Iniciación cristiana
DPE
 

SUMARIO: 1. Introducción: a) Realidad antigua y nueva; b) Puntualización terminológica. — 2. Naturaleza de la iniciación cristiana: a) La "iniciación" en las religiones, sobre todo, en las mistéricas; b) La iniciación cristiana; c) La iniciación cristiana en el Vaticano II; d) La iniciación después del Vaticano II; e) Dos modelos de iniciación; f) El itinerario paradigmático o típico de la iniciación cristiana de adultos: El precatecumenado El catecumenado. La elección. Los escrutinios. Celebración de los Sacramentos de la Iniciación. La mistagogia. — 3. Agentes de la iniciación cristiana. — 4. Destinatarios. — 5. Mediaciones pastorales: a) No-sacramentales; b) Celebraciones sacramentales. — 6. Luces y sombras


1. Introducción

a) Realidad antigua y nueva. La idea de "iniciación cristiana" es, a la vez, antigua y nueva. Antigua, porque existió en los comienzos de la historia de la Iglesia; nueva, porque durante muchos siglos -desde el VI hasta el concilio Vaticano II-estuvo ausente de la práctica eclesial latina y casi por completo de la reflexión teológica occidental y oriental. Su nueva re-entrada en escena tuvo lugar desde dos perspectivas diferentes: como "memoria histórica" y como "instancia pastoral", que responden a dos ideas precisas. La primera contemplaba el conjunto de ritos con los que se entraba en la sociedad de los adultos y se refería sobre todo a las religiones naturales y, por derivación, a los ritos y a los sacramentos que introducen en la vida cristiana. La segunda es, sobre todo, una consecuencia de la anterior: el bautismo no termina con la celebración de este sacramento, sino que se completa, perfecciona y extiende también a los sacramentos de la confirmación y de la eucaristía.

El modo de entender el concepto "iniciación cristiana" no ha sido unívoco. Un primer modo es el que refleja el RICA (Ritual de la Iniciación cristiana de adultos), según el cual "la iniciación cristiana no es sino la participación sacramental en la muerte y resurrección de Jesús" (n.8). Un segundo modo consiste en considerarla como "un proceso" que se desarrolla en el tiempo y se articula en torno a cuatro grandes ejes: el primado de la evangelización, la unidad orgánica y progresiva de los sacramentos de la iniciación cristiana, la referencia a la comunidad y a sus ministerios, y la figura del cristiano adulto. Un tercer modo es verla como un camino permanente, sin perspectiva de conclusión, en la que no se contempla acoger y vivir los misterios en sentido sacramental, y que comporta una formación que acompaña al cristiano durante toda su vida. Mientras los dos primeros modos son plenamente asumibles, el tercero llevaría "paradójicamente a la más clamorosa traición de la idea cristiana de iniciación, a saber, el de una libertad humana capaz de una elección definitiva del evangelio" (A. CAPRIOLI, lniziazione cristiana: linee, "La Scuola Cattolica" 114 (1986) 556-560).

b) Puntualización terminológica. Al tratar de la iniciación cristiana, conviene tener en cuenta algunas precisiones terminológicas. La primera se refiere a la misma expresión fundamental "iniciación cristiana". Es imporante advertir que no se le puede atribuir un sentido único, dados los diversos aspectos teológicos, litúrgicos, históricos y pastorales del tema, y que, por ello, se impone tener en cuenta cuál es el punto de vista desde el que se habla. Por otra parte, una cosa es la iniciación cristiana y otra son sus contenidos: el catecumenado con todos los pasos litúrgicos y las entregas del Credo, Padre Nuestro, etc., los sacramentos de la iniciación cristiana, la mistagogia y la pastoral.

Finalmente, aunque en la praxis y modos de hablar pastorales se identifiquen, a veces, catecumenado y catequesis catecumenal, son dos conceptos distintos, puesto que, en sentido estricto, catecúmeno es el que se prepara a recibir el bautismo y aún no lo ha recibido, no el que trata de hacer más consciente lo que dicho sacramento ya ha operado en él. De hecho, parece que llamar "catecúmeno" o "catecumenado" a los niños de la catequesis que se preparan para la Confirmación o la primera Comunión y a los novios que se preparan al Matrimonio, etc. crea una cierta confusión" y que sería más conveniente "emplear los términos "catecúmeno" y "catecumenado" en sentido propio" (CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, Riflessioni sul capitolo V del `Ordo Initiationis christianae adultorum'. Commento, "Notitiae" 7 (1973) 280).

2. Naturaleza de la iniciación cristiana

a) La "iniciación" en las religiones, sobre todo, en las mistéricas. El término "iniciación" -de "in-eo", introducirse, entrar dentro- no es bíblico sino de origen pagano y alude al fenómeno humano general de adaptarse al ambiente físico, social, cultural, religioso, etc. Desde el punto de vista histórico, tiene una referencia fundamental en la "religión de los misterios" de Eleusis, donde iniciarse era vivir una experiencia que permitía "entrar en los misterios", participar de su salvación. En sentido general, "iniciación" es el conjunto de ritos y enseñanzas orales que tienen por finalidad realizar una modificación radical en el estatuto social y religioso de la persona que es iniciada. En sentido estricto, ya es clásica la noción, un tanto descriptiva, de M. Eliade: "Por iniciación se entiende generalmente el conjunto de ritos y enseñanzas orales que tienen por finalidad la modificación radical de la concepción religiosa y social del sujeto iniciado.

Filosóficamente hablando, la iniciación equivale a una mutación ontológica del régimen existencial. Al final de las pruebas, goza el neófito de una vida totalmente diferente de la anterior a la iniciación: 'se ha convertido en otro'. Por tanto, la iniciación modifica el status del iniciado de modo radical. Equivale a un cambio ontológico del modelo de vida del iniciado. El neófito es introducido a la vez en la comunidad humana y en el mundo de los valores espirituales" (M. ELADE, Iniciaciones místicas, Madrid 1975, 10. No es muy diferente la concepción de Meslin: La iniciación es un fenómeno complejo y ambivalente y "consiste en llevar al individuo, mediante ciertas instrucciones especiales, al conocimiento de ciertos datos hasta entonces ocultos, e introducirlo en un grupo determinado, en una sociedad concreta, donde se le llama a vivir una existencia nueva. El contenido de esta instrucción se podría definir como un conjunto constituido por ritos altamente simbólicos y enseñanzas ético-prácticas más o menos desarrolladas, con miras a la adquisición de un cierto poder y una cierta sabiduría, basados en el conocimiento esotérico, y que irán a desembocar en la modificación de la posición social o religiosa del individuo", M. MESUN, Hermenéutica de los rituales de iniciación, en J. RiEs (ed), Los ritos de iniciación, Bilbao 1994, 63).

b) La iniciación cristiana. La Iglesia, al anunciar el evangelio en el medio helénico, asumió, purificándolas, algunas expresiones rituales procedentes de la gentilidad; pero era consciente de la diferencia radical entre las propuestas iniciáticas de las religiones mistéricas y las suyas. La iniciación que ella proponía tiene su origen en la iniciativa divina y supone la decisión libre de la persona que se convierte a Jesucristo, por la gracia del Espíritu, y pide ser introducida en la Iglesia.

