Actitud religiosa
DPE
 

SUMARIO: 1. Génesis de la personalidad. - 2. El origen de la actitud religiosa. - 3. La formación de la actitud religiosa. - 4. Orientaciones pastorales.


La persona humana se caracteriza por las actitudes que tiene en la vida cotidiana y ante los acontecimientos que le afectan de una u otra forma. Los diferentes ámbitos de la vida humana exigen maneras adecuadas de situarse; estos comportamientos estables se aprenden a través de las relaciones interpersonales; las experiencias de confianza, aceptación y ternura que tenemos en los primeros años de nuestra existencia configuran, en gran medida, nuestras actitudes básicas ante la vida. Las relaciones educativas, cívicas y laborales influyen en el tipo de persona que vamos siendo; igualmente, el modelo de persona y sociedad que se tiene y por el que se trabaja también configura grandemente nuestro estilo de persona.

De todas las actitudes, la ética y la actitud religiosa tienen una característica propia que las distingue del resto de actitudes. Nos referimos al carácter totalizante que tienen estas dos actitudes, pues afectan a todas las facetas de la vida humana y dan a la persona un sentido unificador que orienta la existencia entera. En los creyentes la actitud religiosa conlleva determinados comportamientos éticos, aunque la fe no se reduzca a una moral.

1. Génesis de la personalidad

"Nacemos con inmadurez psicobiológica y nuestra estructura interna está determinada por los intercambios con el medio; las experiencias más repetidas o las que tienen más repercusión afectiva son las más interiorizadas. El conjunto de representaciones mentales que provienen de la experiencia y, por lo tanto, tienen carga afectiva, constituyen la realidad interna; la génesis de la realidad interna, su estructura y características se fundamentan en las primeras relaciones del niño con la madre. Rof Carvallo denomina "certidumbre afectiva" a la red de relaciones del niño pequeño con la madre" (J. SASTRE, Fe en Dios Padre y ética, sPx 1995, 22).

La interacción entre comportamientos, relaciones y representaciones es lo que marca la evolución de la persona. E.H. Erikson dice que en este proceso de interacción psicosocial se van configurando los "sentimientos básicos" que caracterizan la vida personal y social de cada individuo.

"El yo es el conjunto estructurado de funciones de la personalidad que verifica la realidad, organiza la conducta y capta la propia interioridad; el super- yo se estructura a partir del yo como resultado de la introspección de normas morales y reglas sociales que han repercutido en la persona a lo largo de su desarrollo y han ido configurando el yo-ideal. La semiotización y la simbolización tan decisivas en el yo-ideal, ocurren en el seno de la certidumbre afectiva" (J. SASTRE O.C. 23).

La personalidad madura es aquella que ha desarrollado de manera sana la capacidad de amar y ser amado, en las relaciones interpersonales y en el ámbito social. El clima afectivo que se vive en la familia es básico y determinante para que el niño descubra la confianza existencial y aprenda a amar; la escuela, el grupo de iguales, la sociedad, la comunidad religiosa, etc. educan en la medida que potencian y desarrollan las dos experiencias citadas: confianza y donación. "El sentido de la vida, la bondad de la realidad, el futuro, la comprensión de la justicia (reciprocidad), la vivencia de Dios (ser personal / ser lejano) y la responsabilidad moral (Dios Padre / Dios Juez) encuentran su explicación última en las primeras cristalizaciones de la estructura de la personalidad, que se fragua en el seno de las relaciones familiares" (J. SASTRE, O.C. 24).

2. El origen de la actitud religiosa

La psicología religiosa estudia el modo de situarse el ser humano ante Dios, así como las expresiones de esta relación en lo referente a ideas, comportamientos y sentimientos. Esta experiencia psicológica abarca a la persona como totalidad, se refiere al sentido último de la vida y exige una determinada manera de vivir. Lo importante es que lo Trascendente, lo Sagrado, lo Último a lo que denominamos con el término Dios se perciba como Ser Personal que invita a una relación interpersonal y que proyecta un sentido nuevo sobre la vida entera.

