca y con menos mala conciencia, merced a la mayor protección de que disfrutaban, colaboraría, sin más, a la erradicación de los ocho millones de marginados. Por tanto, aunque orientaron, no se situaron junto a la vida de los pobres.

Después vinieron aquellos que creen que la única manera de alisar asimetrías es dando preponderancia al mercado y a la razón economicista. Vuelven a ponerse en marcha una serie de políticas «penalizadoras» respecto a la vida de los más necesitados. Comienzan a extender cortinas de humo acerca de la honradez de las clases más necesitadas, haciendo emerger la sospecha, siempre pronta, hacia aquellos sectores de la sociedad donde no rigen ciertamente las leyes del mercado ni las relaciones personales y sociales «rentables», en el sentido más puramente comercial y empresarial. La pobreza es culpabilizada. A la precariedad de vida sumarán, a partir de ahora, la deshonra y la tacha moral. Además de pobres, culpables. El fenómeno de la culpabilización de la pobreza y de los abordajes meramente individualistas y caritativos de la exclusión. La "cultura compasiva" que proclama el modelo neoliberal de Bush en EEUU.

Esta forma de organizar la sociedad no cuestiona los pilares sobre los que se asienta la misma. Al contrario, bendice y aplaude el enriquecimiento de unos con políticas claramente tendentes a hacer del capital y sus gestores los artesanos del teórico bienestar de todo el conjunto social. Estas políticas de enriquecimiento unilateral vienen de la mano de políticas sociales donde el ciudadano pasa a ser objeto de medidas graciables por parte de la administración o quien gestione lo público, más que sujeto de derechos en una sociedad que se proclama democrática. Se lustran los pilares, iniciados con anterioridad a estas políticas neoliberales, del desmantelamiento de lo público a favor de la gestión privada de servicios tan fundamentales como la sanidad, el empleo, los servicios sociales y hasta la propia seguridad de los ciudadanos. Incluso se deja esta potestad concedida para limitar derechos fundamentales como la libertad de las personas en manos de entidades privadas para-policiales. Empieza el tiempo de la desregulación y las privatizaciones. También de las cárceles privadas.

No satisfechos con estas formas de organización social se ha ido labrando, de una manera silenciosa: una especie de política de topos, especie de «socialismo privado». Mientras estábamos enrolados en «escaramuzas importantes, la gran batalla se estaba dando en otra parte» (Luis DE SEBASTIÁN, «Capitalismo y Democracia en el S.XXI», Cristianismo y Justicia, Barcelona, 2000). En este nuevo sistema de organización, actualmente en los albores aquí en España, pero muy desarrollado en otros países de nuestro entorno Europeo así como en la madre América, la existencia de una planificación central no incluye un beneficio público, sino todo lo contrario, una propiedad y unos beneficios concentrados en unas pocas manos privadas, dando un poder sobresaliente a los gestores. Las grandes fusiones y megamonopolios, crean un oligopolio del poder que establece una guerra sin cuartel con la propia administración pública haciendo de ésta un simple instrumento de «legalización» de su propio poder. Lo público está al servicio de los gestores de esas grandes fusiones que empañan toda la vida social. Esta situación pone en grave riesgo una democracia ya resentida en su vida cotidiana, pues se pierde solidaridad ciudadana, enalteciendo el bien particular de quien detenta ese poder, imposibilitando ligar la gestión de esas grandes máquinas de hacer riqueza con el control democrático (o.c. pp. 6-9).

Podemos afirmar que la situación actual está más cerca del social-capitalismo del que hemos hablado en último lugar que de una sociedad que tenga como pilares de su funcionamiento y organización la Justicia Social. Se nos hace presente nuevamente el valor criticable de la ambición y en este caso con mayor alevosía al ser una ambición privada que utiliza lo público. «Lo que hunde criminalmente sus colmillos sobre la humanidad es la ambición de mayores ganancias por parte de los grandes monopolios de la especulación financiera. Eso se llama ultraliberalismo, imperialismo exacerbado, explotación mundial generalizada» (GABRIEL ANGEL, «La Globalización y el Neoliberalismo son dos cosas distintas. La superación del capitalismo únicamente tiene un nombre, el socialismo»).