Según esto, la iniciación cristiana es la inserción de una persona en el misterio de Cristo, muerto y resucitado, y en la Iglesia por medio de la fe y de los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. O, si se prefiere, un don de Dios que recibe el hombre por medio de la Iglesia, a quien corresponde actualizar en el tiempo la obra de la Redención y hacer partícipes a los hombres de la naturaleza divina por los sacramentos. La persona iniciada cristianamente es una nueva criatura, cuyos comportamientos y relaciones con Dios, con los demás, consigo mismo y con el mundo han de permitir identificarla como discípula de Jesucristo.

Los dos grandes actores de la iniciación son Dios y el hombre. Con todo, el verdadero protagonista es Dios, a quien corresponde tomar la iniciativa y realizar en cada hombre concreto su misterio salvador. Dios, no obstante, no actúa inmediatamente, sino por la mediación de la Iglesia, a la que ha entregado la misión de anunciar el Evangelio, bautizar y educar y alimentar la fe de quienes han aceptado a Jesucristo.

La iniciación cristiana no puede reducirse, por tanto, a un mero proceso de enseñanza y de formación doctrinal. Es la persona entera la que viene implicada y es ella la que debe asumir existencialmente que es hija de Dios en Jesucristo y, en consecuencia, que mientras realiza el aprendizaje de la vida cristiana y entra gozosamente en la comunión de la Iglesia, ha de abandonar sus criterios y comportamientos de la vida anterior. La iniciación, por eso, no acontece de golpe, sino que es un proceso, un itinerario, más o menos largo y laborioso, en el que el hombre viejo va muriendo poco a poco, mientras va naciendo el hombre nuevo. Independientemente del número y el modo de recorrer las etapas de ese itinerario, la iniciación cristiana siempre culmina con la recepción de los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, pues el Bautismo es el comienzo de la vida nueva, la Confirmación, su afianzamiento, y la Eucaristía el alimento que robustece al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para ser trasformado en él (cf. ClgC 1275).

La primera gran opción pastoral ha de ser, por tanto, la de incorporar a cualquier proyecto de iniciación cristiana dos ideas fundamentales: que se trata de un proceso vital, y que este proceso pretende madurar en la fe cristiana.

La iniciación cristiana ha conocido los mismos grandes momentos que la Iglesia: el de la primera evangelización, el de la época de cristiandad y el de la nueva evangelización.

- El primer momento (siglos I-VI) estuvo caracterizado por un proceso kerigmático-catequético-litúrgico en el que a los no creyentes se les anunciaba la persona y obra de Jesús, y tras una inicial aceptación, entraban en el catecumenado, durante el cual recibían una seria formación catequética, se iniciaban en la vida cristiana, tomaban parte en algunas acciones litúrgicas que la Iglesia realizaba para apoyar con la gracia y el poder de Dios la acción humana del catecúmeno, recibían los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía en la noche pascual y después de un tiempo de mistagogía, se insertaban plenamente en la vida de la comunidad cristiana. Antes de la paz, el catecumenado duraba tres años, como norma general, y su principal finalidad era la instrucción catequética del catecúmeno y su cambio paulatino de vida, de forma que poco a poco se despojase de los criterios y modos de actuar paganos y aceptase los modos de pensar y actuar cristianos.

Después de la paz, los tres años del catecumenado se redujeron al tiempo de Cuaresma; no obstante, permanecieron invariados su anterior finalidad y orientación, y se introdujeron algunos ritos catecumenales, como los de las "entregas" y "devoluciones" del Símbolo y del Padre Nuestro En ambos periodos la atención pastoral de la Iglesia estuvo centrada especialmente en los adultos. Los niños no formaban parte del grupo de los catecúmenos y sólo se incorporaban a él en el momento de celebrarse los tres sacramentos de la iniciación cristiana durante la noche de Pascua. Estos sacramentos se celebraban según este orden: primero, el Bautismo; inmediatamente después, la Confirmación; finalmente, la Eucaristía, durante la cual tanto los adultos como los niños recibían la comunión bajo las dos especies. Los ritos de los sacramentos eran iguales tanto en el caso de los niños como en el de los adultos.

- Esta situación experimentó un cambio muy profundo a finales del siglo V y principios del siglo VI como consecuencia de la cristianización masiva de la población que vivía en las ciudades y la fuerte expansión del cristianismo en los campos, con la consiguiente dispersión del presbiterio. El primer fenómeno supuso la desaparición casi total de catecúmenos adultos y el protagonismo progresivo -y pronto total- de los niños. Eso explica que desapareciese el catecumenado propiamente tal y que tan sólo existiese una especie de catecumenado "ritual", primero con tres y después con siete escrutinios. El segundo planteó en Occidente -donde la Confirmación se reservaba al obispo- el problema de mantener o variar la unidad de los tres sacramentos de la iniciación, optándose por esta solución: si el obispo estaba presente, los tres se celebraban en una misma ocasión y según el orden tradicional; si estaba ausente, el presbítero bautizaba y daba la primera eucaristía a los niños; la Confirmación se remitía al momento en el que el obispo realizase la visita pastoral a la comunidad. Al generalizarse el bautismo de los neonatos (s. X) y establecerse que la primera comunión se recibiese a la edad de la discreción (a. 1215, IV concilio de Letrán) los tres sacramentos quedaron desvinculados desde el punto de vista celebrativo, y se dio paso a esta situación: el presbítero bautizaba a los niños a los pocos días de su nacimiento y les daba la primera comunión al llegar a la edad de la discreción; el obispo, por su parte, confería la Confirmación, antes o después de la primera comunión, según el tiempo de su visita pastoral. Desde ahora la iniciación cristiana se reduce a los tres primeros sacramentos, que se celebran separadamente en distintos momentos. La situación de cristiandad, por tanto, provocó un cambio muy profundo en la pastoral de la iniciación cristiana e instauró un estado de cosas nuevo, en el que los adultos cedieron el protagonismo a los niños. El modo de celebrar la iniciación cristiana ha permanecido substancialmente invariada en Occidente hasta nuestros días.