El encuentro con la realidad, el no quedarse aprisionado en la realidad, la apertura a la humanidad en lo que tiene de universal, y el sentimiento de que la limitación espacio- temporal no recoge todos los anhelos de la vida humana son los cimientos de la experiencia religiosa. Esta apertura percibida en lo profundo de la persona como confianza existencial es el lugar del encuentro con Dios; un Dios que redimensiona la mirada sobre lo humano, pues nos descubre el sentimiento profundo de la realidad al revelarnos el origen y la meta de todo lo existente, y especialmente del ser humano. El Dios revelado en Jesucristo se manifiesta y comunica como Amor sin límites y entrega gratuita; desde ahí nos invita a interpretar y vivir todo lo humano. La historia vivida en esperanza como proceso de humanización y de fraternidad son el lugar privilegiado de encuentro con Dios; esto no es posible si antes no nos reconocemos como Hijos de Dios y como hermanos.

A. Vergote (Psicología religiosa, Taurus 1984, cap. IV) comenta en profundidad que Dios llega a ser "sentido para la existencia" desde las motivaciones profundas tales como las frustraciones, los sentimientos de culpabilidad y la necesidad de seguridad que supera las angustias. "Dicho de otra manera el sujeto no es explícitamente más consciente de los motivos por los que se dirige a Dios que el niño lo es de las razones por las que ama a sus padres" (p. 31). Estas aspiraciones profundas explican la formación de la actitud religiosa, pero necesitan ser completadas y transformadas por otros elementos pues "el rostro de Dios está disimulado a la vez que prefigurado en el Dios de sus necesidades y de sus motivos" (p. 183).

3. La formación de la actitud religiosa

3.1. Lo maternal y lo paternal en la formación de la imagen de Dios. Las relaciones paterno-filiales son decisivas en la apertura del niño a la realidad como totalidad. Según demuestran las investigaciones psicosociológicas, las imágenes simbólicas del padre y de la madre son importantes en la formación de la actitud religiosa del niño. Con todo no hay que identificar la imagen de Dios revelada en Jesucristo con el aprendizaje que se hace en la familia a través de los símbolos parentales. "Las relaciones maternales y la figura materna permanece a la persona ligada a la fusión feliz, el amor incondicional y la paz total; estas experiencias tienen carácter de inmediatez y no incluyen el esfuerzo personal ni la relación interpersonal. Esta experiencia de plenitud afectiva sin límites ni condiciones es la fundamentación prerreligiosa de la religión. Sobre la experiencia anterior actúa el símbolo paternal produciendo ruptura o salto cualitativo" (J. SASTRE, o. C., 35).

Las experiencias y valores maternales son las que comportan felicidad, fusión e incondicionalidad; esta dicha y ausencia de conflicto permite al niño percibir la vida en positividad pero le falta la confrontación con la realidad y el sentido de relación de reciprocidad. La madurez conlleva la incorporación de la experiencia y valores paternales. "El símbolo del padre contiene esta virtud de ruptura que arrancando el deseo a u inmersión imaginaria en la falsa infinitud de la fusión, lo proyecta al encuentro del otro" (A. VERGOTE, o. C., 201-202). La imagen de Dios en el niño surge a través de las figuras parentales pero no se corresponde totalmente a ellos, y debe ser explícitamente educada para poder llegar a una relación interpersonal con Dios Padre.

Este lento caminar supone el descubrimiento de la autonomía humana, el sentido de la vida y el encuentro con la persona de Jesús que nos manifiesta como a vivido El la relación con Dios Abbá y la relación con la relación social, política y religiosa que le tocó vivir. La Palabra de Dios nos ayuda de manera insustituible en la búsqueda del auténtico rostro de Dios, del Hombre y de la historia. En la experiencia religiosa de la humanidad Dios aparece como necesidad, como acontecimiento y como deslumbramiento. "El mensaje de Jesús es, por una parte, una respuesta escatológica (ya, pero todavía no) a la más onda dinámica humana (de la que el hombre mismo solo toma plena conciencia a la luz de ese mensaje), pero, por otra parte, no agota su virtualidad en dar un sentido al abismo del corazón humano, sino que presenta un ideal de realización positiva insospechable para el hombre natural. El hombre puede y debe acceder por sí mismo a una sacralidad auténtica aunque limitada y oscura; sólo la revelación le proporciona acceso a la más alta expresión de lo sagrado" (M. BENZO, Hombre sagrado-hombre profano. Tratado de antropología teológica, Cristiandad, 978, 132.142).

