INTRODUCCIÓN AL AÑO LITÚRGICO


La acción del Creador en el comienzo del tiempo y más tarde la Encarnación del Verbo cuando el tiempo llegó a su plenitud, significan y son una real incorporación del mismo Dios en el tiempo de los hombres. Nada extraño, pues, que Israel primero y la Iglesia de Jesús más tarde marcaran el discurrir del tiempo y celebraran, de diversas maneras, su Año Litúrgico. Nada extraño tampoco que referencias y noticias sobre el Año Cristiano sean numerosas, si no desde los orígenes de la Iglesia, sí por lo menos desde muy antiguo. Y no sólo numerosas, sino influyentes también en la vida de los cristianos. Sólo con referencia a las épocas más recientes y a los lugares más cercanos a nosotros podriamos recordar como ejemplo de esta influencia de los Años Cristianos en la vida de los fieles, la conversión de Ignacio de Loyola con la lectura de Flos Sanctorum (Cf. Acta Sanctorum, 1, 5), el recuerdo que guarda Teresa de Lisieux en sus escritos autobiográficos de cómo de niña en su hogar se leía L'Année Liturgique, de Dom Guéranger, para prepararse a la celebración del domingo; o las repetidas ediciones en diversas lenguas del citado Année Liturgique, la obra más influyente al decir de Dom Cabrol, en la espiritualidad litúrgica de los siglos XIX y XX, precedida en el siglo XVII por l'Année chrétienne de Letourneux o el más popular Año Cristiano del jesuita Croiset en la España de nuestros días. Luego aparecerían las ediciones, rápidamente agotadas, de los cuatro volúmenes del Año Cristiano de la Biblioteca de Autores Cristianos. Todas estas obras, aunque con caracteres bastante diferentes, justifican la necesidad de dar también a los cristianos de hoy un Año Cristiano que alimente su vida evangélica.

 

AÑO CRISTIANO Y AÑO LITÚRGICO

Año Cristiano y Año Litúrgico son dos realidades muy cercanas -casi podríamos llamarlas expresiones sinónimas en sí mismas-, aunque con el avanzar de la historia quizá se han separado más de lo que hubiera sido deseable. Podríamos decir que el discurrir cristiano del tiempo en los últimos siglos se ha visto sobre todo como un santoral, y los escritos que exponían los días, llamado más comúnmente Años Cristianos, han tendido a limitarse, cada vez más, a comentar la presencia de los santos en la historia, relegando a un segundo término, u olvidando incluso, la celebración más central de la economía de la salvación.

Los antiguos Padres procedían más bien a la inversa: para ellos lo central en el año cristiano era el misterio de Cristo, la celebración de su Pascua y, más tarde, de los diversos ciclos litúrgicos. El testimonio de los santos -sus fiestas-, no muy frecuentes hasta los siglos medievales, constituía más bien como el complemento y como una nueva manifestación del misterio cristiano que se reflejaba en la vida de los santos -de los mártires sobre todo-, en los que veían realizado lo que Cristo obró por los hombres con su misterio pascual. Los Padres vivían y predicaban el año cristiano principalmente contemplando la economía de la salvación que leían y comentaban en las Escrituras Santas del Antiguo y Nuevo Testamento, misterio que hacían presente por medio de la celebración de los misterios, de la Eucaristía especialmente.

Año Cristiano y Año Litúrgico son de hecho una misma realidad -la santificación cristiana del tiempo-, aunque vivida con matices algo diversos. Lo que hoy llamamos Año Litúrgico celebra el tiempo colocando en el centro la economía de la salvación, es decir, subrayando con intensidad, por encima de la presencia de los santos, el misterio de Cristo; lo que acostumbra llamarse Año Cristiano celebra también el tiempo cristiano, pero dando relieve sobre todo a la contemplación de los testigos de la fe que han vivido heroicamente, pero quizá sin advertirlo, tan explícita y contemplativamente, el misterio de Cristo que ha sido también para ellos la raíz de su santidad.

