Espíritu Santo
DPE
 

SUMARIO: 1. Evangelio de Dios. Espíritu y reino. — 2. Pascua de Jesús. Espíritu y resurrección. — 3. Pentecostés. Espíritu e Iglesia. — 4. Espíritu y perdón. El principio de la historia. — 5. Espíritu y comunión. La riqueza de la historia. — 6. Espíritu y vida eterna. El futuro de la historia.


1. Evangelio de Dios. Espíritu y reino

La Biblia vincula el Espíritu de Dios con la creación, al decir que "aleteaba (se cernía) sobre la superficie de las aguas" (Gen 1, 2), y con la recreación o plenitud escatológica: el mundo no ha surgido por casualidad o capricho de Dios, ni culminará en la muerte, sino en el mismo amor divino. Así lo interpretan las dos grandes "religiones" bíblicas:

Judaísmo. A la espera del Espíritu Santo. El Espíritu, que actuó en la creación y en los profetas, se manifestará plenamente en la culminación mesiánica de la realidad. En el momento actual, los justos se encuentran perdidos, dominados por la injusticia, sufrimiento y muerte. Pero saben que Dios ha de actuar: aguar-dan la manifestación del Espíritu a través del rey mesías (cf. ls 11,1-9), esperando que transforme a todo el pueblo, de manera que ellos (y todos los justos de la humanidad) puedan alcanzar la existencia liberada (cf. Ez 36-37; Joel 3,1-5). No hay Espíritu pleno todavía (cf. Jn 7, 39). Mientras enfermos y pobres sigan sufriendo no puede hablarse de Espíritu en la tierra.

Cristianismo. Anuncio del reino, presencia del Espíritu. Allí donde el judaísmo esperaba la llegada del Espíritu de Dios, de una manera significativa, Jesús ha proclamado el mensaje del reino, realizando sus signos y ofreciendo ya el Espíritu, el despliegue salvador de Dios, su gracia. El Espíritu pertenece, según eso, a la intimidad de Dios, en su apertura hacia los humanos, pero ya se manifiesta y actúa en su mensaje de reino, transformando desde ahora a los humanos: curando a los enfermos, ofreciendo bienaventuranza a los pobres. No ha cambiado externamente el mundo, pero el Espíritu actúa y lo va transformando por dentro con su gracia.

El Espíritu de Dios recibe por tanto una función e identidad cristiana (=mesiánica) por Jesús. No sólo principio de transformación para el final de los tiempos, sino experiencia de liberación de los humanos: está unido al mensaje y signos salvadores de Jesús:

Jesús anuncia el reino como gracia. Superando el juicio que, conforme al Bautista, amenazaba a todos (cf. Mt 3, 7-11), él nos lleva hasta el origen y meta de Dios presente ya en el mundo por el Espíritu.

Jesús ha realizado los signos del reino: perdona, come con publicanos y expulsados, cura a posesos y enfermos, acoge a pobres y perdidos, realizando así la obra del Espíritu santo (=puro).

Precisamente aquí donde anuncia el reino como principio de transformación y libertad humana (perdón, curaciones), Jesús revela y "cristianiza" el Espíritu de Dios, volviéndose cristiano. Por eso dice a los escribas que le acusan: "si expulso a los demonios con el Espíritu de Dios, eso significa que el Reino de Dios está llegando a vosotros" (Mt 12, 28). Reino y Espíritu se unen, oponiéndose a Satán, que oprime y perturba al ser humano, haciéndole esclavo de la muerte. El Espíritu es nueva creación, Vida de Dios que actúa a favor de los humanos, iniciando un camino que culminará en la pascua. Por eso se opone a los "espíritus impuros" (que destruyen al humano):

Los espíritus impuros (demoníacos) utilizan incluso la ley del judaísmo, que ayuda al pueblo en su conjunto (como sistema sacral), pero oprime a los indefensos del sistema.

