12ava. Estación.

JESÚS MUERE EN LA CRUZ

 

Me levantaré e iré a mi Padre

(Lc. 15,18)

 

Vuelve ya a tu casa,

Pródigo el de las manos vacías.

 

¿A dónde vino a parar

toda tu gloria: divina,

oh mi Dios, encarcelado

 en una cárcel de arcilla?

 

Tú que colmas los abismos

con tu presencia infinita

cabes entre cuatro clavos

y una corona de espinas.

 

Dejaste el seno del Padre

por el seno de María;

del cielo huiste trayendo

toda tu herencia divina:

 

la diste a los pecadores

y a las mujeres perdidas.

 

El mosto de las granadas,

coronó tus sienes limpias

con su locura de fuego

bajo la huerta sombría

 

y así saliste, embriagado,

por la clara mañanita,

a derrochar tus tesoros

con amor y sin medida.

Tus manos fueron sembrando

su lluvia de rosas finas

en el surco azul del aire

sobre las tierras baldías...

 

Ya estás ahí, manirroto,

en cruz sobre la colina;

¿qué te queda ya por dar de

 tus riquezas divinas?

 

Por tener las manos rotas

se te quedaron vacías.

 

Junto a tu Padre,

en la luz inaccesible vivías;

hoy estás entre tinieblas

como una estrella caída.

 

En tu palacio,

un enjambre de arcángeles te servía;

hoy estás entre mujeres

que lloran y hombres que gritan.

 

Antes eras el Ungido

con bálsamo de alegría;

hoy navegas en un mar

de tristeza sin orillas.

 

Dijiste que entre los hombres

vivir era una delicia;

y no hay dolor comparable

a tu tremenda agonía...

 

¡Pródigo de manos rotas ...

y eres la Sabiduría!

 

Oh Cisne de Dios

que cantas a la muerte presentida:

ya van tus siete palabras

cantando en la lejanía...

 

¿qué esperas para que salga,

de tu corazón, la vida?

¡Vuelve ya a tu casa,

Pródigo el de las manos heridas!

 

En su palacio tu Padre,

el Gran Anciano de días,

escrutando los senderos

con sus eternas pupilas,

 

espera ya tu retorno

por las sendas florecidas.

 

Las lámparas del Paráclito

orladas de siempre vivas

para iluminar tus pasos

también están encendidas....

 

Pero, ya sé lo que esperas

para que vuelva tu vida,

 por el túnel de la muerte,

a las mansiones divinas:

 

buscas a quien regalar

 tus clavos y tus heridas;

y buscas otra cabeza

para poner tus espinas.

 

¡Dámelas a mí, Señor,

ansiosos, por recibirlas,

esperan mis pies,

mis manos y mis sienes doloridas!

ante tu suprema dádiva

está mi fe de rodillas.

 

Yo subiré sobre el monte

al quedar tu cruz vacía,

y dormiré mis ensueños

sobre tu lecho de mirra.

 

Ahí dejaré que irrumpan

mis cataratas dormidas,

por completar en mi cuerpo

tu pasión interrumpida.

 

Pero ya vuelve, Dios mío,

a las mansiones divinas.

Vuelve a encender

en los labios de tu Padre, la sonrisa.

 

Ve a desatar las hogueras,

del Paráclito, cautivas.

Ve a devolver a los cielos

su inextinguible alegría:

¡si todo está consumado,

si ya tienes otra víctima!



 
 
Romancero de la vía dolorosa
   12ava. Estación. JESÚS MUERE EN LA CRUZ. Arte Francisco Ros Gascóns