 

PROGRESIVO REDESCUBRIMIENTO DEL SIGNIFICADO DEL AÑO CRISTIANO

El significado del Año Litúrgico se empieza a redescubrir en los inicios del Movimiento Litúrgico

El Movimiento litúrgico primero y a continuación el Vaticano II y, finalmente, la reforma litúrgica postconciliar, han redescubierto y revitalizado, cada uno a su manera, la centralidad del misterio cristiano y han jerarquizado progresivamente los valores del Año Cristiano, colocando de nuevo en su centro la celebración de la economía de la salvación, y el culto a los santos en su verdadero lugar. Conocer los pasos progresivos de este redescubrimiento y de la restauración postconciliar del Año Cristiano ayudará sin duda a comprender y a vivir mejor la verdadera naturaleza del Año Cristiano y a captar mejor la riqueza de apartados que figuran en los nuevos volúmenes de nuestro Nuevo Año Cristiano, en el que, junto a las celebraciones de los santos, figuran también los ciclos litúrgicos que presentan el misterio de Cristo en sus diversas facetas.

 

L'Année Liturgique, de Dom Guéranger, inicia una verdadera renovación del Año Litúrgico

El Movimiento litúrgico puede decirse que se inició precisamente por medio de una primera restauración del Año Cristiano: la publicación de L'Année Liturgique, de Dom Guéranger, un »Año Cristiano» que bien podría calificarse como una obra de nueva generación en su género. Es ya significativo el nuevo nombre de Année liturgique., que el abad de Solesmes quiso dar a su obra. Pero Guéranger no se contentó con hacer un nuevo Año Cristiano como los de sus predecesores, con las vidas de los santos del calendario, sino que incorporó también a su obra las celebraciones del ciclo temporal. Hoy esto nos parece connatural, pero en el siglo XIX era una novedad radical. El Santoral, en efecto, hasta San Pío X, en el Año Cristiano lo absorbía casi todo, como explicaremos a continuación.

 

Las intervenciones litúrgicas de San Pío X con referencia al Año Cristiano

Un segundo personaje del Movimiento Litúrgico, que intervino con eficacia en la restauración del Año Litúrgico, fue San Pío X. Fue él, el restaurador de la comunión frecuente, o dicho de otra manera, de la participación plena en la liturgia ecuarística (antes de San Pío X eran poquísimos los fieles que comulgaban), y menos aún los que comulgaban dentro de la misa), fue él quien admitió también de nuevo a los niños en la mesa eucaristica, como subrayando la centralidad de la economía de la salvación que opera a través de la liturgia de los sacramentos, muy por encima de la capacidad de los fieles (los niños se veían -y son, como los adultos por otra parte- muy poco capaces de comprender la salvación que se brinda gratuitamente por los gestos sacramentales).

Pues bien, este papa renovador de la vida litúrgica -y este hecho es menos conocido- inició, con fuerza y eficacia, la restauración del verdadero sentido del Año Litúrgico por medio sobre todo de la bula Divino Afflatu, de 1 de noviembre de 1911, que encabeza desde su pontificado las ediciones del Misal y del Breviario. Dos detalles bastarán para evidenciar hasta qué punto fue importante esta intervención del papa santo en la restauración del Año Cristiano. Hasta 1911 todas las fiestas del Santoral, incluso las llamadas dobles (que corresponden a las celebraciones que hoy llamamos memorias), pasaban por encima de los domingos. Las fiestas del Santoral, además, eran bastante

