"Dominus Jesus", y diálogo interreligioso
DPE
 

SUMARIO: Prólogo. – 1. Relectura de la Declaración "Dominus lesus". 1.1. Introducción y objetivos de la Declaración. 1.2. Peligros de hoy en el diálogo interreligioso. 1.3. Plenitud y definitivdad de la revelación de Jesucristo. 1.4. El logos encamado y el Espíritu Santa 1.5. Unicidad y universalidad del misterio salvifico de Jesucristo. 1.6. Unicidad y unidad de la Iglesia. 1.7 Iglesia, reino de Dios y reino de Cristo. 1.8. La Iglesia y las religiones en relación con la salvación. 1.9. Conclusión. – 2. Lectura glosada y pastoral de la Declaración. 2.1. Punto de partida: sentido y valor de las religiones a la luz de la revelación cristiana. 2.2. ¿Se puede hablar de "revelación" en las demás religiones. 2.3. Misión de la Iglesia y diálogo interreligioso: ¿El diálogo es ya evangelización? — 3. Conclusión.


Prólogo

El 6 de Agosto de 2000 la Congregación para la Doctrina de la Fe publicaba una Declaración titulada "Dominus Jesus" sobre el diálogo interreligioso y ecuménico. Las reacciones no se hicieron esperar y de signo ambiguo. La mayoría de voces aparecidas en los medios de comunicación social, así como opiniones de comentaristas, tachaban el documento de "un paso atrás" en el diálogo. (Ejem. "ABC" [9-9-00] 41; "Vida Nueva" [30-9-00] 32-33). Mientras, en otras publicaciones se afirmaba. "que era una declaración necesaria" ("Palabra" 436 [Octubre 2000] 5-9). Por su parte, el Papa Juan Pablo II, en el "Angelus" del día 1-10-00 volvía a insistir en los contenidos esenciales de dicha Declaración, subrayando, además, que "el documento manifiesta la misma pasión ecuménica que la encíclica "Ut unum sint" (Cf. VIS 2000.10.02 [530]).

Ante esta controversia la pregunta que hacemos es la misma que en su día hizo un Editorial de "Razón y Fe": "¿De verdad es posible el diálogo interreligioso?" (cf. n° 239 [1999] 119-126). Y, si así fuere, añadimos, "¿en qué sentido?".

Desde estas coordenadas, nos atrevemos a hacer una relectura, primero literal, y después glosada, de dicha Declaración. Para abordar, en sentido propio, la pastoral del diálogo interreligioso.

1. Relectura de la Declaración "Dominus Jesus"

1.1. Introducción y objetivos de la Declaración

La misión universal de proclamar la Buena Nueva nace del mandato de Jesucristo (Mc 16,15-16) (n. 1). Hoy, esta misión está lejos aún de su cumplimiento (Pede. Missio) (n. 2).

El diálogo interreligioso no sustituye sino que acompaña la "missio Ad gentes" (n. 2). Dicho diálogo forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia (Red. Missio, 55), y comporta una actitud de comprensión y una relación de conocimiento recíproco y de mutuo enriquecimiento, en la obediencia a la verdad y en el respeto a la libertad (n. 2).

En la teoría y praxis de este diálogo han nacido problemas nuevos, por eso, esta Declaración quiere ayudar a Obispos y fieles. Su lenguaje expositivo no es el de tratar de modo orgánico toda la problemática de la unicidad y universalidad salvífica del misterio de Jesucristo y de la Iglesia, ni proponer soluciones a las cuestiones teológicas libremente disputadas, sino la de exponer nuevamente la doctrina de fe católica, y, al mismo tiempo, indicar algunos problemas abiertos a ulteriores profundizaciones y confutar determinadas posiciones erróneas o ambiguas (n. 3).

1.2. Peligros de hoy en el diálogo interreligioso

Los peligros son algunas teorías de tipo relativista que justifican el pluralismo religioso no sólo de hecho sino de derecho, o por principio, y dan por superadas verdades como:

Las raíces de estas afirmaciones hay que buscarlas en algunos presupuestos filosóficos y teológicos: la convicción de la inaferrabilidad e inefabilidad de la verdad divina, ni siquiera por parte de la revelación cristiana; la actitud relativista sobre la verdad que afirma que aquello que es verdad para unos no lo es para otros; la contraposición radical entre la mentalidad lógica de Occidente y la simbólica de Oriente; el subjetivismo que no logra encontrar la verdad del ser; la dificultad de comprender y acoger en la historia la presencia de eventos definitivos y escatológicos; el vaciamiento metafísico del evento de la encarnación histórica del Logos eterno, reducido a un mero aparecer de Dios en la historia; el eclecticismo de diversas ideas teológicas sin preocuparse de su coherencia sistemática y compatibilidad con la verdad cristiana; la tendencia a leer e interpretar la SE fuera de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia (n. 4).