En la acción pastoral hay las cuestiones íntimamente relacionadas aunque no llegan a confundirse pues una supera a la otra, las podríamos formular así: ¿Qué experiencias humanas acogen la presencia de Dios o nos remiten a la transcendencia? ¿Cómo Dios cuestiona la experiencia de lo humano y propone al hombre una forma nueva y definitiva de vivir? La revelación cristiana manifiesta el sentido positivo de todo lo probado y se refiere al hombre como el destinatario principal del amor de Dios, pues participa de su misma vida. Esta característica dota a la vida humana de gran dinamismo, pues la distancia entre el presente y la plenitud escatológica (Rom. 8, 24-25) viene marcada por la fe, la esperanza y el amor al hermano necesitado (1 Cor. 13, 1-12).

Los estudios psicosociológicos sobre la influencia del simbolismo de las imágenes parentales en la formación de la imagen de Dios aportan los siguientes resultados (A. VERGOTE, O. C., 229-255):

- La imagen de Dios tiene más cualidades maternales que la imagen paternal; con todo, en la imagen de Dios, las cualidades paternales tienen más valor de discriminación que las maternales.

- La imagen paternal está configurada por los rasgos propios de la ley (exigencias y ruptura), el modelo (indentificación y condicionalidad) y de la promesa (futuro prometido y asegurado). Dios se manifiesta como Padre porque asegura los valores maternales, aunque también los supera ya que establece separación entre la inmediatez de los deseos y la plenitud del futuro. La bienaventuranza eterna está plenitud escatológica y no en la vuelta al paraíso original.

- En este caminar hacia la adultez humana y creyente aparece la debilidad, la incoherencia y el pecado. La Palabra de Dios no sólo marca el camino, también es expresión del que acoge, perdona y reconcilia. La experiencia del perdón es el comienzo de que el dolor, la muerte, la injusticia y el pecado serán definitivamente superados.

3.2. La actitud religiosa y su funcionamiento. Las actitudes surgen y se configuran en las relaciones en que se desarrolla la vida humana desde los primeros momentos. Los componentes de la actitud religiosa son de tres tipos: componentes afectivos, cognitivos y volitivos; funciona de manera interrelacional, dinámica e intencional. La actitud religiosa afecta a la persona como totalidad, tanto es los componentes de la persona como en la referencia al pasado, presente y futuro, y en la vinculación entre la apertura a Dios como fundamento de lo humano y las relaciones interhumanas. En la estructuración de la actitud religiosa cristiana, la referencia a la persona de Jesús es insustituible; los datos de las encuestas manifiestan reiteradamente que un buen número de los que nos posicionamos como católicos tenemos una fe muy poco configurada por la revelación de Dios Padre en Jesús de Nazaret.

En consecuencia, los rasgos de nuestra religiosidad responden más a la psicología religiosa que a una actitud religiosa madura. El Evangelio como Buena Noticia es la expresión de que el encuentro con Dios y la realización del hombre se dan en Jesucristo; la auténtica vivencia cristiana se da cuando la realización de lo humano y de la Palabra de Dios aparecen referenciados en lo más profundo.

Jesucristo, como universal concreto, es la autocomunicación plena y definitiva y universal de lo divino; el reconocimiento únicamente es posible en el encuentro personal, es decir, en el seguimiento de Jesús para que en el "estar con Él" podamos acoger su persona, vivir su mensaje y continuar su causa. La persona y el Evangelio de Jesús de Nazaret son gracia y llamamiento a la radicalidad; el paradigma del amor es una persona que "viene de lo alto" para hacer la voluntad del Padre en total disponibilidad y entrega a los hermanos.