más numerosas que actualmente (de hecho apenas si se celebraban durante el año dos o tres domingos de los que hoy 11amamos Tiempo Ordinario, pues en cada uno de ellos coincidía alguna celebración del Santoral que impedía celebrar el domingo). La segunda gran reforma de San Pío X (' 21 de agosto) tuvo referencia a las misas cuaresmales. En el Misal de San Pío V (" 30 de abril) figuraban ciertamente las jugosas misas de Cuaresma, pero casi todas ellas quedaban también impedidas por fiestas del Santoral. La bula Divino Afflatu no llegó a imponer las misas feriales sobre las misas de los santos, como hizo con las de los domingos, pero autorizó su sustitución e incluso mandó que, en las catedrales y monasterios, la misa conventual fuera, no la del santo del día, como hasta entonces, sino la propia de la feria cuaresmal. Con estos dos pasos el Año Cristiano, centrado en la celebración de las fiestas de Ios santos, empezó a tomar el aspecto de Año Litúrgico, centrado, aunque aún tímidamente, en la contemplación de la economía de la salvación. Otras dos importantes disposiciones de la bula Divino Afflatu, en vistas a la recuperación del ciclo temporal, fueron la restauración del salterio semanal y de las lecturas bíblicas del Oficio de Maitines (hoy llamado Oficio de lectura): antes de 1911 todas las fiestas de los santos (es decir casi todos los días del año) tanto los salmos como las lecturas del Oficio se tomaban del Común del respectivo santo. Con ello, casi a diario se repetían los mismos salmos y las mismas lecturas.

Las intervenciones de Pío XII y de Juan XXIII sobre el Año Litúrgico

Pío XII (-' 9 de octubre) dio también nuevos impulsos a la restauración de un más auténtico sentido del Año Cristiano. Sería largo -y fuera de lugar en esta Introducción- hacer el elenco completo de sus intervenciones. Pero con referencia a la recuperación del verdadero sentido del Año Cristiano no puede olvidarse la Vigilia Pascual (1951) y, algo más tarde, de toda la Semana Santa (1955), y el decreto De rubricis ad simpliciorem formam redigendis (1955), en el que se suprimen ciertas categorías en las celebraciones del Santoral, la mayoría de octavas, que impedían las celebraciones feriales, y se da una mayor categoría litúrgica a los domingos. Pío XII nombró también una comisión de eruditos en vistas a una reforma general de la liturgia, y le asignó como una de sus finalidades la reorganización del Año Litúrgico.

Juan XXVII, al anunciar la convocación del Concilio Vaticano II, disolvió la Comisión de Pío XII y pasó el encargo de realizar la reforma prevista a la asamblea conciliar, en concreto a la Comisión preconciliar y conciliar de Liturgia del futuro Concilio. Pero antes promulgó el motu proprio Rubricarum instructum (1960), con el que se promulgaba el Novus rubricarum Breviarii et Missalis Romani Codex. En él recogía y hacía oficiales los trabajos de la disuelta Comisión de Pío XII sobre el Año Litúrgico y el calendario. Por primera vez los domingos prevalecen no sólo sobre las solemnidades (llamadas entonces Fiestas de 1ª. clase), sino también sobre las numerosas fiestas (llamadas entonces Fiestas de 2ª. clase).

Los cambios han sido tantos y tan profundos que hoy difícilmente se capta hasta qué punto han variado la vivencia y visión de lo que era y es la celebración del año cristiano. Antes de San Pío X, por ejemplo, apenas se celebraba el oficio dominical dos o tres domingos del tiempo ordinario; todos los restantes estaban ocupados por el común de algún santo con sus lecturas (casi siempre del respectivo común). A partir de 1911, las fiestas de 3.a clase (hoy memorias obligatorias) ya cedían al domingo, pero no las de 2.a clase (hoy Fiestas). Cuando la fiesta de un apóstol, por ejemplo, coincidía con un domingo, se suprimía la liturgia dominical y sus lecturas, y esto ocurría varias veces cada año.
 

EL AÑO CRISTIANO DESCRITO Y PROMULGADO EN EL VATICANO II

El Vaticano II ha supuesto un real cambio en los enfoques del Año Cristiano. 0 quizá sería más exacto decir que el Concilio, y luego la reforma litúrgica, han culminado la restauración del Año Cristiano que había iniciado primero tímidamente el Movimiento litúrgico, luego con fuerza siempre progresiva las intervenciones de los papas y, finalmente, el Vaticano II y la Reforma litúrgica que llevó a término los votos del Concilio.

