Orientales Omnes Ecclesias


Carta
Encíclica de PÍO XII

 

Sobre la unión de la Iglesia Rutena con la Romana con motivo
de los 350 años transcurridos desde su unión con la Iglesia

 

23 de diciembre de 1945

 

INTRODUCCIÓN

 

1. Solicitud y amor de la Santa Sede a la Iglesia Oriental. 

Todas las iglesias orientales -como enseña la historia- han sido siempre amadas con tiernísimo afecto por los Romanos Pontífices, y por eso éstos, soportando difícilmente su alejamiento del único redil, e impulsados no ya por humanos intereses, sino sólo por la divina caridad y por el deseo de la común salvación[1], las invitaron con repetidas instancias a retornar lo antes posible a aquélla unidad de la que desgraciadamente se habían alejado. Porque los mismos Sumos Pontífices saben bien por experiencia la abundancia de frutos que derivan de esta unión, felizmente reintegrada a toda la sociedad cristiana y de modo particular a los mismos orientales. En efecto, de la plena y perfecta unidad de todos los cristianos no puede menos de derivarse un gran incremento al Cuerpo Místico de Jesucristo y a cada uno de sus miembros. 

A este propósito es de notar que los orientales no tienen que temer de modo alguno el ser constreñidos, por el re torno a la unidad de fe y de gobierno, a abandonar sus legítimos ritos y usos; cosa que Nuestros predecesores declararon abiertamente más de una vez. No hay razón para dudar de que a Nos o Nuestros sucesores quitaremos nada de vuestro derecho, de los privilegios patriarcales y de los usos rituales de cada iglesia[2].

 Y si bien todavía no se ha llegado al día feliz en el que Nos sea dado abra zar con paternal afecto a todos los pueblos de Oriente, vueltos al único redil, vemos, sin embargo, con alegría que no pocos hijos de estas regiones, habiendo reconocido la Cátedra de SAN PEDRO como la roca de la unidad católica, perseveran con suma tenacidad en la defensa y establecimiento de esta misma unidad.

 

I. - HISTORIA DE LA UNIÓN DE LA IGLESIA RUTENA A LA SEDE APOSTÓLICA

A este efecto Nos complacemos en recordar hoy los méritos singulares de la Iglesia rutena, no sólo porque se distingue por el número de sus fieles y por el celo de conservar la fe, sino también porque ahora se cumplen tres cientos cincuenta años de la fecha en que retornó felizmente a la comunión de la Sede Apostólica. Fausto acontecimiento que, si conviene que sea celebrado con grato ánimo especialmente por aquellos a quienes toca, estimamos oportuno recordar también a la memoria de todos los católicos, para que rindan a Dios perennes gracias por este singular beneficio y para que le supliquen con Nos que alivie benignamente y mitigue las presentes angustias y ansiedades de este dilectísimo pueblo y que defienda su santa religión, sostenga la constancia y conserve intacta la fe.

2. La unión y San Vladimiro

Creemos, pues, Venerables Hermanos, que no carecerá de utilidad recordar sucintamente tales sucesos en esta Encíclica, según los testimonios de la historia. Y hace falta comenzar poniendo de relieve cómo aun antes de que con felices auspicios se firmara en Roma la unión de los rutenos con la Sede Apostólica en los años 1595 y 1596, y fuese ratificada en la ciudad de Brest, muchas veces miraron estos pueblos a la Iglesia romana como a la única madre de toda la sociedad cristiana, prestándole la debida obediencia y veneración con forme a la conciencia del propio deber. Así, por ejemplo, SAN VLADIMIRO -aquel eximio príncipe que es venerado por casi innumerables pueblos de la Rusia como autor y fautor de su conversión a la fe cristiana-, aunque tomó de la Iglesia oriental los ritos litúrgicos y las sagradas ceremonias, no solamente acordándose del propio deber perseveró en la unidad de la Iglesia Católica, sino que tuvo diligente cuidado de que entre la Sede Apostólica y su nación existiesen relaciones amistosas.

No pocos de sus nobles descendientes, aun después que la Iglesia de Constantinopla se había funestamente separado, recibieron con los debidos honores a los legados de los Romanos Pontífices, permaneciendo unidos con vínculos de fraterno amor con las otras comunidades católicas.

3. Isidoro, Metropolita de Kyjiw y de Rusia

Tampoco obró de modo disconforme con las tradiciones históricas de la Iglesia rutena ISIDORO, Metropolita Kyjiw y de Rusia, cuando el año 1439, en el Concilio Ecuménico de Firenza, suscribió con su propio nombre el decreto por el que la Iglesia griega se unió solemnemente a l a latina. Sin embargo, de vuelta del Concilio, aunque fue recibido con gran alegría en la sede de su dignidad, en Kyjiw, fue poco después encarcelado en Moscú y obligado a huir de su territorio.

No se extinguió, sin embargo, del todo en el curso de los años el recuerdo de esta feliz unión de los rutenos con la Sede Apostólica, aunque, atendidas las tristes condiciones de los tiempos,  ocurrieron varias causas para hacerlo fracasar del todo. Así sabemos que el año 1458 GREGORIO MAMMAS, Patriarca de Constantinopla, consagró en esta alma ciudad a un cierto GREGORIO, Metropolita de los rutenos, entonces súbditos del gran duque de Lituania. Y sabemos también que alguno que otro de los sucesores de dicho Metropolita se esforzó por establecer el vínculo de unidad con la Iglesia romana, aunque las adversas circunstancias no permitieron que se hiciese la solemne promulgación de esta unidad.

4. A fines del siglo XVI. El príncipe Constantino y la declaración episcopal.

A fines del siglo 16 apareció a todos cada vez más manifiesto que no podía esperarse la deseada reforma de la Iglesia rutena, oprimida por graves males, sino renovando la unión con la Sede Apostólica. Hasta los mismos historiadores disidentes narran y confiesan abiertamente el estado infelicísimo de esta Iglesia. Y la nobleza rutena, reunida en Varsovia el año 1585, al exponer al Metropolita sus quejas con palabras acerbas y violentas, afirmó que su Iglesia estaba vejada con tales males como nunca habían pasado antes ni serían posibles en el porvenir.

Y no titubearon en acusar y con graves reproches culpar al mismo Metropolita, a los Obispos y superiores de los monasterios; y en esta causa, habiéndose rebelado contra la jerarquía algunos seglares, parecía que los vínculos de la disciplina eclesiástica se habían relajado no poco.

No es, pues, de maravillarse si final mente los mismos obispos, después de haber intentado inútilmente varios re medios, coincidieran en que la última esperanza de la Iglesia rutena estaba en procurar su vuelta a la unidad católica. En aquel tiempo el príncipe CONSTANTINO DE OSTROH  -el más potente entre los rutenos- favorecía este retorno, con la condición de que toda la Iglesia oriental se uniese a la occidental; pero en seguida, viendo que tal proyecto no se iba a cumplir como él deseaba, se opuso firmemente a esta unión. No obstante lo cual, el 2 de diciembre de 1594 el Metropolita y seis obispos, después de deliberar, hicieron una declaración pública, en la que se decían prontos a promover la deseada concordia y unidad, y escribían:

"Venimos a esta decisión consideran do con nuestro inmenso dolor cuántos obstáculos tienen los hombres para la salvación sin esta unión de las Iglesias de Dios, en la que nuestros predecesores, comenzando por Cristo nuestro Salvador y por sus santos apóstoles, perseveraron profesando ser uno sólo el Sumo Pastor y primer Obispo en la Iglesia de Dios en la tierra -como abiertamente testifican los concilios y los cánones-, y que este Pastor no era otro que el santísimo Papa romano, y que le obedecían en todo, y que mientras esto duró unánimemente en vigor hubo siempre en la Iglesia de Dios orden e incremento del culto divino"[3].