El Espíritu Santo actúa por medio de Jesús, curando a los enfermos (posesos) y desbordando (rompiendo) el control de las leyes y sistemas de la religión y sociedad antigua.

Demoníaco es todo lo que oprime al ser humano. Propio del Espíritu es aquello que libera, haciendo posible la llega del reino de Dios. Esta temática nos sitúa en el centro del mensaje y obra de Jesús que se presenta como portador de la gracia y libertad de Dios para todos los humanos, iniciando desde el centro de Israel la obra escatológica que anunciaron los profetas:

El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido para ofrecer la buena nueva a los pobres, me ha enviado para proclamar la libertad a los cautivos (Lc 4, 18; cf. ls 61, 1-2; 58, 6). En verdad os digo: se perdonarán a los humanos todos los pecados y blasfemias que digan, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás... Porque decían: "tiene un espíritu impuro" (Mc 3, 28-30).

Los escribas entienden al Espíritu en clave nacional, como poder divino al servicio de sus intereses religiosos y sociales: acusan a Jesús y quieren acallarle, conforme al método tradicional del talión unánime, despeñándole de la roca de su pueblo. Pero Jesús escapa (cf. Lc 4, 28-30). Su visión del Espíritu de Dios que acoge y cura a los excluidos del pueblo, se vuelve conflictiva:

Sabe y proclama Jesús que todos los pecados se perdonan, porque Dios es gracia y acoge a los pequeños y perdidos; el Espíritu es perdón universal, comunión abierta al reino que rompe las fronteras legales y sacrales del pueblo; por eso suscita el rechazo de los israelitas nacionales.

Los que rechazan el perdón (no acogen y perdonan a los expulsados del sistema) quedan sin perdón, rechazando así la salvación, pues pecan contra el Espíritu Santo, que es perdón y comunión de Dios, (Mt 12, 31-32; cf. Mc 3, 28-30). Este no es pecado de malos, sino de los piadosos egoístas.

Según esto, el Espíritu es el Reino, como supone una variante del Padrenuestro (Lc 11, 2) que, en lugar de venga el reino, dice venga tu Espíritu Santo, como presencia de Dios y plenitud mesiánica. Este es el escándalo más fuerte, que los adversarios de Jesús han rechazado.

2. Pascua de Jesús. Espíritu y resurrección

La muerte de Jesús ha puesto a prueba los aspectos anteriores de su vida y mensaje (cf. Gal 3, 13). Por eso, ante su tumba se plantea la pregunta por Dios y su reino o Espíritu.

Algunos dicen que Jesús no tiene Espíritu de Dios: lo que ha hecho es contrario a los principios sacrales de Israel, de la verdadera salvación. Ha muerto rechazado.

Otros dicen que el Espíritu actúa sólo al fin del tiempo, pues Dios es aquel "que crea a los que no existían y que resucita a los que habían muerte", según la fe de Abraham (cf. Rom 4, 17).

Los cristianos confiesan que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos, por la fuerza del Espíritu (cf. Rom 1, 3-4; 4, 24), inaugurando así la nueva creación, la salvación escatológica.

Esta es la fe de Heb 9, 14 (Cristo se ha entregado por el Espíritu eterno) y del canto pascual de Rom 1, 3-4 (constituido Hijo de Dios en poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos). La pascua es revelación pneumatológica (=del Espíritu):

Muerte. Entrega de amor. Podía parecer que el Espíritu actuaba sólo a través del triunfo externo: curación de los enfermos, exorcismos. Pues bien, ahora aparece como amor creador precisamente en la muerte de Jesús: su entrega por los otros, su mayor debilidad, este es su revelación suprema. Amor que permanece fiel hasta la muerte, poniéndose en manos de Dios, para bien de los demás: esto es el Espíritu.

Resurrección. Pascua mesiánica. Jesús se ha puesto en manos de Dios por el Espíritu (expresando su vida como gracia). El Padre Dios le acoge y libera de la muerte, culminando su despliegue creador. De esa forma se vinculan e identifican Espíritu de Jesús-Hijo (que regala su vida al Padre, regalándola a los humanos) y Espíritu del Padre que acoge al Hijo en la muerte y resucita.

