COMIENZA UN NUEVO AÑO

Comenzamos el nuevo año el día 1 de enero. Después de la noche vieja, con el cuerpo resentido todavía por la fiesta nocturna, exuberante y jubilosa, amenizada por el ritual de las doce campanadas y por las efusivas felicitaciones y deseos de felicidad, un nuevo año se abre a nuestra esperanza y a nuestras aspiraciones. El día primero de año se perfila para nosotros como un nuevo horizonte, como una nueva andadura que queremos estrenar con un nuevo estilo y con un paso renovado. El tránsito del año viejo al año nuevo ha sido vivido desde antiguo, por hombres de culturas diferentes y de credos religiosos que nada tienen que ver con el nuestro, como una experiencia de renovación y de cambio, de ruptura con el pasado viejo y de entrada en un nuevo orden de cosas. La historia de las religiones abunda en testimonios altamente significativos en este sentido.

Para los que creemos en Jesús, los motivos que impulsan las celebraciones del comienzo de un nuevo año nos remiten indudablemente al evento de la creación del universo y al acontecimiento pascual de la liberación del Éxodo; eventos que culminan con la pascua de Jesús, por la que surge una nueva creación, un ser nuevo renovado y libre, diseñado y construido a la medida y a imagen del Jesús de la Resurrección, primicia del hombre nuevo y de la creación nueva. Por eso Jesús se sitúa en el centro de la historia, como principio y fin de todas las cosas.

Pero además Jesús es el «príncipe de la paz,,, como la comunidad cristiana le proclama repetidas veces en la liturgia de estos días del ciclo navideño. El día primero de año la Iglesia celebra el día de la paz. Para nosotros, que nos hemos unido en la fiesta de navidad al canto de los ángeles que proclaman el Gloria a Dios en el cielo y desean la paz a los hombres de buena voluntad, esta oración por la paz encaja plenamente en el clima espiritual de estos días de navidad y tiene una resonancia especial en los países atormentados por la tiranía de un terrorismo cruel e irracional.

Por encima y además de estos aspectos que caracterizan la celebración de este primer día del año, la Iglesia celebra, en este día de la octava de navidad, la festividad de Santa María Madre de Dios. Ha sido precisamente el Concilio Vaticano II que, recuperando una venerable tradición de la Iglesia de Roma, ha querido reinstaurar esta solemnidad dedicada a la veneración de Santa María, Madre de Dios, vinculando así a la celebración del nacimiento del Señor a quien tuvo un protagonismo singular en el desarrollo de este misterio. Mientras en Roma se celebraba el 1 de enero la fiesta del «Natale Sanctae Mariae», las Iglesias de la Galia y de España celebraron la «Festivitas Sanctae Mariae», Galia el 18 de enero y España el 18 de diciembre. Son las fiestas marianas más antiguas del calendario romano. Nos situamos así entre los siglos IV y V.

Sirvan estas consideraciones para resaltar el carácter polifacético de la celebración del día primero del año. Se percibe de este modo la enorme riqueza que entraña la eucaristía de este día en el que, aún celebrando la solemnidad de Santa Maria y sin desconectarnos del clima espiritual del ciclo natalicio, nos manifestamos sensibles a la urgencia de la paz y, sin dejarnos invadir por la euforia desbordante del fin de año, incorporamos a nuestra oración comunitaria un ruego insistente por la paz en el mundo.

JOSÉ MANUEL BERNAL