1.3. Plenitud y definitividad de la revelación de Jesucristo

La revelación de Jesucristo tiene un carácter definitivo y completo. Con su presencia y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, con su muerte y resurrección, y con el envío del Espíritu Santo, lleva a plenitud toda la revelación (Dei Verbum, 2) (n. 5). La Iglesia proclama el Evangelio como la plenitud de la verdad (Rede. Missio, 5).

Es contraria, por lo tanto, a la fe la tesis del carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesucristo que sería complementaria a la de otras religiones. En el fondo se esconde la teoría de que la verdad acerca de Dios no podría ser acogida ni manifestada en su globalidad y plenitud por ninguna religión histórica, ni siquiera por el cristianismo ni Jesucristo (n. 6).

Es cierto que la verdad sobre Dios no es abolida ni reducida porque sea dicha en lenguaje humano. Pero ella sigue siendo única, plena y completa porque habla y actúa en Jesucristo, quien es el Hijo de Dios encarnado (n. 6).

La respuesta adecuada a la revelación en Jesucristo es la obediencia en la fe. Para profesar la fe es necesaria la gracia de Dios, que previene y ayuda, y los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da la suavidad en el aceptar y creer la verdad (Dei Verbum, 5).

Se debe distinguir entre fe cristiana y creencia en otras religiones. Mientras la fe hace referencia a lo revelado, las creencias son la totalidad de experiencias y pensamientos que los hombres en la búsqueda de la verdad, han ideado y creado en su referencia a lo Divino y Absoluto (Pides et Ratio, 31-32). Las creencias son todavía experiencias religiosas en búsqueda de la verdad absoluta y carentes aún del asentimiento a Dios que se revela (n. 7).

En cuanto al valor de los textos sagrados de otras religiones, es cierto que muchas personas, a través de ellos, han llegado a una experiencia religiosa con Dios, y reflejan un destello de la Verdad que ilumina a todos los hombres (Nostra Aetate, 2; Ad Gentes, 9), pero la Iglesia reserva la calificación de textos inspirados por el Espíritu Santo a los bíblicos (Dei Verbum, 11), porque estos enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar sobre nuestra salvación (Dei Verbum 11). Los libros sagrados de otras religiones reciben del misterio de Cristo aquellos elementos de bondad y gracia que están presentes en ellos. De cualquier forma Dios no deja de hacerse presente de muchos modos no sólo en personas sino en pueblos, mediante sus riquezas espirituales, aunque dichas religiones contengan lagunas, insuficiencias y errores (Rede. Missio, 55: Evan. Nuntiandi, 53) (n. 8).

1.4. El logos encarnado y el Espíritu Santo en la obra de salvación

En la teología contemporánea se presenta a Jesucristo como si fuese una figura histórica particular y finita, que revela lo divino de manera no exclusiva sino complementaria a otras presencias reveladoras y salvíficas. Según esto, el Infinito, el Absoluto, el Misterio último de Dios se manifestará a la humanidad en modos diversos y en figuras históricas diversas, de las que Jesús de Nazaret sería una de ellas (n. 9).

Incluso, se afirma, habría dos economías de salvación: la del Verbo encarnado, limitada sólo a los cristianos, y otra del Verbo eterno, válida también fuera de la Iglesia, y en la que la presencia de Dios sería incluso más plena (n. 9).

Todo ello contrasta con la Fe de la Sagrada Escritura y de los Concilios, donde se afirma que uno sólo, y el mismo, es Jesús de Nazaret y el Verbo eterno de Dios (n. 10). Cristo, nuevo Adán, imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, el único sujeto que une las dos naturalezas (divina y humana) en una única Persona (n. 11). Sólo en Jesucristo se manifiesta la unidad intrínseca de la economía salvífica de la Trinidad, desde la eternidad hasta la encarnación. Jesucristo es el único mediador y salvador universal (n. 11).

Algunos proponen la hipótesis de una economía del Espíritu Santo con un carácter más universal que la del Verbo encarnado, crucificado y resucitado. Pero esto va en contra del verdadero misterio trinitario y no ve en Jesucristo el lugar de la presencia del Espíritu Santo y la fuente de su efusión a la humanidad. Queda claro el vínculo entre el misterio salvífico del Verbo encarnado y el Espíritu Santo. La acción del Espíritu Santo no está fuera o al lado de la acción de Cristo. Los hombres no pueden entrar en comunión con Dios si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo (n. 12).

1.5. Unicidad y universalidad del misterio salvifico de Jesucristo

Frente a la tesis que niega la unicidad y universalidad del misterio salvífico de Jesucristo, está el testimonio constante de la Sagrada Escritura (Ejem. 1 Jn 4,14; Hec 10,36; 1 Cor 8,5-6; Jn 3,16-17). La voluntad salvífica universal de Dios uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para siempre en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección de Cristo (nn. 13-14).