Espíritu de Dios, Espíritu en la iglesia (=en la historia cristiana). La pascua, diálogo de amor entre Padre e Hijo, no es sólo revelación divina del Espíritu, sino principio y fuente de la nueva comunidad humana: de la Iglesia. Así ha venido a revelarse por Pentecostés, como fuente y sentido de amor en la historia. No tenemos que esperar el fin del mundo (Ap 21-22), sino que podemos vivir ya la presencia y plenitud del Espíritu en la iglesia.

El Espíritu ha llegado, pero la historia no termina, sino que ha sido recreada por la iglesia. Este es el descubrimiento mesiánico: la muerte y resurrección de Jesús es la plenitud mesiánica. Ahora y sólo ahora puede hablarse de cristianos: aquellos a quienes la experiencia del Espíritu de Cristo, expresado en la pascua les hace vivir ya en plenitud: a. Si el Espíritu de aquel que ha resucitado a Jesús de entre los muertos b. habita en vosotros, c. el que ha resucitado al Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales, en virtud de su Espíritu que habita en vosotros (Rom 8, 11).

El Espíritu ha resucitado a Jesús. Esta es su tarea principal, su definición: se ha expresado en la entrega de amor de Jesús (en su Cruz); despliega todo su amor y culmina su obra (su ser) por la resurrección. El mismo Espíritu resucitará (vivificará) a los cristianos, que han muerto a este mundo (cf. Rom 8, 10), es decir, superando la vida carnal, de violencia y lucha, de imposición y miedo. Así aparece Jesús como Hijo de Dios por el Espíritu (cf. Rom, 1, 3-4), y los cristianos se vuelven también hijos y superando la antigua servidumbre en el Espíritu pueden invocar a Dios diciendo ¡Abba! Tú eres mi Padre (Gal 4, 5-6; cf. Rom 8, 15-16). Jesús (Hijo de Dios) y el Espíritu Santo se vinculan, como ha mostrado Pablo cuando alude a los dos humanos (adanes), que no se suceden en proceso de caída (como pensaba Filón y otros judíos) sino de elevación: El primer Adán fue alma viviente, humano de la tierra capacidad vital, en plano de este mundo. El último Adán viene del cielo (1 Cor 15, 45-47), y es Pneuma que da vida.

El primer Adán es alma viviente en sentido "animal": así se desarrolla y muere en ámbito de historia vieja; viene de la tierra y a la tierra vuelve, en proceso siempre frágil, limitado. El segundo Adán, Hijo de Dios resucitado, ha vencido a la muerte y así viene a desvelarse en su verdad como Espíritu vivificador: El Señor es el Espíritu y donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad (2, Cor 3, 17). El Señor resucitado es Pneuma o Espíritu vivificante, no en sentido individual cerrado, sino como principio de nueva humanidad, como vuelve a decir Pablo:

Moisés está vinculada a la letra (escrita en unas tablas) y a la muerte (el camino de su pacto acaba). Así representa el orden que se impone por la fuerza, la corrupción y el miedo que nos ata a la violencia.

Cristo ha rasgado el velo de la ley, superando por la muerte el miedo a la muerte y Dios le ha hecho Espíritu vivificador, principio de vida y libertad para todos los humanos (2 Cor 3-4):

El mismo Jesús, que es Kyrios o Señor que ha triunfado de la muerte, viene a mostrarse así como Espíritu vivificador. Significativamente, las palabras centrales de Pablo forman la base del dogma de la iglesia, pues el credo de Nicea-Constantinopla llama al Espíritu Señor y Dador de Vida (Kyrios y Dsopoioún): su señorío y poder vivificante pertenecen al nivel definitivo de la libertad, al nuevo ser humano que rasga el velo de mentira y muerte para nacer como creyente liberado.