- Precisamente, ha sido la nueva situación eclesial la que ha hecho que se reabriera, primero, y se replanteara después el modo de celebrar la iniciación cristiana. El paso de una sociedad de cristiandad a otra políticamente estructurada de forma no confesional llevó a preguntarse: ¿debe la Iglesia seguir manteniendo un estatuto de iniciación cristiana que responde a una situación ya inexistente o debe volver sus ojos a aquellos momentos en los que anunció el evangelio a un mundo pagano, y buscar inspiración en unas estructuras pastorales que se mostraron tan eficaces? ¿No sería posible y deseable restaurar -con las debidas adaptaciones- el antiguo catecumenado? Estas preguntas fueron ganando cada vez más espacio y espesor, a medida que avanzaba la desvinculación confesional de la sociedad y se afianzaba la presencia y madurez de la Iglesia en los países llamados "de misión".

c) La iniciación cristiana en el Vaticano ll. Estas preocupaciones entraron en el aula conciliar de manos del esquema sobre liturgia, que se entregó a los obispos en 1962 (ACTA SYNODALIA SACROSANCTI CONCILII OECUMENICI VATICANI SECUNDI, Schema constitutionis de Sacra Liturgia, volumen 1, pars la, Typis Polyglottis Vaticanis 1970, 262-303, sobre todo pp.284-285. En adelante se citará: Acta Synodalia..., vol. y parte correspondiente, TPV). En él se hablaba de la restauración de un catecumenado de adultos por etapas, dedicado a la catequesis y -a juicio del ordinario del lugar- jalonado y santificado por ritos sagrados (art. 48). Para los países de misión se pedía introducir en el ritual de la iniciación cristiana -hechas las debidas adaptaciones- algunos elementos de las tradiciones culturales de esos pueblos (art. 49).

Dentro de la lógica de estos nuevos planteamientos, se decía que el ritual del bautismo de adultos tuviese en cuenta el catecumenado (art. 50) y que el rito de la Confirmación manifestase más claramente su intrínseca conexión con la iniciación cristiana, ubicándola para ello en el marco de la celebración eucarística y haciéndola preceder de la renovación de las promesas bautismales (art. 55). No obstante, se advertía todavía una cierta ambig edad, puesto que la Eucaristía no era contemplada en la perspectiva de la iniciación cristiana (cfr. proemio y artículos 37-46); más aún, aparecía desgajada del Bautismo y de la Confirmación en un capítulo independiente.

Este estado de cosas no sufrió variaciones substanciales a lo largo del itinerario sinodal (ACTA SYNODALIA..., Constitutio Sacrosanctum concilium', vol. II, pars Via, TPV 1973, pp. 424-425, art. 64-71). No obstante, al hablar de la comunión bajo las dos especies, incluía entre los supuestos contemplados, el de la comunión que reciben los neófitos en la misa que sigue a su bautismo (art. 55).

El decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia supuso un avance muy importante respecto a la constitución Sacrosanctum concilium. El artículo 14 -que lleva por título "Catecumenado e iniciación cristiana"- dice expresamente que el catecumenado "no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino formación y noviciado convenientemente prolongado de toda la vida cristiana, con el que los discípulos se unen a Cristo, su Maestro", lo cual conlleva que "los catecúmenos sean iniciados convenientemente en el misterio de la salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados, que han de celebrarse en tiempos sucesivos y han de ser introducidos en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14).

Precisa, además, que la iniciación cristiana alcance su cumbre cuando los catecúmenos reciben los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía y que "restaure la liturgia del tiempo cuaresmal y pascual de forma que prepare las almas de los catecúmenos para la celebración del misterio pascual, en cuyas solemnidades se regenera para Cristo por medio del Bautismo" (Ibidem). Más aún, involucra en la iniciación durante el catecumenado a toda la comunidad cristiana -no sólo a los catequistas o sacerdotes"-, y "de modo especial a los padrinos, con el fin de que ya desde el principio sientan los catecúmenos que pertenecen al Pueblo de Dios" (Ibidem). No es difícil escuchar las resonancias del catecumenado de los primeros siglos, tal como lo conocemos por los escritos de Tertuliano, san Hipólito y Orígenes.

d) La iniciación después del Vaticano II. En los años precedentes al Vaticano II se había llevado a cabo un gran despliegue teológico, pastoral y litúrgico en torno a la iniciación cristiana. Este despliegue se incrementó después del concilio, sobre todo a raíz de la publicación del Ordo Initiationis christianae adultorum (=Ritual de la Iniciación Cristiana de adultos [RICA]) en enero de 1972. Muchos episcopados, por ejemplo, el alemán, francés, italiano, español y portugués, han realizado una profunda reflexión teológico-pastoral a nivel de Conferencia Episcopal y en sus respectivas iglesias locales. Gracias a ese inmenso esfuerzo disponemos hoy de unas orientaciones doctrinales y pastorales sólidas con las que recorrer el camino recto de la iniciación cristiana.

En este sentido, cabe destacar que se ha clarificado el concepto mismo de "iniciación cristiana" y se han individuado adecuadamente los jalones más importantes de su itinerario, los "lugares eclesiales" en los que se realiza y los sujetos que resultan implicados.

e) Dos modelos de iniciación. Actualmente, al menos en la mayor parte de las naciones de Europa y en concreto en España, se siguen dos modelos de iniciación. El más común consiste en bautizar a una criatura a los pocos días o semanas de su nacimiento, dejando para la niñez y la adolescencia los sacramentos de la Eucaristía y de la Confirmación, a los que accede a través de una preparación catequética más o menos catecumenal. El segundo es la iniciación cristiana de personas no bautizadas (niños, jóvenes o adultos) que se lleva a cabo por medio de un catecumenado, que culmina con los tres sacramentos de la iniciación cristiana durante el tiempo de la edad catequística. Este segundo modelo se desdobla en dos modalidades, según se siga el esquema abreviado o típico del Ritual de la Iniciación Cristiana de adultos. Una y otra son cada vez más frecuentes en las naciones de vieja cristiandad, sobre todo en las grandes ciudades.

f) El itinerario paradigmático o típico de la iniciación cristiana de adultos. Tras la

publicación del Ordo Initiationis christianae adultorum se ha hecho clásico el itinerario que él propone como paradigmático para la iniciación de los adultos. Se trata de un itinerario estructurado en las siguientes etapas: precatecumenado; catecumenado; purificación-elección; celebración de los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía; y la mistagogia.