La teología, bajo la guía del Magisterio, está invitada a explorar si es posible, y en qué medida, las figuras y elementos positivos de otras religiones pueden entrar en el plan divino de salvación. Se debe profundizar cómo la mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única de Salvación (LG, 62). Todas la mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, cobran significado y valor únicamente en la mediación de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas o complementarias o incluso fuera de la única mediación de Cristo (RM, 5) (n. 14).

No hay que temer pronunciar palabras como "unicidad, universalidad, absolutez" que sólo tratan de ser fieles al dato revelado. Con la SE y la Tradición se debe decir que Jesucristo tiene, para el género humano y su historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él propio, exclusivo, universal y absoluto (RM, 6) (n. 15).

1.6. Unicidad y unidad de la Iglesia

Jesucristo constituyó a la Iglesia no sólo como una comunidad de discípulos, sino como misterio de salvación. El mismo está en la Iglesia y la Iglesia en El (Jn 15,1; Gal 3,28; Ef 4,15-16; Hec 9,5). La Iglesia es el Cuerpo de Cristo; Cristo y la Iglesia no se pueden confundir pero tampoco separar y constituyen su único Cristo total, se relacionan como Esposo y Esposa (2 Cor 11,2; Ef 5, 25-29; Ap 21, 2.9) (n. 16).

En conexión con la unicidad de Jesucristo se afirma la unicidad de la Iglesia por él fundada y en la que vive. Existe una continuidad histórica —radicada en la sucesión apostólica— entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia católica (n. 16).

La Iglesia "subsiste" en la católica. Con ello se quieren armonizar dos principios: 1) a pesar de las divisiones, la Iglesia sólo existe plenamente en la católica; 2) fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de verdad y santificación, ya sea en las Iglesias o en las Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia católica. Esta eficacia deriva de la misma plenitud de gracia y verdad que fue concedida a la Iglesia católica. No es adecuado, por lo mismo, como afirman L. Boff y otros, decir que la única Iglesia de Cristo puede subsistir en otras Iglesias cristianas. Fuera de la Iglesia católica existen sólo "elementos eclesiales" de la única Iglesia y que conducen a esa misma Iglesia católica (n. 16).

Las iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ellas por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión apostólica y la Eucaristía válidamente consagrada, son verdaderas Iglesias particulares (UR, 14-15).

Por el contrario, las comunidades eclesiales que no han conservado el episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico, no son Iglesia en sentido propio; sin embargo, los bautizados han sido incorporados a Cristo y están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la Iglesia. El Bautismo en sí tiende al completo desarrollo de la vida en Cristo mediante la íntegra profesión de fe, la Eucaristía y la plena comunión en la Iglesia (UR, 22) (n. 17).

Por lo tanto, los fieles no pueden imaginar que la Iglesia de Cristo es la suma de las Iglesias y comunidades eclesiales; ni tienen la facultad de pensar que la Iglesia de Cristo hoy no existen en ningún lugar y que por tanto debe ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y comunidades. El Espíritu de Cristo se ha servido de las otras iglesias y comunidades como medios de salvación, pero gracias a la plenitud de gracia y verdad de la única Iglesia católica (UR,. 3).

La falta de unidad entre los cristianos es una herida para la Iglesia, no en el sentido de quedar privada de su unidad, sino en cuanto obstáculo para la realización plena de su universalidad ne la historia (UR, 4) (n. 17).

1.7. Iglesia, reino de Dios y reino de Cristo

La Iglesia constituye en la tierra el germen y el principio de ese Reino (LG, 5). Por un lado es signo e instrumento del Reino, llamada a anunciarlo e instaurarlo. Por otro, es el pueblo reunido por la unidad de la Trinidad y por lo tanto el reino de Cristo presente ya en el misterio, constituyendo así su germen e inicio. El Reino tiene una dimensión escatológica: una realidad presente en el tiempo, pero su definitiva realización llegará con el fin y el cumplimiento de la historia (LG, 9). Existe una íntima conexión entre Cristo, el Reino, y la Iglesia. El Reino, conocido por revelación, no se puede separar ni de Cristo ni de la Iglesia. A la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos (RM, 18) (n. 18).

Todo lo cual no hace olvidar que el Reino, en su fase histórica, no se identifica con la Iglesia en su realidad visible y social porque no se debe excluir la obra de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia (RM, 18). El Reino interesa y debe alcanzar a todos: personas, sociedad, mundo entero. Esto no justifica posturas "reinocéntricas" en las que se ve un modelo de Iglesia "para los demás", como Cristo es "el hombre para los demás".