3. Pentecostés. Espíritu e iglesia

La iglesia surge nace del Espíritu de Cristo como portadora de libertad y plenitud. Allí donde muchos aguardaban el Reino como solución de todo aparece la Iglesia como nuevo principio de vida mesiánica en el mundo, superando así el nacionalismo israelita de los judeo-cristianos:

Los judeo-cristianos de Jerusalén confiesan a Jesús como Señor, pero han tendido a entender su pascua en clave intra-israelita. Por eso siguen observando la ley nacional y se mantienen, como grupo de renovación escatológica, al interior del judaísmo. Piensan que debe revelarse Jesús de un modo glorioso y que primero se convertirá Israel; luego llegarán los otros pueblos. No es tiempo de renovación universal, de misión a las naciones. El Espíritu de Cristo les encierra todavía al interior del judaísmo.

Por el contrario, los heleno-cristianos y después san Pablo (cf. Hech 6-15) han descubierto que el Espíritu desborda las barreras del antiguo judaísmo, creando una comunión escatológica (=universal) de fieles liberados de la ley y unidos por el amor que brota de la fe en el Cristo. Pentecostés se expresa en la apertura universal, ya en este tiempo de historia, a todas las naciones: el Señor resucitado es desde ahora principio de libertad y comunión para todas las naciones.

El despliegue pascual de Dios (que se expresa y culmina como amor entre Jesús y el Padre) es principio y sentido del Espíritu Santo. Así pasamos de la ley nacional judía a la libertad universal cristiana, de la nación particular a la misión católica. Para los judeocristianos Jesús es por ahora un reformador intra-judío: esperan su manifestación final, cuando transforme en su venida cielo y tierra. Pero Pablo y los cristianos helenistas saben que Jesús ha realizado la acción definitiva de Dios: culmina el tiempo antiguo, supera la barrera de judíos y gentiles, como ha señalado Hech 2:

Gesto y signos. El Espíritu de Dios se manifiesta en viento y terremoto, lenguas de fuego. Todos los cristianos se vuelven capaces de hablar en otras lenguas: su glosolalia es signo de misión universal. Bautizados por el Espíritu de pascua, los cristianos renacen a la vida pascual (Hech 2, 4).

Universalidad. Cada pueblo recibe el mensaje en su lengua, cada uno conforme en su cultura. Los reunidos en Pentecostés son representantes de la humanidad entera: partos y medos, elamitas y mesopotamios, judíos y capadocios, del Ponto y Asia... (2, 5-9).

Según eso, el Espíritu de Dios es principio de nueva humanidad, comunión que desborda las fronteras, abriendo desde el mismo judaísmo un camino universal. Marcos y Mateo habían dicho las cosas de otro modo: más tajantes: tras la muerte de Jesús, los discípulos tuvieron que "escapar" de Jerusalén donde sólo quedaba una tumba vacía, para iniciar el nuevo camino pascual del Espíritu en Galilea (Mc 16, 1-8; Mt 28, 1-20). Lucas, en cambio, ha querido fundar la pascua y tarea de la iglesia en las raíces judías de Jerusalén, situando allí la escena de Pentecostés, iniciando desde allí el despliegue universal del Espíritu. En un nivel, todo es judío, en otro todo es universal: las diversas "lenguas" son signos de las culturas y tradiciones de la tierra, vinculadas desde la misión que se inicia en Jerusalén, por Jesús resucitado, por la fuerza de su Espíritu (Hech 1-2):

Jesús había superado la ley nacional israelita al convocar para su reino a los perdidos-pecadores-expulsados que se hallaban fuera de la alianza. Sin el arraigo en el Jesús histórico y su llamada a los marginados se destruye la novedad del Espíritu cristiano.