El capítulo V de la constitución Sacrosanctum Concilium está consagrado todo él al Año Litúrgico. Este texto fundamental no olvida ciertamente el papel de las celebraciones de los santos, pero no lo hace, como acontecía desde los siglos medievales, durante los que los santos ocuparon de hecho el lugar más extenso del Año cristiano, sino con gran equilibrio, situándolos después de las diversas etapas de la economía de la salvación. Primero, el domingo, la única celebración de la que se dice explícitamente ser de origen o tradición apostólica (SC, 106) como creen historiadores y escrituristas cada vez con mayor convencimiento. Después de la celebración del domingo se pasa a subrayar la celebración anual de su misterio, ubicándola en el primero de los domingos, el domingo de Pascua, enmarcado en el Triduo Pascual. Y después, las demás celebraciones de la economía cristológica, desde la Encarnación del Verbo hasta su Adviento glorioso al fin de nuestro tiempo (SC, 102). De este modo, dice el Concilio, el Año Cristiano celebra, con un sagrado recuerdo en días determinados, a través del año, la obra salvadora de su divino Esposo (SC, 102). Bella y teológicamente exacta descripción de lo que es fundamentalmente el Año Cristiano.

La celebración de los santos no se olvida, pero pasa a segundo lugar y jerarquizándolos con mucho equilibrio y sin olvidar que estas celebraciones de los Santos no son autónomas, sino que dependen radicalmente de la obra salvífica de Cristo. Estas celebraciones del santoral se presentan además muy bien jerarquizadas teológicamente, e incluso según el orden con que fueron apareciendo en la historia de la liturgia: primero Maria, presentada precisamente como el fruto más precioso de la economía de la salvación; luego los mártires, los imitadores más plenos de la muerte salvadora de Cristo; finalmente, los demás santos, que con sus renuncias y con su esforzada muerte al pecado y en su vida para Dios imitaron en su propia carne, de manera singular y heroica, el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo (SC, 104).

He aquí, pues, una celebración plena teológicamente del Año Cristiano, que celebra lo que siempre ha celebrado la Iglesia y los fieles de las diversas épocas han recordado en los tradicionales Años Cristianos, pero sin olvidos, como era el caso de los últimos siglos hasta San Pío X, y colocando las celebraciones de la economía de la salvación en el lugar primero y más destacado como raíz y fuente de toda la santidad que recuerda y celebra el Año de la Iglesia.
 

EL AÑO CRISTIANO DESPUÉS DE LA REFORMA LITÚRGICA

El Vaticano II, como hemos visto, ha propuesto una realización del Año Cristiano muy equilibrada y teológicamente rica. Ha aplicado al Año eclesial el princio de reforma que el propio Concilio trazara para el conjunto de la liturgia, aunque para ello fuera necesario renunciar a costumbres, a veces arraigadas y queridas por los fieles: hay que 'proveer a una reforma general de la liturgia..., porque en el decurso del tiempo se han introducido elementos que deben variar porque no responden bien a la íntima naturaleza de la liturgia' (SC, 21). Ciertamente un Año Cristiano, atento primordialmente a la presencia de los santos y poniendo en lugar secundario la contemplación de la economía de la salvación –posponiendo, por ejemplo, casi sistemáticamente la celebración del domingo al recuerdo de los santos, o proclamando también de manera habitual unas mismas perícopas bíblicas para poder aplicarlas mejor a la espiritualidad de los diversos santos–, no responde bien a la íntima naturaleza del Año Cristiano.

El principio estaba, pues, bien formulado en el texto citado del Vaticano II. Pero era necesario llevar a la práctica la doctrina conciliar. Y esto ha sido obra de la reforma litúrgica subsiguiente. Esta reforma ha transformado realmente el rostro del Año Cristiano. Y lo ha hecho a través de muchas actuaciones, que sería excesivamente largo exponer. Nos limitamos, pues, a citar únicamente las principales intervenciones del magisterio y a hacer referencia a dos hechos especialmente importantes para devolver al Año Cristiano su verdadero rostro.

Principales intervenciones postconciliares
del magisterio para la reforma del Año Cristiano

  1. Motu proprio Mysterii Paschalis aprobando el nuevo Calendario Romano General (1969).

    Subraya la centralidad de la Pascua y del domingo y la necesidad de reducir el número de fiestas, sobre todo universales, en el Santoral.

