ENCÍCLICA

"SEMPITERNUS REX CHRISTUS"

Sobre el Concilio Ecuménico de Calcedonia

PIO PP. XII

( 08- IX - 1951)

Celebrado hace Quince siglos.

 

Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica

 

Introducción: Las enseñanzas de los primeros Concilios

 

1. Motivo: La fe defendida en los Concilios y el XV centenario de Calcedonia.

Cristo, Rey Eterno, antes de prometer a Pedro, hijo de Juan, el gobierno de la Iglesia, habiendo preguntado a los discípulos que pensaban de El los hombres y los mismos Apóstoles, alabó con singular encomio aquella fe, que había de vencer los asaltos y las tempestades infernales, y que Pedro, iluminado de la luz del Padre Celestial, había expresado con estas palabras: Tú eres el Cristo, Hijo del Dios vivo (1) . Esta fe, que produce las coronas de los Apóstoles, las palmas de los mártires y los lirios de las Vírgenes, y que es virtud de Dios para la salvación de todo creyente (2), ha sido eficazmente defendida y espléndidamente ilustrada de un modo particular por tres Concilios Ecuménicos, el de Nicea, el de Éfeso y el de Calcedonia, cuyo 15º Centenario se celebra al final de este año.

Es, pues, conveniente y justo que tan fausto acontecimiento sea celebrado, tanto en Roma cuanto en todo el mundo católico, con la solemnidad, que, después de haber dado gracias a Dios, inspirador de todo consejo saludable, ordenemos, movidos de un suave sentimiento del alma.

 

2. La Unión hipostática del Verbo Encarnado en los Concilios y la importancia de ellos.

Así como Pío XI, Nuestro Predecesor de feliz memoria, quiso recordar en esta alma Ciudad el año 1925 el Sagrado Concilio de Nicea, y en el año 1931 recordó en la Encíclica "Luz veritatis" (3) el Sagrado Concilio de Éfeso, así Nos en esta Carta, con igual aprecio e interés recordamos el Concilio de Calcedonia; puesto que los Sínodos de Éfeso y Calcedonia están indisolublemente unidos entre sí por lo que respecta a la unión hipostática del Verbo Encarnado; el uno y el otro, desde la antigüedad, fueron tenidos en grande honor, tanto entre los Orientales, que incluso lo recuerdan en su Liturgia, como entre los Occidentales, como atestigua San Gregorio Magno, el cual exaltándolos en el mismo grado que a los precedentes Concilios Ecuménicos, es decir, el Niceno y el Constantinopolitano, escribió estas memorables palabras: Sobre éstos, como sobre una cuadrada piedra, se eleva el edificio de la fe, y quien no se apoya en su solidez, sea cual sea su vida y su acción, aunque parezca una piedra, yace aún fuera del edificio (4).

 

3. Los dos puntos de la Encíclica.

Mas al considerar atentamente este acontecimiento y sus circunstancias, resaltan dos puntos sobre todo, que Nos queremos, cuanto es posible, esclarecer: esto es, 1º) el primado del Romano Pontífice, que brilló manifiestamente en la gravísima controversia cristológica, y 2º) la grandísima importancia de la definición dogmática del Concilio Calcedonense.

 

4. Llamado de unión a los disidentes.

Rindan sin vacilar el debido y respetuoso homenaje al Primado de Pedro siguiendo el ejemplo y las huellas de sus mayores aquellos que, por la malicia de los tiempos, especialmente en los países orientales, están separados del seno y de la unidad de la Iglesia, y acepten íntegra esta doctrina del Concilio de Calcedonia, penetrando dentro del misterio de Cristo con la más pura mirada aquellos que están enredados en los errores de Nestorio y de Eutiques; consideren esta misma doctrina con más profunda adhesión a la verdad los que animados de un exagerado deseo de novedades, osan de cualquier modo apartarse de los términos legítimos e inviolables cuando estudian el misterio que nos ha redimido.

 

5. Estímulo a los católicos de profesar y vivir su fe.

Finalmente todos aquellos que se glorían del nombre de católicos saquen de aquí un fuete estímulo para cultivar con el pensamiento y la palabra la preciosísima perla evangélica, profesando y conservado pura la fe, pero sin que falte lo que vale más, es decir, el testimonio de la propia vida, en la que, alejando, con la ayuda de la divina misericordia, todo lo que sea disonante, indigno y reprensible, resplandezca la pureza de la virtud, y así venga a participar de la divinidad de Aquel, que se dignó hacerse partícipe de nuestra humanidad.

 

El error cristológico de Eutiques
y el Primado del Romano Pontífice.