Los nuevos cristianos, empiezan por Jerusalén, pero rompen después la ley israelita y superan las fronteras de su pueblo, para convocar por medio del Espíritu de Cristo a los humanos de todas las naciones, formando con ellos la universal, escatológica

La novedad de los cristianos no está sólo en que tienen mejor espiritualidad o devoción interna, sino en el hecho de que el Espíritu pascual (comunión de Dios y Jesús) les hace una comunidad abierta a todos los humanos. El Espíritu de Cristo se desvela así como "amor, gozo, paz" (cf. Gal 5, 22) para todos los humanos, a lo ancho del mundo, a lo largo del tiempo. Línea sincrónica: el Espíritu es principio de unidad comunitaria, supera las barreras de judíos y gentiles, vinculando a todos los creyentes en un mismo espacio de amor y libertad interhumana. Línea diacrónica: el Espíritu es principio escatológico de la historia, hace que culmine el tiempo y sitúa a los creyente en camino de recreación final del ser humano.

4. Espíritu y perdón. El principio de la historia

Al ocuparnos del mensaje y vida de Jesús, hemos visto que el Espíritu se hallaba ligado a la experiencia de perdón y nuevo nacimiento, de manera que su apelativo principal de santo (hagion) como opuesto a los espíritus impuros o sucios (akatharta) que destruían al ser humano. Hay una santidad hecha de exclusión y separaciones, pero la del Espíritu de Jesús es perdón y acogida: es principio de reconciliación gratuita que supera en amor los pecados. La tradición evangélica sabe que Jesús se ha mostrado vivo tras su muerte a los mismos discípulos que habían rechazado su camino, hasta abandonarle en el Calvario. Pues bien, invirtiendo el pecado y rechazo anterior, Jesús ofrece a los suyos el Espíritu como poder de perdón: Les dijo: -iPaz a vosotros! Como me ha enviado el Padre así os envío a vosotros. Y diciendo esto sopló sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonareis los pecados, les quedarán perdonados, a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos (Jn 20, 21-23).

El Jesús pascual es emisor del Espíritu, como presencia del Dios que había "soplado en los humanos su aliento de vida" (Gen 2, 7), colocándoles ante la ley del juicio (el bien y el mal, el riesgo del castigo). Esta nueva creación pascual se define por el Espíritu de perdón: Jesús sopla su Aliento, el Espíritu de amor, sobre los fieles y, por ellos, sobre todos los humanos. Por eso dice Jesús "a quienes perdonéis...". Los creyentes no son sólo receptores pasivos: pueden convertirse y se convierten en portadores de perdón, a través de un camino de gratuidad universal, superando las fronteras de la ley israelita. Los creyentes son mediadores del perdón de Jesús, ministros del Espíritu, en sentido expansivo (a quienes perdonéis....) y de identificación interior (a quienes se los retengáis...). Volvemos de esa forma al tema ya evocado al referirnos al pecado contra el Espíritu Santo (Mc 3, 28-30), que Mt 18, 15-20 ha vuelto a presentar en ámbito de iglesia, destacando la gracia y riesgo del perdón:

El Espíritu es perdón ofrecido a cada persona. Cada creyente escucha con Jesús en su bautismo: ¡Tú eres mi Hijo predilecto, en ti me he complacido! Más que perdón, esto es pura gracia. Más que "perdonado", el creyente se descubre amado: no se le obliga a conquistar nada por la fuerza. Vive porque Dios le ama en Jesús, su Señor, sabiendo que "donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad" (2 Cor 3, 17).

El Espíritu de perdón implica nuevo nacimiento, sobre el plano de la carne y sangre (cf. Jn 1, 12-13). Así dice Jesús a Nicodemo, maestro de Israel, en medio de la noche y miedo: Quien no nazca de nuevo... Quien no nazca del Agua y el Espíritu no entrará en el reino de Dios... El Espíritu sopla donde quiere, así es todo el que nace del Espíritu (Jn 3, 3.5.7-8). Nacer del Espíritu implica nacer a la libertad.