5. La unificación. 

Pero antes de que pudiese llevarse felizmente a la práctica tan laudable proyecto se interpusieron largas y dificilísimas negociaciones. Finalmente, después de una nueva declaración del mismo género, hecha en nombre de todos los obispos rutenos el 22 de mayo de 1595, al fin de septiembre el asunto había avanzado hasta tal punto que CIRILO TERLETSKY, Obispo de Luck y Exarca del Patriarca de Constantinopla, e igualmente HIPAZIO POTIJ, Obispo de Vladimir, como pro curadores de todos los demás obispos, pudieron emprender su viaje a Roma, llevando consigo un documento en el que se proponían las condiciones con las que todos los obispos rutenos estaban prontos a abrazar la unidad de la Iglesia: Recibidos con gran benevolencia los legados, Nuestro predecesor de feliz memoria CLEMENTE VIII encomendó el documento recibido de ellos a una comisión de cardenales para que fuese diligentemente examinado y aprobado. Las negociaciones, inmediatamente iniciadas, tuvieron finalmente el éxito feliz y deseado, porque el 23 de diciembre de 1595 los mismos legados admitidos a la presencia del Sumo Pontífice, después de haberle presentado en solemne audiencia la declaración de todos los obispos, hicieron en su nombre y en el nombre propio una solemne profesión de la fe católica, prometiendo la debida obediencia y el debido honor.

6. Documento de la Santa Sede con motivo de la unión

El mismo día Nuestro predecesor CLEMENTE VIII, con la Constitución Apostólica "Magnus Dominus et laudabilis nimis"[4], comunicó -congratulándose de ello- a todo el mundo la noticia de este alegre acontecimiento. Con cuánto gozo y con cuánta benevolencia abrazó además la Iglesia romana a los rutenos vueltos a la unidad del redil aparece en la Carta Apostólica "Benedictus sit Pater", del 7 de febrero de 1596, con la cual el Sumo Pontífice informa al Metropolíta y demás obispos rutenos de la unión felizmente llevada a cabo de toda su Iglesia con la Sede, Apostólica.

En esta carta el Romano Pontífice, después de haber narrado brevemente cuanto en Roma se había hecho tratado en torno a esta causa, y después de haber puesto de relieve con grato ánimo el éxito obtenido finalmente por la misericordia divina, declaró que se podían conservar intactos los usos y los legítimos ritos de la Iglesia rutena. Por vuestros ritos y ceremonias, que no impiden la integridad de la fe católica y nuestra mutua unión, por el mismo motivo y del mismo modo como fue ron permitidos por el concilio floren tino, también nosotros permitimos que los retengáis[5]. Asegura, además, haber pedido al augusto rey de Polonia que no sólo tome bajo su patrocinio a los obispos con todo cuanto a ellos pertenece, sino que los honre también ampliamente y los admita en el Senado del Reino, según sus deseos. Finalmente, exhorta fraternalmente a aquellos obispos a que reúnan cuanto antes todo el país en un concilio general para ratificar la unión obtenida de los rutenos con la Iglesia católica. En este concilio, celebrado en Brest, participaron no sólo todos los obispos rutenos y muchos otros eclesiásticos, juntamente con los regios legados, sino también los obispos latinos de las diócesis de Leó poli, Luck y Cholm, que representaban a la persona del Romano Pontífice, y si bien los obispos de Leópoli y de Peremislia se volvieron atrás del consentimiento dado, sin embargo el 8 de octubre de 1596 fue felizmente confirmada y proclamada la unión de la Iglesia rutena con la católica. De esta conciliación y asociación, que respondían tan grandemente a las necesidades del pueblo rumano, todos esperaban con unánime consentimiento abundantes frutos.

7. Dificultades después de la proclamación de la unión

Pero vino el ene migo y sembró la cizaña en medio del trigo[6]; porque sea por ambición de algunos hombres poderosos, sea por enemistades políticas, sea, en fin, por la negligencia tenida en la instrucción y educación del clero y el pueblo en torno a esta materia, se siguieron vehementísimas controversias y continuas desventuras, de modo que parecía deberse temer que esta obra de la unión iniciada con óptimos auspicios fracasara miserablemente.

Que esto no ocurriera desde el principio por las persecuciones e insidias tendidas no sólo por los hermanos disidentes, sino también por algunos católicos, fue obra sobre todo de los dos Metropolitas HIPAZIO POTIJ y JOSÉ VE LAMINO RUTSKYJ, los cuales, con incansable diligencia, trabajaron por defender y hacer progresar esta causa; y de modo especial se dieron a procurar que los sacerdotes y los monjes se formasen según la sagrada disciplina y las buenas costumbres, y que todos los fieles fuesen educados según los rectos dictámenes de la verdadera fe.

No muchos años después esta comenzada obra de conciliación se consagró con la sangre de un mártir, por que el 12 de noviembre del año 1623, JOSAFAT KUNCEVYC, Arzobispo de Polock y de Vitebsk, preclarísimo por la santidad de vida y el ardor apostólico, e invicto defensor de la unidad católica, amenazado de muerte por los cismáticos con acerbísima persecución, fue herido de bala y muerto de un golpe de hoz. Pero la sagrada sangre de este mártir vino a ser en cierto sentido semilla de cristianos, porque los mismos parricidas, con una sola excepción, arrepentidos del delito cometido y abjurado el cisma, antes de ser castigados con la pena capital detestaron su propio hecho. Igualmente MELECIO SMOTRYTSKYJ, acérrimo competidor de JOSAFAT en la aspiración a la sede de Polock, volvió el año 1627 a la fe católica, y aunque por algún tiempo vaciló entre las dos partes, defendió después con valeroso ánimo hasta la muerte la vuelta de los rutenos al gremio de la Iglesia católica; cosa que parece deberse atribuir también al patrocinio de este santísimo mártir.

8. La actitud contraria de los reyes de Polonia, y la firmeza y labor de los Obispos rutenos

Sin embargo, con el andar de los años aumentaban las dificultades de todo género que se oponían a esta conciliación felizmente comenzada. Entre las más graves estaba el hecho de que los reyes de Polonia, que al principio parecía que habían querido promover la cosa con su protección, después, bien obligados por la fuerza de los enemigos exteriores, bien por las enemistades de las facciones internas, habían cedido cada vez más a los adversarios de la unidad católica, que ciertamente no faltaban. Es tas fueron las razones de que en breve tiempo esta santísima causa llegase a tal punto, según confesaron los mismos obispos rutenos, que no quedaba otro sostén que la ayuda de los Romanos Pontífices, los cuales mediante la expedición de cartas llenas de afecto y la concesión de los auxilios que les eran posibles, especialmente por medio del Nuncio apostólico en Polonia, defendieron a la Iglesia rutena con fuerte y paternal corazón.

Cuanto más tristes eran los tiempos tanto más resplandecía el celo de los santos Prelados rutenos, los cuales se esforzaron no sólo por instruir a la población ruda en la doctrina cristiana, sino por promover a los sacerdotes no suficientemente cultos a un grado más alto de ciencia sagrada y, finalmente, por llenar de renovado ardor por la Regla y de deseo de perfección a los monjes, allí donde su conducta había languidecido y decaído. Y no perdieron el ánimo cuando el año 1632 los bienes eclesiásticos fueron en gran parte asignados a la jerarquía de los hermanos disidentes poco antes de constituida, y en los pactos estipulados entre los cosacos y el rey de Polonia fue decretada la disolución de la unión comenzada entre los rutenos y la Sede Apostólica; y a pesar de todo continuaron defendiendo con constancia y tenacidad los rebaños a ellos confiados.

9. La paz de Andrussiw

Pero Dios, que no permite que su pueblo sea atormentado por la adversidad más de la medida, después de haberse establecido finalmente la paz de Andrussiw, en 1667, hizo brillar nuevamente, después de tantas amarguras y contratiempos, tiempos más favorables para la Iglesia rutena, para tranquilidad de la cual la religión recibió de día en día nuevo incremento.

En efecto, las costumbres y la fe cristianas florecieron tan excelentemente que aun en aquellas dos Eparquías que en el año 1596 habían quedado desgraciadamente fuera de la unidad, se trató de su retorno, cada día más copioso, al redil católico, con el con sentimiento de todos.