 

1. Las primeras vicisitudes de la herejía.

 

6. Las afirmaciones de Eutiques, en oposición a Nestorio.

Pero, para proceder con orden, conviene empezar desde el origen de los hechos que vamos a recordar. El autor de toda la controversia, que se agitó en el Concilio de Calcedonia, fue Eutiques, sacerdote y abad de un célebre monasterio de Constantinopla. Habiéndose dedicado a combatir a fondo la herejía de Nestorio, que afirmaba dos personas en Cristo, cayó en el error opuesto.

Muy imprudente y no poco ignorante (5)con increíble dureza de juicio, hacía estas afirmaciones: conviene distinguir dos momentos: antes de la unión, las naturalezas de Cristo eran dos; es decir, la humana y la divina. Pero después de la unión no había más que una naturaleza habiendo absorbido el Verbo al hombre; de María Virgen tuvo origen el cuerpo del Señor, el cual, sin embargo, no es de la misma sustancia y materia nuestra; es sí, humano como el nuestro, pero no consubstancial a nosotros ni a Aquella que fue Madre de Cristo según al carne (6). Por eso no nació ni padeció, ni fue crucificado, ni resucitó según la verdadera naturaleza humana.

 

7. El error: oposición a la doctrina evangélica y patrística.

Al decir esto Eutiques no se daba cuenta de que antes de la unión, la naturaleza humana de Cristo no existía, porque comenzó a existir en el momento de su concepción, y que después de la unión es absurdo pensar que de dos naturalezas se haga una sola, porque en manera alguna dos naturalezas verdaderas y concretas pueden reducirse a una, tanto más cuanto que la naturaleza divina es infinita e inmutable.

El que considera con sano juicio tales opiniones, fácilmente ve que todo el misterio de la divina economía se esfuma en sombras vanas y vagas.

A las personas de juicio la opinión de Eutiques aparecía evidentemente nueva del todo, absurda, en absoluta contradicción con los oráculos de los Profetas y los testimonios del Evangelio, como también con el Símbolo apostólico y con el dogma de fe sancionado por Nicea; una opinión sacada de las fuentes impuras de Valentín y de Apolinar.

 

8. La condenación de Eutiques y su reclamo a S. León Magno.

En un Sínodo particular, reunido en Constantinopla y presidido por San Flaviano, obispo de la misma ciudad, Eutiques, que andaba diseminado obstinadamente por muchos lugares sus errores en los monasterios, después de ser acusado por el Obispo Eusebio de Dorilea, fue condenado. Pero él, como si la condenación hubiera sido una injusticia contra quien estaba combatiendo la naciente impiedad de Nestorio, apeló al juicio de algunos obispos de grande autoridad. Recibió también una carta de protesta San León Magno, Pontífice de la Sede Apostólica, cuyas espléndidas y sólidas virtudes, vigilante solicitud por la Religión y por la paz, esforzada defensa de la verdad y de la dignidad de la Cátedra Romana, y no menor habilidad en el tratar los negocios que gran elocuencia, ha conseguido la admiración sin límites de todos los siglos. Ninguno menor que él parecía capaz e idóneo par deshacer los errores de Eutiques, porque en sus alocuciones y en sus cartas con igual magnificencia y piedad solía exaltar y celebrar el misterio, nunca suficientemente predicado, de la única persona y de las dos naturalezas en Cristo: La Iglesia Católica vive y prospera de esta fe, por la que no se cree en Cristo ni en su humanidad sin la Divinidad, ni en la Divinidad sin la Humanidad (7)

 

2. El "Latrocinio" de Éfeso.

 

9. Un nuevo Concilio en Éfeso arreglado por Eutiques.

Mas el arquimandrita Eutiques, por la poca confianza que tenía en el patrocinio del Romano Pontífice, apelando a las astucias y engaños, por medio de Crisafio, a quien estaba ligado con estrecha amistad y era muy acepto al Emperador Teodoro II, obtuvo del mismo Emperador que fuese vista de nuevo su causa y se reuniese en Éfeso otro Concilio, presidido por Dióscoro, obispo de Alejandría. Este, íntimo amigo de Eutiques, pero adverso a Flaviano, obispo de Constantinopla, engañado por la falsa analogía de los dogmas, andaba diciendo que como Cirilo, su predecesor, había defendido una sola naturaleza en Cristo después de la unión.

San León Magno, por conservar la paz, no se negó a enviar sus Legados, portadores juntamente con otras, de dos cartas, una al Sínodo, y otra a Flaviano, donde los errores eutiquianos se refutaban con la claridad de una doctrina perfecta y copiosa.