Aquí se produce el salto que marca la madurez de la actitud religiosa: pasar del Dios a quien se pide egoístamente satisfacer las propias necesidades, a un Dios que nos invita a vivir la plenitud del ser hijos en la tarea de ser hermanos. Al Dios revelado en Jesús no se le encuentra en las carencias del hombre, sino en las búsquedas, en la entrega y en los caminos de realización del proyecto humano de fraternidad. La Palabra de Dios nos lleva al origen y fundamento de todo, Trinidad como misterio del amor, comunión y misión que fundamenta la antropología humana y la intercomunión solidaria de los hombres y los pueblos. "La Trinidad se ha convertido en expresión y sentido de la historia: no hay historia sin futuro abierto (Padre), sin presencia anticipada del futuro que permita descubrirlo (Hijo) y sin la fuerza que nos haga capaces de tender hacia su meta (Espíritu)" (X. Pikaza). Y al mismo tiempo tenemos que decir que para encontrarnos con el misterio de Dios Uno y Trino, necesitamos vivir lo cotidiano y la historia desde la persona de Jesucristo.

Es el Espíritu Santo, derramado en Pentecostés el que actualiza la acción salvadora de Jesús, el que dirige a la Iglesia como "sacramento universal de salvación" e instrumento privilegiado al servicio del Reino, y el que mueve nuestros corazones para acoger plenamente el amor del Padre y el compromiso con los más necesitados. La filiación divina y la fraternidad universal reveladas y comunicadas en la persona de Jesucristo se hacen comunidad eclesial. El sentido comunitario de la fe en lo que tiene de pertenencia y referencia eclesial es un indicador importante para valorar la madurez de la fe de los creyentes. La comunidad de fe, por su misma naturaleza y estructura, regula de forma armónica y estable los elementos cognitivos, afectivos y de comportamiento de la actitud religiosa. Como reflejan reiteradamente las encuestas sobre la religiosidad que año tras año se publican, la relación entre actitud religiosa madura, pertenencia eclesial y práctica religiosa regular es muy alta; en la medida que falta la vinculación eclesial la actitud religiosa es menos personal, estructurada y estable, y se camina fácilmente hacia la increencia.

3.3. La experiencia de conversión, clave de la actitud religiosa. La conversión supone un salto cualitativo en la vida de la persona ya que comporta la reorganización en la manera de ver la realidad y la reestructuración de su personalidad en criterios, actitudes y comportamientos. Para llegar a esta situación es necesario releer el pasado con nuevas claves y asumirlo para poder transformar el presente y el futuro; las grandes cuestiones de la fe encuentran su mejor acomodo cuando se hacen realidad en la historia personal. El encuentro confiado y reconciliador con Dios Padre tiene mucho que ver con la búsqueda de lo que da un sentido unitario a la vida y permite una mayor realización personal. La conversión es tal en la medida que parte y afecta al núcleo más profundo del ser humano donde nos sentimos aceptados y queridos, y desde donde se generan los dinamismos que nos comprometen gozosamente con los demás.

A. Vergote (o. c., 279-285) habla de varios tipos de conversión: para salir de la desazón moral, como solución de un gran problema, por evolución progresiva del proceso de fe, por una experiencia dramática y como fruto de una experiencia religiosa. Estos caminos de conversión son posibles; no todos tienen la misma validez y consistencia y los más positivos son los que se fundamentan en la progresión del proceso de maduración de la fe y en la experiencia religiosa. En los itinerarios de conversión aparecen también dificultades de orden afectivo que impiden la nueva reestructuración vital, aunque la mente vea claro y la voluntad desee fervientemente un nuevo estilo de vida, hoy se resiste en lo profundo del yo que lleva tiempo apegado y configurado con otros hábitos que se pretenden dejar. "Alrededor de su nuevo centro de gravedad, el sujeto debe tender una nueva red de relaciones significativas con el mundo y con los hombres, a través de la cuál, y después de una época de desdoblamiento íntimo, la integración de la personalidad es factible" (A. VERGOTE, o. C., 291).