Y así ocurrió felizmente que el año 1691 la eparquía de Peremislia y el año 1700 la de Leópolis se unieron a la Sede Apostólica, y de este modo casi todo el pueblo ruteno, que moraba en aquellos tiempos dentro de los confines de Polonia, gozó finalmente de la unidad católica.

Cada vez más florecientes las cosas, con gran ventaja de los intereses cristianos, el año 1720 el Metropolita y los demás obispos de la Iglesia rutena se reunieron en el Concilio de Zamoscj para proveer del modo más oportuno, de común acuerdo y en cuanto estaba en su poder, a las crecientes necesidades de los fieles de Cristo. De los decretos de tal concilio, confirmados por Nuestro predecesor de gloriosa memoria BENEDICTO XIII en la Constitución Apostólica "Apostolatus Officium", dada el 19 de julio de 1742, derivaron a la comunidad de los rutenos no pequeñas ventajas.

10. Nuevas persecuciones y la sepa ración de 1839

Sin embargo, por los inescrutables designios de Dios, ocurrió que hacia fines del siglo XVIII esta misma comunidad, en aquellas regiones que después de la desmembración de Polonia habían sido unidas al imperio ruso, fue afligida por no pocas persecuciones y vejaciones, a veces muy graves y acerbas. Cuando murió el emperador ALEJANDRO I, se emprendió con temeraria diligencia el proyecto de destruir totalmente la unidad de los rutenos con la Iglesia romana. Ya antes las eparquías de esta nación habían sido priva das casi totalmente de comunicación con la Sede Apostólica. Pero ahora fue ron elegidos obispos que, embebidos e impulsados por la voluntad del cisma, pudiesen apoyar el designio de la autoridad civil; en el Seminario de Vilna, erigido por el emperador ALEJANDRO I, se enseñaron a los clérigos de ambos ritos doctrinas adversas a los Romanos Pontífices; la orden Basiliana, cuyos miembros habían sido siempre la mayor ayuda de la Iglesia católica de rito oriental, fue privada del propio gobierno y administración y sus monjes fue ron completamente sometidos a los consistorios eparquiales; finalmente, los sacerdotes de rito latino tuvieron la prohibición, bajo graves penas, de administrar los sacramentos y demás auxilios religiosos a los rutenos. Después de todo esto, el año 1839 fue declarada solemnemente la unión de la Iglesia rutena con la Iglesia rusa disidente.

 ¿Quién podrá narrar, Venerables Hermanos, los horrores, los daños, las privaciones que entonces debió sufrir la nobilísima gente rutena, acusada del único delito y culpa de haber protestado contra la injuria fatal de hacerla pasar a la fuerza al cisma y de haber buscado cuanto podía conservar su fe?

Con razón, pues, Nuestro predecesor de piadosa memoria GREGORIO XVI denunció a todo el mundo en su alocución del 22 de noviembre de 1839, lamentándose de ella y deplorándola, la in dignidad de este modo de proceder; pero sus solemnes reclamaciones y pro testas no fueron escuchadas; y así la Iglesia católica debió llorar a estos hijos, arrancados con inicua violencia de su regazo materno.

No muchos años después también la eparquía de Cholm, perteneciente al reino de Polonia unido al imperio ruso, padeció la misma desgraciada suerte; y aquellos fieles que por deber de con ciencia no quisieron apartarse de la verdadera fe, y con invicta fortaleza resistieron a la unión con la Iglesia disidente, impuesta el año 1875, fueron indignamente condenados a penas pecuniarias, a violencias y a destierros.

11. Las eparqnías de Leópolis y Peremislia, etc

No sucedió lo mismo en ese tiempo a las eparquías de Leópolis y Peremislia, que después de la desmembración de Polonia habían sido anexa das al imperio austríaco. En ellas, en efecto, la causa de los rutenos proseguía con orden y tranquilidad.

El año 1807 les fue restituido el título metropolitano de Halyc, unido a perpetuidad con la arquidiócesis de Leópolis. En esta provincia, las cosas florecieron hasta el punto de que dos de sus Metropolitas, MIGUEL LEVYCKYJ (año 1816-1.858) y SILVESTRE SEMBRA TOVYC (año 1.822-1898), que habían gobernado con egregia prudencia e intenso celo las respectivas partes de la grey a ellos confiada, eran elevados por sus insignes dotes de ánimo y sus méritos singulares a la púrpura romana y acogidos en el Supremo Senado de la Iglesia.

Creciendo de día en día el número de los católicos, Nuestro predecesor de feliz memoria LEÓN XIII constituyó legítimamente el año 1885 una nueva eparquía, la Stanislaviv, y seis años más tarde el feliz estado de la Iglesia de Galizia apareció confirmado de modo especial, cuando todos los obispos, con el legado del Sumo Pontífice y gran parte del clero, se reunieron para celebrar en Leópolis el Concilio Provincial para dar leyes oportunas en la liturgia y en la sagrada disciplina.

12. Pío X y los emigrantes rutenos

Cuando después, hacia el fin del siglo 19 y comienzo el 20, muchos rutenos, impulsados por las dificultades económicas, emigraron de la Galizia a los Estados Unidos de la América del Nor te, al Canadá o a las repúblicas de la América meridional, Nuestro predecesor de feliz memoria PÍO X, temiendo con solícito ánimo que estos sus hijos dilectísimos por inexperiencia de la lengua del lugar y de los ritos latinos cayeran en las redes de los cismáticos o de los herejes, y cayendo en dudas y errores perdieran miserablemente toda religión, constituyó el año 1907 un Obispo dotado de especiales facultades para ellos. Y en seguida, creciendo el número y las necesidades de dichos Católicos, fueron nombrados Obispos especiales ordinarios, uno para los rute nos originarios de Galizia y residentes en los Estados Unidos de América, y otro en la región canadiense, además del Obispo ordinario destinado a los fieles de este rito que habían emigrado de la Subcarpacia rutena, de Hungría y de Yugoeslavia.

También muy pronto la Congregación de Propaganda Fide y la Sagrada Congregación de la Iglesia oriental continuaron ordenando con oportunas normas y decretos las cosas eclesiásticas en aquellas regiones antes mencionadas, lo mismo que en las de América meridional.

No será, pues, de extrañar, Venerables Hermanos, el que la comunidad de los católicos rutenos más de una vez, al presentársele la ocasión, agra decida por los grandes beneficios recibidos, haya querido manifestar abierta mente su gratitud y su profunda adhesión a los Romanos Pontífices.

13. El tercer centenario de la unión

Esto ocurrió de modo particular el año 1895, al cumplirse el tercer siglo de su unión a Roma, y la confirmación de dicha unión de sus mayores con la Sede Apostólica en Brest. Entonces, además de las solemnidades con que fue oportunamente conmemorado el fausto acontecimiento en cada una de las localidades de la provincia de Galizia, fue enviada a Roma una nobilísima legación, constituida por el Metropolitano y algunos obispos, para testimoniar al supremo de los sagrados Pastores y sucesor de SAN PEDRO el amor de la Iglesia rutena, su adhesión, veneración y obediencia. Nuestro predecesor de piadosa memoria, LEÓN XIII, después de haber admitido a su presencia con los debidos honores a la insigne legación, le dirigió un discurso en el que con paternal alegría y benevolencia alabó extraordinariamente la unión de los rutenos con la Sede Apostólica, diciendo que ella era para todos los que la acogían sinceramente en su ánimo fuente salubérrima de verdadera luz, de firme paz y de frutos sobrenaturales.

14. Los últimos tiempos

Tampoco en nuestros tiempos han disminuido los beneficios que los Romanos Pontífices comunicaron a este carísimo pueblo. Especialmente cuando la primera guerra devastó aquellas regiones, como en los años subsiguientes, no olvidaron aquellos cosa alguna que pudiese ser de ayuda y de aliento a la comunidad rutena. Y superadas con la ayuda divina las graves dificultades por las que se sentía oprimida esta comunidad de católicos, se le pudo ver responder con ánimo alegre y decidido al infatigable trabajo de sus obispos y a la cooperación del clero que había quedado. Pero sobrevino la segunda guerra y, como todos saben, mucho más grave y mucho más perniciosa a la Jerarquía rutena y a su fiel grey.

