III- Parte práctica: Llamamiento al retorno y a la unidad.


1. Esfuerzos de unión de los Sumos Pontífices.

 

33. Calcedonia, monumento doctrinario oriental, es un llamado a la unión.

La evocación de fastos tan gloriosos y tan insignes de la Iglesia hace que Nos volvamos el pensamiento a los Orientales con más vivo y paternal amor que nunca. En efecto, el Concilio ecuménico de Calcedonia es sobre todo un monumento glorioso propio de ellos, que ciertamente durará por todos los siglos: ya allí, bajo la guía de la Sede Apostólica, por una numerosa asamblea de Obispos orientales la doctrina de la unidad de Cristo, cuyas dos naturalezas, divina y humana, concurren en una sola persona, habiendo sido adulterada con impía audacia, fue a un tiempo defendida y admirablemente declarada. Pero, por desgracia, muchos en los países orientales se han alejado, durante largos siglos, de la unidad del Cuerpo Místico de Cristo, de la cual la unión hipostática es fúlgido ejemplar. ¿No es acaso cosa santa, saludable y conforme a la voluntad de Dios que todos por fin retornen al único rebaño de Cristo?.

 

34. Invitación al retorno.

Por cuanto respecta a Nos, queremos que ellos sepan bien que nuestros pensamientos son de paz y no e aflicción (42). Por otra parte es bien sabido que esta disposición de ánimo Nos la hemos demostrado también con hechos; y si, obligados por la necesidad. Nos gloriamos de ello, Nos gloriamos en el Señor, que es el dador de toda buena voluntad. Siguiendo, pues, las huellas de Nuestros Predecesores hemos puesto un empeño asiduo para que los orientales vuelvan a la Iglesia Católica, hemos defendido sus legítimos ritos, promovido los estudios que a ellos toca, promulgado para ellos próvidas leyes, rodeado de un cuidado particular a la Congregación para la Iglesia Oriental instituida en la Curia Romana; hemos distinguido al Patriarca de los Armenios con el esplendor de la púrpura Romana.

 

35. Ayuda del Papa y ejemplo de los corifeos orientales.

Mientras ardía la reciente guerra con su secuela de miseria, hambre y enfermedades, Nos, sin distinguir entre los pueblos, que Nos suelen llamar Padre, hemos trabajado por aliviar dondequiera el peso de las desgracias; Nos hemos esforzado por ayudar a las viudas, a los niños, a los ancianos, a los enfermos y Nos hubiéramos considerado más felices si hubiéramos podido equiparar los medios a los deseos. No vacilen, pues, en rendir el debido homenaje a esta Sede Apostólica, para la que el presidir es ayudar, a esta inquebrantable roca de verdad plantada por Dios, aquellos que por calamidad de los tiempos se han separado de ella, mirando e imitando a Flaviano, nuevo Juan Crisóstomo en el soportar las pruebas más duras por la justicia, a los Padres Calcedonenses, elegidos miembros del Cuerpo Místico de Cristo, al fuerte Marciano, bondadoso y sabio príncipe, a Pulqueria, fúlgido lirio de regia e inmaculada pureza. Nos prevemos cuán rica fuente de bienes para provecho común del orbe cristiano brotará de este retorno a la unidad de la Iglesia.


36. Exhortación a la oración común por la unidad.

Ciertamente Nos no desconocemos qué cúmulo inveterado de prejuicios impida tenazmente que se realice la oración dirigida por Cristo en la última Cena al Eterno Padre por los que siguieran el Evangelio: Que todos sean una misma cosa (43). Pero sabemos también que la fuerza de la oración es grande, si los que oran, formando un solo ejército, arden en una sincera fe y pura conciencia capaz de arrancar una montaña y precipitarla en le mar (44). Deseando, pues, ardientemente que todos aquellos, que sienten en el corazón la calurosa llamada para abrazar la unidad cristiana ( y ninguno que pertenezca a Cristo puede prestar poca atención a cosa tan grave) eleven oraciones y súplicas a Dios, autor y fuente del orden, unidad y belleza, a fin que los laudables deseos de los hombres mejores se realicen cuanto antes. Para allanar el camino, que lleva a esta meta, conviene hacer la investigación sin ira ni apasionamiento del modo como hoy, más que en el pasado suelen ser construidos y depurados los hechos antiguos.