La conversión inicial necesita tiempo, luces, apoyo personal y paciencia para poder avanzar poco a poco; únicamente así lo vivido será sólido y estable. El final del proceso de conversión viene marcado por la superación del dualismo entre lo que se piensa y quiere con lo que la vida diaria manifiesta. La claridad mental no basta, pues el Dios en quien creemos pide un nuevo modo de vida que se sustenta en la relación personal con El; aquí está el aprendizaje de la vida nueva y lo que indica la integración de la personalidad. La acogida plena de Dios que supone el acto de fe requiere determinadas condiciones psicológicas y éticas para que lo confesado con los labios y lo sentido en el corazón sea acorde con las relaciones y los comportamientos existenciales.

Para que la actitud religiosa llegue a madurar plenamente necesita acoger la novedad con que Dios se ha manifestado, superando toda proyección antropomórfica, y sentir a Dios como el fundamento de la autonomía humana que dota a la persona y a las relaciones de valores capaces de hacer un futuro mejor para todos. En esta tarea el hombre actual tiene serias dificultades por el tipo de cultura y de ambiente social dominado por el subjetivismo y la inmediatez. La fe madura necesita armonizar la autonomía de las realidades humanas con la fe en un Dios creador y Redentor, y el formar parte de una iglesia que orienta en cuestiones de fe y de costumbres. El acto de fe es "asentimiento" a la especificidad del Dios revelado en Jesús, y supone para el creyente tener a Dios como principio, fin y fundamento, entregar la vida a la causa del Reino de Dios y sentirse amado y acogido en el día a día por el Padre bueno que no nos abandona. Esta dificultad en armonizar la tarea histórica con la fe en Dios presente en la historia es lo que más ayuda a purificar la imagen de Dios y lo que hace que los creyentes no maduros se queden en una religiosidad psicosociológica. Tenemos que aceptar la condición propia del creyente y saber que las dificultades dejan paso la significado profundo una vez que se resuelven y superan. En este reto los santos, los profetas y los místicos son los que más sabe y más pueden aportar. Sus biografías como itinerarios espirituales siguen teniendo un gran valor pedagógico para los que se adentran en los caminos de Dios.

4. Orientaciones pastorales

En la sociedad actual la fe está menos protegida que en épocas anteriores; además, la socialización de la fe en los hogares está menos presente y tiene muchas carencias. Todo esto añade nuevas dificultades a la educación de la fe por la base afectiva que tiene la actitud religiosa y por el proceso de maduración que implica. A la hora de hacer propuestas educativas necesitamos relacionar todos los elementos que están implicados en el problema que deseamos solucionar. "La experiencia global del mundo y de los otros es la matriz donde germina la religión a la vez que su impugnación constante. Toda fórmula unívoca se ha revelado insuficiente. Dios no se impone al hombre como fin de sus deseos ni se integra en la total coherencia del mundo" (A. VERGOTE, O. C., 379).

1.° La experiencia religiosa es de orden afectivo. Las necesidades profundas no pueden ser satisfechas plenamente por las personas y nos remiten a Aquel que nos trasciende y es el origen y fundamento de todo. Al mismo tiempo, Dios nos responde superando y resituando las necesidades profundas. La aceptación incondicional, la confianza básica, el perdón, la ayuda, la esperanza, la felicidad, el amor, la justicia, la paz, etc. son las experiencias que más nos pueden llevar a Dios; el recurso a Dios en situaciones problemáticas es el lugar más frecuente de experiencia de Dios. Con todo, esta manera de vivir lo religioso es insuficiente y reduccionista; la meta de la actitud religiosa madura está en la vivencia de la filiación divina y en el compromiso con el Reino de Dios. Esto no es posible sin la conversión que lleve a fundamentar la vida en Dios y a reconocer en el Evangelio el camino que nos puede hacer más libres, felices, solidarios.