 

10. La excomunión del Papa por el "latrocinio" efesino.

Pero en este Sínodo Efesino, que León denominó justamente Latrocinio, siendo árbitros del mismo Dióscoro y Eutiques, se hizo todo con violencia, se negó a los Legados Apostólicos el primer puesto en la reunión, fue prohibido leer las cartas del Sumo Pontífice, los votos de los Obispos fueron arrancados por medio de engaños y amenazas; juntamente con otros fue Flaviano acusado de herejía; más aún, la audacia del furibundo Dióscoro llegó a tal punto que ¡nefando delito! Osó lanzar la excomunión contra la Suprema Autoridad Apostólica.

 

11. El Papa anula, reprueba.

Cuando León supo por medio del diácono Hílaro las fechorías de este Conciliábulo de bandoleros, reprobó, anuló y rechazó todo lo hecho y decretado y sintió un acerbo dolor, exacerbado por las frecuentes apelaciones de los obispos depuestos por el capricho de aquéllos.

 

3. La derrota de la herejía.

 

12. Recurso de Flaviano y de otros obispos a la Sede Apostólica.

Dignas de mención son las cosas que escribieron en aquella circunstancia Flaviano y Teodoro de Ciro al Supremo Pastor de la Iglesia. He aquí las palabras de Flaviano: Procediendo, como en virtud de un prejuicio, inicuamente todas las cosas para mi daño, después de aquella injusta sentencia pronunciada contra mí (por Dióscoro), mientras yo apelaba al trono de la Sede Apostólica de Pedro, Príncipe de los Apóstoles, como también al Sínodo sujeto a Vuestra Santidad, de repente me vi rodeado de muchos soldados, que no me permitieron refugiarme en el santo altar, sino que trataron de sacarme fuera de la Iglesia (8). Y Teodoro escribe: Si Pablo, heraldo de la verdad...acudió a Pedro...mucho más nosotros, humildes y pequeños, acudimos a Vuestra Apostólica Sede, para obtener de Vos remedio a las heridas de la Iglesia. Porque a Vos toca ejercitar el primado sobre todas...Yo espero el juicio de Vuestra Apostólica Sede...Ante todo ruego ser instruido por Vos sobre si debo resignarme a sufrir esta injusta deposición o no; espero vuestra sentencia (9)

 

13. Intervención del Papa S. León Magno.

Para borrar tanta iniquidad León urgió con insistentes cartas a Teodosio y a Pulqueria para que pusiesen remedio a tan triste estado de cosas y por eso a reunir dentro de Italia un nuevo Concilio, que reparase los males del Efesino. Un día recibiendo en la Basílica Vaticana a Valentiniano III, a su madre Gala Plácida y a su esposa Eudoxia, rodeado de una numerosa corona de obispos, con gemidos y llantos les pidió que pusiesen remedio en seguida según sus fuerzas al creciente daño de la Iglesia. Entonces el Emperador Valentiniano escribió a Teodosio y lo mismo hicieron también las reinas. Pero en vano; Teodosio, envuelto en las astucias y en los engaños, no hizo nada por reparar las injusticias cometidas. Más cuando el dicho Emperador murió inesperadamente, su hermana Pulqueria ocupó el poder y tomó como marido a Marciano, asociándolo al mando, siendo los dos muy estimados por su piedad y sabiduría.

 

14. Eliminación de la herejía.

Entonces Anatolio, que Dióscoro había puesto arbitrariamente en la cátedra de Flaviano, suscribió la carta que León había escrito a Flaviano sobre la encarnación del Verbo; los restos de Flaviano fueron llevados con grande pompa a Constantinopla; los Obispos depuestos fueron restituidos a sus sedes; y comenzó a ser unánime la reprobación de la herejía eutiquiana, de modo que no se veía ya la necesidad de un nuevo Concilio, tanto más cuanto que las condiciones del Imperio Romano eran poco seguras por las invasiones de los Bárbaros.

A pesar de todo, el Concilio se celebró, por deseo del Emperador y con el consentimiento de Sumo Pontífice.

 

4. El Concilio de Calcedonia: El primado de la Sede Apostólica.

 

15. La ciudad de Calcedonia, punto de reunión.

Calcedonia era una ciudad de Bitinia, junto al Bósforo de Tracia, frente a Constantinopla, situada en la opuesta orilla. Allí en la amplia basílica suburbana de Santa Eufemia Virgen y Mártir, el día 8 de octubre, saliendo de Nicea, donde se había dado comienzo a la reunión, se juntaron los Padres, todos de países orientales, excepto dos africanos prófugos de su patria.