Esta postura deja en segundo lugar o en penumbra a Cristo, subrayando un teocentrismo, porque Cristo no sería entendido por quienes no profesan la fe cristiana, mientras que se puede coincidir en la realidad divina. Igualmente privilegian el misterio de la creación, reflejado en las diversas culturas y creencias, pero no dicen nada sobre el misterio de la redención. Finalmente, esta concepción termina por marginar o menospreciar a la Iglesia como reacción a un "eclesiocentrismo" de otras épocas. La Iglesia es sólo un signo, ambiguo. Todas estas tesis niegan la unicidad de la relación que Cristo y la Iglesia tienen con el Reino de Dios (n.19).

1.8. La Iglesia y las religiones en relación con la salvación

Existen cuestiones que deben ser profundizadas: a) Unir dos verdades: la posibilidad real de salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación (RM, 9). La salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia no les introduce formalmente en ella, sino que les ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el ES. Está relacionada con la Iglesia que procede de la Trinidad (n. 20).

Esta gracia salvífica de Dios para los no-cristianos, donada siempre por medio de Cristo en el Espíritu y que tiene una misteriosa relación con la Iglesia, el Vaticano II se limitó a afirmar que Dios la dona "por caminos que El sabe" (AG, 7), lo cual no equivale a decir que la Iglesia sea un camino de salvación al lado de aquellos constituidos por las otras religiones, como si fueran complementarias a la Iglesia o incluso substancialmente equivalentes a ella.

Algunas oraciones y ritos pueden asumir un papel de preparación al evangelio, en cuanto son pedagogía por las que los corazones se abren a la acción de Dios, pero no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia ex opere operato, que es propia de los sacramentos cristianos (RM, 55). Y no se puede olvidar que otros ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros errores, constituyen más bien un obstáculo para la salvación (1 Co 10, 20-21; RM, 55) (n. 21).

No se puede pensar, en aras de un relativismo religioso, que una religión es tan buena como otra. Si bien es cierto que los no cristianos pueden recibir la gracia divina, también es cierto que objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria ne relación a quienes tienen la plenitud de los medios salvíficos, y esto último no por los méritos de los fieles, sino de Cristo (LG, 14) (n. 22).

La missio ad gentes, también en medio del diálogo interreligioso, conserva íntegra su fuerza y su necesidad (AG, 7). El diálogo, aunque forma parte de la misión evangelizadora, constituye sólo una parte de las acciones de la Iglesia en su misión ad gentes (RM, 55). La paridad, que es presupuesto del diálogo, se refiere a la igualdad de la dignidad personal de las partes, no a los contenidos doctrinales, ni mucho menos a Jesucristo -que es el mismo Dios hecho hombre- comparado con los fundadores de otras religiones. Guiada por la caridad y el respeto de la libertad, la Iglesia debe anunciar la verdad definitivamente revelada, proclamar la necesidad de la conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del Bautismo y los demás sacramentos que hacen participar de la vida trinitaria (n. 22).

1.9. Conclusión

Se reafirma la fe de la Iglesia proclamada por el Vaticano II: La religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y apostólica; todos los hombres están obligados a buscar la verdad y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla (DH, 1). La revelación de Cristo seguirá iluminando la historia de la humanidad porque la verdad, que es Cristo, se impone como autoridad universal (Fides et Ratio, 15).

2. Lectura glosada y pastoral de la Declaración

Sobre el diálogo interrelegioso, recientemente han aparecido diversas obras y artículos que, al final, señalaremos. Lo que ahora intentamos hacer es, sin salirnos, de la línea más autorizada, glosar aún más los problemas de fondo que se expresan en la Declaración "Dominus lesus". Lo hacemos en diversos apartados.

2.1. Punto de partida: sentido y valor de las religiones a la luz de la revelación cristiana

No hay duda de que el diálogo interreligioso es uno de los signos de nuestro tiempo. No desde el fácil irenismo o el relativismo. Sólo desde ahí el creyente puede dialogar sobre un Misterio que le supera. Y, al mismo tiempo que debe sentir la humildad y su pobreza, no debe tener complejo de inferioridad. Aunque el creyente es bien poco, su fe, su Dios, la tradición católica que se le ha confiado, deben ser el punto de firmeza de su consciencia.

Según la fe cristiana, Dios eterno e infinito se ha revelado de dos maneras: primero, de una forma "natural" ("Dios nos ha dado el mundo"), en la creación, donde ha dejado huellas de su perfección, belleza, sabiduría y amor. Después, o al mismo tiempo, de una forma sobrenatural en la Historia de la Salvación ("Dios se da a sí mismo y nos hace partícipes de su vida") que encuentra su punto culminante en el misterio de la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo.

Dios se fue revelando "progresivamente" en la Historia hasta desvelarse por entero en Jesucristo. Jesucristo en la medida y norma de nuestro conocimiento del misterio de Dios.