 

2. Unidad contra los enemigos de Dios y de Cristo.

 

37. Las persecuciones y ataques, otro motivo de propiciar la unión.

Hay, además, otro motivo, que con grande urgencia exige que las falanges cristianas cuanto antes se unan y combatan bajo una sola bandera central los tempestuosos asaltos del enemigo infernal. ¿A quién no horroriza el odio y la ferocidad con que los enemigos de Dios, en muchos países del mundo, amenazan y tienden a destruir todo lo que es divino y cristiano? Contra sus confederadas milicias no podemos seguir divididos y dispersos, perdiendo el tiempo, todos los que señalados con el carácter bautismal, estamos destinados a combatir con valor los combates de Cristo.

 

3. Comunidad de martirio y sangre.

 

38. Nuevo llamado y esperanza.

Las cárceles, los sufrimientos, los tormentos, los gemidos, la sangre de aquellos que, conocidos o ignorados, pero ciertamente muchos en estos últimos tiempos y aun hoy día, han sufrido y están sufriendo por la constancia de la virtud y la profesión de fe, llaman a todos con voz cada vez más alta, para que abracen esta santa unidad de la Iglesia.

La esperanza de la vuelta de los hermanos y de los hijos, separados hace ya mucho tiempo de esta Sede Apostólica, se hace más fuerte con la amarga y sangrienta cruz de los sufrimientos de tantos otros hermanos e hijos: ¡que ninguno impida y descuide la obra salvadora de Dios! A estos beneficios y al gozo de esta unidad invitamos con paterna súplica y llamamos de nuevo también a aquellos que siguen los errores nestorianos y monofisistas. Persuádanse ellos que Nos consideraríamos como la más fúlgida joya de la corona de Nuestro apostolado, el que Nos fuera concedido poder abrazar con amor y honor aquellos que nos son tanto más queridos cuanto su larga separación ha avivado más Nuestros deseos.

 

Epílogo

 

39. Unión de todos en la verdad cristológica.

Finalmente es nuestro anhelo que cuando por Vuestro solícito trabajo, Venerables Hermanos, se celebre la conmemoración del Sacrosanto Concilio Calcedonense, todos saquen impulso para adherirse con solidísima fe a Cristo Nuestro Redentor y Rey. Ninguno, halagado por las aberraciones de la humana filosofía y engañado de los caprichos del lenguaje humano, ose destruir con duda o adulterar con innovaciones en Calcedonia, es decir, que en Cristo hay dos verdaderas y perfectas naturalezas, una divina y otra humana, unidas a la vez, pero sin confusión, y subsistentes en la única Persona del Verbo. Antes bien unidos con el autor de nuestra salvación, que es Camino de santas costumbres, Verdad de divina doctrina, y Vida de eterna bienaventuranza (45)todos amen en El la naturaleza restaurada, honren la libertad redimida, y, rechazando la necesidad del mundo viejo, pasen con plena alegría a la sabiduría de la infancia espiritual, que nunca envejece.

Reciba estos ardentísimos deseos Dios, Uno y Trino, cuya naturaleza es bondad, y cuya voluntad es poder, por intercesión de la Virgen María, Madre de Dios, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de Eufemia Virgen Calcedonense y Mártir triunfante. Y vosotros, Venerables Hermanos, unid por esta intención vuestras oraciones a las Nuestras, y haced que todo esto que acabamos de escribiros llegue a conocimiento del mayor número posible de personas.

 

40. Bendición Apostólica.

Agradecidos a esta vuestra ayuda, a vosotros y a todos los sacerdotes y fieles confiados a Nuestra cura pastoral, impartimos de todo corazón la Apostólica Bendición, en virtud de la cual podáis someteros más generosamente al yugo no pesado ni molesto de Cristo Rey y ser siempre semejantes en humildad a Aquel, de cuya gloria queréis participar.

Dada en Roma, junto a San Pedro, el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María Virgen, año 1951, 13º de Nuestro Pontificado.

 

PAPA PÍO XII.

 


Notas

42. Véase Jr. 29, 11 [Regresar]

43. Juan 17, 21 [Regresar]

44. Véase Marc. 11, 23. [Regresar]

45. San León M., Serm. 72, 1 (Migne P.L. 54, 390); Véase Jn. 14, 6 [Regresar]