  2. Normas Universales sobre el Año Litúrgico y el calendario (1969).

    Se aplican las normas del motu proprio Mysterii Paschalis y se distinguen las fiestas mayores de los santos de las menores y para estas últimas se crea la nueva denominación de memoria (en lugar de fiesta).

  3. Instrucción Calendaria particularia (1970).

    Se aplican los principios del motu proprio Mysterii Paschalis a las celebraciones del Santoral de los calendarios diocesanos y religiosos.

  4. Exhortación apostólica Marialis cultus (1974).

    Se sitúa muy claramente el culto a Maria.

  5. Código de Derecho Canónico: cc. 1186-1190 y 1224-1253 (1983).

  6. Carta circular de la Congregación para el Culto Divino, sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales (1988).

    Se reordena la práctica de Cuaresma, Semana Santa y Cincuentena Pascual. Se recuerdan algunos aspectos olvidados o no plenamente recibidos.

  7. Carta apostólica Dies Domini, de Juan Pablo II, sobre el domingo (1998).

Se insiste en la necesidad, significado y primordialidad del domingo en el conjunto del año litúrgico.
 

Los Leccionarios postconciliares y el Año Litúrgico

No dudaríamos en afirmar que la mayor transformación del Año Cristiano y el medio más eficaz para devolverle su sentido pleno de celebración primordial de la economía de la salvación han sido los diversos leccionarios promulgados por la reforma postconciliar. Desde principios de la Edad Media, en la liturgia romana, las lecturas dominicales de la misa eran en realidad los simples vestigios (generalmente los comienzos o incipii) de las antiguas lecturas más largas y que primitivamente, a través del ciclo litúrgico, proponían la casi totalidad de la Escritura. No eran, pues, ni mucho menos, los fragmentos seleccionados por su mayor significado como para los nuevos Leccionarios propuso el Vaticano II (SC, 58), sino perícopas que se habían incluido en los Leccionarios dominicales casi siempre por mera casualidad. Por lo que se refiere a los días feriales, excepto en Cuaresma, se repetían cada día las lecturas del domingo anterior o bien las del común del santo que se celebraba, siempre por tanto casi las mismas perícopas. El resto –la mayor parte de la Escritura– no se leía nunca en la Liturgia.

Hoy la proclamación de la Palabra es distinta. La reforma litúrgica ha distribuido las lecturas bíblicas en el Año Cristiano como en tres grados: 1.° Lo más nuclear y necesario del mensaje divino, aquello que todos los fieles deben conocer, lo que podríamos llamar la enseñanza básica del cristiano, se contiene en los tres ciclos del Leccionario de los domingos (ciclos A, B, C), en los que se han seleccionado con esmero »las partes más significativas de la Sagrada Escritura» (SC, 51), selección realizada cuidadosamente durante años y por los mejores escrituristas. 2.° Lo que constituye lo que podemos llamar el grado medio (es lo que habitualmente escuchan los más piadosos, las religiosas de vida activa singularmente) y figura en los Leccionarios de las misas feriales. 3.° La totalidad de la Escritura Santa, lo que podríamos llamar el grado superior, figura en el Leccionario bienal del Oficio de lectura: así, los ministros de la Palabra, por una parte, y los contemplativos, por otra, meditan cada año la casi totalidad de la Escritura: la mitad, casi íntegramente en el oficio, la otra mitad seleccionando los fragmentos más centrales, en el bien entendido, por tanto, que aquellos libros que el año presente se leen sólo en sus fragmentos principales, el año siguiente se leerán plenamente en el Oficio de lectura (cf. 1GLH, 146 y Farnés Calendario del Año Litúrgico 2000, pp. 3-12). De este modo, pues, se realiza el voto del Concilio, de que el Año Cristiano, a través de la lectura contemplativa de la Escritura Santa, «celebre principalmente, con un sagrado recuerdo en días determinados, a través del año la obra salvadora de su divino esposo (SC, 102). Esto es lo que constituye lo que es fundamentalmente el Año Cristiano.

PEDRO FARNÉS SCHERER