Será por tanto uno de los cometidos fundamentales de cualquier pastoral de la marginación no claudicar ante ese horizonte «único» que nos proponen los actuales profetas del pragmatismo miope: la aceptación sumisa del más voraz neo-Capitalismo. Podemos hablar de «la tercera vía» como icono de esta miopía (JOSE-VIDAL BENEYTO, «Tercera Vía», Le Monde Diplomatique, N° 45/46, 1999).

2. Referente Sociológico de la marginación

Esta situación genera una dinámica social donde la inadaptación social de muchos de los ciudadanos se configura como elemento indispensable de supervivencia En el fondo se trata de una hiper-adaptación de los débiles a un contexto que los hace extremadamente vulnerables. Surgen las confrontaciones, no sólo ideológicas sino vitales y comportamentales, entre los diferentes grupos de ciudadanos. Hay una importante distancia social, prejuicio y posterior criminalización respecto de algunos comportamientos desviados y las expectativas sociales de los "buenos", entablándose una auténtica relación dialéctica entre el sector social normalizado y el inadaptado, siempre distante y muchas veces etiquetado como agresivo, rebelde al sistema social vigente.

Esta confrontación hace difícil en muchas circunstancias poder establecer diferencias entre comportamientos ciertamente reprobables y formas y estilos de vida, sencillamente diferentes, derivados de una situación vital de pobreza y desesperación. Por eso será importante delimitar lo más posible si los comportamientos, siempre punta del iceberg de una realidad mucho más amplia vivida por las personas marginadas, es la respuesta lógica y coherente a una situación social de agresividad del entorno hacia la persona o el grupo. Así, por ejemplo, tenemos que el uso de droga en prisión responde más a una manera de adaptación al medio violento de la cárcel (J. Ríos MARTÍN - R CABRERA CABRERA, «Mil voces presas», Universidad Pontifica de Comillas, Madrid, 1998. Donde afirma: «Dentro de prisión la drogodependencia no sólo es un fenómeno habitual y un elemento esencial del "sistema social alternativo" que constituye la prisión, sino que cumple una función social específica al ser uno de los más importantes mecanismos de adaptación del preso al entorno penitenciario», pp. 85-94); y como la reacción de ese niño que apedrea un escaparate de juguetes porque su familia teniendo tele, no ha podido conseguir juguetes el día de reyes.

Todo esto nos hace vislumbrar un aspecto importante que no podemos obviar de ninguna manera. Nuestra pastoral en ámbitos de marginación social tiene que partir de ese «acercamiento» o estrechamiento de distancias con el mundo inadaptado con el objeto de obviar la ley que señala que « el nivel de tolerancia del sistema social suele ser mayor con las desviaciones conforme el inadaptado está más próximo al grupo normativo y menor conforme está más alejado» (JESÚS VALVERDE MOLINA, «El proceso de inadaptación social», Popular, Madrid, 1998).

Esta exigencia nos obliga a situamos necesariamente en el horizonte del «encuentro mutuamente personalizador». Realidad esta que evidencia una necesidad primaria en cualquier acercamiento al mundo marginal o de la exclusión social y que constituye no sólo una metodología de aproximación sino que es la categoría básica posibilitante de cualquier abordaje. Por supuesto, y de manera singular, también el Pastoral.

El mundo marginal presenta una seria vulnerabilidad que habrá que tener presente, tanto para partir de su propia realidad como para no aterrizar desde nuestros presupuestos sin atender las necesidades concretas de las personas. Las consecuencias negativas de tanto despojo como se comete con las personas pobres hacen que, en ocasiones, nos mostremos más accesibles a la realidad que visualizamos (JOSÉ SARAMAGO, «Si uno lo piensa se da cuenta del predominio avasallador que hoy tiene la imagen en perjuicio de la realidad, a la que tapa». Diario 16, 20-11-2000) que a todo ese otro entramado de afectos, esperanzas, alegrías, ilusiones, proyectos que quedan ocultos por unas formas que no acabamos de entender y encajar. Ese «discurso oculto» (JosÉ L. SEGOVIA, «Momento, retos éticos y desafíos a las ONG's», C. ONGS D., Madrid, 1998) nos orienta a descubrir más que las necesidades y carencias de las personas sus posibilidades. Son ésas últimas las que enriquecen la relación, posibilitan el encuentro, y generan transformación y utopía. Si las personas son siempre mucho más que sus comportamientos, sus posibilidades definen mucho mejor la identidad presente y futura que el mero listado de necesidades.