A. El precatecumenado. - El precatecumenado es el período en el que se realiza la evangelización; es decir, el anuncio claro, valiente y gozoso del Dios vivo y de Jesucristo, enviado por él para salvar a todos los hombres. Es el momento, por tanto, de dar a conocer, aunque sólo sea de un modo básico y fundamental, la persona y la obra de Jesús, para que los no cristianos crean y se conviertan a Él. La evangelización provoca, con la gracia de Dios correspondida, la fe y la conversión inicial y, como consecuencia, el deseo de ser cristiano. Los que hasta entonces eran hostiles o indiferentes a Jesucristo y a su Evangelio, se hacen "simpatizantes".

Este paso previo reviste, desde el punto de vista pastoral, una especial importancia, pues exige que la comunidad cristiana de referencia -comenzando por la parroquia- y cada uno de sus miembros sea un cristiano coherente, misionero, con espíritu abierto y positivo ante el mundo y las personas que lo habitan, y lleno de confianza en la fuerza salvadora de evangelio y en la voluntad salvífica de Dios, que continúa deseando eficazmente la salvación de los hombres y no se ha ausentado de este mundo.

Según esto, el precatecumenado no es propiamente una estructura sino una realidad misionera, en la que lo más decisivo es que todos y cada uno de los cristianos, según su propia condición y carisma, anuncie a Jesucristo entre sus hermanos, sean éstos los de la propia familia, los compañeros de trabajo, los amigos o los que la vida hace caminar junto a él. En consecuencia, el precatecumenado está lleno de espontaneidad, imaginación y vibración apostólica. Si existen comunidades vivas, confesantes y gozosas de seguir a Jesucristo existirá una propuesta eficaz de iniciación cristiana, aunque las estructuras sean rudimentarias; en cambio, si faltasen esas comunidades, quedarán valdías las más refinadas y sofisticadas estructuras pastorales. El precatecumenado exige, por tanto, una revisión sincera sobre la coherencia de vida y el afán apostólico de nuestras comunidades cristianas y una conversión permanente de los ya cristianos. La revitalización del precatecumenado aparece así como un presupuesto esencial de la iniciación cristiana y la piedra de toque para impulsar propuestas catecumenales eficaces y vivas.

El precatecumenado no excluye que haya estructuras específicas para los que, sin creer todavía plenamente, muestran su "simpatía" y una cierta inclinación hacia la fe cristiana (cf. RICA 12). En cualquier caso, serán siempre muy ágiles, y tan plurales e informales como la vida misma.

B. El catecumenado. - Cuando el "simpatizante" posee "la primera fe, la conversión inicial y la voluntad de cambiar de vida y comenzar el trato con Dios en Cristo y, por tanto, los primeros sentimientos de penitencia y el uso incipiente de invocar a Dios y hacer oración, acompañados de las primeras experiencias en el trato y espiritualidad de los cristianos" (RICA 15), puede ser admitido en el catecumenado.

El catecumenado propiamente tal "es un tiempo prolongado en el que la Iglesia trasmite su fe y el conocimiento íntegro y vivo de misterio de la salvación mediante una catequesis apropiada, gradual e íntegra, teniendo como referencia el sagrado recuerdo de los misterios de Cristo y de la historia de la salvación en el año litúrgico, y acompañada de celebraciones de la Palabra de Dios y de otros ritos y plegarias, llamados escrutinios" (CONFERENCIA EPisCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana. Madrid 1999, p. 25, n. 26).

La acción con los catecúmenos se articula en cuatro direcciones: la catequesis, la oración personal y comunitaria, el aprendizaje y práctica de la vida cristiana, y el apostolado. Además, y al objeto de que aparezca la primacía de la gracia, el proceso catecumenal está jalonado por una serie de acciones litúrgicas.

- La catequesis -dirigida por sacerdotes, diáconos, catequistas u otros seglares- ofrece lo fundamental de la fe y moral cristiana, sigue el desarrollo del año litúrgico y tiene como fundamento la Palabra de Dios, que puede ser también objeto de celebraciones litúrgicas. De este modo, los catecúmenos no sólo reciben el necesario conocimiento de los dogmas y de los mandamientos, sino también el conocimiento íntimo del misterio de la salvación, cuya aplicación personal desean. La escuela de los Padres de la Iglesia sigue siendo una fuente de inspiración tanto para los contenidos como para la metodología. Debería ser objeto de reflexión especial, la importancia que ellos concedieron a las catequesis sobre el Símbolo, el Padre Nuestro y los mandamientos, así como la fuerte impregnación bíblica de esas catequesis. Un capítulo especialmente sugerente es el de la clave simbólico-sacramental con que leyeron el Antiguo y Nuevo Testamento.

Los contenidos de la catequesis catecumenal comprenden, por tanto, lo básico de toda la doctrina y moral cristiana tal y como se recogen en el Catecismo de la Iglesia Católica y en los catecismos nacionales; eventualmente, en los catecismos diocesanos o incluso parroquiales.

- Este conocimiento de la fe y moral cristiana es teórico y práctico. El catecumenado, en efecto, es menos una escuela que una palestra en la que el catecúmeno forja su vida cristiana al ritmo de los contenidos que va recibiendo. Ese cambio progresivo de sentimientos y costumbres se manifiesta necesariamente en los comportamientos familiares, profesionales y sociales. Semejante aprendizaje cristiano era requisito imprescindible durante los primeros siglos, de tal modo que el catecúmeno no pasaba del grado de "oyente" al de "competente", si el sponsor -una especie de padrino de acompañamiento catecumenal- atestiguaba ante el obispo que no había existido la debida coherencia entre la conducta del catecúmeno y la enseñanza recibida, aunque ésta estuviese fehacientemente atestiguada.

- En este contexto se comprende que el catecúmeno vaya ritmando su vida con la oración privada y comunitaria, puesto que la experiencia cristiana incluye la experiencia oracional. Momentos oracionales fuertes en la vida del catecúmeno son las celebraciones de la Palabra de Dios que se promueven para ellos, acomodadas al año litúrgico, y la liturgia de la Palabra de la Eucaristía dominical en la que pueden participar. El ejemplo y la ayuda de sus padrinos de catecumenado y de bautismo y del resto de los miembros de la comunidad cristiana juegan un papel importante, por no decir decisivo, para que el catecúmeno se familiarice con la oración. Quizás sea éste uno de los extremos que hoy deban subrayar especialmente los padrinos, catequistas y comunidad cristiana.