Desde aquí se abre un problema muy actual: ¿Qué significado y valor debe conceder la teología cristiana a las demás religiones respecto de la salvación? Es lo que se llama la "teología cristiana de las religiones", que tiene estos puntos de partida:

a) Universalidad de la voluntad salvífica de Dios para toda la humanidad: "Dios quiere que todos los hombre se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (Tim 2,4). Después del pecado esta salvación supone la restauración del hombre por medio de la gracia sanante.

b) Dios realiza su designio firme y universal de salvación por medio de su Hijo, que se ha encarnado en Jesús de Nazaret, ha sufrido y muerto en la cruz para salvar a los hombres del pecado y de la muerte y ha resucitado para comunicarnos la Vida y hacernos partícipes del mismo Dios y de su vida divina.

c) La salvación, en su plenitud y perfección, se realiza en la Iglesia que Jesús quiso, estableciendo sus fundamentos durante su vida terrena y cuyo nacimiento proclamó en Pentecostés por medio del Espíritu Santo y al cual confió los medios de salvación, esto es, la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura y los sacramentos por los cuales él comunica la vida y gracia de salvación. La Iglesia es, a la vez, visible e invisible, Cuerpo de Cristo (LG 48) y signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí (LG 1). Esto significa que la salvación no es un hecho individual e interior, sino que se realiza dentro de una comunidad con medios visibles y externos (sacramentos).

Significa, además, que la salvación implica una adhesión a Cristo, y en Cristo y por Cristo, a la Iglesia, su cuerpo místico. Y significa que sólo en la Iglesia se encuentra la Plenitud de la salvación. De ahí la necesidad de pertenecer a la Iglesia, cualquiera sea el modo de pertenencia a la misma. Y la Iglesia, en cuanto sacramento universal de salvación de Cristo, entra siempre de alguna manera en la realización de salvación de los hombres, no sólo de los cristianos sino "de aquellos que buscan a Dios con sincero corazón". Todos los que se salvan —de modo visible e invisible, en la realidad histórica o en el deseo— entran a formar parte del Pueblo de Dios del que la Iglesia es una parte, y signo e instrumento de unidad-en Cristo de todos los salvados.

d) Para salvarse es necesaria la fe sobrenatural que Dios concede por gracia y a la que el hombre sólo puede predisponerse, ayudado por la misma gracia y haciendo el bien. Esta fe es viva, es decir, de adhesión confiada del espíritu y del corazón a Dios. Aunque, existencialmente, madura progresivamente y en algunos momentos puede ser obscura y poco elaborada e incluso implícita, siguiendo sólo la voz de la propia conciencia y haciendo lo que ésta le dice que debe cumplir.

En resumen, en el problema de la salvación son cuatro los puntos troncales a los que la teología cristiana no puede renunciar: voluntad salvífica universal de salvación por parte de Dios; Jesucristo, Salvador único y universal de los hombres; la Iglesia, sacramento universal de salvación; la necesidad absoluta de la fe en Dios y en Cristo para salvarse. Entonces, ¿cómo se concilian estos cuatro puntos, en lo que respecta a la salvación, con aquellos que no son cristianos, sino pertenecientes a otras religiones e incluso, a veces, contrarios al cristianismo?

Existe una doble respuesta:

- Dios Trino actúa con su gracia de salvación más allá de las fronteras visibles de la Iglesia y alcanza a todos los hombres uniéndolos a Cristo y agregándolos invisiblemente a su Iglesia (LG 16), porque Cristo ha muerto y resucitado por todos los hombres (GS 22; RM, 10). No se dice por qué caminos la gracia de Dios y de Cristo llega a los hombres que no conocen el Evangelio ni la Iglesia, porque "son caminos que sólo Dios sabe" (AG, 7).

- Esta segunda postura retoma el discurso teológico donde lo había cerrado la primera: no se contenta con afirmar que Dios da su gracia salvadora a los hombres por caminos que sólo El conoce, sino que trata de buscar cuáles son esos caminos, o esas "semillas del Verbo" (spermata tou Logou) de las que hablaba, entre otros, S. Justino; incluso se habla de secretas "revelaciones" hechas a hombres paganos, como afirman S.Agustín, S. Basilio o S. Gregorio Magno. Pues bien, según esta segunda postura, los caminos por los que Dios comunica su gracia de salvación son las mismas religiones que profesan las diferentes personas con sinceridad y fidelidad.

Dos razones se aducen:

- Las religiones tienen valores positivos capaces de alimentar una vida religiosa sincera y profunda y por eso son vehículos de la gracia de Cristo. En este sentido, como afirma J. Dupuis, en una opinión no compartida por todos, ya el Vaticano II reconoció la acción del verbo y del Espíritu no sólo en el corazón de los hombres sino también en algunos elementos objetivos que forman parte de las tradiciones religiosas de la humanidad. Se apoya en Nostra Aetate, n° 2, para afirmar que en las demás religiones hay elementos "verdaderos y santos". Según Dupuis, el propio Juan Pablo II ha continuado esta línea de presencia explícita y operante del Espíritu en las religiones cuando afirma que en la Encarnación "Dios se ha unido en cierta manera a todo hombre" (Redemptor Hominis 13).

