Confesión de fe
DPE
 

SUMARIO: 1. Significado de la Confesión de Fe. -2. Validez de los Credos. — 3. La Confesión de Fe como expresión personaL — 4. Fruto del desarrollo integral de la Fe. — 5. El Espíritu en la Confesión de Fe.


1. La fe cristiana es la respuesta libre y confiada del ser humano a Dios, que se revela a través de su Palabra, hecha carne en Jesús de Nazareth.

Es posible creer, porque Dios se manifiesta al ser humano y porque el Espíritu de Dios ilumina la inteligencia y el corazón, capacitando para ofrecer una respuesta que brota de la libertad y que compromete toda la vida.

Confesar la fe equivale a dar testimonio de ella. El cristiano, que ha descubierto el "tesoro escondido", o la "perla preciosa", corre, entusiasmado, a comunicar esta Buena Noticia a quienes le rodean. La Confesión de Fe es una consecuencia lógica de la profunda alegría que el creyente ha experimentado al encontrarse con Jesucristo. Pero es, además, una urgencia de responder a la llamada del Señor: "A quien me confiese delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre" (Mt 10,32).

Quienes mejor han confesado su fe han sido los mártires. Ellos han dado el testimonio más convincente: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida". Pero también los santos canonizados, aunque no mártires, son considerados como confesores de la fe, porque su vida ha sido un constante testimonio del Dios en quien han creído. Ellos constituyen una referencia permanente para los creyentes de todos los tiempos.

Bastará recordar la anécdota de la vida de San Ignacio de Loyola, referida por sus biógrafos. Se cuenta que, cuando Ignacio de Loyola tuvo que permanecer largo tiempo de convalecencia en su casa natal de Loyola, curando las heridas sufridas en la batalla de Pamplona, el inquieto militar pidió libros de caballerías para entretener su tiempo. Al no disponer de ellos, le dieron a leer el Flos Sanctorum, las vidas de los santos. De esta lectura se sirvió Dios para llegar al corazón de Ignacio. "Si éstos han sido capaces de hacerlo, ¿por qué yo no?", se preguntó Ignacio. De este modo el testimonio de los santos, confesando con su vida la fe en Jesucristo, resultó definitivo en la conversión de Ignacio de Loyola. Confesar la fe a través del testimonio de la propia vida es, pues, el modo idóneo de comunicar a otros la experiencia gozosa del descubrimiento de Dios y de la entrega a El.

Con esta misma expresión de Confesión de Fe podemos también significar la proclamación pública del contenido de nuestra fe. Esta proclamación se suele realizar, cuando se utilizan los Símbolos de la fe o Credos. "Con el término de símbolos de la fe, confesiones o credos se designa normalmente un resumen preciso, más o menos breve y fijo, de los contenidos esenciales de la fe cristiana" (S. DEL CURA "Nuevo Diccionario de Catequética", Madrid (1999), 522).

2. Estas formulaciones tradicionales de la Confesión de Fe, que son los Credos de la Iglesia Católica, mantienen su validez, en cuanto que, de forma breve y compendiada, expresan la fe de la Iglesia. La riqueza teológica, que en ellos se encierra, nos resulta obvia y meridianamente clara para el común de los creyentes; necesita una amplia explanación, como han tratado de hacer muchos autores.

Los diferentes Credos de la Iglesia Católica, por su carácter intemporal, en cuanto que valen para todos los tiempos, resultan hoy poco encarnados en nuestra cultura postmoderna. Hoy, por ejemplo, diríamos: Creo en Dios, Padre y Madre, para evitar el lenguaje sexista. Tal vez por esa razón "dicen" poco a muchos de nuestros cristianos. Será preciso un esfuerzo ulterior de inculturación, que haga más comprensibles sus contenidos desde las categorías de la cultura de hoy. Pero este esfuerzo puede correr el peligro de producir un cierto empobrecimiento. El traductor o adaptador traiciona algo al original, afirma el dicho popular. Con todo, a pesar de ello, es necesario este esfuerzo de inculturación, si queremos que los Credos, recibidos de la tradición, continúen siendo significativos para el hombre y la mujer de hoy.

3. En épocas antiguas la Confesión de Fe tuvo como finalidad FIJAR los contenidos de la fe frente a las numerosas herejías. Con ello se pretendía asegurar la identidad del creyente. En el momento actual, sin quitar importancia al concepto anterior, al confesar la fe queremos expresar nuestra propia identidad personal como creyentes. En la Confesión de Fe tratamos de decirnos y de transmitir a otros cómo integramos la dimensión creyente en el desarrollo armónico de nuestra personalidad. Podríamos afirmar que la Confesión de Fe se orienta, en un primer momento, a saber expresar en quién creemos y por qué creemos. Pero hoy esto solo no basta. Será preciso saber expresar cómo creemos, cómo hemos sabido articular nuestra dimensión creyente en el Dios de Jesucristo con nuestro proyecto personal de ser hombres y mujeres de nuestro tiempo, plenamente integrados en nuestro mundo y en nuestra sociedad. Hay factores que piden hoy con urgencia poder manifestar ésta última dimensión de la Confesión de Fe, como son: la secularización de la cultura y de la vida, la increencia bastante generalizada y la relevancia del humanismo en la cultura moderna. El hombre de hoy no discute tanto las razones argumentativas para creer o no creer, cuanto el sentido práctico de si vale la pena tener algún tipo de fe. ¿Qué "pinta" la fe en un proyecto de vida, plenamente humano?