4. Referente Teológico de la Marginación

Lo primero que tenemos que rescatar en estas breves referencias es la compasión; «en una sociedad regida por la ley de la competición no hay espacio para la sensibilidad» (CARLOS BARTOLOMÉ Ruiz, «El poder de los desposeídos», Nueva Utopía). Así será nuestro proceso: rescatar, junto a tantas personas encontradas tiradas en el camino, la formulación de un Dios al que es posible acceder no por su omnipotencia cuanto por el medio a través del cual le podemos conocer (JosÉ Ma CASTILLO, «Espiritualidad desde el pobre», Madrid, S. Pío X, 1992 (Apuntes de cursillo en verano), donde dice: «Dios es el Padre de todos, pero se da a conocer como el Dios de los pobres»).

Ya desde antiguo, en la tradición cristiana, se establece esa relación unívoca entre Dios y los pobres - el mundo de la marginación -: «todo lo que pongas en manos de los pobres, lo depositas en un granero seguro que es la mano de Dios...» (J. I. GONZÁLEZ FAUS, «Vicarios de Cristo», Trotta, Madrid, 1991), nos recordaba San Juan Crisóstomo, allá por los años 344-407 de la era cristiana.

El desvelamiento que supone el Dios de Jesús hace emerger la centralidad del ser humano. Así la persona humana aparece como central en el mensaje de Dios, en la vida de Jesús. González Faus pudo afirmar que bien entendido el cristianismo no es una religión, porque las religiones se centran en dioses a los que hay que sacrificar la vida y comprar con holocaustos; en la nuestra es el propio Dios quien pone en el centro al ser humano y de manera singular constituye al pobre no sólo en sacramento de su presencia sino en juicio definitivo de salvación y antejuicio de dignidad ética de la vida presente.

Esta centralidad del ser humano manifiesta igualmente que la historia humana recobra todo su sentido como historia de Dios, como historia de salvación. Por tanto no podemos escurrir nuestra responsabilidad respecto a lo que acontece al ser humano amparados en teorías o prácticas cuya centralidad no sean los hombres y mujeres en el hoy que nos ha tocado vivir. «Acampó entre nosotros» (Jn. 1,14) cobra hoy toda su expresión en ese peregrinar junto a aquellos que son víctimas del poder, que están en los rincones inmundos de la historia, donde la luz es, en ocasiones, difícil de advertir.

Pero es erróneo quedarnos en una simple y fecunda descripción de la realidad tal cual acontece, por muy sólida que ésta fuera. La realidad de la pobreza y marginación nos lleva a querer iluminarla «de otra» manera.

En un momento donde parecen abundar tantos Nicodemos, con tantas preguntas a la realidad e iguales miedos para pretender buscar respuestas, no podemos renunciar a dejarnos desbaratar por las contestaciones que anuncia el mismo Jesús al magistrado judío (Jn. 3, 9-21): «Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?».

Por tanto, la tarea precisa será acercarnos a esa experiencia que tuvo el mismo Jesús: el contraste entre la configuración histórica y la fe en Dios, como conflicto fundante de su propia vida. Y en ese conflicto entender la respuesta al posicionamiento vital que nace, no sólo del análisis de la realidad, cuanto de la implicación que este reconocimiento clama: no está lejana la propia situación de vulnerabilidad del mismo Jesús y los contextos en los que se mueve, con la realidad cotidiana de tantos hombres y mujeres que pululan por nuestras calles y ciudades.

Hay razones que atestiguan no sólo la opción vital de Jesús (Flp. 2, 7), cuanto su vida misma. La familia parecía no tener muchos bienes. Así en la ofrenda que hacen sus padres al templo para la purificación utilizan dos tórtolas (Lc. 2,24). Tiene problemas incluso para poder reclinar la cabeza (Mt. 8,20); pasando dificultad para hacer frente a cualquier imprevisto teniendo que aceptar ayudas económicas de amigos y amigas (Lc. 8, 1-3) (JOACHIM JEREMÍAS, «Jerusalén en tiempos de Jesús», Cristiandad, Madrid, 1980(2), pp.105-160).