- Por eso, las religiones se pueden calificar de "sacramentales" en el camino hacia Dios. Bien entendido que ese carácter sacramental lo es en cuanto Cristo, Sacramento del Padre, por su Espíritu, esta presente en ellas. Y bien entendido que sólo en la Iglesia, Sacramento de Cristo, se consuma la salvación plena como "vía ordinaria".

Las demás religiones, como afirma J. Dupuis, son medios "imperfectos y extraordinarios"de la única salvación. Sólo en la Iglesia se encuentra la mediación perfecta y completa del misterio. Incluso si numéricamente las mayoría de los hombres se salvaran por el camino de las religiones, éste medio seguiría siendo extraordinario. Sin olvidar que no todo en las religiones es santo y verdadero. Hay incluso elementos incompatibles con el cristianismo. Por eso, la mediación sacramental que ejercen las religiones es de un orden de naturaleza diferente al de la Iglesia cristiana. Son como regímenes distintos de salvación. Sólo, insistimos en ello, la Iglesia es verdadero sacramento: en la Iglesia realmente resuena la voz y la presencia del Dios Vivo por medio del Hijo, en el Espíritu. En las demás religiones resuena a través de hombres sabios y santos. En la Iglesia actúa Cristo mismo por medio de los sacramentos; en las demás religiones los ritos y prácticas sólo ayudan a entrar en comunión con Dios.

En definitiva, y sin orgullo malsano, hay que decir que la Iglesia es el "cumplimiento" de los valores religiosos presentes en otras tradiciones. La Iglesia es recapitulación y cumplimiento de todos los valores humanos y religiosos porque es cuerpo de Cristo, aunque en su concreción histórica, por las miserias y pecados de los cristianos, no aparezca esta imagen de cumplimiento.

Su actitud frente a otras religiones es de respeto y diálogo, no de anexión ni de conquista. Ni inclusión ni exclusión.

2.2. ¿Se puede hablar de "revelación" en las demás religiones?

La pregunta, en el diálogo interreligioso se plantea también de esta manera: ¿Son reveladas las Escrituras de religiones no cristianas?

a) Comenzemos diciendo que el cristianismo ofrece un carácter de revelación "histórico", se constituye a través de acontecimientos históricos, cuya plenitud se alcanza en Jesucristo. Hechos y palabras en la revelación cristiana, como atestiguan las Escrituras, están unidos (DV, 2). Dios interviene en la historia realmente a través de mediaciones. Y estas mediaciones, en forma de hechos, unas veces hablan por sí mismos de la revelación de Dios y, otras, necesitan de la Palabra que los explique. Así pues, la revelación cristiana - hecha de acontecimientos históricos interpretados por palabras de hombres carismáticos- la distingue de cualquier otra revelación, sea filosófica o mística, supraespacial o supratemporal, o reducida a la "palabra revelada".

b) La revelación cristiana, además de histórica, es progresiva, es decir, se va cumpliendo progresivamente. Así el Antiguo Testamento preanunciaba a Jesucristo, la plenitud.

c) La tercera característica de la revelación cristiana es que alcanza su plenitud en el acontecimiento de la Encarnación y vida de Jesucristo. El cristianismo es la única religión cuya revelación se encarna en una Persona que se presenta como la verdad viviente y absoluta. Otras religiones han tenido fundadora pero ninguna de ellos se ha propuesto como objeto de fe de sus discípulos. Encontrar a Cristo es encontrar a Dios. Creer en Cristo es creer en Dios.

d) Y la cuarta característica de la revelación cristiana es su unicidad. Ya no hay que esperar otra etapa o etapas de revelación: Jesús cumplió de modo definitivo el plan de Salvación de Dios. En El, Dios ha dicho todo lo que quería revelarnos.

Asentado lo anterior tenemos que decir que la revelación cristiana está contenida en la Biblia y en la Tradición de origen apostólico y ha sido confiado a la Iglesia, en particular al Magisterio, para que la custodie íntegra y la transmita fielmente. La Biblia contiene libros "inspirados" (sagrados) por Dios, no en el sentido de que han sido escritos o dictados por Dios, sino escritos "bajo la inspiración del Espíritu Santo y por eso tienen a Dios como autor: en la redacción de los libros sagrados Dios eligió a hombres que utilizó usando sus propias facultades y medios, de forma que, obrando El en ellos y por ellos, escribieron como verdaderos autores todo y sólo lo que El quería" (DV 11).

