Summi maeroris
Carta
Encíclica de PÍO XII
Sólo los principios cristianos y la vida cristiana consiguen la paz,
ordena
preces públicas para obtenerla
19
de julio de1950
1.
Espectáculo consolador: la concurrencia e Roma a invitación a la
renovación
No nos faltan, ciertamente, motivos de sumo dolor y, al mismo tiempo, de inmensa
alegría. Por una parte se nos ofrece el espectáculo de las multitudes que en
este Año Jubilar corren sin número a Roma desde todos los rincones del mundo y
dan aquí testimonio insigne de una fe común, de unión fraterna, y de una
ardiente piedad en tal manera que, a través de los siglos, esta Alma ciudad,
que tan celebérrimos sucesos ha conocido, hasta ahora no vio cosa semejante. Y
Nos, con amorosa solicitud, acogemos a estas multitudes sin número,
confortándolas con fraternal exhortación y proponiéndoles nuevos y fúlgidos
ejemplos de santidad. Las llamamos no sin copioso fruto, a los caminos de la
renovación de las costumbres y la vida cristiana.
2.
Espectáculo triste: la turbada y falseada situación social de los
pueblos
Por otra parte, las presentes condiciones sociales de los pueblos, de tal manera
se presentan a Nuestra mirada que suscitan en Nos las más vivas ansiedades y
preocupaciones. Muchos discuten, escriben y tratan sobre la manera de llegar
finalmente a tan deseada paz; pero los principios que debían formar su sólida
base, algunos los olvidan o abiertamente los repudian, De hecho en no pocos
países no es la verdad, sino la falsedad, lo que se presenta con una cierta
apariencia de razón; no el amor ni la caridad lo que se favorece, sino el odio
y la rivalidad lo que se insinúa; no se exhorta a la concordia entre los
ciudadanos, sino que se provocan las turbaciones y el desorden. Pero como
reconocen todos los que son sinceros y piensan bien, así no se puede resolver
justamente los problemas que separan todavía a las naciones ni las clases
sociales pueden ser dirigidas como es necesario hacia un porvenir mejor.
3.
Elevar al pueblo por la verdad y la justicia
Efectivamente, el odio nunca ha engendrado nada bueno y otro tanto puede decirse
de la mentira y del desorden. Es necesario, sin duda ninguna, elevar al pueblo
necesitado a un estado digno del hombre; pero no con la fuerza ni con las
agitaciones, sino con leyes justas. Es necesario, ciertamente, terminar lo más
pronto posible las controversias que dividen y separan a los pueblos bajo los
auspicios de la verdad y con la guía de la justicia.
4.
Exhortación a la paz, recordando los estragos de la guerra
Mientras
el cielo se cubre con oscuras nubes, Nos, que tanto nos interesamos por la
libertad, la dignidad y la prosperidad de las naciones todas, no podemos dejar
de volver a exhortaros con ardor a todos los ciudadanos y a sus gobiernos a la
verdadera concordia y a la paz. Recuerden todos lo que la guerra trae, tal como,
por desgracia, sabemos por experiencia; nada más que ruinas, muertes y toda
clase de miserias, Con el progreso de los tiempos, la técnica ha traído y
preparado tales armas mortíferas e inhumanas que pueden exterminar no sólo a
los ejércitos y a las flotas; No solamente a las ciudades, villas, aldeas; no
solamente los tesoros de la Religión, del arte y de la cultura, sino hasta los
inocentes niños, con sus madres, a los enfermos y a los ancianos indefensos.
Todo lo bueno, todo lo hermoso, todo lo santo que ha producido el genio humano,
todo o casi todo puede ser aniquilado. Por consiguiente, si la guerra, sobre
todo hoy, se presenta a todo observador serio como algo terrible y mortífero,
es de esperar que mediante el esfuerzo de todos y especialmente de los
gobernantes de los pueblos, se alejen las oscuras y amenazadoras nubes, que son
todavía causa de temor, y resplandezca, finalmente, la verdadera paz entre los
pueblos.
5.
Oraciones públicas
Sin
embargo, conociendo que toda dádiva preciosa y todo don perfecto de arriba
viene, como que desciende del Padre de la luces[i],
creemos oportuno, Venerables Hermanos, prescribir de nuevo públicas oraciones y
súplicas para implorar la concordia entre los pueblos.