Por tanto, como apunta Fernández Martos, la pastoral de la marginación -la vida junto a los pobres y excluidos- no debe ser una pastoral de impulso o a la moda imperante, al estilo de la solidaridad tan burdamente mancillada en la actualidad y que podríamos llamar de «diseño». No, la vida en el mundo de la marginación y lo que ella genera, es la prueba de tornasol que nos hace reorientar nuestra vida en la dirección del seguimiento de Jesús.

Así lo señalan esos compañeros que llevan años intentando formular una teología desde la realidad de nuestro cuarto mundo, «contemplar la vida desde ellos. Asomado, de su mano, al misterio de la ruptura de lo humano, descubriendo ante sí toda la fuerza de lo vital» (AGUSTÍN RODRÍGUEZ, «Meditación sobre el Hijo pródigo», Seminario 4° mundo, Madrid, 1997, multicopiado), que no es diferente a situarse, frente a frente, ante esos que hoy son víctimas de la realidad compleja de nuestras sociedades de consumo, y no porque los pobres sean buenos o malos, sino por el hecho de ser pobres, en decir de Leonardo Boff.

No podremos empeñarnos en un anuncio de la Buena Noticia de Jesús - esto es llevar noticias buenas de parte de Dios a quienes habitualmente las reciben malas - si no abordamos al ser humano en su integridad; promocionando todo lo que es y significa el ser hombre y mujer pobre, excluido (NIcoLÁs CASTELLANOS, «Evangelización y derechos humanos», Alandar, N° 110, septiembre de 1994, p. 18).

Cuando hablamos de Dios en los espacios de exclusión, o a quien sufre ésta como situación fundamental de su vida por su pobreza o la de sus padres, e incluso por sus propios errores, tenemos que tener presente que ser seguidores de Jesús, vocear su Buena Nueva, «significa no la vuelta a esta vida, a este tipo de vida, de sistema generador de desigualdades, injusticias y muerte, sino que es la consecuencia de haberse opuesto a todo este tinglado para crear una nueva vida humana, justa, igualitaria, fraterna» (ENRIQUE DE CASTRO, «Soborno o resurrección», Rv. Canijin, Madrid, 2000). Seguramente el tinglado al que hace referencia la cita anterior, no es otro que aquel que justifica, sin cobardías y ostentosamente, la realidad de la exclusión social tal cual existe.

Puede ocurrir que busquemos denodadamente tranquilizar la conciencia. Sin embargo nos encontramos con el revulsivo que provoca la escena del joven rico (Mt. 19. 16-22), donde la tranquilidad del muchacho choca frontalmente con la propuesta de Jesús, siempre provocativo y poco «tranquilizador de conciencias»: anda, vende lo que tienes.

Nos situamos ante un Dios más preocupado en no dejar que el ser humano se encasille en las tradiciones que limitan encuentros y obstaculizan caricias. Por eso es capaz de romper con los miedos y posicionamientos. El Dios de Jesús, mientras haya humanidad que desvelar y rescatar, no escatimará esfuerzos. Lo muestra en la curación de una hemorroísa y la vuelta a la vida de la hija de Jairo (Mc. 5, 21-43).

Sin embargo podemos estar presos del miedo, adheridos a las seguridades. Nos conformamos con un pedazo de pan, con consumir, tener puertas y rejas de seguridad, y una policía que nos defienda o nos haga cumplir leyes que nos apartan de los otros, de los diferentes, de los pobres, de la exclusión.

Sucumbimos con facilidad a la tentación de la no-creatividad. Fatalismo distante de la propuesta revolucionaria - salvadora de Jesús. Comisión Pontifica Justicia y Paz, «Son posibles las revoluciones sin uso de la fuerza. Todo nuestro esfuerzo debe dirigirse a lograr el cambio pacíficamente. Sin embargo, cuando el derecho en uso está enraizado en el statu quo y quienes lo sustentan no permiten cambio alguno, la conciencia humana puede llevar a los hombres a una revolución violenta como último recurso, en plena responsabilidad claramente aceptada, sin odio ni resentimiento. Una grave culpa pesa entonces sobre quienes se opusieron al cambio», citado en Juan Hernández Pico, «Revolución, violencia y paz», Misterium Liberationis Il, Trotta, Madrid, 1.990 (p. 621). Esa capacidad de traspasar lo que la ley o las tradiciones nos marcan -las espigas arrancadas en sábado por los discípulos- será igualmente una buena medida de comprobar nuestra cercanía y conexión con el mundo de la exclusión (Mt. 12, 1-8). No por el hecho mismo de romper la norma, cuanto porque ésta, en muchas ocasiones, es la medida creadora de tanta marginación y pobreza.