Pero antes de escribir brevemente, Venerables Hermanos, sobre las presentes amarguras y angustias que padece esta Iglesia, con sumo peligro de su misma vida, Nos place añadir algunos detalles por los que aparezca más completa y más claramente cuán grandes, cuán extensos beneficios ha procurado al pueblo ruteno y a su Iglesia aquélla reunión inicial hace trescientos cincuenta años.

 

II. - FRUTO DE LA UNIÓN

15. Análisis de la cuestión de los ritos y del nombramiento de obispos

Y en verdad, después de haber esbozado sumaria y brevemente la historia de esta deseadísima unión, y después de haber visto las vicisitudes de la misma, ora alegres, ora tristísimas, se Nos plantea la cuestión: ¿en qué ha ayudado esta unión al pueblo ruteno y a su Iglesia? ¿Qué ventajas se han derivado a los mismos por parte dé esta Sede Apostólica y de los Romanos Pontífices? Creemos que al responder, como es justo, a esta cuestión, hacemos una labor especialmente oportuna y útil, singularmente porque no faltan encarnizados enemigos y negadores de esta unión de Brest.

En primer lugar, se debe observar que Nuestros predecesores se mostraron siempre deseosísimos de custodiar intactos los ritos legítimos de los rutenos. En efecto, cuando sus Prelados, por intermedio de los obispos de Voloimir y de Luck, enviados para este fin a Roma, pidieron al Romano Pontífice que Su Santidad se dignase conservar íntegros, inviolados y con las formas por ellos usadas en el momento de la unión la administración de los sacramentos, los ritos y las ceremonias de la Iglesia oriental, sin que ni él ni ninguno de sus sucesores hiciese jamás innovación alguna en tal asunto[7], CLEMENTE VIII, accediendo benignamente a sus súplicas, estableció que en tales cosas no se mudara absolutamente nada. Y ni siquiera el uso del nuevo calendario litúrgico del rito oriental fue impuesto a los mismos; porque, en efecto, entre ellos se puede usar, hasta en Nuestros mismos tiempos, el calendario juliano.

Además, Nuestro mismo predecesor, por carta del día 23 de febrero del año 1596, concedió que la elección de aquellos que habían sido debidamente nombrados obispos sufragáneo s de los rute nos fuese confirmada por el Metropolita, como había sido propuesto en la reconciliación concluida, y según la antigua disciplina de la Iglesia oriental.

16. Las escuelas

Y otros Predecesores Nuestros consintieron que los Metropolitas pudiesen erigir centros de instrucción elemental y otras escuelas en cualquier parte de Rusia, confiándolas libremente a los directores y maestros que les pluguiesen; y decretaron que los rutenos, por lo que hace a la concesión de favores espirituales, no fuesen considerados en situación inferior a los otros católicos, y a este efecto quisieron que ni más ni menos que los demás fieles, ellos fueran entonces y en el futuro participantes de las sagradas indulgencias, con tal de que satisficiesen por su parte las condiciones necesarias prescritas.

PAULO V estableció que todos los que frecuentaban las escuelas y colegios erigidos por los Metropolitas fuesen partícipes de los particulares favores que los Romanos Pontífices habían concedido a los miembros de las Congregaciones Marianas erigidas en las iglesias de la Compañía de Jesús. A aquellos que hiciesen los ejercicios espirituales con los monjes de SAN BASILIO, URBANO VIII les concedió las mis mas indulgencias que habían sido con cedidas a los clérigos regulares de la Compañía de Jesús.

Reconocimiento de los derechos y privilegios rutenos por Roma

De todos estos detalles resulta claramente que Nuestros predecesores usaron siempre con los rutenos de aquella misma cari dad paternal que tenían hacia los otros católicos de rito latino. Y no sólo eso, sino que tomaron muy a pecho defender los derechos y privilegios de su jerarquía. En efecto, cuando no pocos de los latinos aseguraron que el rito de los rutenos era de grado y de dignidad inferior, y cuando entre los mismos obispos latinos algunos andaban diciendo que los Prelados rutenos no gozaban de todos los derechos y de todos los deberes episcopales, sino que les estaban sujetos, esta Sede Apostólica, rechazando tales injustos modos de pensar, emitió el decreto del 28 de septiembre de 1643, en el que establece cuanto sigue:

"Refiriendo el eminentísimo Cardenal Panfili diversos decretos de la Congregación particular de los rutenos unidos, el Santo Padre aprobó el decreto de la misma Congregación particular del 14 de agosto precedente en el que se establece que los obispos rutenos unidos son verdaderos obispos y que deben ser llamados y tenidos como tales. Aprobó también aquel decreto de la misma Congregación por el que los obispos rutenos pueden en sus diócesis erigir escuelas para la instrucción de su juventud en las letras y en las ciencias y por el que los eclesiásticos rutenos gozan de los privilegios del canon, del foro, de la inmunidad y libertad de la que gozan los sacerdotes en la Iglesia latina"[8].

17. La permanencia en el rito oriental

El incansable y solícito cuidado de los Romanos Pontífices por conservar y guardar los ritos rutenos se puso especialmente de relieve en el decurso de aquélla larga cuestión que tocaba al cambio de rito. En efecto, si bien por razones particulares del todo ajenas a su voluntad no pudieron durante un tiempo larguísimo imponer a los seglares una severa prohibición de pasar a otro rito, sin embargo, de sus repetidas tentativas por establecer tal prohibición y de las exhortaciones dirigidas a los obispos y sacerdotes latinos aparece claro cuán profundamente deseaban tal cosa Nuestros predecesores. En el mismo decreto en que en el año 1595 fue felizmente establecida la unión de los rutenos con la Sede Apostólica no se expresa, es verdad, una clara prohibición de pasar del rito oriental al latino. Pero cuál era ya entonces el pensamiento de la Sede Apostólica aparece por una carta del Prepósito general de la Compañía de Jesús, dirigida el año, 1608 a los jesuitas que estaban en Polonia, en la cual se dice que aquellos que no habían hecho uso del rito latino no podían después de la Conciliación tomar este rito, porque es mandato de la Iglesia y está particularmente establecido en la Carta de la unión hecha bajo Clemente VIII que cada uno permanezca en el rito de su Iglesia[9].  

Pero como eran frecuentes las lamentaciones en torno a jóvenes rutenos nobles que tomaban el rito latino, la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, por decreto del 7 de febrero de 1624, ordenó que para en adelante sin especial licencia de la Sede Apostólica no sea permitido a los rutenos unidos, bien sean seglares, bien eclesiásticos, tanto seculares como regulares, y especialmente a los monjes de San Basilio Magno, pasar por razón alguna, ni siquiera urgentísima, al rito latino[10]

Pero habiendo el rey de Polonia, SEGISMUNDO III, intercedido para que es te decreto no fuese llevado a la práctica en toda su integridad, pues deseaba aquel rey que la prohibición se refiriese únicamente a los eclesiásticos, Nuestro predecesor de feliz memoria URBANO VIII no pudo menos de acceder a los ruegos de tan grande pro motor de la unidad católica. De aquí se dedujo que aquello que por particulares razones no fue impuesto por ley, la Sede católica lo trató de obtener por el camino de los preceptos y las exhortaciones. Lo cual se demuestra de más de una manera. 