2.° Actitud religiosa madura. Las referencias para mejor comprender y acompañar este proceso son la psicología evolutiva, la psicología religiosa y la iniciación cristiana como viene presentada en el decreto A.G. (nn 13-15), el RICA, los documentos de la C.E.E. sobre la iniciación cristiana (1998) y Orientaciones de Pastoral de juventud (1991). La pregunta clave para el pastoralista es la siguiente: ¿qué tiene que pasar por dentro para que el creyente vaya madurando como tal?

Los rasgos que configuran la actitud religiosa madura son los siguientes:

- La acogida del Dios de Jesús con todo lo que tiene de novedad y originalidad; supone la superación y reorientación de las necesidades e impulsos que llevan a recurrir a lo transcendente y que son propias de la religiosidad psicológica elemental y espontánea. Valen en cuanto que apuntan a Dios, pero son reformulados desde la autocomunicación de Dios en la historia de la salvación; la Palabra de Dios toma la iniciativa a la hora de determinar cómo dirigirnos a Dios.

- La revelación con Dios se expresa en términos de filiación por la acción salvadora de Jesucristo que nos hace "hijos en el Hijo". La intimidad con Dios Padre, la confianza radical en Dios y su justicia y la esperanza de que este mundo camina hacia su plenitud escatológica. Orar como Jesús nos ha enseñado y llamar con otras a Dios Padre es reconocimiento gozoso que lleva a un mayor compromiso para que Dios sea reconocido como origen, fundamento y meta de cuanto existe, y la humanidad sea más fraterna.

- Encontrarse con el Dios de Jesús lleva a una toma de posición ante la realidad como totalidad; y esto implica una ética. Los comportamientos del cristiano tienen las siguientes notas: lo terreno es lo definitivo, se relativiza lo material, los otros son hermanos, la libertad personal se entiende en términos de servicio y solidaridad, y vive en el presente el "ya sí, pero todavía no" del Reino de Dios.

- El sentido comunitario de la fe. La resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo, hacen posible la acción salvadora de Jesús y la realización del proyecto de Dios. El Espíritu Santo hace posible la acogida del Evangelio y la entrega a los hermanos. La Iglesia que surge de la Pascua tiene como tarea primordial el ser una comunidad donde se viva los valores del Reino y se evangelice con obras y palabras.

No existe actitud religiosa cristiana sin una fuerte vivencia de la Iglesia como misterio de comunión, sacramento de salvación y pueblo de Dios; esta convivencia conlleva un fuerte sentido de pertenencia y referencia y el cultivo de la comunión eclesial. La oración cotidiana y la celebración de la Eucaristía alimentan el recuerdo con Dios y con los hermanos, así como el compromiso temporal.

- La síntesis fe-vida. El hombre nuevo se va configurando en las realidades humanas alentado por la acción del Espíritu Santo y decidiendo en libertad. En este diálogo entre la acción salvadora de Dios y la autonomía de las realidades humanas se van configurando las cuestiones importantes, de la vida del creyente: quién soy, cómo vivo, qué proyecto tengo, etc. Lo propio del hombre es que Dios le ha llamado a participar de su vida y a entrar con El por toda la eternidad. La conciencia de esta llamada y el destino le llevan al hombre a organizar su vida desde la fe. Cuando la experiencia de Dios es el centro que unifica y globaliza todas las facetas de la vida personal y social de un creyente, podemos hablar de actitud religiosa madura.

Esta madurez se expresa de la siguiente manera: no hay ninguna faceta importante de la vida que quede al margen de los planteamientos de fe, la opción fundamental origen de las demás decisiones es Jesucristo, búsqueda de la voluntad de Dios es lo que orienta la vida, el compromiso con los necesitados está siempre presente, y está disponible para acoger la vocación concreta a la que Dios llama a cada uno.