Por eso es importante, como marco teológico que nace del mundo de la exclusión social, entender que Jesús «opone la fe al miedo, no al ateísmo. No hace de la fe un concepto religioso sino una cualidad del ser humano» (ENRIQUE DE CASTRO, «Rescatar la fe», Rv. Canijin, Madrid, 2000) (Mc. 4, 35-41). El Dios de Jesús, por tanto, andará más preocupado de la atención al ser humano que de los conceptos, imágenes o nombres con que se le reconozca. Así lo expresa Pedro Casaldáliga (PEDRO CASALDÁLIGA, «Clamor elemental», Sígueme, Salamanca 1971):

Equívocos

Donde tú dices ley,
yo digo Dios.
Donde tú dices paz, justicia, amor,
¡yo digo Dios!
Donde tú dices Dios,
¡yo digo libertad, justicia, amor!

Nos encontramos, pues, ante rostros interpelantes, que diría Levinas. Semblantes humanos rotos que nos hablan de la pobreza humana como «desvelamiento de la negación salvífica de Dios» (R. AGUIRRE-F. J. VITORIA, «JUsticia», Mysterium Liberationis II, Trotta, Madrid, 1990, pp. 561-563). Mirar la realidad de injusticia evitable, muerte a destiempo, desesperanza..., lleva necesariamente a plantear el fundamento mismo del Credo de la fe: Soberanía de Dios y Misericordia Fiel como principios articuladores del horizonte del Reino de Dios. Esta realidad que nos niega rasgos del Dios de Jesús no puede por menos que llamarnos a dinamizar una pastoral de la marginación orientada a poner en juego solidaridad cristiana con las víctimas de las injusticias humanas.

Tenemos que volver a la calle, lugar permanente del Dios oculto y postrado. Esa actual Galilea como «lugar de la curación eficaz, del anuncio público, de la cooperación de algunos, de la incomprensión de muchos» (JosÉ SoLS LUCIA «Teología de la marginación», Cristianismo y Justicia, Barcelona, N° 46). En definitiva, retomar los lugares naturales para la Buena Nueva del Jesús histórico: las calles, las plazas, los montes, el mar, los caminos... y muy preferencialmente el ministerio entre quienes andaban y andan fuera de la ciudad, al borde del camino.

5. Referente Pastoral de la marginación

Una pastoral de la marginación que quiera ser afectiva, efectiva y transformadora, no puede, de ninguna manera, olvidar el componente profético. Lo practicaron los Profetas antiguos: «Clama a voz en grito, no te moderes; levanta tu voz como cuerno» (ls.58, 1), y nosotros hoy tenemos el imperativo de seguir sus pasos.

La denuncia y el anuncio vienen de la mano en una realidad tan expoliada y falta de esperanza como es hoy el mundo de la exclusión social.

Andamos pendientes de muchas contemplaciones. Enrolados en muchos eventos y casos personales y comunitarios que nos hacen «depender» con excesiva facilidad de instituciones, programas y ritos que desnaturalizan la capacidad crítica y de denuncia que hay en el ser humano.

Las dependencias, tan censuradas en otros espacios y para otras gentes, hacen que nuestra voluntad transformadora quede mermada en lo fundamental, llegando ha hacer de la narración de la vida de los pobres y la historia de Jesús un código de conducta.

Paso fundamental para la «afectación» de la que hablábamos al inicio de estas líneas, para «conmoverse», es dejarnos remover por la «indignación ética» (PEDRO CASALDÁLIGA Y JosÉ Mª VIGIL, «Espiritualidad de la Liberación» Sal Terrae, Santander, 1992, p. 53-54). Indignación que nos hará huir de cualquier coqueteo espiritualista o ideológico alejado de la realidad «vital» de los pobres y excluidos.