5. Espíritu y comunión. La riqueza de la historia

Del perdón pasamos a la comunión, invirtiendo el esquema del símbolo romano (creo en el Espíritu Santo, la comunión de los santos, el perdón de los pecados...). El mismo perdón es principio de diálogo, como ha mostrado Lucas de forma programática en Hechos, cuando pasa del carisma externo (don de lenguas: Hech 2) a la comunión eclesial: Todos los creyentes tendían a lo mismo y tenían todas las cosas en común (Hech 2, 44). La multitud de los creyentes tenía un corazón y un alma sola; y nadie llamaba suyo aquello que tenían, sino que todo lo tenían en común (Hech 4, 32).

Esta comunión de corazón, alma y bienes (afecto, opción creyente, riquezas materiales) constituye el fruto y presencia del Espíritu de Cristo. Los primeros creyentes habían aguardado quizá la destrucción del mundo. Pues bien, allí donde, esperando a Jesús, se disponían para el gran juicio de Dios, han encontrado la comunión: estaban dispuestos a morir, dejando así que el mundo acabe y se revele Cristo por su parusía.

Pues bien, en contra de eso, el Espíritu de Cristo les ha llevado a compartir la vida, en gesto de nueva creación. El mismo bautismo de perdón y nuevo nacimiento (cf. Hech 2, 37) suscita comunión de amor entre los fieles (cf. Hech 2, 42-47).En un primer momento, esa experiencia de comunión puede entenderse en plano limitado, dentro del esquema anterior del judaísmo. Pero, pronto, ella desborda las limitaciones nacionales y se expande a lo ancho y largo de la tierra. La misma comunión humana es signo y presencia escatológica de la Comunión del Espíritu de Dios, meta de la historia. Ciertamente, pueden suceder y sucederán acontecimientos de tipo económico y social, científico y militar; pero la Comunión del Espíritu de Cristo es meta de la historia.

Esta experiencia está en la base de la "conversión" de Pablo. A su juicio, la ley nacional de Israel sancionaba la división entre puros e impuros, en plano de obras, justificando así la diferencia y lucha entre los humanos, sometidos bajo la tutela de la ley, en minoría de edad, teniendo que merecer el puesto que ocupaban en la sociedad: por eso, se organizaban según obras y méritos. Pues bien, en contra de eso, el Espíritu de Jesús supera las viejas divisiones, la carrera de méritos, el mérito de las obras, la estructura de una sociedad fundada en principios de imposición. De ahora en adelante, los humanos pueden vincularse ya por pura gracia, desde el don de Cristo (cf. Gal 3,21): Ya no hay más judío ni griego, ya no hay más siervo ni libre, ya no hay más varón ni hembra; todos vosotros sois uno en el Cristo Jesús (Gal 3, 28).

6. Espíritu y vida eterna. El futuro de la historia

Del perdón y comunión pasamos (con el mismo símbolo de fe) a la Vida eterna, recordando lo dicho sobre la relación entre Espíritu santo y reino de Dios. Jesús había interpretado el Espíritu como presencia escatológica de Dios que libera a los posesos y abre'a todos los humanos el camino del Reino. Los escribas se habían opuesto a su visión y proyecto, acusándole de endemoniado. Los discípulos pascuales siguen el ejemplo de Jesús, anunciando y expandiendo su mismo mensaje de reino. Por eso, es normal que sean perseguidos. Pues bien les promete el Espíritu: Cuando os lleven a entregaros (a los tribunales) no penséis de antemano lo que habéis de contestar; decid más bien aquello que (Dios mismo) os inspire aquella hora. Pues no seréis vosotros los que habléis sino el Espíritu Santo (Mc 13, 11 par).

Posiblemente, provienen de la comunidad cristiana, en nombre de Jesús, pues traducen una certeza básica de la iglesia. En medio de la persecución final, cuando los discípulos encuentren cerrados todos los caminos, el Espíritu de Dios se hará palabra de asistencia y ayuda para ellos, ofreciéndoles su ayuda escatológica, como fuerza de Vida y victoria en medio de la lucha de la historia. Pablo vincula esta certeza con la resurrección, pues sabe que el mismo Espíritu de Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos, resucitará a los creyentes (Rom 8, 11-12).