 

16. Derecho de primicia y presidencia de los Legados Pontificios.

Puesto en medio el Libro de los Evangelios, delante tomaban asiento, a los pies del altar, 19 representantes del Emperador y del Senado. Hicieron las veces de Legados Pontificios los piadosísimos personajes Pascasio, obispo de Lilibeo de Cicilia, Lucencio, obispo de Ascoli, Bonifacio y Basilio, sacerdotes, a los cuales se juntó Juliano, obispo de Cos, para ayudarles en su importante tarea. Los Legados del Sumo Pontífice ocupaban el primer puesto entre los obispos; están los primeros en la lista, son los primeros en hablar, los primeros en firmar las actas y, en fuerza de su autoridad delegada, confirman o rechazan los votos de los demás, como ocurrió abiertamente en la condena de Dióscoro, que los Legados del Sumo Pontífice ratificaron con esas palabras: El Santísimo y beatísimo Arzobispo de la grande y antigua Roma, León, por medio de nosotros y este Santo Sínodo, juntamente con el beatísimo y dignísimo de alabanza Pedro Apóstol, que es la piedra y la base de la Iglesia Católica y el fundamento de la fe ortodoxa, le ha despojado (a Dióscoro) de la dignidad episcopal, como también de todo ministerio sacerdotal (10).

Consta por otra parte claramente que no sólo los Legados Pontificios han ejercitado la autoridad de presidir, sino que también les fue reconocido por todos los Padres del Concilio sin alguna oposición el derecho y el honor de la presidencia, como se deduce de la carta sinodal enviada a León: Tú en verdad, así escriben, presidías como la cabeza a los miembros, demostrando benevolencia en los que tenían tu puesto (11).

 

17. Rechazo de la pretensión de Constantinopla de ser la segunda

No es nuestro intento detallar aquí todos y cada uno de los actos del Concilio, sino solamente los principales, en cuanto son útiles para poner en claro la verdad y para ayudar a la Religión. Por tanto no podemos pasar en silencio ya que se toca la cuestión de la dignidad de la Sede Apostólica, el Canon 28 de aquel Concilio, en el cual se atribuye el segundo puesto de honor después de la Sede Romana a la sede episcopal de Constantinopla como ciudad imperial. Si bien nada se hubiera hecho contra el divino primado de jurisdicción, que era por todos reconocido, con todo aquel canon, redactado en ausencia y contra la voluntad de los Legados Pontificios, y por consiguiente clandestino y subrepticio, está destituido de todo valor jurídico y fue reprobado y condenado por San León en muchas cartas. Por lo demás, a semejante determinación se adhirieron Marciano y Pulqueria, y también el mismo Anatolio, el cual, excusando la censurable audacia de aquel acto, escribió así a León: De aquellas cosas que días pasados se decretaron en el Concilio Universal de Calcedonia a favor de la Sede Constantinopolitana quien tuvo ese deseo...; quedando reservada a la autoridad de Vuestra Beatitud toda la validez y la aprobación de tal acto (12).

 


Notas

1. Mt. 16, 16. [Regresar]

2. Ver Rm. 1, 16. [Regresar]

3. Pío XI Encíclica Lux veritatis, 25-XII-1931; A. A. S. 23 (1931) 493-517; en esta Colección: Encíclica. 158, pág. 1357-1370. [Regresar]

4. S. Gregorio Magno, Registrum Epistolarum, I, 25 (al. 24) (Migne P. L. 77, col. 478; edic. Ewald I, 36). [Regresar]

Notas

5. S. León M. A Flaviano, Epist. 28 1; (Migne P. L. 54, col. 755 s.) [Regresar]

6. Véase Flaviano, a León M. Ep. 26, (Migne P.L. 54, 745). [Regresar]

7. S. León Magno, Ep. 28, 5 (Migne P.L. 54, 777) [Regresar]

Notas

8. Schwartz, Acta Conciliorum Oecumenicorum, II, vol. II, pars, prior, p. 78. [Regresar]

9. Teodoret a León M.; Ep. 52, 1. 5. 6: (Migne P. L. 54, 847 y 851; cfr. Migne P. G. 83, 1311 s. y 1315 s.) [Regresar]

10. Mansi, Conciliorum amplissima collectio. VI, 1047 (Act. III); Schwartz, II, vol. I. Pars altera, p. 29 (225) (Act. II). [Regresar]

11. Sínodo de Calcedonia a León M. Ep. 98, 1 (Migne P. L. 54, 951; Mansi, VI, 147). [Regresar]

12. Anatolio a León M. Ep. 132, 4 (Migne P. L. 54, 1084; Mansi, VI, 278 s.) [Regresar]