3.° Datos de la psicolgía evolutiva. El ser humano, desde pequeño, tiene facilidad para el sentimiento religioso, que debe ser explícitamente educado por los padres a través de las palabras, los gestos y los símbolos. La experiencia afectiva de lo religioso en los primeros años de vida tiene una importancia decisiva. La mentalidad mágica propia de la infancia hace que el niño vea a Dios como aquel que le puede dar y asegurar lo que necesita y pide. La formación de la imagen de Dios en el niño tiene que ver con los atributos que confiere, a Dios y que expresa en su relación con El; la atributibidad pasa por tres etapas (A. VERGOTE, o. C.):

— Etapa de los atributos objetivos: Dios sabe, Dios puede, Dios hace, Dios vence, Dios es todopoderosos, etc. Corresponde a la edad de los 9-10 años. La historia bíblica debidamente utilizada puede ser un buen soporte y ayuda.

— La etapa de los atributos subjetivos: Dios me exige, Dios me quiere, Dios me juzga, Dios me comprende, Dios me castiga, Dios me perdona, etc. Estos atributos subjetivos tienen un carácter moral, pues se sitúan entre la aceptación por parte de Dios y la desconfianza por no cumplir sus exigencias. Es el comienzo de la interiorización de la relación con Dios.

— Etapa de los atributos subjetivos. Indican una relación con Dios más cercana e interpersonal. El adolescente lo que más aprecia de Dios es la escucha, la aceptación y el amor; por eso busca en la oración un padre solícito a sus problemas y necesidades y un padre que le cuida y protege.

El adolescente habla con Dios a través de monólogos cargados de emotividad por las situaciones que está viviendo; ante todo busca en Dios comprensión, perdón y ayuda. También empieza a percibir que existe una gran diferencia entre la imagen que el tiene (necesita) de Dios y la que se manifiesta en Jesús de Nazaret. Aquí hay una veta educativa muy importante para poder madurar en la experiencia de Dios; la solución está en ayudar al adolescente a abrirse a la novedad del Dios cristiano y a purificar sus deseos y sentimientos en la relación con Dios. El camino es lento y costoso, y requiere diálogo personal entre el adolescente y el catequista.

Las dudas de fe que aparecen en la adolescencia se deben a la búsqueda de la identidad, a los deseos de libertad, y a las dificultades de cumplir las obligaciones morales. Esta crisis lleva a una cuestión de fondo: hay que armonizar elementos que se perciben contrapuestos, pues el sentido de la vida depende de una nueva síntesis marcada por la superación del egocentrismo, el planteamiento de la fe desde la revelación en Jesucristo, la solidaridad con los necesitados y la unificación de la persona y de la vida desde la fe. La maduración de la actitud religiosa se puede sintetizar en el paso de tener fe subjetiva a ser creyente desde la propuesta del Evangelio con todo lo que tiene de novedad y desbordamiento de las propias necesidades y proyecciones.

4.° Metodología adecuada. La llamada educación de la fe con el método de la catequesis antropológica o de la experiencia ha sido una gran aportación en la etapa postconciliar; también se ha utilizado y se utiliza de un modo claramente reduccionista. Esta deficiencia se observa en muchos grupos de jóvenes y de adultos que se sitúan ante la Palabra de Dios desde sus posibilidades, intereses y limitaciones, y dan a éstas el valor primario y fundamental; el resultado es una acomodación del Evangelio a sus personas, más que una conversión al Dios revelado en Jesús de Nazaret.