Esta «indignación ética», tiene dos elementos fundamentales que posibilitan que ocurra: la percepción de una exigencia ineludible y la toma de postura u opción fundamental. Por tanto vemos cómo la realidad que nos «afecta» provoca en nosotros una indignación que no nos deja «intactos» haciéndose ineludible la toma de postura (JAVIER BAEZA, «Buscando una partida de nacimiento que no encuentro», aportación a la Asamblea 2000, Madrid). Indignación que nos remite a ese «imperativo de la disidencia» (Citado en José Luis Segovia, «Momento, retos éticos y desafíos a las ONG's», El Escorial 27/2/1998) que llama Muguerza, que nos hace poner «patas arriba» EDUARDO GALEANO, «Patas arriba», Siglo XXI, Madrid (4), 1999) el sistema, llevándonos, en muchas ocasiones, a bordear los límites de la legalidad y lo establecido.

La disidencia conlleva una serie de pasos que hay que recorrer para poder ser copartícipes de la vida de los pobres y excluidos. Estos son (JOSÉ LuIs SEGOVIA, «Teoría crítica de la Justicia. Apuntes y concordancias con el ethos evangélico», Tesina presentada en I. S. Ciencias Morales, Madrid, 1999, pp.77-85): indignación intelectual, afectación emocional y voluntad de actuación ante el dolor. Pilares básicos para poder situarse junto a quien sufre y vive en el lado oscuro del «bienestar» social.

Nos situamos en una espiral que va haciendo confluir de manera total toda nuestra vida con sus luces y sombras, pero con la seguridad de no poder separar el anuncio de noticias buenas a quienes las reciben malas de la denuncia que hace emerger las causas primeras y finales de esa situación de pobreza y exclusión que viven tantas personas.

Esta confluencia vital nos hace utilizar el No-poder. Entendiendo este No-poder como «cambio de lugar social» desde el que establecer nuestra relación o vida con el mundo de la marginación, nos encontramos como en una continua retroalimentación: la realidad de la exclusión social cuestiona, de igual manera, nuestras zonas más recónditas por vulnerables al dolor del otro. Este cambio de lugar provoca que tengamos que establecer relaciones no desde lo que somos, cuanto desde quiénes somos. Sobresale así el descubrimiento de las capacidades «sanadoras» que tiene lo herido y pobre. Y no porque las capacidades sean milagrosas (de poder), sino porque revelan capaces de dinamizar una fuerza imparable de reconocimiento mutuo y solidaridad inabarcable, y en ocasiones difícilmente entendibles: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más» (Jn. 8, 1-11).

La relación personal, que supera las relaciones distorsionadas de mi herida a tu herida, de mi salud a tu salud, hace que seamos poseedores de una fuerza común inexpugnable: esa potencia de los impotentes que no nos ata a nada, que refleja en los posicionamientos y las relaciones una libertad desde la que es posible generar redes de solidaridad.

Estas solidaridades pequeñas, en ocasiones perdidas, son la antesala de una realidad mejorable. Por eso los sueños quizás sean ese otro espacio humano donde tenga cabida la esperanza. Y ésta, en medio de una realidad tan virtualmente desesperanzada, igualmente abierta de una manera bruta y desnuda a la ilusión por liberar espacios para el cariño. Para llevar luz a esos infiernos a los que parece que con facilidad nos acostumbramos a descender, pasar un ratito y volver al cielo de nuestras cegueras, producidas por esas luces de neón consumista que reclaman nuestra atención.

La vida, ese acontecer diario de pequeñas ilusiones, frustraciones y anhelos, no es otra cosa que la constante renovación de querencias. Querernos es el vehículo más real y eficaz que nos puede conducir a ese lugar -nada abstracto- que colma nuestra plenitud. Nos hace gozar, desear, Esperar.

Por eso la Esperanza no la podemos situar en instancias, instituciones o personas lejanas a nosotros. La Esperanza tiene un contenido "posible", cercano, que nos hace movilizar lo mejor de nosotros mismos para alcanzarla; para que esa posibilidad vaya tomando forma real en nuestra vida, deseo y entendimiento.

Esperar que la situación de pobreza y exclusión sea mejorada por las «buenas intenciones" de los poderosos sería más bien querer sentirnos mártires de una utopía imposible. Sólo la Esperanza que somos capaces de soñar con rostros concretos, situándola en lugares geográficos determinados... Sólo esa Esperanza será alcanzable porque movilizará nuestras capacidades solidarias, de sacrifico y justicia.