¿Se puede sostener que las demás religiones tienen libros inspirados, conteniendo la revelación divina? Así, por ejemplo, la ortodoxia islámica, sostiene que el Corán, palabra por palabra es de Dios, en cuanto es un libro revelado por Dios al Profeta mediante un Angel y derivado de un arquetipo celeste. Los libros hinduístas (Vedas) afirman también contener la revelación divina, o, entre los mazdeítas, el Avesta, o en el budismo los Tres Sutras, o los Cuatro Libros de Confucio y el Libro de la Vida y de la Virtud de Lao Tse para el taoísmo.

Para resolver el problema planteado, si son libros revelados, debemos afirmar:

  1. Dios, en su obra de salvación, se sirve de tradiciones religiosas como vías extraordinarias de salvación.

  2. Lo que en estas tradiciones hay de verdadero y santo se contempla a la luz del Verbo de Dios que ilumina a todo hombre y a la acción del Espíritu Santo, presente en la historia humana (Jn 1,9).

  3. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4) y por ello suscita en medio de los pueblos mensajeros y profetas a través de los cuales esparce semillas del Verbo (San Justino). En realidad el carisma profético no está limitado al pueblo hebreo. Según S. Ireneo el Hijo se ha revelado a los hombres ya antes de la encarnación.

  4. Los libros sagrados de las tradiciones religiosas han alimentado y sostenido la vida y la práctica de los adeptos a dichas religiones y por eso han sido instrumentos de gracia y de salvación en manos de Dios. En cierta manera han sido escritos por hombres profundamente religiosos bajo un particular influjo del Espíritu Santo y por ello, en cierta manera también, contienen una "revelación divina". Entre estos profetas-escritores, Mahoma ocupa un lugar singular. Y el Corán, más que cualquier otro libro sagrado, contiene verdades religiosas y normas de vida moral y religiosa de altísimo valor: monoteísmo, espera del juicio final, oración, limosna, ayuno y peregrinación. Bien entendido, sin embargo, que sólo Jesús trajo la revelación definitiva y que el cristianismo, no el Islam, es la única religión agradable a Dios y universal. Así mismo, son incompatibles con el cristianismo las afirmaciones del Islam que no reconocen la Trinidad, la filiación divina de Jesús o la Redención.

Así pues, Dios, mediante la acción del Espíritu Santo también ha esparcido innumerables semillas del Verbo en algunos libros sagrados de otras tradiciones religiosas, pero con estas precisiones:

  1. No todo lo que contienen dichos libros es palabra de Dios. Hay errores, incluso graves.

  2. En este sentido dichas revelaciones son como una "etapa preliminar" en la historia de la salvación y está orientada y ordenada a la Palabra última y definitiva. Los libros sagrados de las demás religiones son como una "preparación o conducción", imperfecta y lejana, a la plenitud de la revelación de Jesucristo.

2.3. Misión de la Iglesia y diálogo interreligioso: ¿El diálogo es ya evangelización?

Durante decenios se ha venido debatiendo si el diálogo interreligioso formaba o no formaba parte de la evangelización. Evangelii Nuntiandi (1975) parece afirmar que este diálogo no entraba en la misión de evangelización propiamente dicha. Será en 1984, cuando en un documento del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, se destaque que la misión evangelizadora de la Iglesia es una realidad unitaria pero compleja y articulada. Los elementos principales de esta labor evangelizadora son: presencia y testimonio; compromiso para la promoción social y la liberación del hombre; vida litúrgica, oración y contemplación; diálogo interreligioso y, finalmente, anuncio y catequesis. En otro documento publicado por la Evangelización de los Pueblos (1991) con motivo del 25 aniversario de la declaración "Nostra Aetate" se ponía en alerta frente a aquellos que creen que el diálogo interreligioso sustituye sencillamente al anuncio evangelizador.

El diálogo interreligioso significa conocimiento mutuo y enriquecimiento recíproco, en obediencia a la verdad y respeto a la libertad. El diálogo no es un encuentro en el que se tiende a criticar al otro para hacer prevalecer la propia opinión; no es polémica entre adversarios. El diálogo implica, primero, una actitud de respeto y confianza, basado en la sinceridad y la buena fe. Y, además, implica, que los que dialogan estén convencidos de que en las posiciones del otro hay verdades y valores que, eventualmente, pueden enriquecer y completar la propia postura. Y finalmente, el diálogo implica que los dialogantes pueden cuestionarse a sí mismos, revisar sus opiniones en contraste con la verdad, aunque implique problemas de conciencia. Los que dialogan tienen que ser sólidos en sus convicciones y exponerlas con integridad, sin falsos irenismos y con pleno respeto a la identidad del otro. Pero el diálogo no anula el anuncio explícito de Jesucristo como invitación a un compromiso de fe y entrar, mediante el Bautismo, en la comunidad de creyentes, que es la Iglesia.