Y de hecho en el proemio del decreto de 7 de julio de 1624, en el que se prohibía el paso al rito latino solamente a los eclesiásticos, se establecía que los sacerdotes de la Iglesia latina fuesen advertidos de que no exhortasen en confesión a los fieles seglares a dar tal paso y tales admoniciones fueron frecuentemente repetidas, y los Nuncios apostólicos en Polonia, por mandato de los Sumos Pontífices, se esforzaron con todo su poder porque fuesen escuchadas. Y que el pensamiento y la voluntad de la Sede Apostólica en tal materia no han cambiado tampoco en los tiempos siguientes se deduce de las cartas enviadas por Nuestro predecesor BENEDICTO XIV en 1751 a los obispos de Leópolis y de Peremislia, en las cuales se dice, entre otras cosas: Nos ha llegado vuestra carta del 17 de julio, en la que justamente lamentáis el paso de los rutenos del rito griego al rito latino. Bien sabéis, Venerables Herma nos, que Nuestros predecesores han deplorado siempre tales pasos y Nos mismo los deploramos, porque deseamos grandemente no la destrucción, sino la conservación del rito griego[11]. Además, el mismo Pontífice prometió que quitaría todo impedimento en esta materia y que finalmente, con un decreto solemne, prohibiría tal paso. Pero condiciones adversas de cosas y de tiempos no permitieron que los deseos y promesas de aquel Pontífice consiguieran entonces el efecto deseado.

Finalmente, después que los Romanos Pontífices CLEMENTE XIX Y PÍO VII decretaron que los católicos de rito ruteno existentes en las regiones de la Rusia no pudiesen pasar al rito latino, en aquélla Convención que se llamó Concordia, hecha en el año 1863, entre los obispos latinos y rutenos con el favor y guía de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, se estableció que tal prohibición valiese para todos los rutenos.

18. Labor de la Santa Sede

De los hechos que hasta aquí, Venerables Hermanos, según los testimonios históricos, hemos expuesto sumariamente, resalta 

fácilmente con cuánto empeño ha vigilado esta Sede Apostólica por la plena conservación del rito ruteno, tanto por lo que hace a la comunidad entera como por lo que se refiere a cada persona particular, aunque nadie se maravillará si la misma Santa Sede, salvos siempre aquellos ritos principales que tocan a la esencia de las cosas, haya permitido o aprobado provisionalmente algunos cambios de menor importancia, según las circunstancias particulares de cosas y de tiempos. Así, por ejemplo, en los ritos litúrgicos no permitió que se hiciese ningún cambio en aquellos que se habían ido introduciendo imperceptiblemente, si se exceptúan aquellos pocos que en el Sínodo de Zamoscj habían sido decretados por los mismos obispos rutenos.

Y aunque algunos taimados fautores del cisma -en apariencia para defender la genuina integridad de su rito, pero en realidad para que la plebe no instruida se apartase más fácilmente de la fe católica- se esforzaban por introducir de nuevo con su autoridad privada antiguos usos ya en parte anticuados, los Romanos Pontífices, conscientes de su deber, denunciando abiertamente las ocultas y astutas artes de aquellos, resistieron a semejantes tentativas y decretaron que nada debía innovarse sin previa consulta de la Sede Apostólica en los ritos de la sagrada liturgia -ni siquiera con el pretexto de hacer revivir aquellas ceremonias que pareciesen más conformes a las liturgias aprobadas por la misma Santa Sede-, sino por razones gravísimas y con el asentimiento de la autoridad de la Sede Apostólica[12].

Por lo demás, tan lejos está la voluntad de la Sede Apostólica de dañar la integridad de este rito que ella misma excitó a la Iglesia rutena a tratar con la máxima reverencia a los monumentos que había dejado la antigüedad en materia litúrgica. Testimonios ilustres de este benévolo interés por el rito ruteno se pueden ver en la nueva edición romana de los Libros Sagrados, comenzada bajo Nuestro Pontificado y, en parte ya felizmente completada, por la que la Sede Apostólica, condescendiendo con sumo gusto a los deseos de los obispos rutenos, se ha esforzado por restituir sus ritos litúrgico s a sus antiguas y venerables formas.

19. Un segundo beneficio

Un segundo beneficio, Venerables Hermanos, se presenta ahora a Nuestra mente, que, sin duda alguna, se produjo a la comunidad de los rutenos por esta unión con la Sede Apostólica. En efecto, por ella esta nobilísima nación se unió a la Iglesia católica y por ella vive con la vida de ésta, está iluminada por la verdad de ésta y es participante de sus gracias.

De ésta derivan los arroyos de la gracia del cielo, que de tal manera se derraman y lo penetran todo, que pueden surgir flores bellísimas de toda clase de virtudes y producirse abundantes y salubérrimos frutos.

En efecto, mientras que antes del retorno a la unidad los mismos herma nos disidentes tuvieron que lamentar que en aquellas regiones la santa religión había sido devastada, que el vicio de la simonía en la elección de los obispos y de los otros sagrados ministros se introducía por todas partes, que eran dilapidados los bienes eclesiásticos, corrompidas las costumbres de los monjes, que decaía la disciplina en los cenobios y cada día estaban más debilitados y en peligro entre los fieles los vínculos de la obediencia hacia sus obispos, en cambio, después de la unión, con la ayuda del Señor, las cosas mejoraron suavemente. Pero de cuánta fortaleza de ánimo, de cuánta constancia no tuvieron necesidad los obispos para restablecer en todas partes la disciplina eclesiástica, especialmente en aquellos primeros tiempos tan agitados por perturbaciones y persecuciones de todas clases. Cuán largas y cuán duras fatigas no debieron soportar para hacer surgir un clero magníficamente formado, para consolar a la grey a ellos confiada, atribulada por tantas penas, para sostener y fortificar con todos los modos de ayuda a los que vacilaban en la fe. Si embargo, contra toda humana previsión se obtuvo finalmente, que no sólo esa tan deseada unidad venciese las tormentas contrarias, sino que de la lucha superada saliese más firme y más fuerte. Y no con la espada y a golpes, con las promesas o las amenazas, sino con el ejemplo eximio de vida religiosa y como por una clarísima manifestación de la gracia divina, los rutenos católicos consiguieron, finalmente, conducir al único redil a las eparquías disidentes de Leópolis y de Peremislia.

Restablecida, finalmente, la tranquilidad y la paz, el florecimiento de Iglesia rutena, especialmente en el siglo 18, se mostró en todo su esplendor. Manifestaciones evidentes de él son no sólo la catedral de Leópolis, dedicad a SAN JORGE, sino también las iglesias y cenobio s erigidos en Pociaiw, en Tovolcany, en Zyrowici y en otras partes, monumentos verdaderamente insignes de aquélla época.

20. Los monjes de San Basilio. 

Y aquí aparece oportuno decir sumariamente algo de los monjes basilianos que con su intensa y diligente actividad han merecido tan bien y tan egregiamente en todo este asunto. Después que sus cenobios, por obra de VELAMIN RUTSKYJ, fueron reintegrados en forma mejor y más santa y constituidos en congregación, muchísimos religiosos florecieron tan ejemplarmente en piedad, doctrina y celo apostólico que resultaron guías y maestros de la vida devota para el pueblo cristiano. Abiertas escuelas de letras con ejercicios escolásticos no sólo impartieron a los jóvenes, muchos de ellos de claro ingenio, una excelente enseñanza, sino que les comunicaron aquélla su sólida virtud, en la que no cedieron a ningún otro que se hubiese educado en escuelas latinas. Esto era ciertamente manifiesto y conocido también por los hermanos disidentes, porque no pocos de aquellos jóvenes, abandonada la Patria y la familia, se encerraron voluntariamente en estos cenáculos de la doctrina para participar también ellos de tan suaves frutos.

21. Frutos en los últimos tiempos

Y no fueron menores los frutos Obtenidos por la comunidad rutena en estos últimos tiempos de su unión con la Sede Apostólica. Lo cual se hace fácil mente manifiesto a todos sólo con que dirijan una mirada a la Iglesia de Galizia, tal cual era antes de las espantosas ruinas y devastaciones de la presente guerra. En efecto, en esta provincia los fieles eran casi tres millones seiscientos mil; los sacerdotes; dos mil doscientos setenta y cinco con dos mil doscientas veintiséis parroquias. Además, muchísimos católicos rutenos oriundos de la Galizia lloraban fuera de ella en varias partes, especialmente en América, en número de cuatrocientos o quinientos mil. A esta conspicua multitud de fieles, que acaso no fue nunca alcanzada en el curso de los siglos, correspondía en cada una de las eparquías un particular fervor de virtud, de piedad y de vida cristiana. En los seminarios eparquiales, los alumnos eran educados en la debida forma y con diligencia para alcanzar el sacerdocio; y los fieles, tomando parte con gran amor y reverencia en el culto di vino, según su propio rito, sacaban de él gozosos y abundantes frutos de piedad.