6. Qué recoloca la Pastoral de la marginación

Deja a Dios en buen Lugar: Desde las seguridades estériles proyectamos una imagen de Dios más como vociferador de normas, dogmas y doctrina, ocultándose un Dios cercano que nos acompaña en los avatares de nuestra historia, sea ésta cual fuere. Hemos de cambiar la perspectiva: de un Dios por "encima" de nosotros -del ser humano-, a la de un Dios "junto" a nosotros. Bajar nuestra mirada a la altura de los ojos de nuestros semejantes. Evitar esas tortícolis torticeras que alzan continuamente los ojos al cielo protector y evitan la mirada horizontal con todas las complejidades y circunstancias de la vida. Resituar a Dios en la historia de los hombres y mujeres de hoy, posibilita el vivir la historia de cada día como lugar teológico y teofánico (Jn. 1,10-14). Tomar conciencia de que la mirada al otro es la mirada a Dios. Que la mirada del otro, especialmente del vulnerable, es la mirada de Dios. Y desde aquí romper esas fronteras de lejanía y desconfianza que nos separa y desespera.

Un Dios sin miedo a "encontrarse": Cuando hemos descubierto el "abajamiento de Dios" (curioso resulta que es el mismo Dios de Jesús quien se encarnó y nosotros lo elevamos impersonalmentei?), no tenemos más remedio que dejarnos encontrar. Generalmente los miedos aparecen del desconocimiento. Desconocer es el elemento necesario para presentarnos ante lo misterioso. Precisamente nuestra historia viene profundamente marcada por el manejo del miedo al misterio. Cuando renunciamos a encontrarnos con el otro, inmediatamente surge la necesidad de mediadores. En la historia lo hemos vivido de una manera tremenda. Cuando nos encontramos con el otro, por muy desconocido que éste pueda ser, estaremos haciendo posible ese horizonte motivador de descubrirnos, de acompañarnos... Encontrar a Dios, conocer a Dios, desenmascarar todo aquello que embarra a Dios no es tarea demasiado complicada.

Un Dios que repara heridas: Si el Dios de Jesús espera en la persona humana, no es porque esta ya ha llegado, cuanto porque está en camino. Y es el camino, la calle, lo expoliado, donde ese Jesús se para y desciende a ver qué le ocurre al caído (Lc. 10, 30-34) posibilitando su cuidado y atención. Por eso podemos hablar de «descentrado» de sí mismo, para situarse junto al pobre que forma parte del mundo de la exclusión. Dios, que ha sabido conjugar el verbo «estar» (ADOLFO CHÉRCOLES, «Curso de Verano en la escuela San Pío X», Madrid, Julio, 1996) en su historia de pasión y vida junto a las víctimas. La experiencia religiosa es fundamentalmente sanadora de las heridas de los pequeños.

Un Dios que alumbra una Iglesia Faro, más que puerto (JACQUES GAILLOT, «Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada. Experiencias de un Obispo atípico», Sal Terrae, Santander, 1989): una Iglesia no como puerto de llegada, cuanto como faro en el camino. A ese descentramiento al que antes hacía referencia, creo que sería necesario también incorporarle unos cimientos básicos desde los que echar a andar. Cimientos básicos cuidando no gastar nuestras fuerzas y empeños en "acomodar" posibilidades para luego comenzar el camino (Mc.6,8-9). No crear necesidad de hacer tantas maletas como hay que cargar para ponerse en marcha. Una Iglesia a la intemperie es más fácilmente reconocible por aquellos cuya vida está traspasada por la "intemperie". Una Iglesia desprovista de mensajes cerrados, cuya propuesta sea la desnudez y validez de la historia de Jesús. Esa Palabra total, pero no última que Dios ha pronunciado en Jesús, es su mayor y mejor tesoro. Sin el cual, ciertamente, no se debe poner en marcha. Una Iglesia cuyas últimas consecuencias sean correr el mismo riesgo que el que corrió aquel que da sentido a su misma existencia, y que habitualmente corren tantas personas que forman el mundo de la marginación social (Jn. 19, 23). Será entonces una Iglesia implicada en la realidad social que, al estar al lado del pobre, luchará contra todas las injusticias y dolores. Así será una Iglesia donde y desde donde quepa y se produzca la denuncia de lo externamente perjudicable al pobre e internamente limitadora de libertades.