Asentado lo anterior, hay que afirmar que el diálogo interreligioso no es una táctica para obtener conversiones al cristianismo. Se acoge al otro de forma confiada, pero sin ingenuidades. Los cristianos, en el diálogo, no sólo dan sino que recibe. Pero siempre el diálogo interreligioso, por parte del cristianismo, debe ser sincero, lo cual comporta: que todo participante en el diálogo se presente como es; que la fe se muestre en su integridad, reconociendo lo que es compatible e incompatible, lo que son "semillas del Verbo" y lo que no pueden ser. Por eso, en todo diálogo se debe aceptar el ser cuestionados. Esto implica graves dificultades porque se trata de llegar a la verdad, o al menos de crecer en la verdad religiosa.

Se suele afirmar que hay diversas formas de diálogo o niveles , como expresó el papa Juan Pablo II en una Audiencia General (19-5-99), quien matizó "que este diálogo presupone que el hombre, creado a imagen de Dios, es también lugar privilegiado de su presencia salvífica":

  1. El diálogo de la vida, es decir, del ejemplo y testimonio, y que acoge a todas las personas.

  2. El diálogo de las obras o de colaboración mutua en diversas acciones, especialmente en el campo de la defensa de los derechos humanos, educación en la paz, defensa del medio ambiente, solidaridad con el mundo sufriente, promoción de la justicia social y del desarrollo integral.

  3. Diálogo de la experiencia religiosa, que exige compartir a un nivel más profundo: místico y que exige competencia y prudencia. La mística nunca puede ser pretexto para el relativismo.

  4. Diálogo de intercambios teológicos, profundizando en las diversas religiones y apreciando los valores espirituales y de contenidos. No s e deben limitar a la buscar un "mínimo común denominador" sino que debe prestar un "valiente servicio a la verdad".

En cualquier caso, la Iglesia insiste hoy en que el diálogo interreligioso, aunque sea en este cuarto punto, no sustituye al anuncio evangelizador, porque no se identifican ni son intercambiables. En el diálogo ejerce una función profética, pero en el anuncio evangelizador, hacia el que el diálogo se encamina, tiende a conducir a los hombres a un encuentro explícito y personal con Jesucristo. No se puede renunciar nunca a contemplar en Jesucristo el único y universal mediador.

No queremos ni debemos alargarnos más. Tres últimos pensamientos:

a) Tomamos prestadas unas palabras de la revista "La Civiltá Cattolica" (IV [1994] 225), "Jesús, en el afirmar que era Mesías e Hijo de Dios, ha sido ante todo sincero: no ha querido engañarse ni engañar a quienes lo escuchaban, sino que ha dicho la verdad sobre lo que pensaba de su persona. En toda su vida ha mostrado no ser un exaltado, ni un megalómano, sino una persona psicológicamente sana, dotada de gran realismo y capaz de no evadirse: incapaz, pues, de atribuírse cualidades que no tuviera, o autoengañarse sobre su persona... La afirmación de Jesús como Mesías e Hijo de Dios ha tenido una confirmación de valor absoluto: Dios, le ha resucitado de la muerte, confirmando con este hecho sus palabras".

b) Unas frases de la exhortación "Tertio Millennio Adveniente", en su n. 59: "La Iglesia hoy repite lo señalado en GS: la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se encuentra en su Señor y Maestro. La Iglesia afirma que en todos los cambios subsisten muchas cosas que no cambian y que tienen su fundamento último en Cristo que es el mismo ayer, hoy y por los siglos". Ponerlo de manifiesto es tarea de todos los que nos llamamos y queremos ser cristianos.

c) Y, finalmente, unos apuntes necesarios: se deben evitar, en el diálogo interreligioso, "exclusivismos" ("fuera de la Iglesia no hay salvación"), "inclusivismos" ("en las mismas religiones, y no sólo en el corazón de las personas, hay semillas de verdad. De algún modo las demás religiones están "incluidas" en el cristianismo y se dan "cristianos anónimos"), "relativismos o pluralismo fragmentado" (todo es lo mismo y tiene igual valor: El, el Indecible, está por encima de todo). Sí diálogo sincero, contextualizado, salvando la centralidad de Jesucristo y la universalidad de la Iglesia.

3. Conclusión

En el Angelus del 1-10-00 al que hemos hecho referencia más arriba el Papa Juan Pablo II afirmó que, en la cumbre del Año Jubilar, ha querido invitar a todos los cristianos a renovar su adhesión a Cristo en la alegría de la fe, atestiguando unánimemenete que El es también, hoy y mañana, el camino la verdad y la vida. Esto no significa arrogancia y desprecio hacia otras religiones, sino agradecimiento gozoso hacia Jesucristo que se nos ha revelado, de forma gratuita y nos ha comprometido a que sigamos dando gratis lo que como tal hemos recibido. Porque la Verdad y el Amor, que son Dios mismo, pertenecen a toda la humanidad.

El camino trazado, en la teología y en la praxis, como afirma el propio Juan Pablo II sigue abierto. Y debe recorrerse, añadimos, con mayor pasión y profundidad si cabe.

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Raúl Berzosa Martínez