22. Andrés Szeptyckyj y su obra

Al recordar brevemente este feliz estado de la Iglesia rutena no podemos dejar de hablar de aquel ilustre Metropolita que fue ANDRÉS SZEPTYCKYJ, el cual durante cerca de nueve lustros, empleándose con infatigable trabajo, dio buena prueba de sí a la grey que se le había confiado en más de un campo de acción, y no sólo en el del florecimiento espiritual. Durante el curso de su ministerio episcopal fue instituida la sociedad teológica para el fomento de un estudio intenso de las sagradas doctrinas en el clero; se erigió en Leópolis una academia en que los jóvenes rutenos de ingenio más dispuesto pudiesen dedicarse oportunamente a la filosofía, a  la teología y a las otras más altas disciplinas, de modo semejante al que usan las universidades; la prensa de todo género, los libros, periódicos y revistas tuvieron un gran desarrollo y fueron alabados hasta en el extranjero; además se cultivaron las artes sagradas, según las tradiciones de los mayores y el genio propio de esta nación; el museo y demás sedes de las bellas artes fueron provistos de insignes monumentos de la antigüedad, y, finalmente, se iniciaron y promovieron no pocas instituciones, con las que se venía en ayuda de las necesidades de las clases inferiores y de la indigencia de los pobres.

23. Los religiosos y religiosas

Tampoco podemos pasar en silencio el mérito singular de los píos sodalicios de hombres y mujeres, que proporcionaron no pequeñas ventajas. Y, ante todo, Nos place recordar a los monjes basilianos y a las vírgenes consagradas a Dios, los cuales, si bien en tiempo de José II emperador sufrieron injusta mente y con grandes daños la invasión del poder civil en sus reglas, sin embargo, después del año 1882, volvieron al primitivo esplendor gracias a la llama da reforma de DOBROMIL, y, con el amor a la vida escondida y con aquel espíritu ajustado a las normas y ejemplos del santo fundador, unieron un encendido amor de apostolado. A estos antiguos hogares de la vida monástica se juntaron, dignos de igual alabanza, nueve congregaciones religiosas de hombres y mujeres: así la Orden de los Estuditas, monjes que atienden sobre todo a la contemplación de las cosas celestiales y a las obras de la santa penitencia; así la Congregación religiosa, de rito ruteno, del Santísimo Redentor, cuyos miembros trabajan con gran fervor en la Galizia y en el Canadá; así muchísimos institutos que tienen por fin proveer a la educación de los niños y al cuidado de los enfermos, y que se llaman o Siervas de la Inmaculada Virgen MARÍA o MIRÓFORAS, o HERMANAS DE SAN JOSÉ, DE SAN JOSAFAT, DE LA SAGRADA FAMILIA, DE SAN VICENTE DE PAÚL.

24. El Seminario Pontificio de San Josafat

Nos place además recordar aquí el Seminario Pontificio de SAN JOSAFAT, construido por Nuestro predecesor Pío XI en la colina del Janículo y subvencionado por su munificencia. Después que por largos siglos jóvenes escogidos se preparaban al sacerdocio en el Pontificio Colegio Griego, otro antecesor Nuestro, LEÓN XIII, de in mortal memoria, erigió el año 1897 un colegio propio para aquellos jóvenes rutenos que se sintiesen por divina inspiración llamados al sacerdocio. Habiendo luego resultado estrecho este edificio por el número creciente de los alumnos, Nuestro inmediato predecesor, con aquel afecto particular que le distinguía hacia el pueblo ruteno, edificó, como hemos dicho, una nueva y más amplia sede, donde los aspirantes j al sacerdocio, instruidos y formados en las ciencias sagradas y en las costumbres propias de su rito, creciesen feliz mente en la veneración, en el respeto y el amor hacia el Vicario de Cristo, para esperanza de la Iglesia rutena.

25. Confesores y mártires rutenos. San Josafat

Otra nueva ventaja de no menor importancia y utilidad tuvo el pueblo ruteno en su unión con la Sede Apostólica cuando tuvo el honor de una ínclita serie de confesores y de mártires que, por conservar intacta la fe católica y la devota fidelidad hacia los Roma nos Pontífices, no dudaron en soportar toda suerte de calamidades y en salir con alegría al encuentro de la misma muerte, según aquella sentencia del Di vino Redentor: Seréis felices cuando los hombres os odien y excomulguen, y os digan improperios y rechacen como abominable vuestro nombre a causa del Hijo del Hombre: alegraos entonces y mostrad vuestro gozo, porque es grande vuestro premio en el cielo[13].

En el número de éstos se muestra el primero a Nuestra mente aquel santo Obispo JOSAFAT KUNCEVYC, cuya invicta fortaleza hemos recordado antes, y que, perseguido de muerte por los perversos enemigos del nombre católico, se entregó espontáneamente a los verdugos y se ofreció como víctima para el deseado retorno de los hermanos disidentes. En verdad, fue él en aquel tiempo el principal mártir de la fe católica y de la unidad; aunque no fue él solo, por no pocos le siguieron con la palma la victoria, tanto entre los eclesiásticos como entre los seglares, que muertos a espada, o flagelados despiadadamente hasta morir, o ahogados en las aguas del Dnjepro, del triunfo de la muerte pasaron a la compañía de los santos del cielo.

Persecuciones. 

No muchos años después, es decir, a mediados del siglo XVII, habiendo los cosacos tomado abiertamente las armas contra Polonia, odio contra la unidad religiosa creció extraordinariamente y se encendió con más violencia. Se habían persuadido de que todos los males y calamidades habían procedido, como de primera fuente, de haberse establecido la unión, y por eso se propusieron combatirla con todos los medios y de todas las maneras hasta su destrucción. De aquí provinieron daños innumerables a la Iglesia católica rutena: muchas iglesias profanadas, dilapidadas, destruidas y patrimonios y ornamentos reducidos la nada; no pocos sacerdotes y muchos fieles sometidos a feroces apaleamientos, atrozmente atormentados, condenados a muerte cruelísima, y en fin, los mismos obispos despojados de sus bienes y expulsados de sus sedes venerables, fueron constreñidos a da la fuga. Pero aun en medio de tal tormenta, no decayeron de ánimo, ni abandonaron, en cuanto estuvo en su mano, sin custodia y sin defensa a su propio rebaño. Sino que, entre tantas angustias, se esforzaron con la oración, la lucha y el trabajo por volver a la unidad a toda la Iglesia rusa y al emperador ALEJO.

Todavía pocos años antes de que Polonia fuese dividida hubo una nueva y no menos acerba persecución contra los católicos. Porque cuando los soldados de la emperatriz de Rusia invadieron a Polonia, muchas iglesias de rito ruteno fueron tomadas por la fuerza de las armas a los católicos, y los sacerdotes que rehusaban renegar la fe fueron puestos en prisión, conculcados, heridos y atormentados atrozmente con hambre, sed y frío.

Sacerdotes y laicos martirizados y deportados. 

No fueron inferiores a estos en la constancia y fortaleza aquellos sacerdotes que hacia el año 1839 sufrieron la pérdida de los propios bienes y de la misma libertad antes que faltar a sus deberes religiosos. Del número de éstos es aquel JOSÉ ANCEVSKYJ, a quien Nos place recordar de modo especial, el cual, tenido por treinta y dos años bajo dura prisión en el monasterio de Suzdal, obtuvo el premio de su eximia virtud el año 1878 con una piadosísima muerte. Como él, los 160 sacerdotes que, profesando claramente la fe católica, fueron arrancados a sus familias, que quedaban en la miseria y encerrados en los cenobios; pero no cambiaron su santo propósito ni por el hambre ni por las otras vejaciones.