A partir de la adolescencia, y para la actitud religiosa madura, los catequizandos necesitan situarse ante la Palabra de Dios con una actitud distinta. Esta disposición parte de que la persona de Jesús es la palabra plena y definitiva sobre Dios y sobre el hombre, y de que nosotros por nuestras fuerzas no podemos llegar a descubrirla. Este convencimiento genera una actitud de escucha, acogida, dejarse cuestionar y apertura a un horizonte nuevo. Consiste en dejar tomar a Dios la iniciativa en la vida y situarse como oyentes, discípulos y seguidores de Jesús, dóciles a la acción del Espíritu Santo, para que nos vayamos conformando en criterios, actitudes y comportamientos con las Bienaventuranzas del Evangelio. Sin esta actitud no es posible llegar al asentimiento de fe y a la disponibilidad vocacional. El que muchos cristianos de jóvenes no avanzan en la maduración de la fe encuentra aquí su explicación; igualmente, la crisis de vocaciones tiene que ver con procesos de iniciación cristiana anclados en una metodología claramente reduccionista, pues gira alrededor de la comprensión subjetiva del misterio de Dios, con lo cual refuerzan los dinamismos de la psicología religiosa e impiden el paso a la actitud religiosa madura.

5.° Actitud religiosa, el discernimiento vocacional. Hemos visto cómo la actitud religiosa madura hace de la fe el sentido que unifica y orienta la vida entera. Esta síntesis fe-vida se expresa en el deseo sincero del creyente de conocer y hacer la voluntad de Dios: Señor, ¿qué quieres de mí en la vida? Creyente maduro no es el que hace cosas comprometidas en la vida, sino el que responde con su existencia a la que Dios le pide. En consecuencia, el proceso de maduración de la actitud religiosa incluye y se encamina al discernimiento vocacional. La vida trinitaria recibida en el Bautismo y la Confirmación germina en las vocaciones de laico/a, presbítero o religioso/a a la que cada uno es llamado. Así nos lo recuerdan las "Orientaciones de Pastoral de Juventud" de la C.E.E. y el Proyecto Marco que desarrolla estas orientaciones.

Para que en los grupos cristianos se pueda hacer la propuesta vocacional y llegar al discernimiento vocacional, ¿cómo tienen que ser los procesos de iniciación cristiana y de pastoral juvenil, y los catecumenados de confirmación? Plantear la educación de la fe desde lo vocacional ayuda a plantear adecuadamente los procesos de fe. El documento "Nuevas vocaciones para una nueva Europa" afirma que lo vocacional es la perspectiva globalizadora de toda la pastoral en la Iglesia; este planteamiento supone un cambio radical en el enfoque de la pastoral al situar el discernimiento vocacional no sólo como la posible meta, sino como el punto de partida y lo que puede dar más unidad y coherencia a las diferentes acciones y sectores pastorales.

6.° Experiencias fundamentales y acompañamiento personal. La actitud religiosa madura a lo largo de un proceso que requiere tiempo y acciones específicas. Entre estas las llamadas experiencias fundamentales adquieren una importancia singular por el carácter estructurante de la personalidad cristiana que tienen. Son estructurantes porque se refieren a aspectos básicos de la vida cristiana, y tomadas en su conjunto son capaces de organizar de forma armónica y adecuada al ser cristiano. Las principales experiencias fundamentales son: la conversión, la experiencia oracional de Dios, el análisis crítico-creyente de la realidad, el seguimiento de Jesús, el Reino como compromiso con los pobres, el sentimiento comunitario de la fe y la disponibilidad vocacional. Cada una de estas experiencias necesita ser entendida, acogida e incorporada a lo cotidiano de la vida. Se viven en encuentros en clave de personalización y con seguimiento posterior. Esta pedagogía incluye el acompañamiento personal como el complemento más importante, juntamente con el grupo catecumenal. La historia de cada persona, su psicología y el ritmo personal en la respuesta a la acción de la gracia exige la relación personal entre acompañante y acompañado para asegurar que se progresa en la maduración de la actitud religiosa. Los caminos del Espíritu Santo no son fáciles, los autoengaños brotan con frecuencia y la disponibilidad evangélica requiere ser explícita y personalmente educadas. No es posible llegar a ser cristiano maduro y a la respuesta vocacional sin acompañamiento personal; aquí reside una de las carencias que explican la escasez de cristianos y comunidades maduras, así como el estancamiento de muchos procesos de iniciación cristiana. El acompañamiento personal se va retomando en muchos proyectos de pastoral que tienen la personalización como el elemento clave de la pedagogía de la fe.

Jesús Sastre