- Por último, como la vida cristiana es esencialmente misionera, el catecúmeno ha de iniciarse en el apostolado, cooperando activamente a la evangelización y edificación de la Iglesia con el testimonio de su vida y la profesión de su fe. Este apostolado lo realiza, sobre todo, a través de su vida ordinaria; por ello, el ámbito de su acción será principalmente el de su propia familia, el de su ambiente de trabajo y el de sus relaciones sociales. Esta iniciación apostólica se lleva a cabo no tanto mediante la realización de acciones relevantes pero puntuales del catecúmeno, cuanto a través de acciones pequeñas pero continuas, que van creando "un estilo de vida misionero". Gracias a ello, su vida verifica la misión asignada por Cristo a sus discípulos de actuar con la misma sencillez y eficacia de la levadura en la masa. Esta iniciación misionera del catecúmeno supone obviar la tendencia de algunas comunidades cristianas que se recluyen en el mundo de lo cultual y asistencial, con descuido, cuando no desprecio, de las realidades temporales: el trabajo, la cultura, el sindicalismo, la política, la educación y la familia, el ecologismo, la promoción de la justicia, etc.

El catecumenado comienza con el rito llamado "Entrada en el catecumenado". Se le designa así por ser ése el momento en el que los candidatos se presentan por primera vez a la Iglesia y le manifiestan su deseo, y ella los admite para que puedan ser sus miembros. El Rito tiene la finalidad de agregar al grupo de los catecúmenos al que desea hacerse cristiano y se celebra cuando el "simpatizanteí posee una fe inicial y ha expresado su deseo de recibir el Bautismo. El Rito se celebra en algunos días del año litúrgico según las costumbres locales -un momento muy oportuno es el comienzo de la Cuaresma y la Eucaristía de un domingo ordinario del año- y con la participación activa de toda la comunidad cristiana o, al menos, de una parte de la misma, compuesta por los amigos, familiares, catequistas y sacerdotes. Asisten también los padrinos del catecumenado -los "sponsores"- que avalarán en su día a los candidatos. Su estructura es tripartita: admisión de los candidatos, una liturgia de la palabra y la despedida. La "Entrada en el catecumenado" es un momento pastoral importante tanto para los propios catecúmenos como para la comunidad parroquial.

A partir de ese momento, el catecúmeno es un candidato "oficial" al bautismo y la Iglesia se responsabiliza de él, hasta llevarle a la madurez que requieren los sacramentos de la iniciación cristiana. La duración de este tiempo depende, sobre todo, de la gracia de Dios, de la respuesta del catecúmeno y de la ayuda de la comunidad cristiana; en menor medida, puede depender también de la organización de todo el proceso catecumenal, del número y disponibilidad de los catequistas, diáconos y sacerdotes. Por tanto, la duración del catecumenado no se puede establecer a priori. La Tradición Apostólica -un escrito de los primeros años del siglo tercero, que es una de las fuentes primarias del actual catecumenado- establece la norma general de tres años; sin embargo, precisa que "si alguno fuera celoso y aplicado en el cumplimiento de sus obligaciones, no se juzgará el tiempo, sino solamente su conducta" (HIPÓLITO DE ROMA, Tradición Apostólica, cap. 17. El texto en castellano puede verse en La Tradición Apostólica. Hipólito de Roma, Sígueme, Salamanca 1981, p. 73, n. 17). Ésta ha sido la praxis catecumenal de Oriente y Occidente. La determinación del tiempo y la ordenación de la disciplina de los catecúmenos la establece el obispo, aunque las Conferencias Episcopales pueden decidir más en concreto sobre ello.

C. La elección. - Cuando los catecúmenos han realizado la conversión de su mente y de su vida, poseen un conocimiento suficiente de la doctrina cristiana y los debidos sentimientos de fe y caridad, se celebra el "Rito de la elección o inscripción del nombre" al principio de la Cuaresma, preferentemente el primer domingo, con el cual concluye el catecumenado. Dado que los sacramentos pascuales agregan a la Iglesia, corresponde juzgar sobre la idoneidad de los catecúmenos al entero Pueblo de Dios: obispo, presbíteros, diáconos, catequistas, padrinos y toda la comunidad local, cada uno en su orden y modo. Desde ahora y hasta la próxima Noche de Pascua, la Iglesia intensifica sus cuidados maternales con los catecúmenos para que sigan a Cristo con más generosidad. La Cuaresma se convierte así en una especie de gran retiro espiritual, en el que los catecúmenos y toda la comunidad cristiana se entregan a una intensa ascesis del espíritu como preparación para las fiestas pascuales y para la iniciación de los sacramentos.

Parte importante de esta preparación bautismal son los escrutinios, los exorcismos y las entregas.

Los escrutinios tienen por finalidad "purificar las almas y los corazones, proteger contra las tentaciones, rectificar la intención y mover la voluntad, para que los catecúmenos se unan más estrechamente a Cristo y prosigan con mayor decisión en su esfuerzo de amar a Dios" (Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, n. 154). Los pastores han de ayudar a los "elegidos" a progresar en el sincero conocimiento de sí mismos, en la reflexión seria de la conciencia y en la verdadera penitencia. Los escrutinios son tres y se celebran en las misas de los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma, cuyos evangelios se leen en clave bautismal y ayudan a comprender a los catecúmenos el misterio del pecado -que afecta a todo el universo y a cada hombre en particular-, y a impregnar sus mentes del sentido de Cristo Redentor, que es agua viva -evangelio de la Samaritana-, luz -evangelio del ciego de nacimiento- y resurrección y vida -evangelio de la resurrección de Lázaro-.

Estos evangelios están tan enraizados en el Bautismo, que incluso cuando existen razones pastorales para celebrar los escrutinios durante otros domingos de Cuaresma o en los días de entre semana más convenientes, la primera misa de los escrutinios ha de ser siempre la misa de la samaritana; la segunda, la del ciego de nacimiento; y la tercera, la de Lázaro. Los escrutinios se celebran después de la homilía por un sacerdote o diácono estando presente la comunidad cristiana, siguiendo el formulario señalado en el misal, el leccionario y el ritual de la iniciación de adultos.

Los exorcismos completan los escrutinios. La Iglesia instruye a los catecúmenos sobre el misterio de Cristo que nos libra del pecado, los proporciona su ayuda para que se desprendan de las consecuencias del pecado y del influjo diabólico y obtengan la fuerza necesaria para su itinerario espiritual, y les abre el corazón para recibir los dones de Cristo Salvador. Los exorcismos son también tres, y se celebran inmediatamente después de los escrutinios, con los que ritualmente forman un todo.