Con no menos fortaleza se distinguieron no pocos de la eparquía de Cholm, tanto entre el clero como entre el laicado, que con invicta virtud resistieron a los perseguidores de la fe. Así, por ejemplo, los habitantes de la aldea de Pratulin, cuando los soldados vinieron a ocupar la iglesia y entregarla a los cismáticos, no rechazaron la fuerza con la fuerza, pero, unidos Entre sí con sus cuerpos inermes, opusieron a los asaltantes como un muro vivo. Por eso muchos de ellos fueron heridos, muchos padecieron horrendas crueldades, otros fueron retenidos en la prisión por largos años o deportados a la Siberia y otros, finalmente, pasados al filo de la espada, derramaron la sangre por Cristo. De algunos de aquellos que sella ron con su propia sangre la fe católica ya se ha iniciado la causa en la propia eparquía, y se espera poder venerarles un día entre los bienaventurados del cielo. Tales delitos fueron, por desgracia, cometidos no en un solo lugar, sino en muchas ciudades, regiones y villas; y cuando todas las iglesias católicas habían sido entregadas a los cismáticos, cuando todos los sacerdotes lanzados de sus sedes habían sido obligados a dejar abandonada su grey, entonces fue cuando los fieles fueron inscritos en los registros de la Iglesia disidente, sin que para nada se tuviera en cuenta su propia voluntad. Sin embargo, ellos, aunque privados de sus pastores y de las ayudas y socorros de su religión, se esforzaron por mantener tenazmente la fe, y habiéndose después deslizado entre ellos, disfrazados y con grave riesgo de la vida, los Padres de la Compañía de Jesús para instruir les en los divinos preceptos, exhortarles y llevarles su consuelo, aquellos les recibieron con gran alegría y piedad.

Libertad y nuevo florecimiento

Habiendo sido concedida el año 1905 alguna pequeña libertad de profesar cualquier religión, se vio en los países rute nos un maravilloso y alegre espectáculo. Los católicos, casi sin número, salieron al público desde sus escondites y, en larga procesión, levantada la bandera de la cruz y expuestas abiertamente las imágenes de los santos a la veneración de los fieles, no habiendo sacerdotes de rito oriental, se dirigieron a las iglesias latinas -cuya entrada les estaba prohibida bajo penas severísimas- para dar gracias al Señor. Juntos allí pidieron a los legítimos sacerdotes que les abriesen las puerta los recibiesen a ellos y su profesión de fe e inscribiesen sus nombres en los registros de los católicos. Así ocurrió que, en breve tiempo, doscientos mil fieles fueron recibidos en la Iglesia.

Constancia de Szeptyckyj

Pero ni estos últimos años faltó ocasión a los obispos, a los sacerdotes y a los fieles de demostrar su fortaleza de ánimo y su constancia en la conservación de la fe católica y en la defensa de la Iglesia y de su sagrada libertad. Entre todos Nos es grato hacer especial mención honorífica de ANDRÉS SZEPTYCKYJ, que en la primera guerra europea, habiendo sido ocupada la Galizia por los ejércitos rusos, expulsado de su sede y de portado a un cenobio, fue tenido allí en prisión durante cierto tiempo, y nada deseaba más que atestiguar su grandísima devoción a la Sede Apostólica y sufrir con la gracia divina hasta el martirio, si fuese necesario, por su grey, por cuya salvación había dado ya desde antes sus fuerzas y a la que había consagrado sus trabajos.

Resumen de lo tratado

Por las fechas históricas brevemente recordadas en esta Carta, hemos visto, Venerables Hermanos, cuántas y cuáles ventajas y beneficios se han derivado a la nación rutena de su unión con la Iglesia católica. No es de maravillar, porque si en JESUCRISTO plugo al Padre que habitase toda plenitud[14], de esta misma plenitud no podrá ciertamente gozar el que esté separado de la Iglesia que es su mismo cuerpo[15], porque como afirma Nuestro predecesor de venerada memoria PELAGIO II: El que no está en paz y comunión con la Iglesia, no puede poseer a Dios[16].

Hemos visto también qué tribulaciones, daños y malos tratos ha tenido que soportar este amado pueblo de los rute nos para defender, según sus fuerzas, la unidad católica; pero más de una vez la Providencia Divina le ha libertado felizmente y premiado con el retorno de la paz.

26. Las nuevas persecuciones en tiempos recientes

En las circunstancias presentes, notamos con profunda angustia de Nuestro ánimo paterno que una nueva y furiosa tormenta amenaza a esta Iglesia. Noticias que nos han llegado, pocas, en verdad, bastan, sin embargo, para llenar Nuestro ánimo de preocupación y de ansia. Celébrase ahora el aniversario de cuando hace 350 años esta antiquísima comunidad cristiana se unía con alegres auspicios a su Supremo Pastor y sucesor de SAN PEDRO; pero este mismo día se nos ha cambiado en día de tribulación y de angustia, día de calamidad y de miseria, día de tinieblas y de oscuridad, día de nubes y tormenta[17].

Con gran dolor hemos escuchado que en aquellas regiones recientemente sometidas a la jurisdicción rusa, los hermanos e hijos carísimos que pertenecen a la nación rutena sufren graves tribulaciones por su fidelidad a la Sede Apostólica; y que no faltan quienes con toda clase de medios se dan a la tarea de apartarlos del gremio de la Iglesia Madre, y obligarles contra su voluntad y contra la conciencia de un santísimo deber a entrar en la comunidad de disidentes. Por eso el clero de rito ruteno, según se dice, en una carta enviada a los jefes de la República, se ha lamentado de que la misma Iglesia d la Ucrania occidental, como hoy se le ha llamado, ha sido puesta en una situación dificilísima, porque todos los obispos y muchos de sus sacerdotes han sido encarcelados con prohibición al mismo tiempo de que ninguno ose tomar a su cargo la dirección de la Iglesia rutena.

27. El pretexto político

Sabemos, Venerables Hermanos, que tales ásperos rigores son aparentemente cohonestados con pretextos políticos. Semejante modo de obrar no es nuevo ni usado hoy por vez primera: muchas veces en el curso de los siglos los enemigos de la Iglesia, para no confesar abiertamente que odiaban a la Iglesia católica y la perseguían manifiestamente, culparon arteramente y con especiosas razones a los católicos, de conjurar contra el Estado; del mismo modo que una vez los judíos acusaron a mismo Divino Redentor ante el Presidente romano, diciendo: Hemos encontrado a éste seduciendo a nuestra nación y prohibiéndole pagar tributo al César[18]. Pero los mismos hechos y sucesos prueban y colocan en su verdadera luz cuáles fueron y son los motivos de semejantes persecuciones ¿Quién ignora que ALEXIS, elegido recientemente Patriarca de los obispos disidentes de Rusia, en su carta a la Iglesia rutena -que no poco ha con tribu ido a comenzar tal persecución- ha exaltado y predicado abiertamente la deserción de la Iglesia católica?

Las seguridades de paz y libertad dadas por las potencias no son respetadas

Ahora bien, tales vejaciones Nos afectan tanto más acerbamente, Venerables Hermanos, cuanto que habiéndose reunido casi todas las naciones de la tierra por medio de sus representantes, mientras todavía estábamos en la terrible guerra, habían declarado oficialmente, entre otras cosas, que en el porvenir no habría persecución de ninguna clase contra la religión.

Esto había hecho que concibiéramos la esperanza de que también a la Iglesia católica le habría llegado en todas partes la paz y la libertad debidas, tanto más cuanto que la Iglesia siempre enseñó y enseña que la autoridad civil legítimamente constituida debe ser obedecida siempre por deber de conciencia, con tal que mande dentro de la esfera y los límites de su jurisdicción.

Ahora bien, los hechos a los que hemos hecho alusión han afectado pro fundamente y casi destruido Nuestra confiada esperanza en el porvenir de la nación rutena.