En el supuesto de haber podido respondernos a esta pregunta, con toda seguridad estaremos diciendo en quién creemos, cuál es la imagen que tenemos del Dios de Jesucristo, y también por qué creemos, qué plus de sentido nos transmite la fe en Jesucristo.

Es evidente que, en esta Confesión de Fe, el creyente estará volcando una gran parte de su experiencia personal. En este sentido podemos afirmar que la Confesión de Fe, en nuestro mundo de hoy, adquiere un valor más significativo en la medida en que sea capaz de expresar la experiencia vivida en la historia personal de cada uno: cómo la fe en Jesucristo y en el Dios de Jesucristo nos impulsa a una realización humana más plena personal y socialmente.

Vista esta realidad desde la perspectiva de quienes escuchan la Confesión de Fe, podemos asimismo afirmar que la Confesión de Fe resulta más interpeladora, no por razón de los brillantes argumentos racionales que empleemos, sino por razón de la riqueza de experiencia personal, que en ella volquemos.

Tengamos asimismo en cuenta que la experiencia personal de fe no es algo estático sino dinámico. El ser humano es experiencia. Y ésta va cambiando, enriqueciéndose, a medida que uno va viviendo. Esta experiencia de fe, que tratamos de volcar en la Confesión de Fe, es una vivencia dinámica, que evoluciona con el paso de la vida. Por eso no es de extrañar que seamos capaces de formular diferentes Confesiones de Fe, en distintas fases de nuestra vida. Estas confesiones de fe no variarán en los contenidos doctrinales fundamentales, pero sí podrán subrayar acentos diferentes en épocas distintas de la vida de cada persona. Esto mismo ocurrirá, con mayor razón, cuando examinamos la Confesión de Fe de diferentes personas. No solamente la pluralidad de palabras que podemos emplear, sino los diferentes sentidos que demos a una misma palabra, nos llevará a descubrir notables diferencias en la Confesión de Fe de, por ejemplo, los doce monjes de un mismo monasterio; es como una sinfonía de sonidos que confluyen armónicamente en una unidad de fe.

Leer las Confesiones de Fe de San Pablo, de San Juan, de las comunidades cristianas primitivas en las Iglesias del Nuevo Testamento nos llevan a la misma conclusión. Y escuchar a Santa Teresa o a San Juan de la Cruz, en las Confesiones de Fe de sus experiencias místicas, nos ayudan a percibir la riqueza inagotable de las experiencias personales de fe, que posteriormente se traducen en Confesiones de Fe.

De lo dicho hasta ahora podría deducirse que cada uno tenemos derecho a "fabricarnos" una imagen de Dios a la medida de nuestras conveniencias. Este peligro es real. Por esta razón la propia Confesión de Fe precisa del contraste con otras Confesiones de Fe de otros creyentes, teniendo siempre como referencia obligada la Confesión de Fe expresada por el Magisterio autorizado de la Iglesia.

La comunicación de la propia experiencia de fe es práctica común en la vida de las pequeñas comunidades cristianas. El ejercicio frecuente de esta comunicación facilita, en gran medida, el poder perfilar la Confesión de Fe personal de cada cristiano. Tanto para ahondar en la propia experiencia de fe como para ser enriquecido por las experiencias ajenas, será muy conveniente, en toda pastoral evangelizadora, multiplicar los grupos o comunidades pequeñas de cristianos. Frecuentemente estas comunidades van formándose a lo largo de los procesos de catequesis de adultos.

4. La Confesión de Fe es fruto del desarrollo integral de la fe. La fe en Dios, Padre-Madre, en Cristo el Señor, en el Espíritu santificador, en la Iglesia, comunidad de salvación es el sustrato más hondo y globalizador de la vida de un cristiano. Este sustrato básico y fundamental va desarrollando y modelando el ser y el vivir del cristiano. Sus formas de pensar, sus criterios, sus valores, sus sentimientos, sus actitudes y comportamientos van siendo modelados por la nueva luz que le viene de la fe. El dinamismo de la fe experimenta un desarrollo, maduración y perfeccionamiento, que lleva al cristiano a impregnar de un nuevo sentido la totalidad de su vida. Va naciendo, creciendo y desarrollándose el hombre nuevo por la acción del Espíritu y a través de la comunidad. La vigorosa expresión de San Pablo "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20) apunta a la meta de esta progresiva transformación.