Las "entregas" consisten en la consignación por parte de la Iglesia de "los documentos que desde la antigüedad constituyen un compendio de su fe y su oración" (Ritual de la Iniciación cristiana de adultos, n. 182); concretamente, el Símbolo y el Padre Nuestro. La entrega del Símbolo consiste en la recitación del Credo -el Apostólico o el Niceno-constantinopolitano- por el celebrante ñsolo o junto con los fieles- después de la homilía de la misa de una de las ferias de la semana que sigue al primer escrutinio (eventualmente, puede celebrarse también durante el catecumenado). Su finalidad es que los catecúmenos la aprendan de memoria y puedan pronunciarla públicamente antes de que el día del Bautismo proclamen su fe según ese Símbolo. La entrega de la'Oración dominical o Padre Nuestro consiste en la proclamación del texto del Padre Nuestro según la fórmula recogida por san Mateo (Mt 6, 9-13), en la misa de una de las ferias durante la semana que sigue al tercer escrutinio.

Esta oración es considerada desde la antigüedad como propia de los que han recibido en el Bautismo el espíritu de los hijos de adopción y que los neófitos recitan con los demás bautizados por primera vez en la celebración de la Eucaristía que sigue a su Bautismo.

A la "entrega" del Símbolo por parte de la Iglesia corresponde el catecúmeno con su "devolución". Este rito ñque, de suyo, se realiza el Sábado santo- prepara a los "elegidos" para su profesión de fe bautismal y les instruye sobre el deber de anunciar la palabra del Evangelio. El centro del "rito de devolución del Símbolo" es, precisamente, la recitación del Credo por parte de los "elegidos". La fórmula de "la devolución" ha de ser la misma que se empleó en la "entrega".

El rito forma parte de la preparación próxima para los sacramentos pascuales; esta preparación se completa con el "Effeta", la elección del nombre y la unción con el óleo de los catecúmenos. El "rito del effeta" consiste en tocar los oídos derecho e izquierdo de los elegidos y la boca, sobre los labios cerrados, con una fórmula, simbolizando la necesidad de la gracia para escuchar fructuosamente la Palabra de Dios. La "unción con el óleo de los catecúmenos" -que por falta de tiempo puede realizarse también en la misma Vigilia Pascual- consiste en ungir con ese óleo el pecho, ambas manos u otras partes del cuerpo de los catecúmenos, "para que, al aumentar en ellos el conocimiento de las realidades divinas y la valentía para el combate de la fe, vivan más hondamente el Evangelio de Cristo, emprendan animosos la tarea cristiana y, admitidos entre los hijos de adopción, gocen de la alegría de sentirse renacidos y de formar parte de la Iglesia" (Ritual de la Iniciación cristiana, n. 207).

D. Celebración de los Sacramentos de la Iniciación. - La Noche de Pascua fue desde los primeros siglos el momento elegido para celebrar los sacramentos de la iniciación, por ser éstos una verdadera participación en la Muerte y Resurrección de Jesucristo. Tertuliano, la Tradición de Hipólito y Orígenes señalan expresamente que los catecúmenos reciben en ese momento el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Tal estado de cosas pervivió durante todo el primer milenio, a pesar de haber desaparecido prácticamente la iniciación de adultos, y sólo se interrumpió cuando el cuarto concilio de Letrán (a.1215) introdujo la norma de dar la primera comunión a la edad de la discreción. El Ritual de la Iniciación cristiana de adultos la ha reimplantado, como norma general (la iniciación puede celebrarse fuera de los tiempos acostumbrados, cfr. RicA, nn. 58-59; pero incluso en ese supuesto, hay que procurar que la celebración revista un carácter pascual, cfr. Ritual de la Iniciación cristiana, nn. 8.209), apoyándose en la misma realidad teológica que la Iglesia de los orígenes, a saber: que la iniciación cristiana no es otra cosa que la primera participación sacramental en la Muerte y Resurrección de Jesucristo. Es-tos sacramentos son "el último grado o etapa en el que los elegidos, perdonados sus pecados, se agregan al pueblo de Dios, reciben la adopción de hijos de Dios, y son conducidos por el Espíritu Santo a la plenitud prometida desde antiguo, y, sobre todo, a pregustar el reino de Dios por el sacrificio y por el banquete eucarístico" (Ritual de la iniciación cristiana de adultos, n. 27).

El Ritual de la iniciación de adultos proyecta una luz muy clarificadora sobre la secuencia de los sacramentos que urge recuperar en el caso de la iniciación de los niños, pues el analogatum princeps del Bautismo es el de adultos, no el de párvulos: la iniciación de adultos esclarece la de los niños, no al contrario. Es ésta una opción de gran calado pastoral. ¿Cómo entender, si no, que la Confirmación "completa" el Bautismo y que la Eucaristía es la cumbre de la iniciación?

Así lo han entendido y vivido siempre los orientales (que justamente exigen un cambio en la praxis -o, al menos, en la valoración- de la Iglesia Católica). Precisamente, a la luz de la praxis oriental cabría incluso plantearse un eventual cambio de disciplina respecto al ministro ordinario de la Confirmación: permaneciendo el obispo como ministro originario -según indica la constitución Consortium divinae naturaela autoridad de la Iglesia podría establecer que el presbítero fuese ministro ordinario. Pero sin necesidad de variar la disciplina en este punto, la naturaleza de los sacramentos y de la iniciación reclaman que la Confirmación preceda a la Eucaristía y siga al Bautismo.

Por motivos pedagógicos y para evitar un vacío pastoral, quizás proceda establecer unos "plazos de cadencia", que podrían oscilar entre 6 y 10 años, tiempo en el que se pasaría de la situación presente a la nueva. Este planteamiento no parece ajeno al último documento de la Conferencia Episcopal Española sobre la Iniciación, que contempla la posibilidad de optar por el uso actualmente más común en España de celebrar la Confirmación después de la primera Comunión o por el de situar ésta al final de la iniciación (CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana. Reflexiones y Orientaciones, Edice, Madrid 1999, nn. 91-99).

Los momentos principales de cada uno de los sacramentos de la iniciación cristiana son éstos: a) Bautismo: la bendición del agua, la renuncia y profesión de fe y la ablución del agua con la fórmula trinitaria; b) Confirmación: la imposición de manos, la crismación con la fórmula y el ósculo de paz; c) Eucaristía: la oración de los fieles ñen la que los neófitos participan por primera vez-, el Padre Nuestro -que también rezan por primera vez en unión con los demás fieles y en la que manifiestan su condición de hijos de Dios-, y la comunión sacramental.