28. Llamado a la oración

Por eso, ya que en semejantes gravísimas calamidades los medios humanos parecen revelarse impotentes, no Nos queda, Venerables Hermanos, sino rogar instantemente al Dios misericordiosísimo que hará justicia a los necesitados y vindicará a los pobres[19], para que quiera benignamente apaciguar esta terrible tempestad y ponerle término. Os exhortamos también a vosotros y a la grey a vosotros confiada, para que unidos a Nos por medio de las oraciones y piadosas prácticas de penitencia, os esforcéis por obtener de aquel que ilustra con su celeste luz las mentes de los hombres y pliega su voluntad a su supremo querer, que tenga piedad de su pueblo y no exponga su heredad al ludibrio[20]; y para que cuanto antes la Iglesia de los rutenos sea libertada de este peligroso momento crítico.

29. Exhortación final a los obispos a perseverar en la fe

Pero de modo particular en estas circunstancias tristes y críticas, Nuestro ánimo se dirige a aquellos que tan duramente se ven oprimidos por ellas. A vosotros antes que nada, Venerables Hermanos, obispos de la nación rutena, que, aunque oprimidos por grandes tribulaciones, todavía estáis más preocupados de la salvación de vuestra grey que de las ofensas y violencias inferidas, según aquel dicho: el buen pastor da la vida por sus ovejas[21]. Aunque el presente sea oscuro y el futuro lleno de ansias e incertidumbre, no perdáis el ánimo, sino hechos espectáculo al mundo y a los ángeles y a los hombres[22] esforzaos para que todos los fieles se miren en el ejemplo de vuestra paciencia y de vuestra virtud. Soportando con fortaleza y constancia esta persecución, inflamados de divina caridad hacia la Iglesia, os habéis hecho buen olor de Cristo... para Dios en aquellos que se salvan y en aquellos que perecen[23]. Porque si encontrándoos en la cárcel y separados de vuestros hijos, no os es dada la posibilidad de enseñarles los preceptos de la Santa Religión, todavía vuestras mismas cadenas anuncian y predican a Cristo de modo más pleno y más noble.

30. A los sacerdotes

Nos dirigimos además a vosotros, amados hijos, que ornados con el sacerdocio de Cristo, que padeció por nosotros[24] debéis seguir más de cerca sus huellas, y por lo mis mo soportar el peso de la lucha más que los otros. Mientras por una parte vuestras tribulaciones Nos duelen pro fundamente, por la otra Nos alegramos, porque haciendo Nuestras las palabras del Divino Redentor, Nos es permitido decir con la mayor parte de vosotros: Conozco tus obras, tu cari dad, tu fe, tu ministerio, tu paciencia y tus obras últimas, mayores que las primeras[25].

Os exhortamos a seguir adelante en estos tiempos luctuosos y a perseverar en vuestra fe con firmeza y constancia; continuad sosteniendo a los débiles y animando a los vacilantes. Advertid si es necesario a los fieles confiados a vosotros que nunca es lícito, ni siquiera aparentemente y con manifestaciones verbales, negar o desertar de Cristo y de su Iglesia; desenmascarad los astutos procedimientos de aquellos que prometen a os hombres ventajas terrenas y una mayor felicidad en esta vida, para después perder sus almas. Mostraos vosotros mismos, como ministros de Dios, con mucha paciencia en las tribulaciones, en las necesidades, en las angustias... con la castidad, con la ciencia, con la mansedumbre, con el Espíritu Santo, con la caridad sincera, con la palabra de verdad, con la virtud de Dios, con las armas de la justicia, a diestra y siniestra[26].

31. A los laicos.

En fin. Nos dirigimos a todos vosotros, católicos de la Iglesia rutena, en cuyos dolores y tribulaciones participamos con ánimo paterno. no ignoramos que a vuestra fe se tienden insidias gravísimas. Parece que se ha de temer que en el próximo porvenir recrudecerá la persecución contra aquellos que no se plieguen a traicionar el sacrosanto deber de la religión. Por eso una vez más, hijos amadísimos, os exhortamos insistentemente a que, superando las amenazas y daños de todo género, hasta el destierro y el peligro mismo de la vida, no traicionéis jamás vuestra fidelidad hacia la Madre Iglesia. Porque, como bien sabéis, se trata del tesoro escondido en un campo; tesoro que habiéndolo encontrado un hombre lo esconde y todo alegre va, vende cuanto tiene y compra aquel campo[27]. Y recordad aquello que el mismo Redentor dijo en el Evangelio: El que ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; y quien ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí. Y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de Mí. El que quiere guardar su vida, la perderá, y el que haya perdido la vida por amor mío, la encontrará[28]. A la cual divina sentencia Nos place añadir aquel dicho del Apóstol de las gentes: Palabra fiel: si juntos morimos, juntos viviremos; si toleramos, reinaremos juntos; si le renegamos, Él renegará de nosotros; si no creemos, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo[29].

 

EPÍLOGO

32. Exhortación a la fidelidad

Creemos no poder confirmar y terminar mejor esta Nuestra paternal exhortación, amados hijos, que con esta advertencia del mismo Apóstol de las gentes: Vigilad, sed constantes en la fe, trabajad virilmente y fortificaos[30]. Sed obedientes a vuestros superiores[31], obispos y sacerdotes cuanto os manden para vuestra salvación y según los preceptos de la Iglesia; a todos aquellos que de cualquier modo tiendan insidias a vuestra fe, resistidles, solícitos por conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo espíritu, del mismo modo que habéis sido llamados a una sola esperanza en vuestra vocación[32]

   En medio de los dolores y angustias de toda suerte, recordad que los sufrimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la futura gloria[33]. Fiel es Dios, que os confortará y os defenderá del maligno[34].

33. Plegaria y Bendición Apostólica.

Confiados en que a esta Nuestra exhortación responderéis con la inspiración y ayuda de la gracia divina, con fortaleza y firme voluntad, os auguramos e impetramos suplicantes al Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo[35] tiempos mejores y más tranquilos para vosotros.

Prenda de las celestiales gracias y testimonio de Nuestra benevolencia, os impartimos de todo corazón, Venerables hermanos, y a vuestra grey, y de modo particular a los obispos de la Iglesia rutena, a los sacerdotes y a todos los fieles, la Bendición apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 23 de diciembre de 1945, séptimo de Nuestro Pontificado.

 


[1]  León XIII, carta apostólica Praeclara Gratulationis del 22 de junio de 1894; Acta Leonis XIII, 14, 201.

[2] León XIII, carta apostólica  Praeclara Gratulationis del 22 de junio de 1894; Acta Leonis XIII, 14, 201.

[3] Baronio, Annales, t. 7; Roma, 1596. Apéndice. pág. 681.

[4] A. Theiner, Ve/era Monumenta Poloniae et Lilhuaniae. t. 3. pág. 240 ss.

[5] A. Theiner, lugar citado pág. 251.

[6] Mat. 13, 25

[7] Cfr. A. Theiner, Vetera Poloniae, nota 3b pág. 237.

[8] Acta et decr. SS. Conciliorum rec. col. 600, nota 2. 

[9] Actas y decretos de los Sagrados Concilios recientes, col 602.

[10] col. 603.

[11] Actas y decretos de los Sagrados Concilios recientes, col 60

[12] Compárense Pii IX. litt. Omnem Sollicitudinem. 13-V-1874, el cual cita a Gregorio XVI Inter gravissimos. véase Pii IX, Acta 6, 317.

[13] Luc. 6, 22-23

[14] Col. 1, 19.

[15] Efes. 1, 23. 

[16] Epíst. ad Epíscopos Istriae, Acta Conc. Oecum, IV, II, 107.

[17] Sofonías 1.. 15.

[18] Luc. 23, 2.

[19] Salmo 139, 13.

[20] Cfr. Joel. 2, 17

[21] Jo .10. 10, 11. 

[22] I Cor. 4, 9.

[23] II Cor. 2 15.

[24] Cfr. I Petr. 2, 21.

[25] Apoc. 2, 19. 

[26] II Cor. 6, 4 ss. 

[27] Mat. 13, 44.

[28] Mat. 10, 37 ss.

[29] II Tim 2, 11 ss.

[30] ICor. 16, 13.

[31] Hebr. 13, 17.

[32] Efesios, 4, 3-4.

[33] Rom. 8, 18.

[34] II Thes. 3, 3

[35] Cfr. II Cor. 1, 3.