Sólo cuando el cristiano ha desarrollado, en cierta medida, una mejor comprensión de los contenidos de su fe, cuando ha ejercitado su afectividad y sentimientos en una relación personal con Jesucristo, cuando ha iniciado seriamente un estilo de vida más comprometida a favor de la justicia y de la fraternidad, entonces es capaz de elaborar su propia síntesis, esto es: hacer su propia Confesión de Fe. Entonces está confesando en qué Dios cree, cuáles son los móviles que le inducen a creer y cómo su fe es un componente fundamental de su propia comprensión como hombre o mujer, como ciudadano y miembro de la sociedad.

No es legítimo pensar que este camino es privativo de cristianos intelectualmente preparados en conocimientos de teología; está, por el contrario, abierto a la gente sencilla. Gente sencilla, que "ha sido seducida" por Dios (Jer 20). No se trata, sin más, de hacer un elogio de la "fe del carbonero", una fe sin apenas conocimientos, sino de valorar los ejemplos de fe recia, sólida, convencida, que nos ofrece tantas veces la gente considerada socialmente sencilla. "Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla" (Lc 10,21).

El mundo necesita confesores. En algún tiempo se repetía con frecuencia que nuestra sociedad necesita menos teólogos y más testigos. En esta afirmación resuena el aforismo clásico "obras son amores y no buenas razones". En todo tiempo ha sido necesaria la presencia de testigos que, con un estilo de vida fuertemente marcado por la fe, ofrecieran un modelo de contraste con otra forma de vivir, guiada por criterios mundanos. Los santos han ejercido esta influencia en la sociedad de su tiempo y en generaciones siguientes. Pensemos en la influencia multisecular de San Martín de Tours, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, etc.

Con la llegada de la modernidad, la confrontación entre los ideólogos humanistas y los teólogos cristianos obligó a un esfuerzo de reflexión, que permitiera hacer comprensible la razonabilidad de la fe. Han sido superados, al menos de momento, los conflictos entre ciencia y fe, entre humanismo y teísmo; se ha puesto de manifiesto suficientemente que no es incompatible creer en el hombre y creer en Dios. Sin embargo, en el orden práctico, se sigue percibiendo la diferencia entre creyentes e increyentes. Unos se entregan, por la fe, al Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo y que nos llama a continuar la obra del Reino de justicia y liberación de los hombres. Otros dejan a un lado esta cuestión, porque afirman que de Dios nada se puede saber, que está más allá de nuestra experiencia.

Por esta razón se aprecia, con mayor urgencia, la necesidad de confesar la fe, siendo testigos de ella en la forma de vivir. Un estilo de vida que resulte interpelador, por su carácter excéntrico, al servicio de la causa de los pobres, de la defensa de la justicia, de la transformación de la sociedad. Quien vive o intenta, al menos, vivir de esta manera está confesando su fe; es testigo del Dios Padre de todos; convierte el amor generoso y desinteresado en el primer plano de sus motivaciones. De esta manera puede hacer significativa su Confesión de Fe. Está prestando un servicio impagable a nuestra sociedad. Contribuye eficazmente a la transformación del mundo. Y vuelve a hacer creíble el corazón de la fe cristiana.

5. El Espíritu Santo y la Confesión de Fe. "Nadie puede decir ¡Jesús es Señor!, si no es impulsado por el Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). "Recibisteis un Espíritu que os hace hijos y que nos permite gritar ¡Abbá! ¡Padre!" (Rom 8,16). La fe es don de Dios. No es fruto del esfuerzo humano. Es comunicación gratuita de Dios. Al ser humano le toca acoger, desde la libertad, este don y responder a él con la entrega obsequiosa y confiada. En este diálogo entre Dios y el hombre, el Espíritu es como un alternador, que transforma la corriente continua del amor de Dios en una corriente alterna, al capacitar al ser humano para responder a Dios.

Aun siendo conscientes de la pobreza de la palabra humana para explicar lo inexpresable de Dios, podemos caer en cuenta de que la Confesión de Fe sólo es posible gracias a la acción del Espíritu Santo. El nos permite reconocer a Jesús como el Señor. El nos descubre, en Jesús, el rostro del Padre. El es, en definitiva, el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Creemos, por tanto, en Dios

Padre y en su enviado Jesucristo mediante la acción el Espíritu. La Confesión de Fe abarca la realidad de la Trinidad, es confesión de un Dios trino, que mora en el corazón del creyente: "a quien me ama mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23).

Quienes son guiados por el Espíritu están en condiciones de confesar su fe, de manera que pueden comunicar, a quienes les escuchan, que vivir al servicio del reino es una opción razonable y, además, profundamente gozosa. Una opción libre, plenificadora, que ofrece un profundo sentido a su condición de hombre o mujer.

BIBL. — J. COUANTES, La fe de la Iglesia Católica, Católica, Madrid, 1986; J. A. GARCÍA MONJE, Unificarse como persona creyente, Teología y Catequesis 60 (1996); J. GARRIDO, Adulto y cristiano. Crisis de realismo y madurez cristiana, Sal Terrae, Santander; 1989.

José Manuel Antón Sastre