E. La mistagogia. - La última etapa de la iniciación cristiana es la mistagogia o tiempo en el que los neófitos, junto con la comunidad cristiana, progresa en la percepción más profunda del misterio pascual y en la manifestación cada vez más perfecta del mismo en toda su existencia, ayudado por la meditación del Evangelio, la participación en la Eucaristía y el ejercicio de la caridad.

Los Santos Padres concedieron gran importancia a esta etapa, como atestiguan las espléndidas catequesis mistagógicas que nos han legado. Es verdad que hoy no convendrá retrasar hasta ese momento la explicación de los ritos y de su significado, pues actualmente no existe la ley del arcano, entonces vigente. No obstante, perdura el espíritu, puesto que los neófitos han de adquirir una inteligencia más plena y fructuosa de los misterios, que es fruto, sobre todo, de una recepción continuada de los sacramentos ñsobre todo de la Eucaristía- y de una cada vez más profunda y adaptada explicación de los mismos. Catequizar sacramentalmente a los neófitos partiendo -como ellos hacían- de los ritos y oraciones y remitiéndose constantemente a la vida, es un método excelente y en línea con lo indicado en el concilio Vaticano II (cf. SC 48).

3. Agentes de la iniciación cristiana

La iniciación cristiana tiene como agentes principales a Dios Trino y al hombre (el todavía no cristiano o no plenamente cristiano) y como agentes complementarios al obispo, presbiterio diocesano, comunidad y clero parroquial, catequistas, padrinos familia, escuela, grupo apostólico y círculo amistoso.

El obispo es el gran moderador de la iniciación cristiana, por ser el principal administrador de los misterios de Dios y el máximo liturgo de la iglesia que le ha sido confiada (cf. CD 15). Este posición privilegiada cobra un relieve especial en la iniciación cristiana de adultos, en la que le corresponde, principalmente, establecer la modalidad del proceso catecumenal, hacerse presente en diversos momentos catequéticos y celebrativos del mismo, verificar su desarrollo y celebrar los sacramentos de la iniciación cristiana.

Los Padres de la Iglesia, que tanto en Oriente como en Occidente fueron frecuentemente pastores, dedicaron una parte principal de su ministerio episcopal a la preparación de los catecúmenos, a la mistagogia de los neófitos, a las celebraciones litúrgicas del catecumenado y a la celebración de los sacramentos de la iniciación en la Vigilia Pascual. Es verdad que sus comunidades eran fundamentalmente urbanas y los aspectos burocráticos apenas requerían dedicación; no obstante, siguen siendo modelos en la actual situación, que tiene el imperativo y la urgencia de realizar una vigorosa propuesta misionera que llame a la primera fe a los no bautizados y a la renovación de la fe-vida a los no suficientemente evangelizados. El obispo ha de realizar una gran labor de discernimiento con el fin de establecer prioridades entre las múltiples y crecientes acciones y opciones que reclaman su atención pastoral, primando las que tienen relación directa e inmediata con la iniciación cristiana.

El obispo no actúa solo sino con los brazos del presbiterio, y secundado por las comunidades parroquiales, los diversos carismas que viven en su Iglesia local, los catequistas, etc. Su tarea es, sobre todo, de orientación, estímulo y verificación de la acción que ellos realizan. El clero parroquial, especialmente los párrocos, instrumenta los medios pastorales adecuados para que los no bautizados sean llamados a la fe, los catecúmenos recorran debidamente las diversas etapas de su itinerario catecumenal y los neófitos se inserten plenamente en la vida de la comunidad.

En el caso de los niños que reciben el Bautismo a los pocos días después de su nacimiento y en el de los que se preparan a él durante el tiempo de la edad catequética, ellos son los responsables principales de la iniciación cristiana, tarea para la que cuentan con la colaboración de catequistas y otros seglares idóneos. Los demás presbíteros y diáconos, por ser colaboradores del obispo y de los párrocos en su ministerio, prestan su colaboración y celebran los sacramentos de acuerdo con ellos.

4. Destinatarios

Ya hemos señalado que la iniciación admite tres modalidades fundamentales básicas: la de niños bautizados a los pocos días de nacer, la de quienes se bautizan en edad catequética y la de personas adultas. Cada una de estos tres supuestos tiene sus destinatarios específicos.

Limitándonos a las opciones segunda y tercera -de la primera tratamos en las voces Bautismo, Confirmación y Eucaristía- los principales destinatarios son los niños-adolescentes y los adultos que piden ser iniciados; subsidiariamente, sus padrinos, catequistas, y la comunidad humana y cristiana de referencia.

La acción pastoral con los catecúmenos se inspira en este criterio: "hacer cristiano al que no lo es". En consecuencia, no trata, única o principalmente, de trasmitirlos un acervo de doctrina y de valores ni crear en ellos una serie de actitudes, sino de ayudarles a que se abran al don de Dios que viene a salvarlos por Cristo en el Espíritu y en la Iglesia, mediante unas mediaciones sobre todo sacramentales. Toda la acción pastoral del clero parroquial, catequistas y comunidad cristiana ha de estar encaminada a esa respuesta responsable del catecúmeno. El horizonte es, por ello, más teológico y antropológico que catequético, y la meta de "hacerse cristiano" no traducible por entregar-aprender un mínimo de doctrina para recibir los sacramentos de la iniciación. Posiblemente sea éste el principal déficit y la primera urgencia de la pastoral de la iniciación cristiana.

Para ello, es imprescindible repensar y renovar la figura del catequista. El Directorio general de Catequesis determina bien cuáles son los rasgos más salientes de su perfil: "fe profunda", "clara identidad cristiana y eclesial", "honda sensibilidad social", especial "madurez humana, cristiana y apostólica"; y "capacitación catequética" (cfr. DGC 237-245). Los catequistas ha de ser, por tanto, "trasmisores de la fe, y no simplemente unos animadores o monitores que coordinan y acompañan el trabajo del grupo" (CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana, Madrid 1999, p. 42, n. 44).

5. Mediaciones pastorales

Las mediaciones pastorales de la iniciación cristiana son de dos clases: no-sacramentales y sacramentales. Las no-sacramentales son la catequesis, las diversas celebraciones durante el catecumenado y el tiempo de la mistagogia, y la oración personal y comunitaria. Las sacramentales son la liturgia de la Palabra de la misa dominical y los tres sacramentos.

a) No-sacramentales:

- La catequesis. La catequesis al servicio de la iniciación cristiana ha de tener estas cuatro características: ser una formación orgánica y sistemática de la fe; entregar unos contenidos esenciales y básicos, por lo que ha de centrarse en lo nuclear de la experiencia cristiana; lograr un aprendizaje de la vida cristiana que propicie un auténtico seguimiento de Jesucristo e introduzca en la comunidad eclesial; y, en el caso de los niños-adolescentes, definida por la mistagogia, puesto que el camino de la adultez en la fe -abierto y configurado por el Bautismo- se desarrolla por medio de los demás sacramentos de la iniciación, los cuales dan sentido y vertebran todo el proceso iniciático.