Un Dios todocariñoso y vulnerable: empeñado en hacer disfrutar al ser humano de la vida entregada (JAVIER JIMÉNEZ LIMÓN, «Sufrimiento, muerte, cruz y martirio», Misterium Liberationis II, Trotta, Madrid, 1990, pp. 482-483). Preocupado primordialmente de lo sustancial: «él mandó que le dieran de comer» (Lc. 8,55), del ágape que nos evoca lo afectivo; de lo efectivo que da vida: «endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó» (Mt. 4,24); de la transformación: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mt. 9,7).

Con un Dios así es difícil no seguir echando las redes de la utopía tantas veces cuantas los vendavales de la historia amainen y tengamos la oportunidad de seguir pudiendo encontrar a hermanos al borde del camino.

Padre nuestro que estás en la sangre.

Ayúdanos a salvarte del silencio, haznos chispa o relámpago, corona para la pobreza, pico de cuervo y rosa despilfarrada en los jardines.

Santificado sea el cuerpo, la ramazón oculta de las venas, las lágrimas hablando con la hiedra, el dedo poniendo límite al horizonte.

Padre nuestro que estás en las cosas.

Ayúdanos a despojarnos de todo, regocíjanos en el amor al insecto y la admiración silente por la sombra.

Santificado sea el nombre del prójimo, el dolor de sus párpados, el filo inacabable del labio, el arco maravilloso de la nuca sosteniendo todos sus pensamientos.

Permítenos compartir la espiga del hambre, el Porvenir del alba y la sonrisa.

        No nos niegues la tentación.

Empújanos al encuentro del dolor engendrado en el pánico de saberte solo, mas líbranos de nuestra voluntad y déjanos en el instante largo de la duda.

        Olvídanos en tu reino.

        No recompenses nuestras obras, así como nosotros te perdonamos la soledad 
        perpetua de tu llanto.

       Sálvanos de la vida perdurable y del pan nuestro de cada día, juzga nuestras
       deudas y haz que podamos pagarlas en el doble.

Padre nuestro que estás en la sangre,

       permítenos arder en la chispa y desaparecer en el fuego, ahora y en la hora
       de nuestra vida.

Amén (ALFONSO CHASE, Costa Rica, 1945).

BIBL. – ABARCA ESCOBAR, JUAN, Disculpad si os he molestado. Conversaciones con el Padre Llanos, anciano, Desclée De Brouwer, Bilbao, 1991; AA.W., Pensamiento crítico vs. Pensamiento único, Le Monde Diplomatique, Madrid, 1998; AA.W., Pobreza y exclusión social. Teología de la Marginación, PPC, Madrid, 1999; AA.W., Psicología de la liberación, Trotta, Madrid, 1988; AA.W., Una educación liberadora de pobrezas, Ed. Bruño, Madrid, 1996; CÁTEDRA DE EDUCACIÓN CRISTIANA San luan Bautista de la Salle; CASTILLO, Jose Ma, El Reino de Dios. Por la vida y dignidad de los seres humanos, Desclée De Brouwer, Bilbao, 1999; CASTRO, ENRIQUE DE, Dios es Ateo, Ed.Quilombo, Madrid, 1997; CASTRO, ENRIQUE DE, ¿Hay que colgarlos? Una experiencia sobre marginación y poder, Desclee de Brouwer, Bilbao, 1985; DREWERMANN, EUGEN, DIOS inmediato, Trotta, Madrid, 1997; ESTEFANÍA, JOAQUÍN, Aquí no puede ocurrir. EL nuevo espíritu del capitalismo, Taurus, Madrisd, 2000; GONZÁLEZ FAUS, losé Ignacio, Vicarios de Cristo, Trotta, Madrid, 1991; MARTÍNEZ REGUERA, ENRIQUE, Cachorros de nadie. Descripción psicológica de la infancia explotada, Popular, Madrid, 1988 —Colección al margen—; Misterium Liberationis (Tomos 1 y II), Trotta, Madrid, 1990; PIERRE, ABBÉ, Testamento, PPC, Madrid, 1994; RENES AYALA, VÍCTOR, Lucha contra la pobreza hoy, Ed. Hoac, Madrid, 1.993; ROMERO IZARRA, GONZALO, De dentro a fuera (y viceversa). Narraciones con dolor de fondo, Ed. De la Torre, Madrid, 2000; SOBRINO, JoN, El principio-misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados, Sal Terrae, Santander, 1992; TAMAYO ACOSTA, JUAN JosÉ, La marginación, lugar social de los cristianos, Trotta, Madrid, 1993.

Javier Baeza Atienza