6.
Recuerden los Obispos a sus fieles que sólo los principios cristianos y
la vida cristiana salvan
Será cuidado de vuestro celo pastoral no solamente exhortar a las almas a
vosotros confiadas para que eleven a Dios ardientes plegarias, sino también
incitarles a pías obras de penitencia y expiación a fin de aplacar la majestad
del Señor, ofendido por tan graves delitos públicos y privados. Y mientras
que, según vuestro oficio, dais cuenta a vuestros fieles de esta paternal
invitación Nuestra, recordadles nuevamente de cuales principios brota una paz
justa y duradera y por cuales métodos hay que conseguirla. Ella en verdad, como
bien sabéis, se puede conseguir tan solo mediante los principios y las normas
dictadas por Cristo, llevados a la práctica con sincera piedad. Tales
principios y tales normas traen realmente a los hombres a la verdad, a la
justicia y a la caridad. Poned un freno a sus codicias; obligad a los ciegos a
que obedezcan a la razón; moved a éstos a que obedezcan a Dios; haced que
todos, aun los que gobiernan los pueblos reconozcan la libertad debida a la
Religión, la cual además de su función fundamental de conducir las almas a la
eterna salvación, tiene también la de tutelar y proteger los fundamentos
mismos del Estado.
7.
Los que persiguen a la Iglesia no contribuyen a la paz
De todo lo que hemos dicho hasta ahora es fácil argüir, Venerables Hermanos,
qué lejos están de procurar una paz segura quienes pisotean los sacrosantos
derechos de la Iglesia católica, privan a sus ministros del libre ejercicio del
culto, conduciéndolos al destierro y a la cárcel, impiden y hasta proscriben y
destruyen las escuelas y los institutos de educación que se rigen por las
normas y principios cristianos, achacan con error calumnias y todo género de
torpezas y apartan a los pueblos y especialmente a la tierna juventud, de la
integridad de las costumbres de la virtud, de la inocencia, hacia los atractivos
de los vicios y de la corrupción.
8.
Calumnian la Santa Sede de fomentar la guerra, cuando promueve la paz
Es
cosa bien clara en qué error están los que insidiosamente lanzan contra esta
Sede Apostólica la acusación de querer una nueva conflagración. en realidad,
nunca han faltado ni en los tiempos pasados, ni en aquellos más cercanos a Nos,
quienes hayan intentado subyugar a los pueblos por la fuerza de las armas, pero
Nos jamás hemos dejado de promover una verdadera paz
9.
Sólo la verdad enseñada por la Iglesia y la virtud practicada traerá la
concordia
La Iglesia, no con las armas, sino con la verdad, desea conquistar a los pueblos
y educarles en la virtud y en la rectitud de la vida social. Efectivamente, las
armas con que combatimos no son carnales, sino que son poderosísimas por
Dios[ii].
Es menester que enseñéis todo esto claramente, porque solamente entonces, es
decir, cuando los mandamientos cristianos den forma a la vida pública y
privada, solamente entonces será lícito esperar que, conciliados los odios de
los hombres, vivan en fraterna concordia las diversas clases de la sociedad, los
pueblos y las gentes.
10.
Votos por el éxito de las nuevas oraciones
Que las nuevas oraciones pidan a Dios que estos ardientes deseos Nuestros se
vean satisfechos de tal manera que, con la ayuda de la gracia divina, y con la
virtud cristiana, se renueven en todas las costumbres y las relaciones entre los
pueblos se vean pronto de tal manera ordenadas, que procuren en cada una de las
naciones, frenada la codicia de dominar a los demás, la necesaria libertad de
vida a la Iglesia y a todos sus hijos, según los derechos divinos y humanos.
11.
Bendición Apostólica
Con esta confianza, os damos de todo corazón vosotros, Venerables
Hermanos, a vuestro clero y fieles, y a todos los que de este modo especial Nos
oiréis prontamente en estas exhortaciones Nuestras, la Bendición Apostólica,
auspicio de las gracias divinas y testimonio de Nuestra paternal
benevolencia.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el domingo, 19 de julio de 1950, duodécimo de Nuestro Pontificado. Pío XII