Ha de configurarse, además, según estos cuatro criterios: ser un proceso de maduración y crecimiento de la fe, desarrollado de forma gradual y por etapas; estar esencialmente unida al acontecimiento de la Revelación y tener como fuente y modelo la pedagogía de Dios manifestada en Jesucristo y en la vida de la Iglesia, por tanto, esencialmente unida al acontecimiento de la Revelación y a su trasmisión y apoyada constantemente en la acción del Espíritu Santo; meditar continuamente la Palabra de Dios, especialmente el Evangelio, y contrastarla practicando la caridad fraterna y el apostolado personal; por último, ha de estar impregnada por el misterio de la Pascua, de modo que sea un constante aprendizaje a pasar del hombre viejo al hombre nuevo, con todo lo que ello comporta de lucha y superación del mal con la ayuda de la gracia, y la experiencia de la alegría de la salvación.

- Las celebraciones litúrgicas. Tradicionalmente, los sacramentos de la iniciación cristiana han estado precedidos de otras celebraciones litúrgicas. Ya nos hemos referido antes a rito de entrada en el catecumenado, al de la elección, a los escrutinios y exorcismo, y a las "entregasí y "devolucionesí del Símbolo y del Padre Nuestro. A ellas cabe añadir la liturgia de la Palabra de la misa dominical y otras celebraciones de la Palabra, sobre todo de carácter penitencial, tendentes a que los catecúmenos ahonden en el conocimiento de la historia de la salvación, se abran cada vez más a la acción divina y se inserten de modo progresivo y ascendente en el misterio de la Iglesia. La Cuaresma y, en general, el año litúrgico son el marco referencial de tales celebraciones.

- La oración personal y comunitaria La dimensión oracional es esencial para la vida cristiana, puesto que esta vida ha de pautarse según el modelo de Jesucristo, cuyo rostro, tal y como aparece en el Evangelio, es el de un "gran orante" y un Maestro que dio a sus seguidores el mandato de "orar siempre y sin desfallecer". El catecúmeno ha de aprender a hablar con Dios de una manera sencilla pero verdadera y constante. Los caminos y modos de aprendizaje no son uniformes, sino tan variados las situaciones existenciales de los catecúmenos. De todos modos, deberá comenzar por oraciones vocales sencillas -tomadas del Evangelio y del patrimonio oracional de la Iglesia, especialmente de la liturgia-, pasando progresivamente al rezo de salmos sencillos, a la meditación, etcétera. Por lo demás, los catecúmenos habrán de encontrarse con "modelos oracionales vivientes" dentro de la comunidad cristiana de referencia y entre los catequistas. Parece que la naturaleza de las cosas reclama que recen juntos al comenzar y concluir las catequesis -delante del Señor Sacramentado, en el supuesto de que la catequesis se imparta en la Iglesia o en algún lugar anejo a la misma y en algún otro momento. Incluso que se organicen reuniones especiales de oración, en las que tomen parte la comunidad cristiana, los catequistas y los catecúmenos.

b) Celebraciones sacramentales

Los sacramentos del Bautismo, Confirmación y primera Eucaristía son las principales mediaciones sacramentales, puesto que son esenciales; sin ellas, por tanto, es imposible que el hombre pueda insertarse en plan salvador de Dios en Cristo. Sin embargo, como estos sacramentos tienen un referencia esencial al Misterio Pascual, la celebración del domingo, de la Pascua y en general, del Año Litúrgico son el contexto necesario de las mediaciones sacramentales.

6. Luces y sombras

Como suele ocurrir con todas las acciones humanas, la pastoral de la iniciación cristiana tiene aspectos positivos y negativos, luces y sombras. Destaquemos los principales.

a) Luces. Entre los aspectos positivos cabe mencionar los siguientes: 1) la recuperación de la categoría teológica, catequética y litúrgica de "iniciación cristiana"; 2) la publicación y favorable recepción eclesial del Ritual de la Iniciación cristiana de adultos; 3) la inserción de la iniciación cristiana en un contexto más amplio que el de los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Primera Eucaristía, aunque ellos sean el momento culminante y esencial de la misma; 4) la consideración del Bautismo, Confirmación y Primera Eucaristía como tres momentos carismáticos de una misma realidad: la inserción sacramental en el Misterio Pascual de Cristo, y, en consecuencia, de su indisoluble unión teológica; 5) el redescubrimiento de la iglesia local como primera y principal mediación eclesial de la iniciación cristiana y de la parroquia como "lugar" primordial, aunque no único, de la misma; 6) la preparación y publicación en muchas diócesis de directorios; y 7) algunos más concretos, como la importancia teórica concedida al catecumenado por etapas y como proceso de maduración que recorre el catecúmeno; el reconocimiento de la existencia de pluralidad de situaciones litúrgico-pastorales; la acentuación de los aspectos litúrgico y mistagógico de la catequesis de iniciación; la celebración de los sacramentos de la iniciación en el contexto de la Vigilia Pascual, en el supuesto de personas que no recibieron el bautismo después de su nacimiento o durante la edad catequética.

b) Sombras. Tres son las sombras principales de la actual pastoral de la iniciación: a) el debilitamiento misionero de no pocos fieles y pastores, que provoca la no propuesta clara, vibrante y gozosa de Cristo, muerto y resucitado, a tantos hombres y mujeres adultos no bautizados o bautizados, pero apartados de la práctica e incluso de la fe de la Iglesia; b) el desconocimiento o minusvaloración del número de niños no bautizados en el momento en que se incorporan a la vida escolar, con la consiguiente falta de propuestas pastorales; y c) la inadecuada selección de los catequistas, así como la identificación de la tarea de éstos como mera trasmisión de contenidos.

BIBL. - COMISIÓN EPISCOPAL ESPAÑOLA DE LITURGIA, Ritual de la iniciación cristiana de adultos, Madrid 1976; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana, Madrid 1999; CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, Roma 1977; CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Dimensión religiosa de la educación en la escuela, Roma 1988; J. A. ABAD IBÁÑEZ, La celebración del Misterio cristiano, Pamplona 2000, 200-224, con la bibliografía adjunta; J. LÓPEZ, La iniciación cristiana (notas bibliográficas), "Phase" 171 (1989) 225-240.

José Antonio Abad Ibáñez