Como venimos diciendo, el Espíritu es plenitud del amor intra-divino. Por eso puede ser garantía de plenitud y comunión para los creyentes, que descubren así que no se encuentran perdidos, como caminantes que jamás hallan su esencia, derrotados en las persecuciones, sino que tienen la asistencia del Espíritu. No hay dos escatologías, una de Dios, otra para los humanos, ni dos espíritus, uno de Dios otro de los humanos. El mismo Espíritu de la culminación de Dios (pleno amor, vida compartida) se presenta por Cristo como garantía de existencia (de Vida final) para los creyentes. De esta forma se entrelazan escatología y pneumatología. Dios no "inventa" para los humanos un final distinto, sino que les ofrece su propia vida en Cristo, la fuerza de su Espíritu:

La escatología es el misterio de las cosas últimas: la certeza de que los humanos, amorosamente creados por Dios, encuentran en su Espíritu la culminación completa. Pneumatología es el estudio del Espíritu de Dios, que actúa en los humanos, por el Cristo, abriendo para ellos un camino de perdón y comunión que lleva a la Vida eterna, es decir, a la escatología.

Frente al giro constante de las cosas, que vuelven siempre a ser lo mismo, en círculos de eterno retorno, frente el ciego destino que oprime a los humanos, eleva Pablo la certeza de que el Espíritu dirige a los salvados hacia la plenitud final de su existencia. La razón discursiva en cuanto tal se pierde, la mente encerrada en el mundo no encuentra solución ni sabe cómo pedir y/o comportarse, pero el Espíritu de Dios viene y ayuda, con palabra de oración y esperanza salvadora: Toda la creación gime y sufre hasta ahora, como en dolores de parto. Pero no sólo ella, también nosotros, que tenemos la primacía del Espíritu, gemimos muy por dentro, esperando la filiación, la redención de nuestro cuerpo. El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos pedir como se debe, pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables (Rom 8, 22-26).

Así aparecen tres niveles de petición y esperanza: creación, nosotros, Espíritu de Dios. La creación gime en dolores de parto y también nosotros con ella gemimos: no pódemos alcanzar la plenitud a solas, ni con la ayuda del mundo. Pero el Espíritu Santo se introduce en nuestra vida, asumiendo nuestra debilidad, animando y dirigiendo nuestra marcha hacia su Vida, apareciendo plenamente como comunión personal, amor mutuo de Dios y de Jesús, hogar de vida perdurable para los creyentes. Ciertamente, hemos recibido el Espíritu en la iglesia y dentro de ella elevamos nuestro en esperanza. Pero nuestra vida desborda el ámbito de la iglesia, para insertarse dentro de la gran esperanza cósmica.

BIBL. — 1. Magisterio: JUAN PABLO II, Dominum et Vivificantem (Carta encíclica, 1986); COMITÉ JUBILEO AÑO 2000, El Espíritu del Señor, BAC, Madrid 1997; 2. Teología básica: BARRETr, C. K., El Espíritu Santo y la Tradición Sinóptica, Sec. Trinitario, Salamanca 1978; CONGAR, I. M., El Espíritu Santo, Herder, Barcelona 1983; DUNN, M. D. G., El Espíritu Santo y jesús, Secretariado Trinitario, Salamanca 1981; MUHLEN, H., El Espíritu Santo y la iglesia, Sec. Trinitario, Salamanca 1998; PII<AzA, X., Dios como Espíritu y persona, Secretariado Trinitario, Salamanca 1989; ID., Trinidad y comunidad humana, Secretariado Trinitario, Salamanca 1990; SCHÜTZ, C., Introducción a la Pneumatología, Secretariado Trinitario, Salamanca 1991; SCHWEIZER, E. El Espíritu Santo, Sígueme, Salamanca 1992.

Xabier Pikaza